Aurora Bertrana: la periodista que se atrevió a hablar del ‘amor libre’ en los aƱos 30

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Aurora Bertrana no ha escapado del olvido al que han sido condenadas miles de mujeres ilustres. La historia la aplastó, como a tantas otras, bajo su apisonadora y acabó borrando su nombre y su obra de la literatura de viajes y del periodismo de principios del siglo XX.
El rĆ©gimen fascista que espolvoreó un ideal de mujer dócil y sumisa ignoró la obra de la escritora como el que echa una mantilla negra sobre un objeto que quiere ocultar, sin hacer ruido, para que nadie lo vea nunca. Bertrana estorbaba en el nuevo rĆ©gimen que se levantó de los escombros de la guerra porque era una mujer libre. Lo fue cuando decidió desatender los intentos de su madre para que aprendiera a coser y lo fue cuando cogĆa, a escondidas, libros de la biblioteca de su tĆo Albert.
La gerundense, nacida en 1892, siempre desoyó las crĆticas y los chismorreos de los guardianes de la moral. No le importaron los rumores que surgieron en Girona cuando a los 18 aƱos empezó a ir sola en tren a clases de mĆŗsica en Barcelona. Tampoco atendĆa al vicio de chismorrear que la Piquer pudo criticar en esta copla aprovechando el pequeƱo suspiro de libertad que trajo la Segunda RepĆŗblica:
⪠Se dice si va sola ”qué desgraciada es!
Se dice quƩ coqueta si con un hombre va.
Si ven a dos mujeres tambiƩn se dice que
el mundo estƔ al revƩs, la cosa es murmurar.
(…)
Amar, yo quiero amar con libertad
Porque nacĆ mujer
Para querer
Y hacer mi santa voluntad.
Amar, sin escuchar el quƩ dirƔn
Pues todo es hablar, hablar por no callar ā«
Desde pequeƱa Aurora Bertrana sintió en los hilos de coser el peso de unas cadenas. Eran hebras que acababan enredando y atrapando a las mujeres en la reclusión del hogar. Ā«Mientras nosotros tres, los hijos, dormĆamos y padre vagaba con sus compaƱeros por el barrio gótico, mamĆ” remendaba y repuntaba ropita sentada ante la mĆ”quina de coser bajo un quinquĆ© de petróleoĀ», recordaba en sus Memóries fins al 1935.
✍ Ā«Mi madre no tenĆa mĆ”s amigos ni compaƱeros que nosotros tres. Mi padre no la llevaba a ninguna parte: ni a pasear por el campo, ni al teatro, ni a reuniones, y ella nunca se quejaba ni suspiraba, ni tomaba puestos de mĆ”rtir como habrĆan hecho otras mujeres en su lugar. Y es cierto que no era por indiferencia hacia los viajes, el campo, las reuniones, la mĆŗsica, el teatro⦠Todo esto le gustaba, nos lo decĆa a menudoĀ».

A Aurora Bertrana nunca le interesó ese futuro envuelto en ovillos y dedales que todos esperaban de ella. No entendĆa por quĆ© los hombres debĆan ser valientes e independientes, y las mujeres, sumisas y abnegadas. Ella se rebeló. De niƱa, jugó mĆ”s con niƱos que con muƱecas, y de mayor, se rodeó de amigos porque con ellos podĆa hablar de cultura y polĆtica. Muchas mujeres, en cambio, se mantenĆan al margen. En los colegios y en sus casas las apartaban de esos temas de varones y les hacĆan creer que su destino era la cocina y la gobernanza del hogar.
