Algunos metros por detrás de la espalda de bronce de los expedicionarios, tres hombres —estos, de carne y hueso— continúan la tradición marinera de Bygdøy encerrados en su taller. Llevo un buen rato maravillado con la nariz apretada contra el cristal cuando, desde dentro, un hombre bajo y robusto me saca del trance con tres golpes de nudillos en el vidrio. Al otro lado del ventanal veo una cara redonda decorada con barba blanca recortada, calva elegante y sonrisa ancha. El señor me hace indicaciones para que me dirija hacia la puerta. «¡Adelante, pasa! ¡Estamos construyendo un barco!».
Douglas cierra la puerta detrás de mÃ, se ajusta las gafas y sigue hablando mientras camina en dirección a la embarcación. «Estos son Trond Svensson y Trolle Wasserfall». Al fondo de la sala otros dos septuagenarios levantan la vista y asienten con la cabeza. Uno está sentado en un taburete, perfilando a navaja remaches de madera; el otro, inclinado sobre una mesa, midiendo con un pie de rey las cuadernas de un modelo a escala. «Lo que ves aquà es un Holmsbu pram, un bote tradicional noruego de 1850».
En un viejo grabado enmarcado que reposa sobre una de las mesas de trabajo aparecen algunos de estos botes. Svensson me lo enseña: «¿Ves este? Eso es un Holmsbu pram». Me explica que durante un par de siglos, muchos noruegos usaron este tipo de nave a remos como embarcación de pesca. SolÃan tener entre tres y seis metros de eslora, casco redondeado, madera de pino para la cubierta, una pequeña nariz en la proa y tres planchas en el fondo que sustituÃan a la tÃpica quilla.
En Noruega, no es difÃcil encontrar locos de los barcos como estos tres jubilados. La tradición marinera va adherida al espÃritu escandinavo. Los barcos han sido una parte vital de sus sociedades. Desde hace mil años —cuando los vikingos se lanzaron a explorar el mundo montados en barcos de madera— hasta hace dos dÃas —cuando Noruega copaba los titulares con sus hazañas expedicionarias a los polos— el destino de estos fornidos y fornidas rubiales ha ido emparejado a su destreza en alta mar. «El barco era una parte importante de la vida de la gente», me recuerda Douglas. «Todos construÃan sus propios botes, incluso los granjeros. Eran artesanos profesionales. Hoy, esa tradición ha desaparecido literalmente. Los museos, como este, intentan mantenerla viva. Queremos mostrar lo que era la actividad artesanal y no sólo un viejo bote en una sala del museo. Queremos decirle a la gente: esto se hace a partir de un árbol y asà lo hacÃan en el pasado».
Algunos metros por detrás de la espalda de bronce de los expedicionarios, tres hombres —estos, de carne y hueso— continúan la tradición marinera de Bygdøy encerrados en su taller. Llevo un buen rato maravillado con la nariz apretada contra el cristal cuando, desde dentro, un hombre bajo y robusto me saca del trance con tres golpes de nudillos en el vidrio. Al otro lado del ventanal veo una cara redonda decorada con barba blanca recortada, calva elegante y sonrisa ancha. El señor me hace indicaciones para que me dirija hacia la puerta. «¡Adelante, pasa! ¡Estamos construyendo un barco!».
Douglas cierra la puerta detrás de mÃ, se ajusta las gafas y sigue hablando mientras camina en dirección a la embarcación. «Estos son Trond Svensson y Trolle Wasserfall». Al fondo de la sala otros dos septuagenarios levantan la vista y asienten con la cabeza. Uno está sentado en un taburete, perfilando a navaja remaches de madera; el otro, inclinado sobre una mesa, midiendo con un pie de rey las cuadernas de un modelo a escala. «Lo que ves aquà es un Holmsbu pram, un bote tradicional noruego de 1850».
En un viejo grabado enmarcado que reposa sobre una de las mesas de trabajo aparecen algunos de estos botes. Svensson me lo enseña: «¿Ves este? Eso es un Holmsbu pram». Me explica que durante un par de siglos, muchos noruegos usaron este tipo de nave a remos como embarcación de pesca. SolÃan tener entre tres y seis metros de eslora, casco redondeado, madera de pino para la cubierta, una pequeña nariz en la proa y tres planchas en el fondo que sustituÃan a la tÃpica quilla.
En Noruega, no es difÃcil encontrar locos de los barcos como estos tres jubilados. La tradición marinera va adherida al espÃritu escandinavo. Los barcos han sido una parte vital de sus sociedades. Desde hace mil años —cuando los vikingos se lanzaron a explorar el mundo montados en barcos de madera— hasta hace dos dÃas —cuando Noruega copaba los titulares con sus hazañas expedicionarias a los polos— el destino de estos fornidos y fornidas rubiales ha ido emparejado a su destreza en alta mar. «El barco era una parte importante de la vida de la gente», me recuerda Douglas. «Todos construÃan sus propios botes, incluso los granjeros. Eran artesanos profesionales. Hoy, esa tradición ha desaparecido literalmente. Los museos, como este, intentan mantenerla viva. Queremos mostrar lo que era la actividad artesanal y no sólo un viejo bote en una sala del museo. Queremos decirle a la gente: esto se hace a partir de un árbol y asà lo hacÃan en el pasado».