24 de noviembre 2015    /   ENTRETENIMIENTO
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El arquitecto que hizo Madrid

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Cada ciudad tiene su imagen canónica, esa que aparece en la mente de la mayoría de personas cuando se pronuncia el nombre de la ciudad.
La construcción de esas evocaciones en la ciudad de Madrid tiene un nombre que ha contribuido de manera decisiva: Antonio Palacios. Aunque muchos no sepan de la profundidad de su legado.
Algo así le ocurrió al fotógrafo Jesús M. Chamizo cuando el propietario del edificio Casa Matesanz —en el número 27 de la madrileña Gran Vía— le encargó una colección de fotos del edificio para ser expuestas en el interior del mismo.
Chamizo se dio cuenta de que tanto la Casa Matesanz como otros muchos edificios relevantes de la capital eran obra de Palacios. Muchos más de los que pensaba. «El proyecto se transformó en homenaje a este genial arquitecto que transformó la fisonomía de Madrid en el siglo XX», cuenta el fotógrafo.
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El fotógrafo tiene una especial predilección por la arquitectura. Dice que tiene una inclinación natural por mostrar «los espacios que el hombre construye, habita, en los que se integra, y cómo influyen el uno en el otro». Por eso, el encargo, que vino como llovido del cielo, le ha permitido plasmar mucho de sí mismo en un trabajo en el que el protagonista es otro, el arquitecto Palacios.

He tratado de llevar el trabajo a un terreno más íntimo, resaltando intenciones que juegan con
la simetría y el equilibrio porque es lo que me ha inspirado su obra y, en gran parte, porque es lo que inspira la mía.


Jesús M. Chamizo ha tratado de centrarse en detalles, en «matices y sensaciones» que constituyen una obra icónica y claramente heredera de la escuela de Chicago de comienzos del siglo pasado. Le interesaba más la mirada cercana, el plano cerrado, que «plasmar la grandiosidad de sus construcciones» a pesar de que en los edificios de Antonio Palacios, el fotógrafo encuentra «solemnidad sin ostentación, equilibrio en utilización y combinación de diferentes y novedosos materiales de la época o armonía y simetría perfectamente conjugadas».
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Antonio Palacios no era madrileño. Era gallego. A pesar de ello, su legado ha quedado como uno de los mayores valores de la capital española. Fue casi medio siglo de trabajo en los que le dio tiempo a plantar emblemas como el Palacio de Comunicaciones, el Círculo de Bellas Artes, el Instituto Cervantes, el Casino de Madrid o algunas de las primeras estaciones de metro de la ciudad. Chamizo dice que el gallego «merecería un reconocimiento a la altura de su obra por parte de la ciudad de Madrid». De momento, y aunque se han hecho numerosas exposiciones mostrando su trascendencia, ni siquiera tiene una calle a su nombre.
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Cada ciudad tiene su imagen canónica, esa que aparece en la mente de la mayoría de personas cuando se pronuncia el nombre de la ciudad.
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Algo así le ocurrió al fotógrafo Jesús M. Chamizo cuando el propietario del edificio Casa Matesanz —en el número 27 de la madrileña Gran Vía— le encargó una colección de fotos del edificio para ser expuestas en el interior del mismo.
Chamizo se dio cuenta de que tanto la Casa Matesanz como otros muchos edificios relevantes de la capital eran obra de Palacios. Muchos más de los que pensaba. «El proyecto se transformó en homenaje a este genial arquitecto que transformó la fisonomía de Madrid en el siglo XX», cuenta el fotógrafo.
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El fotógrafo tiene una especial predilección por la arquitectura. Dice que tiene una inclinación natural por mostrar «los espacios que el hombre construye, habita, en los que se integra, y cómo influyen el uno en el otro». Por eso, el encargo, que vino como llovido del cielo, le ha permitido plasmar mucho de sí mismo en un trabajo en el que el protagonista es otro, el arquitecto Palacios.

He tratado de llevar el trabajo a un terreno más íntimo, resaltando intenciones que juegan con
la simetría y el equilibrio porque es lo que me ha inspirado su obra y, en gran parte, porque es lo que inspira la mía.


Jesús M. Chamizo ha tratado de centrarse en detalles, en «matices y sensaciones» que constituyen una obra icónica y claramente heredera de la escuela de Chicago de comienzos del siglo pasado. Le interesaba más la mirada cercana, el plano cerrado, que «plasmar la grandiosidad de sus construcciones» a pesar de que en los edificios de Antonio Palacios, el fotógrafo encuentra «solemnidad sin ostentación, equilibrio en utilización y combinación de diferentes y novedosos materiales de la época o armonía y simetría perfectamente conjugadas».
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Antonio Palacios no era madrileño. Era gallego. A pesar de ello, su legado ha quedado como uno de los mayores valores de la capital española. Fue casi medio siglo de trabajo en los que le dio tiempo a plantar emblemas como el Palacio de Comunicaciones, el Círculo de Bellas Artes, el Instituto Cervantes, el Casino de Madrid o algunas de las primeras estaciones de metro de la ciudad. Chamizo dice que el gallego «merecería un reconocimiento a la altura de su obra por parte de la ciudad de Madrid». De momento, y aunque se han hecho numerosas exposiciones mostrando su trascendencia, ni siquiera tiene una calle a su nombre.
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