Barrios que gritan tu clase social: la puntuación que determina tu estrato en Colombia

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Hay un lugar en el mundo donde se puede pasar de una clase social a otra cruzando a una calle. AsĆ ocurre en Colombia. La sociedad en el paĆs latinoamericano estĆ” segmentada por ley nacional segĆŗn su situación socioeconómica. Tal estratificación se basa, curiosamente, no en los ingresos familiares, sino en la calidad de los materiales empleados en la construcción de las viviendas y en la calidad del entorno que rodea la residencia.
Es el Ćŗnico paĆs del mundo que lo hace de esta manera. De esa forma, es posible pasar de un estrato a otro cambiando de acera, literalmente. La información es pĆŗblica y repetitiva, ya que todos los habitantes conocen a quĆ© estrato pertenece cada barrio y a los vecinos les recuerdan mensualmente a quĆ© estrato pertenecen en las facturas de sus servicios pĆŗblicos. Tal mecanismo tiene una lógica de redistribución de riqueza, pero acaba por afectar tambiĆ©n a la forma en la que los colombianos conviven en sus ciudades.
La división se produce de la siguiente manera: las personas pertenecientes a los estratos 1, 2 y 3, considerados bajos, tienen derecho a recibir subsidios en los servicios públicos; los del nivel 4 ni reciben ni pagan; y los que escalan hasta el nivel 5 y 6 deben pagar una contribución sobre el valor de los servicios públicos domiciliarios.
La estratificación se realiza con el objetivo de focalizar subsidios para que los hogares mÔs baratos y ubicados en las zonas menos desarrolladas tengan la posibilidad de acceder a los servicios colectivos de agua potable, electricidad, alcantarillado, gas, teléfono y el impuesto predial que se le atribuye a cada vivienda. Existe, por tanto, un sistema de subsidios cruzados por el cual las personas mÔs ricas pagan mÔs de lo que gastan, con el fin de colaborar con los mÔs pobres.
Hasta aquà parece una fórmula de equidad social acertada, aunque algo peregrina y que parece chocante para el forÔneo, debido a la ausencia de este sistema en el resto del mundo. La otra cara de la moneda es la influencia que tiene este sistema en la forma en la que los colombianos se miran a la cara, se mezclan y se etiquetan.
Consecuencia de polĆticas neoliberales
Pero sigamos con su origen, porque en Ć©l podremos analizar los barros que ofrecen los lodos que hoy se viven. El sistema de estratificación social nace de un paradigma de gestión pĆŗblica basado en polĆticas neoliberales. La apertura económica que vivió la economĆa colombiana a finales de los aƱos 80 y finales de los 90 tuvo como consecuencia la privatización de las empresas pĆŗblicas del paĆs, encargadas de posibilitar los servicios bĆ”sicos a sus ciudadanos.
Esta tendencia se dio de bruces contra una realidad: la enorme desigualdad de los colombianos y que imposibilitaba el pago de esos servicios a la mayorĆa de la población. Para tratar de corregir esta situación, en 1994 se impulsó la Ley Nacional de Servicios PĆŗblicos, sobre la que se asienta esta estratificación, aunque ya se producĆa en algunas ciudades del paĆs de manera aislada.
En la actualidad, la mayorĆa de las metrópolis estĆ”n segmentadas, mientras que en el Ć”mbito rural esta polĆtica todavĆa no se ha impulsado a pesar de que estĆ” incluido en la normativa.
Pero Āæcómo afecta esta parcelación en el estilo de vida, prejuicios y forma de pensar de los ciudadanos? No vamos a descubrir la penicilina si indicamos que todas las sociedades en el mundo contienen un proceso etĆ©reo, caprichoso a veces, por el cual las personas acaban etiquetĆ”ndose segĆŗn reglas y procedimientos de diversa Ćndole. A bote pronto, podrĆamos decir que el barrio donde se vive condiciona la imagen de sus vecinos.