Empezaba el siglo XX y Emilia Pardo BazĆ”n tiraba la toalla. El mismo aƱo que nació Bertrana, 1892, la escritora habĆa fundado La biblioteca de la mujer para Ā«difundir en EspaƱa las obras del alto feminismo extranjeroĀ». Pero esta colección de libros pasó sin pena ni gloria. No interesó a nadie y en 1913 la gallega escribió una carta a su amigo Alejandro Barreiro, el director de La Voz de Galicia, en la que decĆa:
✍ Ā«He visto, sin gĆ©nero de duda, que aquĆ a nadie le preocupan gran cosa estas cuestiones, y a la mujer, aĆŗn menos. Cuando por caso insólito, la mujer se mezcla en polĆtica, pide varias cosas distintas, pero ninguna que directamente, como tal mujer, le interese y convenga. AquĆ no hay sufragistas, ni mansas ni bravas. En vista de lo cual, y no gustando de luchas sin ambiente, he resuelto prestar amplitud a la sección de economĆa domĆ©stica de dicha Biblioteca, y ya que no es Ćŗtil hablar de derechos y adelantos femeninos, tratar gratamente de cómo se prepara escabeche de perdices y la bizcochada de almendraĀ».
Bertrana, de niña, vio en la lectura y la escritura el embarcadero por donde huir de una educación que, en nombre de lo femenino, castraba a la mujer. A los 21 años por fin pudo montar en un tren con destino a Suiza. Allà la esperaban para tocar el violoncelo en un hotel de las montañas.
La gerundense habĆa hallado en la mĆŗsica su vĆa de escape porque en la literatura, lo que mĆ”s amaba, le cerraron las puertas. Escribir no era una ocupación propia de seƱoritas. Su padre, el famoso escritor Prudenci Bertrana, le prohibió dedicarse a las letras pues bien era sabido que una niƱa debĆa emplear sus dedos y sus dĆas en algo mĆ”s femenino que el pensamiento, un territorio que los hombres habĆan cercado para ellos con una alambrada de pinchos alrededor.
La chelista montó en Ginebra la primera banda de jazz de Europa en la que solo tocaban mujeres. Eran los āmaravillosos aƱos 20ā y los supervivientes de la Gran Guerra ardĆan en deseos de divertirse porque sabĆan que la vida podĆa extinguirse tan rĆ”pido como el papel de fumar. Un dĆa invitaron a la banda de jazz a dar un concierto en la radio. En la emisora habĆa un hombre, Monsieur Choffat, que se fijó en las piernas de la catalana. El ingeniero elĆ©ctrico, primero, le pidió que le diera clases de espaƱol; despuĆ©s, le pidió matrimonio.
Aquello no despertó en Bertrana un derroche de pasión. MĆ”s bien se impuso lo que en sus memorias llamó el Ā«sentido comĆŗnĀ». El 30 de mayo de 1925 se celebró una boda que, mĆ”s que a ella, hizo felices a sus padres porque pensaban que la niƱa āhabĆa cazado un buen partidoā. No fue asĆ. Apenas unos dĆas antes de la boda, Monsieur Choffat le confesó que no tenĆa un franco.
En aquella ruina, Aurora Bertrana vio una oportunidad. La catalana convenció a su marido para que buscara un trabajo en algĆŗn paĆs exótico y pronto lo halló en la Polinesia. Ā«Era como un sueƱo deslumbrante, como apartar una cortina encima de un insospechado paĆs de hadasĀ», escribió en las memorias que publicó en los aƱos 70.
Bertrana recorrió bibliotecas de ParĆs y Madrid para documentarse y conocer los datos acadĆ©micos de aquel lugar lejano antes de encontrarse con lo que solo sus sentidos le podĆan descubrir:
✍ Ā«El verde de la vegetación parecĆa reciĆ©n pintado, todavĆa mojado y brillante de barniz. En la transparencia del agua, inmóvil, se reflejaban, con una exactitud fascinadora, los cobertizos, las barracas y los Ć”rboles próximos; el colorido del vestido de los indĆgenas que desde el muelle contemplaban el Luqsor y, sobre todo, el cielo, de un azul refulgente, de un azul de esmalteĀ».

La autora vivió en Papeete, la capital polinesia, de 1926 a 1929. Desde allĆ enviaba unas crónicas que los lectores de los periódicos catalanes devoraban entre escandalizados y hechizados y que mĆ”s tarde, a su vuelta a Barcelona, publicó en un libro titulado ParaĆsos OceĆ”nicos (1930) que ahora reedita la editorial :Rata_. Ā«La edición se agotó en quince dĆas, aunque el ejemplar se vendĆa a quince pesetas, unas quinientas de hoy. La obra fue no solo un gran Ć©xito de venta, sino un gran Ć©xito literarioĀ», escribió en las memorias.
