Barbara Knickerborcker-Beskind lo tenÃa todo para trabajar en Silicon Valley y ni siquiera la edad se lo iba a impedir. Hace dos años estaba viendo el programa de televisión 60 minutes, donde intervino David Kelley, uno de los fundadores de IDEO, la marca que diseñó el primer ratón de Apple. Bárbara, con 89 años y convencida de que ella podÃa formar parte de su empresa, no dudó en escribir una carta de motivación. Escrita a máquina, porque debido a sus problemas de visión no puede utilizar el ordenador, y enviada por correo tradicional, la carta convenció al destinatario y llegó en un momento clave: IDEO estaba trabajando en diseños que hiciesen la vida más fácil a los ancianos.
[pullquote author=”Barbara Knickerborcker-Beskind” tagline=”inventora”]Nadie espera que un joven se ponga en los zapatos de una persona anciana y sienta lo que ella siente[/pullquote]
El «diseño centrado en lo humano» que practica IDEO y los diferentes bagajes de sus empleados empujaron a Barbara a dirigirse Kelley. «Ahora, con casi 90 años, tengo buena salud, camino bien, y estoy ansiosa por involucrarme con otros que compartan mi pasión por solucionar problemas y por el diseño innovador. Creo que mi experiencia y capacidades podrÃan ser un valor para su firma y estarÃa interesada en discutir mi participación en IDEO, ya sea como voluntaria o de cualquier otra forma. Estoy deseando escuchar su respuesta», explica al final de la carta.
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Aunque sabÃa que era la empleada idónea, no sabÃa que llegaba justo cuando la marca necesitaba idear ciertos diseños para ancianos.
Kelley la invitó a visitar las oficinas de la empresa. Pero no se trató de una entrevista de trabajo al uso. Bárbara acabó ofreciendo una conferencia ante más de treinta diseñadores e ingenieros. Desde entonces, cada jueves toma un tren que la lleva a las oficinas de IDEO. AllÃ, sobre las 10:00 de la mañana, se sienta en un sofá que le permita estar localizable y espera que sus compañeros vengan a pedirle consejo. Con 91 años es consultora para el equipamiento y el diseño de productos y servicios dirigidos a la población mayor y a las personas con visión reducida.
La empatÃa también jugó a su favor. «Nadie espera que un joven se ponga en los zapatos de una persona anciana y sienta lo que ella siente», dijo a la BBC. Si los asideros de una ducha resbalan demasiado cuando les cae jabón, Barbara sabe que han sido ideados para hombres grandes con manos grandes sin pensar en las manos pequeñas de las ancianas. Si un producto dispone de pilas tan pequeñas que las manos mayores pueden perder con facilidad, a ella se le ocurre que el dispositivo en cuestión deberÃa cargarse por la noche.

Fuera del trabajo, Barbara sigue ayudando a los ancianos a buscar soluciones a sus problemas cotidianos. Cuando un hombre le explicó, preocupado, que no oÃa bien y se asustaba cuando alguien le saludaba por detrás con una palmada en la espalda, Barbara no dudó en acercarse a una tienda de bicicletas en busca de un retrovisor. Lo instaló en el andador del anciano, que ahora vive más tranquilo. También tiene ideas basadas en sus propias necesidades y sueña con una cámara con reconocimiento facial montada sobre unos anteojos que, mediante voz, le diga el nombre de la persona que tiene delante, porque ya no puede distinguir las caras. Para Barbara, lo importante no es diseñar bastones rosas o cajas para pastillas, sino un equipo que ayude a los ancianos a ser independientes y estar seguros.
Una inventora precoz
Barbara era una niña de diez años cuando descubrió que querÃa ser inventora. No era más que una de tantos niños que en plena Gran Depresión tuvieron que idear sus propios juguetes si querÃan ejercer de niños. La necesidad crea pequeños inventores por doquier y Barbara y los suyos tenÃan que hacer todo cuanto necesitaban, salvo los zapatos y las gafas. No obstante, en su caso, habÃa algo más: su padre, uno de los primeros trabajadores del FBI, le habÃa contagiado la necesidad de prestar atención a todo aquello que acontecÃa a su alrededor y su madre le dio el impulso creativo. Aunque acabó viviendo con una abuela huraña, ella se queda con lo bueno de su infancia y los momentos felices que compartió con sus padres. Creció aprendiendo a buscar soluciones. Y, además, las encontraba. Pero aquello de ser inventora quedaba lejos de su alcance.
[pullquote author=”Barbara Knickerborcker-Beskind” tagline=”inventora”]Coloqué dos llantas de coche juntas para crear un caballo mecedor y aprendà mucho sobre gravedad porque me caà muchas veces[/pullquote]
Sus sueños se vieron truncados cuando supo que aquél no era trabajo para mujeres y que no la iban a aceptar. Asà que siguió el consejo de su asesor escolar y se graduó en Artes Aplicadas y Diseño en la Escuela de EconomÃa del Hogar de la Universidad de Syracuse, en 1945. Finalizados los estudios, accedió al programa de entrenamiento de Terapia Ocupacional del Ejército. Trabajando en el Centro Médico del Ejército Walter Reed, afrontando las idas y venidas de las epidemias de polio, sà pudo hacer lo que querÃa: buscar soluciones y ayudar a los demás. Como terapeuta ocupacional, ayudó a discapacitados de guerra a volver a usar una cuchara o un lápiz.

Cuando se casó, su hogar quedó dividido entre los intereses de su marido y los suyos. Cualquiera se preguntarÃa si en una casa partida en dos vivÃa un matrimonio mal avenido. Pero no era el caso. Fue entonces cuando Barbara pudo dar rienda suelta a su imaginación y, a dÃa de hoy, cuenta con varias patentes en su haber. De equilibrio y gravedad también aprendió: «Coloqué dos llantas de coche juntas para crear un caballo mecedor y aprendà mucho sobre gravedad porque me caà muchas veces», contó a la BBC.
Dejó el ejército y fundó su propia clÃnica en 1966, siendo la primera terapeuta ocupacional que ejercÃa en el ámbito privado en Estados Unidos. Allà trabajó con niños con trastornos de aprendizaje y patentó una almohada hinchable cuadrada que ayuda a los pequeños a mantener el equilibrio y que ella llama «nave espacial». Desde 1984 recorrió los pasillos de colegios como asesora del sistema escolar en Vermont y en 1997 volvió a estudiar, esta vez para convertirse en artista, formación que le facilitó hacer lo que siempre quiso: inventar.
Intentó retirarse hasta cinco veces y asegura que nunca funcionó. A los 89 años se sentó ante una máquina de escribir dispuesta a conseguir el trabajo con el que sueñan jóvenes de todo el mundo. Y lo consiguió.
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