Por ejemplo, no sĆ© si ustedes lo habrĆ”n hecho, pero yo, siempre que hay elecciones, me dirijo rĆ”pidamente a los resultados por barrios de mi ciudad para poder vituperar sin piedad y con argumentos a los que han sido electores de los partidos polĆticos que yo no he votado, y que viven en barrios de condiciones socioeconómicas diferentes a las mĆas.
Encasillo, por supuesto, utilizo los prejuicios en la calentura poselectoral āĀæhay otra forma?ā, pero tambiĆ©n es cierto que las leyes no me recuerdan constantemente que quien tengo enfrente es diferente. Por eso me acabo olvidando. En cambio, la estratificación oficial de la sociedad colombiana acarrea una profundización y consolidación en la inevitable parcelación social que se produce en cualquier ciudad del mundo.
Este sistema, vigente desde los aƱos 80 en algunas ciudades y que estĆ” totalmente asentado en la mentalidad de los colombianos, se ha convertido, segĆŗn la socióloga Consuelo Uribe Mallarino, experta en la materia y autora de este artĆculo basado en dos estudios entre los aƱos 2004 y 2007, Ā«en el mĆ©todo preponderante por el cual los colombianos de zonas urbanas entienden el orden socialĀ». Es habitual escuchar en una conversación: Ā«Vive en un estrato 4, pero sus amigos son del 6, y sin embargo comenzó a salir con una chica del estrato 2Ā».
Suena al sistema de castas en India. Y sĆ, aunque no existe una ley que impida el paso de un estrato a otro, tal y como ocurrĆa en el hinduismo, Consuelo Uribe seƱala que Ā«la estratificación ha incidido en la segregación geogrĆ”fica de BogotĆ”, lo cual provoca en sus residentes la renuncia a aspirar a ascender de estrato y la permanencia en niveles por los que se recibe subsidioĀ».
Tiene su lógica, ya que parece difĆcil pensar que alguien quiera subir a un estrato superior para pagar mĆ”s por los servicios pĆŗblicos, cuando los beneficios de este ascenso no son notorios.
AdemÔs, si se pregunta a los ciudadanos de la ciudad dónde viven, suelen indicar con precisión su barrio. Esa información inmediatamente construye un prejuicio en el interlocutor, ya sea bueno o malo, acerca de la persona con la que habla. Este tipo de fronteras puede afectar tanto a la consecución de un empleo, al amor o a las relaciones sociales.
Sin mezclarse
En BogotĆ” es difĆcil encontrar lugares donde todos los estratos se junten y exista heterogeneidad entre sus vecinos. El transporte pĆŗblico es habitualmente utilizado por las personas de los estratos mĆ”s bajos, e incluso la propia red de autobuses utiliza diferentes vehĆculos segĆŗn el barrio hacia el que se dirijan.
A falta de la construcción de un metro en la capital colombiana, mĆ©todo de transporte que evidentemente consigue aunar personas de todas las clases sociales, el Ćŗnico evento que consigue mezclar a los bogotanos habitualmente es la ciclovĆa.
Cada domingo, se corta el trÔfico de coches en varias avenidas a lo largo de toda la ciudad para su uso deportivo. Es entonces cuando el habitante de BogotÔ puede ver a todas las clases de vecinos que le rodean, sin un número de estrato sobre su cabeza.
El resto de la semana, el bogotano de los estratos mĆ”s altos puede disfrutar de su ciudad sin mezclarse con personas que no pertenecen a su estrato. La magnitud de la ciudad tambiĆ©n condiciona este factor, porque implica que la mayorĆa de las personas que se lo pueden permitir residan cerca del trabajo, que habitualmente se encuentra en la zona noble de la ciudad.