En Occidente vendĆa lo exótico pero, ademĆ”s, no acostumbraban a leer letras tan liberadas. Bertrana miraba desde la libertad, la curiosidad y el respeto. Dio un puntapiĆ© a los prejuicios gazmoƱos y beatos de la dictadura de Primo de Rivera y se atrevió a escribir lo que veĆa y sentĆa sin pasarlo por las rejillas de la moral católica.
Ensalzó escenas en las que los hombres y las mujeres colaboraban para preparar una cena juntos, sin la clÔsica división de sexos que en España arrastraba a las mujeres a la cocina mientras los hombres esperaban los platos calientes fumÔndose un puro. Ni siquiera tuvo miedo a poner ante los ojos de sus lectores asuntos tan impronunciables como el incesto, la poligamia y el canibalismo.
A ojos de Aurora Bertrana los ideales occidentales hacĆan aguas en aquellas islas del PacĆfico. No entendĆa la arrogancia de una cultura construida sobre una doble moral mientras las maorĆes disfrutaban del amor libre y les importaba un carajo el quĆ© dirĆ”n.
En aquel lugar al que miraban desde Europa con condescendencia como una isla de salvajes, las mujeres tenĆan una vida mucho mĆ”s plena. No estaban obligadas a casarse; muchas ni siquiera sabĆan quiĆ©n era el padre de sus hijos. Ā«Los hombres no se oponĆan al libre amor de las mujeres con las que se juntaban y se separaban sin pasar ni por el juzgado, ni por la vicarĆa. No tenĆan el instinto de posesión ni el mismo concepto del honor que los blancosĀ», relató en sus memorias.
Bertrana tiró al mar los dictados de su cultura y ensalzó la idea de la maternidad sin marido. Le admiraba que en la Polinesia no existieran los insultos de puta y bastardo. Ellas eran cortesanas respetadas, y los niƱos de padre desconocido eran simplemente niƱos, niƱos con la misma honra que cualquier otro. Los maorĆes, decĆa, entendĆan la familia Ā«en un sentido mucho mĆ”s amplio y generoso que nosotrosĀ».

Esa admiración por la libertad de la mujer siguió en las letras de Bertrana durante toda su vida. En una novela que publicó tres dĆ©cadas despuĆ©s de su viaje a la Polinesia volvió a hablar del sexo sin documentos ni formalismos. Ariatea, la mujer maorĆ que da nombre al relato, no se enamoraba de sus amantes. Ā«Sabe lo que es tener sexo, pero desconoce lo que quiere decir estar enamorada. En la obra, la protagonista se pregunta: āĀæQuĆ© quiere decir estar enamorada?āĀ», apunta Silvia Roig en su libro Aurora Bertrana, Innovación literaria y subversión de gĆ©nero. Ā«Bertrana plantea en la obra otras formas de vivir la sexualidad y sugiere que es mejor no enamorarse porque las relaciones amorosas de este tipo pueden arruinarle a uno la existencia y convertir la vida de pareja en una prisiónĀ».
DespuĆ©s de la Polinesia fue a explorar Marruecos. Sola; sin Monsieur Choffat. En los aƱos 30, Bertrana desafió la norma de viajar con un marido, un padre o un hombre que la protegiera. Le bastó su cuaderno de notas y una Kodak colgada al cuello para conseguir lo que querĆa: descubrir cómo era la vida de las mujeres musulmanas para contarlo en el diario La Publicitat y despuĆ©s en el libro El Marroc sensual i fanĆ tic en 1936.
Ese verano maldito estalló la guerra civil. La escritora, derrumbada, emigró a Suiza y allà esperó a su marido. Pero Monsieur Choffat no acudió al reencuentro. Huyó con su antigua secretaria y se unió al bando opuesto a Bertrana: los franquistas.
