Aletta Jacobs, una de las primeras doctoras de la historia y promotora de la anticoncepción

”Yorokobu gratis en formato digital!
El control de la natalidad es civilización. Esta afirmación no es tan tajante porque pueda ampararse en hipótesis mĆ”s o menos aventuradas, como que la legalización del aborto coadyuvó a reducir los crĆmenes, sino porque consiste en asumir algo a todas luces contraintuitivo como que lo natural no siempre es mejor que lo artificial.
O que las predisposiciones biológicas no son netamente positivas en todos los contextos (por ejemplo, nuestro anhelo por grasas y azĆŗcares se forjó en una Ć©poca de carestĆa de los mismos, y ahora, en un contexto de abundancia, han propiciado una epidemia de obesidad).
Por esa razón, quienes enarbolaron la bandera de la anticoncepción fueron hĆ©roes en muchos sentidosĀ que debieron driblar mitos e inercias sociales. TambiĆ©n hĆ©roes que fueron capaces de enterrar mĆ©todos sin sustento cientĆfico, como el licor casero de testĆculo castor. Y, finalmente, hĆ©roes polĆticos que supieron introducir los nuevos conocimientos y prĆ”cticas en un marco legal.
Una de estas heroĆnas fue Aletta Jacobs (1854 – 1929), que, con solo 25 aƱos, cambió el mundo de la medicina en el Ć”mbito de la anticoncepción, ademĆ”s de ser una ferviente activista por los derechos de la mujer.
BiologĆa
Aletta fue la primera mujer en la historia de los PaĆses Bajos en recibir un tĆtulo universitario. TambiĆ©n fue la primera en graduarse como doctora en medicina. Y, naturalmente, fue una de las primeras mĆ©dicas en todo el mundo.
Siempre es un enigma averiguar de qué yacimientos extraen los pioneros su ambición y su falta de miedo a equivocarse, pero probablemente algunas de la vetas mÔs fértiles para Aletta fueran los textos protofeministas de Multatuli.
También un panfleto a favor de la igualdad entre sexos que leyó con solo 14 años y cuyo autor era nada menos que John Stuart Mill, el mÔs influyente defensor de los derechos individuales en la Gran Bretaña decimonónica.
Este texto supuso un cataclismo neuronal en el cerebro de Aletta, como ella mismo referirĆa en su Memories: My Life as an International Leader in Health, Suffrage, and Peace, publicado en 1924:
Al pensar en todo esto, me di cuenta de que los varones no solo hacĆan leyes, sino que tambiĆ©n tenĆan la facultad de reservarse todos los privilegios para sĆ y de perpetuar la subordinación de las mujeres. Yo sabĆa que esto tenĆa que cambiar, pero aĆŗn no sabĆa cómo.
La historia hacia la llegada de uno de los mĆ©todos anticonceptivos mĆ”s innovadores en tĆ©rminos biológicos, la pĆldora combinada de estrógenos y progesterona, se inició con las investigaciones del farmacĆ©utico Rusell Marker (1902-1995), quien aspiraba a producir una hormona sintĆ©tica, la progesterona, que en 1938 era muy costosa de sintetizar.
Pero antes de ese hallazgo cientĆfico decisivo para la historia de la anticoncepción, Aletta tuvo que lidiar con el conocimiento precario que aĆŗn se tenĆa de la reproducción femenina (un conocimiento precario que se ha perpetuado hasta nuestros dĆas pues hasta 1999, por ejemplo, todavĆa ni siquiera sabĆamos con exactitud cómo el pene del hombre penetraba la vagina de la mujer).
Sin embargo, a pesar del hĆ”ndicap que suponĆa para ella que el cuerpo femenino fuera una caja negra en tĆ©rminos biológicos, Aletta comprendió que tan importante como el conocimiento cientĆfico era el conocimiento polĆtico.