Sin embargo, los que son mĆ”s vulnerables, y que de igual forma tienen que acudir a sus puestos de trabajo en las Ć”reas mĆ”s ricas, se ven obligados a pasar interminables horas en el transporte pĆŗblico que encalla en los numerosos atascos de BogotĆ”. Pero eso, los de los estratos mĆ”s altos sólo lo saben de oĆdas. Esta ausencia de convivencia entre los bogotanos Ā«debe ser subsanada en los próximos aƱosĀ», segĆŗn Uribe Mallarino, que aboga por Ā«encontrar una fórmula para la redistribución de la riqueza que no afecte al comportamiento social, y que se dirija mĆ”s hacia los ingresos familiares que a los barrios en los que viven las personasĀ».
Incluso el Departamento Administrativo Nacional de EstadĆstica de Colombia (DANE), organismo encargado de designar los estratos a los que pertenece cada zona de las ciudades, admite oficialmente que este sistema de estratos se ha perpetuado de tal manera en la población que Ā«en las telenovelas colombianasse ventilan las diferencias socioculturales inherentes a cada estratoĀ».
Contrario a esta forma de pensar, Liliana, habitante en una zona de estrato 4, reflexiona que no existe esta segregación de las personas segĆŗn el barrio. Ā«Yo tengo amigos de todos los estratos. El Ć”rea donde vives puede tener algo de influencia, pero muy poca. Creo que es importante hacerlo por edificios y barrios porque hay zonas que no tienen casi nada… Y no me refiero sólo a servicios bĆ”sicos, sino tambiĆ©n a centros comerciales, zonas verdes o parques para niƱos. Es una forma de intentar equilibrar un poco todoĀ».
Ana, habitante en la zona de estrato 1 en el barrio de Bosa, trabaja como limpiadora en diferentes casas de las zonas de los estratos mÔs altos. Su opinión es contraria. «A una la miran por encima del hombro cuando dice dónde vive. A la hora de encontrar trabajo yo no he visto discriminación, aunque es cierto que yo opto a labores de baja cualificación».
Ana explica su versión con resignación y se afana en dejar claro que el extranjero no suele tener esa división en la cabeza. «Al menos los que yo he conocido. En cambio, el colombiano sà saca conclusiones. Por ejemplo, las familias de estrato 6 no dejan que sus hijos o hijas se casen con personas de los estratos mÔs bajos. ¿Qué vas a sacar de esas ollas?, les dicen». Olla es la palabra despectiva que se usa en las zonas mÔs acomodadas para referirse a los barrios menos desarrollados.
Las cifras seƱalaban en mayo de 2015 que tres de cada cuatro colombianos pertenecen a los estratos 1, 2 y 3. Es decir, forman parte de aquellos que tienen derecho a recibir un subsidio para acceder a los servicios pĆŗblicos. Los datos oficiales suelen ser frĆos como las reglas colonialistas que trazaban las fronteras de los paĆses africanos.
Sin embargo, las consecuencias de esas divisiones alejadas de la realidad caen como una llovizna que en un principio no cala, pero que al final forma un barrizal en el que las sociedades se estacan y del que es muy difĆcil salir. Lo que en un principio pudo ser una solución a la inequidad económica puede acabar perpetuĆ”ndose como una división social transparente e inflexible.
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Hay un lugar en el mundo donde se puede pasar de una clase social a otra cruzando a una calle. AsĆ ocurre en Colombia. La sociedad en el paĆs latinoamericano estĆ” segmentada por ley nacional segĆŗn su situación socioeconómica. Tal estratificación se basa, curiosamente, no en los ingresos familiares, sino en la calidad de los materiales empleados en la construcción de las viviendas y en la calidad del entorno que rodea la residencia.
Es el Ćŗnico paĆs del mundo que lo hace de esta manera. De esa forma, es posible pasar de un estrato a otro cambiando de acera, literalmente. La información es pĆŗblica y repetitiva, ya que todos los habitantes conocen a quĆ© estrato pertenece cada barrio y a los vecinos les recuerdan mensualmente a quĆ© estrato pertenecen en las facturas de sus servicios pĆŗblicos. Tal mecanismo tiene una lógica de redistribución de riqueza, pero acaba por afectar tambiĆ©n a la forma en la que los colombianos conviven en sus ciudades.