La periodista permaneció una dĆ©cada en el exilio y decidió volver el mismo aƱo en que Juanito Valderrama dedicaba la copla El emigrante a los que, como ella, la guerra o la posguerra los habĆa echado de su hogar.
āŖ Cuando salĆĀ de mi tierra
volvĆĀ la cara llorando
porque lo que mĆ”s querĆĀa
atrĆ”s me lo iba dejando ā«
En 1949 la catalana volvió a la casa de su familia para cuidar a su madre y a su tĆa. No se casó de nuevo. No quiso depender de un hombre nunca mĆ”s. Incluso habĆa soƱado Ā«con tener hijos sin la intervención directa del machoĀ», relató en sus memorias. Ā«Pensaba seriamente en la concepción artificial, de la que, naturalmente, no sabĆa ni que pudiera existirĀ».
Por sus Memòries fins al 1935 podrĆa parecer que a partir de 1950, Aurora Bertrana se dedica mĆ”s a escribir que a vivir. El paĆs al que habĆa vuelto era gris, mojigato, opresor. DecĆa que desde entonces habĆa huido de Ā«la vidaĀ» para Ā«vivir en sus obras literariasĀ»: novelas de ideasĀ tan avanzadas paraĀ aquella Ć©poca retrógrada y gazmoƱa queĀ hacĆan remover el culo de la silla aĀ los editores y censores que tenĆan que decidir si se publicaban o no. Hasta su muerte, que llegarĆa en 1974, pasaron aƱos Ā«sin ninguna aventura, aƱos mortecinos, aƱos grisesĀ». Ā«AhoraĀ», indicó en la primavera de 1969, Ā«mi patria sentimental son las hojas de papel donde, dĆa tras dĆa, escribo mis memoriasĀ».
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Aurora Bertrana no ha escapado del olvido al que han sido condenadas miles de mujeres ilustres. La historia la aplastó, como a tantas otras, bajo su apisonadora y acabó borrando su nombre y su obra de la literatura de viajes y del periodismo de principios del siglo XX.
El rĆ©gimen fascista que espolvoreó un ideal de mujer dócil y sumisa ignoró la obra de la escritora como el que echa una mantilla negra sobre un objeto que quiere ocultar, sin hacer ruido, para que nadie lo vea nunca. Bertrana estorbaba en el nuevo rĆ©gimen que se levantó de los escombros de la guerra porque era una mujer libre. Lo fue cuando decidió desatender los intentos de su madre para que aprendiera a coser y lo fue cuando cogĆa, a escondidas, libros de la biblioteca de su tĆo Albert.
La gerundense, nacida en 1892, siempre desoyó las crĆticas y los chismorreos de los guardianes de la moral. No le importaron los rumores que surgieron en Girona cuando a los 18 aƱos empezó a ir sola en tren a clases de mĆŗsica en Barcelona. Tampoco atendĆa al vicio de chismorrear que la Piquer pudo criticar en esta copla aprovechando el pequeƱo suspiro de libertad que trajo la Segunda RepĆŗblica:
⪠Se dice si va sola ”qué desgraciada es!
Se dice quƩ coqueta si con un hombre va.
Si ven a dos mujeres tambiƩn se dice que
el mundo estƔ al revƩs, la cosa es murmurar.
(…)
Amar, yo quiero amar con libertad
Porque nacĆ mujer
Para querer
Y hacer mi santa voluntad.
Amar, sin escuchar el quƩ dirƔn
Pues todo es hablar, hablar por no callar ā«
Desde pequeƱa Aurora Bertrana sintió en los hilos de coser el peso de unas cadenas. Eran hebras que acababan enredando y atrapando a las mujeres en la reclusión del hogar. Ā«Mientras nosotros tres, los hijos, dormĆamos y padre vagaba con sus compaƱeros por el barrio gótico, mamĆ” remendaba y repuntaba ropita sentada ante la mĆ”quina de coser bajo un quinquĆ© de petróleoĀ», recordaba en sus Memóries fins al 1935.
