10 de julio 2018    /   IDEAS
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Un balĂłn de fĂștbol en el espacio

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El balĂłn oficial utilizado en el partido inaugural del mundial de 2018 en Rusia pasĂł una temporada en el espacio. Unos dĂ­as antes del comienzo de este evento, el cosmonauta ruso Anton Shklaprov, comandante de la expediciĂłn 55 a la EstaciĂłn Espacial Internacional, lo bajĂł del espacio, donde habĂ­a permanecido con los astronautas durante varias semanas.

Se puede incluso ver un vĂ­deo del propio Shklaprov junto a su compañero Oleg Artemyev echando una pachanguita en ingravidez con el mismĂ­simo balĂłn que se posĂł en la hierba del estadio Luzhniki de MoscĂș.

El Telstar 18, el balón del mundial de Rusia, es un homenaje al primer balón de Adidas para un mundial, el primer Telstar. El nombre viene de un satélite americano de telecomunicaciones, un pionero en eso de la tele por satélite que nos permite ver, entre otras cosas, los mundiales.

Tiene su guasa que sea en un mundial en Rusia, para el que Estados Unidos no se ha clasificado, en el que ruede un baloncito que lleva el nombre de uno de los triunfos americanos en la carrera tecnolĂłgica que marcĂł la guerra frĂ­a.

Pero no es el Telstar que Shklaprov bajĂł del espacio el Ășnico balĂłn que ha estado en Ăłrbita. Una historia mucho mĂĄs dramĂĄtica es la del balĂłn de fĂștbol que recibiĂł el astronauta Ellison Onizuka del equipo de fĂștbol de un instituto cercano al Centro Espacial Johnson de la NASA. Entre los miembros del equipo estaba la hija del propio Onizuka, que firmĂł con sus compañeros aquĂ©l balĂłn que el 28 de enero de 1986 subiĂł al Challenger.

Recuerdan el momento, seguro, es una de esas cosas que no se olvidan. El Challenger explotó a los 73 segundos del despegue, y el mundo observó enmudecido aquella nube espectacular y violenta retransmitida en directo por CNN y que se llevó a los siete tripulantes. Por increíble que parezca, el balón que llevaba Onizuka sobrevivió a la explosión y se le encontró flotando en el océano entre los restos del Challenger. Fue devuelto al instituto, donde ha estado expuesto durante treinta años.

Pero volviĂł al espacio. A finales de 2016, el astronauta de la expediciĂłn 50 Shane Kimbrough, cuyo hijo estudia en aquel mismo instituto, subiĂł el balĂłn a la EstaciĂłn Espacial Internacional. La foto del balĂłn flotando en el espacio con la Tierra de fondo es una de las imĂĄgenes que encierra esa cierta poesĂ­a que tienen las fotos del espacio.

A la belleza del encuadre y a la sorpresa de ver un objeto cotidiano en una situaciĂłn extraordinaria, se une el peso de la historia de esa especie de superviviente de la explosiĂłn del Challenger, que flota indiferente desde un lugar al que su misiĂłn original nunca llegĂł.

Unos meses mĂĄs tarde del accidente del Challenger comenzĂł en MĂ©xico el mundial de fĂștbol de 1986 que acabĂł ganando la Argentina de Maradona. Aquel mundial dejĂł el mejor gol de la historia, sĂ­, pero serĂĄ recordado sobre todo por aquel otro, el de la Mano de Dios, que el Pelusa le colĂł a Inglaterra en una especie de raquĂ­tica venganza por la humillaciĂłn de las Malvinas. En ocasiones el fĂștbol, esa pesadez tantas veces insoportable, se acerca tambiĂ©n a cierta forma de poesĂ­a.

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El balĂłn oficial utilizado en el partido inaugural del mundial de 2018 en Rusia pasĂł una temporada en el espacio. Unos dĂ­as antes del comienzo de este evento, el cosmonauta ruso Anton Shklaprov, comandante de la expediciĂłn 55 a la EstaciĂłn Espacial Internacional, lo bajĂł del espacio, donde habĂ­a permanecido con los astronautas durante varias semanas.

Se puede incluso ver un vĂ­deo del propio Shklaprov junto a su compañero Oleg Artemyev echando una pachanguita en ingravidez con el mismĂ­simo balĂłn que se posĂł en la hierba del estadio Luzhniki de MoscĂș.

El Telstar 18, el balón del mundial de Rusia, es un homenaje al primer balón de Adidas para un mundial, el primer Telstar. El nombre viene de un satélite americano de telecomunicaciones, un pionero en eso de la tele por satélite que nos permite ver, entre otras cosas, los mundiales.

Tiene su guasa que sea en un mundial en Rusia, para el que Estados Unidos no se ha clasificado, en el que ruede un baloncito que lleva el nombre de uno de los triunfos americanos en la carrera tecnolĂłgica que marcĂł la guerra frĂ­a.

Pero no es el Telstar que Shklaprov bajĂł del espacio el Ășnico balĂłn que ha estado en Ăłrbita. Una historia mucho mĂĄs dramĂĄtica es la del balĂłn de fĂștbol que recibiĂł el astronauta Ellison Onizuka del equipo de fĂștbol de un instituto cercano al Centro Espacial Johnson de la NASA. Entre los miembros del equipo estaba la hija del propio Onizuka, que firmĂł con sus compañeros aquĂ©l balĂłn que el 28 de enero de 1986 subiĂł al Challenger.

Recuerdan el momento, seguro, es una de esas cosas que no se olvidan. El Challenger explotó a los 73 segundos del despegue, y el mundo observó enmudecido aquella nube espectacular y violenta retransmitida en directo por CNN y que se llevó a los siete tripulantes. Por increíble que parezca, el balón que llevaba Onizuka sobrevivió a la explosión y se le encontró flotando en el océano entre los restos del Challenger. Fue devuelto al instituto, donde ha estado expuesto durante treinta años.

Pero volviĂł al espacio. A finales de 2016, el astronauta de la expediciĂłn 50 Shane Kimbrough, cuyo hijo estudia en aquel mismo instituto, subiĂł el balĂłn a la EstaciĂłn Espacial Internacional. La foto del balĂłn flotando en el espacio con la Tierra de fondo es una de las imĂĄgenes que encierra esa cierta poesĂ­a que tienen las fotos del espacio.

A la belleza del encuadre y a la sorpresa de ver un objeto cotidiano en una situaciĂłn extraordinaria, se une el peso de la historia de esa especie de superviviente de la explosiĂłn del Challenger, que flota indiferente desde un lugar al que su misiĂłn original nunca llegĂł.

Unos meses mĂĄs tarde del accidente del Challenger comenzĂł en MĂ©xico el mundial de fĂștbol de 1986 que acabĂł ganando la Argentina de Maradona. Aquel mundial dejĂł el mejor gol de la historia, sĂ­, pero serĂĄ recordado sobre todo por aquel otro, el de la Mano de Dios, que el Pelusa le colĂł a Inglaterra en una especie de raquĂ­tica venganza por la humillaciĂłn de las Malvinas. En ocasiones el fĂștbol, esa pesadez tantas veces insoportable, se acerca tambiĂ©n a cierta forma de poesĂ­a.

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