Por ello, a pesar de que, tras graduarse, habĆa abierto un consultorio en una de las zonas mĆ”s lujosas de Ćmsterdam, entrarĆa en contacto con muchos obreros y sus familias para tomar conciencia de lo poco que sabĆan sobre medidas bĆ”sicas de reproducción e higiene.
La persona que le hizo acceder a estos cĆrculos sociales fue un carpintero que se habĆa convertido en jefe de la Confederación General de Trabajadores.Ā El mismo que tambiĆ©n ayudó a Aletta a abrir una clĆnica gratuita para las clases desfavorecidas.
Aletta no tardó enĀ ponerĀ nombre al pez que se muerde la cola en aquellas familias pobres que tenĆan mĆ”s hijos que las familias ricas, a pesar de que no podĆan mantenerlos: el desconocimiento y una serie de ideas victorianas sobre el sexo.
Fue asĆ como en 1870, Aletta empezó a ser una de las primeras promotoras de la anticoncepción en todo el mundo. Tras efectuar ensayos con los elementos de los que disponĆa, finalmente concluyó que una especie de diafragma llamado pesario era el sistema mĆ”s eficaz para el control de la natalidad.
De hecho, Aletta tambiĆ©n se reveló como una audaz inventora, trabajando para mejorar y perfeccionar el diafragma que aƱos antes habĆa sido diseƱado por uno de sus profesores, el ginecólogo tambiĆ©n neerlandĆ©s Wilhelm Peter Johannes Mensinga.
Lejos de recibir parabienes de la comunidad mĆ©dica, todo aquel club de hombres con tĆtulo acadĆ©mico se le echó encima, evidenciando que sus ideas y mĆ©todos eran la prueba palmaria de que las mujeres nunca deberĆan acceder a la medicina.
Los argumentos que se esgrimĆan desde la comunidad mĆ©dica eran los tĆpicos asustaviejasĀ que suelen aparecer frente a cualquier innovación de Ćndole social o tecnológica, como queĀ en el futuro no nacerĆan mĆ”s niƱos y se extinguirĆa la especie humana (argumento repetido mĆ”s tarde para criticar la homosexualidad), se tambalearĆa la economĆa por la bajada de la tasa de natalidad y la inversión de la pirĆ”mide productiva, y se fomentarĆa el adulterio (porque ya no habrĆ” prueba del mismo en forma de embarazo).
A Aletta, sin embargo, lo que mĆ”s le dolieron fueron las crĆticas de su propio hermano: Ā«Lo mĆ”s duro era asumir las crĆticas, sobre todo las que nacĆan de los labios de mi hermano SamĀ».
Con todo, a pesar de fĆsicamente era poca cosa, el rotundo intelecto de Aletta continuó adelante, y su consultorio se convirtió en algo asĆ como un faro moral en occidente, siendo como era probablemente la primera clĆnica de control de natalidad en todo el mundo. Y durante catorce aƱos pasó consulta gratuita a prostitutas, indigentes y niƱos.
HuracĆ”n polĆtico
Aletta, ademĆ”s, era una experta en pronunciar frases taxativas en un tono aguerrido, casi boutades para epatar a la burguesĆa, como que el matrimonio era una trampa económica para las mujeres.
Con todo, se casarĆa con un militante a los 38 aƱos edad. Eso sĆ, mĆ”s que un matrimonio semejaban una sociedad conyugal, pues disponĆan de cuentas bancarias por separado e igualdad de poder en la toma de decisiones.
Aletta tambiĆ©n luchó para mejorar las condiciones laborales de las mujeres que atendĆan en las tiendas, que debĆan permanecer de pie durante quince horas al dĆa.
Adquirió conciencia sobre la impunidad de la prostitución y la trata de blancas. Puso en evidencia cuÔn desamparadas estaban frente a las enfermedades de transmisión sexual. Viajó por Oriente Medio y Asia denunciando la grave situación de las mujeres en el resto del mundo.
Y, por supuesto, batalló incansable por el sufragio femenino. Un logro que las mujeres neerlandesas obtuvieron en 1919, un año antes que las mujeres estadounidenses.