✍ Ā«Mi madre no tenĆa mĆ”s amigos ni compaƱeros que nosotros tres. Mi padre no la llevaba a ninguna parte: ni a pasear por el campo, ni al teatro, ni a reuniones, y ella nunca se quejaba ni suspiraba, ni tomaba puestos de mĆ”rtir como habrĆan hecho otras mujeres en su lugar. Y es cierto que no era por indiferencia hacia los viajes, el campo, las reuniones, la mĆŗsica, el teatro⦠Todo esto le gustaba, nos lo decĆa a menudoĀ».

A Aurora Bertrana nunca le interesó ese futuro envuelto en ovillos y dedales que todos esperaban de ella. No entendĆa por quĆ© los hombres debĆan ser valientes e independientes, y las mujeres, sumisas y abnegadas. Ella se rebeló. De niƱa, jugó mĆ”s con niƱos que con muƱecas, y de mayor, se rodeó de amigos porque con ellos podĆa hablar de cultura y polĆtica. Muchas mujeres, en cambio, se mantenĆan al margen. En los colegios y en sus casas las apartaban de esos temas de varones y les hacĆan creer que su destino era la cocina y la gobernanza del hogar.
Empezaba el siglo XX y Emilia Pardo BazĆ”n tiraba la toalla. El mismo aƱo que nació Bertrana, 1892, la escritora habĆa fundado La biblioteca de la mujer para Ā«difundir en EspaƱa las obras del alto feminismo extranjeroĀ». Pero esta colección de libros pasó sin pena ni gloria. No interesó a nadie y en 1913 la gallega escribió una carta a su amigo Alejandro Barreiro, el director de La Voz de Galicia, en la que decĆa:
✍ Ā«He visto, sin gĆ©nero de duda, que aquĆ a nadie le preocupan gran cosa estas cuestiones, y a la mujer, aĆŗn menos. Cuando por caso insólito, la mujer se mezcla en polĆtica, pide varias cosas distintas, pero ninguna que directamente, como tal mujer, le interese y convenga. AquĆ no hay sufragistas, ni mansas ni bravas. En vista de lo cual, y no gustando de luchas sin ambiente, he resuelto prestar amplitud a la sección de economĆa domĆ©stica de dicha Biblioteca, y ya que no es Ćŗtil hablar de derechos y adelantos femeninos, tratar gratamente de cómo se prepara escabeche de perdices y la bizcochada de almendraĀ».
Bertrana, de niña, vio en la lectura y la escritura el embarcadero por donde huir de una educación que, en nombre de lo femenino, castraba a la mujer. A los 21 años por fin pudo montar en un tren con destino a Suiza. Allà la esperaban para tocar el violoncelo en un hotel de las montañas.
La gerundense habĆa hallado en la mĆŗsica su vĆa de escape porque en la literatura, lo que mĆ”s amaba, le cerraron las puertas. Escribir no era una ocupación propia de seƱoritas. Su padre, el famoso escritor Prudenci Bertrana, le prohibió dedicarse a las letras pues bien era sabido que una niƱa debĆa emplear sus dedos y sus dĆas en algo mĆ”s femenino que el pensamiento, un territorio que los hombres habĆan cercado para ellos con una alambrada de pinchos alrededor.
La chelista montó en Ginebra la primera banda de jazz de Europa en la que solo tocaban mujeres. Eran los āmaravillosos aƱos 20ā y los supervivientes de la Gran Guerra ardĆan en deseos de divertirse porque sabĆan que la vida podĆa extinguirse tan rĆ”pido como el papel de fumar. Un dĆa invitaron a la banda de jazz a dar un concierto en la radio. En la emisora habĆa un hombre, Monsieur Choffat, que se fijó en las piernas de la catalana. El ingeniero elĆ©ctrico, primero, le pidió que le diera clases de espaƱol; despuĆ©s, le pidió matrimonio.