La división se produce de la siguiente manera: las personas pertenecientes a los estratos 1, 2 y 3, considerados bajos, tienen derecho a recibir subsidios en los servicios públicos; los del nivel 4 ni reciben ni pagan; y los que escalan hasta el nivel 5 y 6 deben pagar una contribución sobre el valor de los servicios públicos domiciliarios.
La estratificación se realiza con el objetivo de focalizar subsidios para que los hogares mÔs baratos y ubicados en las zonas menos desarrolladas tengan la posibilidad de acceder a los servicios colectivos de agua potable, electricidad, alcantarillado, gas, teléfono y el impuesto predial que se le atribuye a cada vivienda. Existe, por tanto, un sistema de subsidios cruzados por el cual las personas mÔs ricas pagan mÔs de lo que gastan, con el fin de colaborar con los mÔs pobres.
Hasta aquà parece una fórmula de equidad social acertada, aunque algo peregrina y que parece chocante para el forÔneo, debido a la ausencia de este sistema en el resto del mundo. La otra cara de la moneda es la influencia que tiene este sistema en la forma en la que los colombianos se miran a la cara, se mezclan y se etiquetan.
Consecuencia de polĆticas neoliberales
Pero sigamos con su origen, porque en Ć©l podremos analizar los barros que ofrecen los lodos que hoy se viven. El sistema de estratificación social nace de un paradigma de gestión pĆŗblica basado en polĆticas neoliberales. La apertura económica que vivió la economĆa colombiana a finales de los aƱos 80 y finales de los 90 tuvo como consecuencia la privatización de las empresas pĆŗblicas del paĆs, encargadas de posibilitar los servicios bĆ”sicos a sus ciudadanos.
Esta tendencia se dio de bruces contra una realidad: la enorme desigualdad de los colombianos y que imposibilitaba el pago de esos servicios a la mayorĆa de la población. Para tratar de corregir esta situación, en 1994 se impulsó la Ley Nacional de Servicios PĆŗblicos, sobre la que se asienta esta estratificación, aunque ya se producĆa en algunas ciudades del paĆs de manera aislada.
En la actualidad, la mayorĆa de las metrópolis estĆ”n segmentadas, mientras que en el Ć”mbito rural esta polĆtica todavĆa no se ha impulsado a pesar de que estĆ” incluido en la normativa.
Pero Āæcómo afecta esta parcelación en el estilo de vida, prejuicios y forma de pensar de los ciudadanos? No vamos a descubrir la penicilina si indicamos que todas las sociedades en el mundo contienen un proceso etĆ©reo, caprichoso a veces, por el cual las personas acaban etiquetĆ”ndose segĆŗn reglas y procedimientos de diversa Ćndole. A bote pronto, podrĆamos decir que el barrio donde se vive condiciona la imagen de sus vecinos.
Por ejemplo, no sĆ© si ustedes lo habrĆ”n hecho, pero yo, siempre que hay elecciones, me dirijo rĆ”pidamente a los resultados por barrios de mi ciudad para poder vituperar sin piedad y con argumentos a los que han sido electores de los partidos polĆticos que yo no he votado, y que viven en barrios de condiciones socioeconómicas diferentes a las mĆas.
Encasillo, por supuesto, utilizo los prejuicios en la calentura poselectoral āĀæhay otra forma?ā, pero tambiĆ©n es cierto que las leyes no me recuerdan constantemente que quien tengo enfrente es diferente. Por eso me acabo olvidando. En cambio, la estratificación oficial de la sociedad colombiana acarrea una profundización y consolidación en la inevitable parcelación social que se produce en cualquier ciudad del mundo.