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El control de la natalidad es civilización. Esta afirmación no es tan tajante porque pueda ampararse en hipótesis mĆ”s o menos aventuradas, como que la legalización del aborto coadyuvó a reducir los crĆmenes, sino porque consiste en asumir algo a todas luces contraintuitivo como que lo natural no siempre es mejor que lo artificial.
O que las predisposiciones biológicas no son netamente positivas en todos los contextos (por ejemplo, nuestro anhelo por grasas y azĆŗcares se forjó en una Ć©poca de carestĆa de los mismos, y ahora, en un contexto de abundancia, han propiciado una epidemia de obesidad).
Por esa razón, quienes enarbolaron la bandera de la anticoncepción fueron hĆ©roes en muchos sentidosĀ que debieron driblar mitos e inercias sociales. TambiĆ©n hĆ©roes que fueron capaces de enterrar mĆ©todos sin sustento cientĆfico, como el licor casero de testĆculo castor. Y, finalmente, hĆ©roes polĆticos que supieron introducir los nuevos conocimientos y prĆ”cticas en un marco legal.
Una de estas heroĆnas fue Aletta Jacobs (1854 – 1929), que, con solo 25 aƱos, cambió el mundo de la medicina en el Ć”mbito de la anticoncepción, ademĆ”s de ser una ferviente activista por los derechos de la mujer.
BiologĆa
Aletta fue la primera mujer en la historia de los PaĆses Bajos en recibir un tĆtulo universitario. TambiĆ©n fue la primera en graduarse como doctora en medicina. Y, naturalmente, fue una de las primeras mĆ©dicas en todo el mundo.
Siempre es un enigma averiguar de qué yacimientos extraen los pioneros su ambición y su falta de miedo a equivocarse, pero probablemente algunas de la vetas mÔs fértiles para Aletta fueran los textos protofeministas de Multatuli.
También un panfleto a favor de la igualdad entre sexos que leyó con solo 14 años y cuyo autor era nada menos que John Stuart Mill, el mÔs influyente defensor de los derechos individuales en la Gran Bretaña decimonónica.
Este texto supuso un cataclismo neuronal en el cerebro de Aletta, como ella mismo referirĆa en su Memories: My Life as an International Leader in Health, Suffrage, and Peace, publicado en 1924:
Al pensar en todo esto, me di cuenta de que los varones no solo hacĆan leyes, sino que tambiĆ©n tenĆan la facultad de reservarse todos los privilegios para sĆ y de perpetuar la subordinación de las mujeres. Yo sabĆa que esto tenĆa que cambiar, pero aĆŗn no sabĆa cómo.
La historia hacia la llegada de uno de los mĆ©todos anticonceptivos mĆ”s innovadores en tĆ©rminos biológicos, la pĆldora combinada de estrógenos y progesterona, se inició con las investigaciones del farmacĆ©utico Rusell Marker (1902-1995), quien aspiraba a producir una hormona sintĆ©tica, la progesterona, que en 1938 era muy costosa de sintetizar.
Pero antes de ese hallazgo cientĆfico decisivo para la historia de la anticoncepción, Aletta tuvo que lidiar con el conocimiento precario que aĆŗn se tenĆa de la reproducción femenina (un conocimiento precario que se ha perpetuado hasta nuestros dĆas pues hasta 1999, por ejemplo, todavĆa ni siquiera sabĆamos con exactitud cómo el pene del hombre penetraba la vagina de la mujer).
Sin embargo, a pesar del hĆ”ndicap que suponĆa para ella que el cuerpo femenino fuera una caja negra en tĆ©rminos biológicos, Aletta comprendió que tan importante como el conocimiento cientĆfico era el conocimiento polĆtico.
Por ello, a pesar de que, tras graduarse, habĆa abierto un consultorio en una de las zonas mĆ”s lujosas de Ćmsterdam, entrarĆa en contacto con muchos obreros y sus familias para tomar conciencia de lo poco que sabĆan sobre medidas bĆ”sicas de reproducción e higiene.