Aquello no despertó en Bertrana un derroche de pasión. MĆ”s bien se impuso lo que en sus memorias llamó el Ā«sentido comĆŗnĀ». El 30 de mayo de 1925 se celebró una boda que, mĆ”s que a ella, hizo felices a sus padres porque pensaban que la niƱa āhabĆa cazado un buen partidoā. No fue asĆ. Apenas unos dĆas antes de la boda, Monsieur Choffat le confesó que no tenĆa un franco.
En aquella ruina, Aurora Bertrana vio una oportunidad. La catalana convenció a su marido para que buscara un trabajo en algĆŗn paĆs exótico y pronto lo halló en la Polinesia. Ā«Era como un sueƱo deslumbrante, como apartar una cortina encima de un insospechado paĆs de hadasĀ», escribió en las memorias que publicó en los aƱos 70.
Bertrana recorrió bibliotecas de ParĆs y Madrid para documentarse y conocer los datos acadĆ©micos de aquel lugar lejano antes de encontrarse con lo que solo sus sentidos le podĆan descubrir:
✍ Ā«El verde de la vegetación parecĆa reciĆ©n pintado, todavĆa mojado y brillante de barniz. En la transparencia del agua, inmóvil, se reflejaban, con una exactitud fascinadora, los cobertizos, las barracas y los Ć”rboles próximos; el colorido del vestido de los indĆgenas que desde el muelle contemplaban el Luqsor y, sobre todo, el cielo, de un azul refulgente, de un azul de esmalteĀ».

La autora vivió en Papeete, la capital polinesia, de 1926 a 1929. Desde allĆ enviaba unas crónicas que los lectores de los periódicos catalanes devoraban entre escandalizados y hechizados y que mĆ”s tarde, a su vuelta a Barcelona, publicó en un libro titulado ParaĆsos OceĆ”nicos (1930) que ahora reedita la editorial :Rata_. Ā«La edición se agotó en quince dĆas, aunque el ejemplar se vendĆa a quince pesetas, unas quinientas de hoy. La obra fue no solo un gran Ć©xito de venta, sino un gran Ć©xito literarioĀ», escribió en las memorias.
En Occidente vendĆa lo exótico pero, ademĆ”s, no acostumbraban a leer letras tan liberadas. Bertrana miraba desde la libertad, la curiosidad y el respeto. Dio un puntapiĆ© a los prejuicios gazmoƱos y beatos de la dictadura de Primo de Rivera y se atrevió a escribir lo que veĆa y sentĆa sin pasarlo por las rejillas de la moral católica.
Ensalzó escenas en las que los hombres y las mujeres colaboraban para preparar una cena juntos, sin la clÔsica división de sexos que en España arrastraba a las mujeres a la cocina mientras los hombres esperaban los platos calientes fumÔndose un puro. Ni siquiera tuvo miedo a poner ante los ojos de sus lectores asuntos tan impronunciables como el incesto, la poligamia y el canibalismo.
A ojos de Aurora Bertrana los ideales occidentales hacĆan aguas en aquellas islas del PacĆfico. No entendĆa la arrogancia de una cultura construida sobre una doble moral mientras las maorĆes disfrutaban del amor libre y les importaba un carajo el quĆ© dirĆ”n.
En aquel lugar al que miraban desde Europa con condescendencia como una isla de salvajes, las mujeres tenĆan una vida mucho mĆ”s plena. No estaban obligadas a casarse; muchas ni siquiera sabĆan quiĆ©n era el padre de sus hijos. Ā«Los hombres no se oponĆan al libre amor de las mujeres con las que se juntaban y se separaban sin pasar ni por el juzgado, ni por la vicarĆa. No tenĆan el instinto de posesión ni el mismo concepto del honor que los blancosĀ», relató en sus memorias.
Bertrana tiró al mar los dictados de su cultura y ensalzó la idea de la maternidad sin marido. Le admiraba que en la Polinesia no existieran los insultos de puta y bastardo. Ellas eran cortesanas respetadas, y los niƱos de padre desconocido eran simplemente niƱos, niƱos con la misma honra que cualquier otro. Los maorĆes, decĆa, entendĆan la familia Ā«en un sentido mucho mĆ”s amplio y generoso que nosotrosĀ».