Este sistema, vigente desde los aƱos 80 en algunas ciudades y que estĆ” totalmente asentado en la mentalidad de los colombianos, se ha convertido, segĆŗn la socióloga Consuelo Uribe Mallarino, experta en la materia y autora de este artĆculo basado en dos estudios entre los aƱos 2004 y 2007, Ā«en el mĆ©todo preponderante por el cual los colombianos de zonas urbanas entienden el orden socialĀ». Es habitual escuchar en una conversación: Ā«Vive en un estrato 4, pero sus amigos son del 6, y sin embargo comenzó a salir con una chica del estrato 2Ā».
Suena al sistema de castas en India. Y sĆ, aunque no existe una ley que impida el paso de un estrato a otro, tal y como ocurrĆa en el hinduismo, Consuelo Uribe seƱala que Ā«la estratificación ha incidido en la segregación geogrĆ”fica de BogotĆ”, lo cual provoca en sus residentes la renuncia a aspirar a ascender de estrato y la permanencia en niveles por los que se recibe subsidioĀ».
Tiene su lógica, ya que parece difĆcil pensar que alguien quiera subir a un estrato superior para pagar mĆ”s por los servicios pĆŗblicos, cuando los beneficios de este ascenso no son notorios.
AdemÔs, si se pregunta a los ciudadanos de la ciudad dónde viven, suelen indicar con precisión su barrio. Esa información inmediatamente construye un prejuicio en el interlocutor, ya sea bueno o malo, acerca de la persona con la que habla. Este tipo de fronteras puede afectar tanto a la consecución de un empleo, al amor o a las relaciones sociales.
Sin mezclarse
En BogotĆ” es difĆcil encontrar lugares donde todos los estratos se junten y exista heterogeneidad entre sus vecinos. El transporte pĆŗblico es habitualmente utilizado por las personas de los estratos mĆ”s bajos, e incluso la propia red de autobuses utiliza diferentes vehĆculos segĆŗn el barrio hacia el que se dirijan.
A falta de la construcción de un metro en la capital colombiana, mĆ©todo de transporte que evidentemente consigue aunar personas de todas las clases sociales, el Ćŗnico evento que consigue mezclar a los bogotanos habitualmente es la ciclovĆa.
Cada domingo, se corta el trÔfico de coches en varias avenidas a lo largo de toda la ciudad para su uso deportivo. Es entonces cuando el habitante de BogotÔ puede ver a todas las clases de vecinos que le rodean, sin un número de estrato sobre su cabeza.
El resto de la semana, el bogotano de los estratos mĆ”s altos puede disfrutar de su ciudad sin mezclarse con personas que no pertenecen a su estrato. La magnitud de la ciudad tambiĆ©n condiciona este factor, porque implica que la mayorĆa de las personas que se lo pueden permitir residan cerca del trabajo, que habitualmente se encuentra en la zona noble de la ciudad.
Sin embargo, los que son mĆ”s vulnerables, y que de igual forma tienen que acudir a sus puestos de trabajo en las Ć”reas mĆ”s ricas, se ven obligados a pasar interminables horas en el transporte pĆŗblico que encalla en los numerosos atascos de BogotĆ”. Pero eso, los de los estratos mĆ”s altos sólo lo saben de oĆdas. Esta ausencia de convivencia entre los bogotanos Ā«debe ser subsanada en los próximos aƱosĀ», segĆŗn Uribe Mallarino, que aboga por Ā«encontrar una fórmula para la redistribución de la riqueza que no afecte al comportamiento social, y que se dirija mĆ”s hacia los ingresos familiares que a los barrios en los que viven las personasĀ».
Incluso el Departamento Administrativo Nacional de EstadĆstica de Colombia (DANE), organismo encargado de designar los estratos a los que pertenece cada zona de las ciudades, admite oficialmente que este sistema de estratos se ha perpetuado de tal manera en la población que Ā«en las telenovelas colombianasse ventilan las diferencias socioculturales inherentes a cada estratoĀ».
