Básicamente, un banco zombie es una entidad cuyo pasivo supera sus activos, teniendo lo que se llama un patrimonio neto negativo, siendo el valor de lo que debe superior al de lo que posee. John Lancaster, en Whoops! Why Everyone Owes Everyone and No One Can Pay, los define como «un banco que está muerto pero mantiene una seudovida porque (en general) un gobierno excesivamente indulgente le permite seguir operando» y atribuye su creación a una «relación demasiado permisiva entre bancos y Estado que, a partir de 1989, transformó la maravilla que era la economÃa japonesa en un comatoso espectador de la economÃa mundial».
España, por supuesto, tiene los suyos. «Pese a los esfuerzos de los reguladores europeos para camuflar sus bancos zombies como si fueran lo suficientemente fuertes para afrontar los problemas de la región», escribe Yalman Onaran en su libro Zombie Banks: How Broken Banks and Debtor Nations Are Crippling the Global Economy, «los mercados no confÃan en los zombies y no les prestan, por lo que tiene que confiar en el BCE». Mario Draghi y su ‘haremos todo lo necesario’.
«En caso de no lograr el capital por sà mismos, el Gobierno echarÃa una mano». La solución final fue la creación de la Sareb, el banco malo donde se concentran los activos tóxicos, y las inyecciones de capital a la banca.
«La economÃa no puede recuperarse hasta que los zombies sean eliminados», escribe Lancaster en Whoops!; «Occidente no dio muestras de contención en la brutalidad cuando le aconsejó a los japoneses que se apretaran el cinturón y acabaran ya con sus zombies, pero fuimos mucho más lentos a la hora de seguir nuestro propio consejo». En esencia, es mucho más fácil ser radical en las soluciones cuando estas se aplican a miles de kilómetros o en mundos de ficción.
Básicamente, un banco zombie es una entidad cuyo pasivo supera sus activos, teniendo lo que se llama un patrimonio neto negativo, siendo el valor de lo que debe superior al de lo que posee. John Lancaster, en Whoops! Why Everyone Owes Everyone and No One Can Pay, los define como «un banco que está muerto pero mantiene una seudovida porque (en general) un gobierno excesivamente indulgente le permite seguir operando» y atribuye su creación a una «relación demasiado permisiva entre bancos y Estado que, a partir de 1989, transformó la maravilla que era la economÃa japonesa en un comatoso espectador de la economÃa mundial».
España, por supuesto, tiene los suyos. «Pese a los esfuerzos de los reguladores europeos para camuflar sus bancos zombies como si fueran lo suficientemente fuertes para afrontar los problemas de la región», escribe Yalman Onaran en su libro Zombie Banks: How Broken Banks and Debtor Nations Are Crippling the Global Economy, «los mercados no confÃan en los zombies y no les prestan, por lo que tiene que confiar en el BCE». Mario Draghi y su ‘haremos todo lo necesario’.
«En caso de no lograr el capital por sà mismos, el Gobierno echarÃa una mano». La solución final fue la creación de la Sareb, el banco malo donde se concentran los activos tóxicos, y las inyecciones de capital a la banca.
«La economÃa no puede recuperarse hasta que los zombies sean eliminados», escribe Lancaster en Whoops!; «Occidente no dio muestras de contención en la brutalidad cuando le aconsejó a los japoneses que se apretaran el cinturón y acabaran ya con sus zombies, pero fuimos mucho más lentos a la hora de seguir nuestro propio consejo». En esencia, es mucho más fácil ser radical en las soluciones cuando estas se aplican a miles de kilómetros o en mundos de ficción.