Esa admiración por la libertad de la mujer siguió en las letras de Bertrana durante toda su vida. En una novela que publicó tres dĆ©cadas despuĆ©s de su viaje a la Polinesia volvió a hablar del sexo sin documentos ni formalismos. Ariatea, la mujer maorĆ que da nombre al relato, no se enamoraba de sus amantes. Ā«Sabe lo que es tener sexo, pero desconoce lo que quiere decir estar enamorada. En la obra, la protagonista se pregunta: āĀæQuĆ© quiere decir estar enamorada?āĀ», apunta Silvia Roig en su libro Aurora Bertrana, Innovación literaria y subversión de gĆ©nero. Ā«Bertrana plantea en la obra otras formas de vivir la sexualidad y sugiere que es mejor no enamorarse porque las relaciones amorosas de este tipo pueden arruinarle a uno la existencia y convertir la vida de pareja en una prisiónĀ».
DespuĆ©s de la Polinesia fue a explorar Marruecos. Sola; sin Monsieur Choffat. En los aƱos 30, Bertrana desafió la norma de viajar con un marido, un padre o un hombre que la protegiera. Le bastó su cuaderno de notas y una Kodak colgada al cuello para conseguir lo que querĆa: descubrir cómo era la vida de las mujeres musulmanas para contarlo en el diario La Publicitat y despuĆ©s en el libro El Marroc sensual i fanĆ tic en 1936.
Ese verano maldito estalló la guerra civil. La escritora, derrumbada, emigró a Suiza y allà esperó a su marido. Pero Monsieur Choffat no acudió al reencuentro. Huyó con su antigua secretaria y se unió al bando opuesto a Bertrana: los franquistas.
La periodista permaneció una dĆ©cada en el exilio y decidió volver el mismo aƱo en que Juanito Valderrama dedicaba la copla El emigrante a los que, como ella, la guerra o la posguerra los habĆa echado de su hogar.
āŖ Cuando salĆĀ de mi tierra
volvĆĀ la cara llorando
porque lo que mĆ”s querĆĀa
atrĆ”s me lo iba dejando ā«
En 1949 la catalana volvió a la casa de su familia para cuidar a su madre y a su tĆa. No se casó de nuevo. No quiso depender de un hombre nunca mĆ”s. Incluso habĆa soƱado Ā«con tener hijos sin la intervención directa del machoĀ», relató en sus memorias. Ā«Pensaba seriamente en la concepción artificial, de la que, naturalmente, no sabĆa ni que pudiera existirĀ».
Por sus Memòries fins al 1935 podrĆa parecer que a partir de 1950, Aurora Bertrana se dedica mĆ”s a escribir que a vivir. El paĆs al que habĆa vuelto era gris, mojigato, opresor. DecĆa que desde entonces habĆa huido de Ā«la vidaĀ» para Ā«vivir en sus obras literariasĀ»: novelas de ideasĀ tan avanzadas paraĀ aquella Ć©poca retrógrada y gazmoƱa queĀ hacĆan remover el culo de la silla aĀ los editores y censores que tenĆan que decidir si se publicaban o no. Hasta su muerte, que llegarĆa en 1974, pasaron aƱos Ā«sin ninguna aventura, aƱos mortecinos, aƱos grisesĀ». Ā«AhoraĀ», indicó en la primavera de 1969, Ā«mi patria sentimental son las hojas de papel donde, dĆa tras dĆa, escribo mis memoriasĀ».
Gracias por descubrirnos la increĆble vida y obra de Aurora Bertrana, ejemplo e ideal de independencia, libertad, cultura, feminismo, superación, aventura, valentĆa, dignidad, derechos civiles, amante de la vida y denostadora de la moral cavernĆcola, motivo por el que pagó un injusto olvido por parte de una complacida y arrogante sociedad menos avanzada que ella. A ti no te pasarĆ”, creo.
Una pena que la República desapareciera, y con ella la España de las libertades y la creatividad sin censura.
Interesante artĆculo.
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