Contrario a esta forma de pensar, Liliana, habitante en una zona de estrato 4, reflexiona que no existe esta segregación de las personas segĆŗn el barrio. Ā«Yo tengo amigos de todos los estratos. El Ć”rea donde vives puede tener algo de influencia, pero muy poca. Creo que es importante hacerlo por edificios y barrios porque hay zonas que no tienen casi nada… Y no me refiero sólo a servicios bĆ”sicos, sino tambiĆ©n a centros comerciales, zonas verdes o parques para niƱos. Es una forma de intentar equilibrar un poco todoĀ».
Ana, habitante en la zona de estrato 1 en el barrio de Bosa, trabaja como limpiadora en diferentes casas de las zonas de los estratos mÔs altos. Su opinión es contraria. «A una la miran por encima del hombro cuando dice dónde vive. A la hora de encontrar trabajo yo no he visto discriminación, aunque es cierto que yo opto a labores de baja cualificación».
Ana explica su versión con resignación y se afana en dejar claro que el extranjero no suele tener esa división en la cabeza. «Al menos los que yo he conocido. En cambio, el colombiano sà saca conclusiones. Por ejemplo, las familias de estrato 6 no dejan que sus hijos o hijas se casen con personas de los estratos mÔs bajos. ¿Qué vas a sacar de esas ollas?, les dicen». Olla es la palabra despectiva que se usa en las zonas mÔs acomodadas para referirse a los barrios menos desarrollados.
Las cifras seƱalaban en mayo de 2015 que tres de cada cuatro colombianos pertenecen a los estratos 1, 2 y 3. Es decir, forman parte de aquellos que tienen derecho a recibir un subsidio para acceder a los servicios pĆŗblicos. Los datos oficiales suelen ser frĆos como las reglas colonialistas que trazaban las fronteras de los paĆses africanos.
Sin embargo, las consecuencias de esas divisiones alejadas de la realidad caen como una llovizna que en un principio no cala, pero que al final forma un barrizal en el que las sociedades se estacan y del que es muy difĆcil salir. Lo que en un principio pudo ser una solución a la inequidad económica puede acabar perpetuĆ”ndose como una división social transparente e inflexible.
Las clases sociales existen en todas partes, inclusive en la muy liberal Europa. ĀæAlguien en su sano juicio puede imaginar una unión matrimonial entre un descendiente de la Bonanova y un (o una) obrero raso y en paro en Barcelona?, habrĆ” algĆŗn que otro caso mĆ”s fruto de la rebeldĆa de la chico/a que cualquier otra cosa pero crĆ©anme que solamente estos caso se ven en telenovelas baratas.
Los estratos sociales colombianos son una manera bastante eficaz de repartir cargas y apoyar de manera efectiva a las clases mĆ”s desfavorecidas. TambiĆ©n es de recalcar, y eso no lo leĆ en el artĆculo, que en la medida que un barrio se desarrolla va subiendo de estatuto.
No es un sistema perfecto, ni mucho menos, pero por lo menos no castiga económicamente a los mÔs pobres y eso de por sà ya es un tremendo logro.
PregĆŗntese si un sistema similar no habrĆa evitado el desahucio de miles de familias en el muy noble y equitativo reino de espaƱa…
PD, en Colombia estĆ” prohibido por ley el corte de agua en cualquier estrato, en EspaƱa hasta donde yo sepa Agbar y otras empresas privadas similares no se privan de hacerlo…
Colombia no es ningun paraiso de la igualdad y de la proteccion social y la clase media ya no existe, que eso quede muy claro … donde cobren las tarifas sin subsidio, simplemente el 60 % de la poblacion no puede pagar los servicios publicos. Como decimos aca, vivimos con precios de Europa e ingresos de Africa. David Arevalo, que supongo es colombiano, sabe que el salario promedio de un trabajador en Colombia no sobrepasa los 400 dolares y con este sueldo malvive el 70 – 80 % de la poblacion y la poblacion que es subsidiada escasamente sobrevive.
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