La persona que le hizo acceder a estos cĆrculos sociales fue un carpintero que se habĆa convertido en jefe de la Confederación General de Trabajadores.Ā El mismo que tambiĆ©n ayudó a Aletta a abrir una clĆnica gratuita para las clases desfavorecidas.
Aletta no tardó enĀ ponerĀ nombre al pez que se muerde la cola en aquellas familias pobres que tenĆan mĆ”s hijos que las familias ricas, a pesar de que no podĆan mantenerlos: el desconocimiento y una serie de ideas victorianas sobre el sexo.
Fue asĆ como en 1870, Aletta empezó a ser una de las primeras promotoras de la anticoncepción en todo el mundo. Tras efectuar ensayos con los elementos de los que disponĆa, finalmente concluyó que una especie de diafragma llamado pesario era el sistema mĆ”s eficaz para el control de la natalidad.
De hecho, Aletta tambiĆ©n se reveló como una audaz inventora, trabajando para mejorar y perfeccionar el diafragma que aƱos antes habĆa sido diseƱado por uno de sus profesores, el ginecólogo tambiĆ©n neerlandĆ©s Wilhelm Peter Johannes Mensinga.
Lejos de recibir parabienes de la comunidad mĆ©dica, todo aquel club de hombres con tĆtulo acadĆ©mico se le echó encima, evidenciando que sus ideas y mĆ©todos eran la prueba palmaria de que las mujeres nunca deberĆan acceder a la medicina.
Los argumentos que se esgrimĆan desde la comunidad mĆ©dica eran los tĆpicos asustaviejasĀ que suelen aparecer frente a cualquier innovación de Ćndole social o tecnológica, como queĀ en el futuro no nacerĆan mĆ”s niƱos y se extinguirĆa la especie humana (argumento repetido mĆ”s tarde para criticar la homosexualidad), se tambalearĆa la economĆa por la bajada de la tasa de natalidad y la inversión de la pirĆ”mide productiva, y se fomentarĆa el adulterio (porque ya no habrĆ” prueba del mismo en forma de embarazo).
A Aletta, sin embargo, lo que mĆ”s le dolieron fueron las crĆticas de su propio hermano: Ā«Lo mĆ”s duro era asumir las crĆticas, sobre todo las que nacĆan de los labios de mi hermano SamĀ».
Con todo, a pesar de fĆsicamente era poca cosa, el rotundo intelecto de Aletta continuó adelante, y su consultorio se convirtió en algo asĆ como un faro moral en occidente, siendo como era probablemente la primera clĆnica de control de natalidad en todo el mundo. Y durante catorce aƱos pasó consulta gratuita a prostitutas, indigentes y niƱos.
HuracĆ”n polĆtico
Aletta, ademĆ”s, era una experta en pronunciar frases taxativas en un tono aguerrido, casi boutades para epatar a la burguesĆa, como que el matrimonio era una trampa económica para las mujeres.
Con todo, se casarĆa con un militante a los 38 aƱos edad. Eso sĆ, mĆ”s que un matrimonio semejaban una sociedad conyugal, pues disponĆan de cuentas bancarias por separado e igualdad de poder en la toma de decisiones.
Aletta tambiĆ©n luchó para mejorar las condiciones laborales de las mujeres que atendĆan en las tiendas, que debĆan permanecer de pie durante quince horas al dĆa.
Adquirió conciencia sobre la impunidad de la prostitución y la trata de blancas. Puso en evidencia cuÔn desamparadas estaban frente a las enfermedades de transmisión sexual. Viajó por Oriente Medio y Asia denunciando la grave situación de las mujeres en el resto del mundo.
Y, por supuesto, batalló incansable por el sufragio femenino. Un logro que las mujeres neerlandesas obtuvieron en 1919, un año antes que las mujeres estadounidenses.
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