El móvil tiene los dÃas contados. Bueno, es una frase hecha, los años. No muchos. Sucederá por una cuestión de postura.
La postura es importante; lo saben las religiones, los militares y los editores del Kamasutra. Determina nuestra actitud. Las religiones buscan concentración; los militares, disciplina; y los editores, ventas. En el caso de los ordenadores, nuestra postura solÃa ser de oficinista. La actitud era de tensión, trabajo. Por eso, nos dijeron que los artÃculos debÃan ser cortos y los vÃdeos no podÃan pasar de tres minutos. HabÃa prisa, y si no eras breve, no te miraban ni te leÃan.
A pesar de eso internet triunfó, es casi heroico.
Hasta que en el 2010 llegó la tableta, que Steve Jobs la presentó sentado en un sofá. Reconozco que, en aquel momento, no capté que estábamos ante el primer ordenador que se podÃa usar con la espalda hacia atrás. En vez de entusiasmarme por las posibilidades de una postura relajada, me pareció que Jobs se sentó porque el iPad era demasiado grande y pesado para usarlo de pie —que es como lo habÃa presentado todo hasta la fecha—. Tras el despiste inicial, con el tiempo (no mucho) la tableta nos gustó: en el sofá no tenÃamos la prisa del oficinista y podÃamos leer textos largos. Muy largos. Y ver vÃdeos de más de tres minutos.
Luego, de tres horas.
Más adelante aprovechas un fin de semana lluvioso para ver la primera temporada completa de una serie. Son trece capÃtulos. La mitad, en la cama. Compras más cojines para el cabezal y casi no usas el sofá. Ni la tele. En el ascensor, el vecino del tercero se queja de que tardaron más de una semana en reparar la antena y haces ver que lo sabÃas. Pero no.
¿Qué te está pasando?
La tableta está cambiando muchas cosas y el móvil también, pero fuera de casa algo falla: no es nada cómodo mientras andamos y en las reuniones no está bien visto. Nos hace andar cabizbajos perdiéndonos el entorno y quedamos mal si lo consultamos mientras estamos reunidos.
Tensión, otra vez.
Porque la postura es importante, el siguiente salto tecnológico tiene que permitirnos caminar con la cabeza bien alta. La voz es útil y está desaprovechada. Nuestro entorno, la imagen, también puede ser una interfaz. ¿Tienes hambre? Dilo en voz alta y verás dónde hay restaurantes alrededor de ti. Si eres celÃaco, algunos no aparecen. ¿Te interesa el de la esquina? O el del ático porque para tener visibilidad ya no hace falta estar a pie de calle. Si quieres escuchar la carta, mira el restaurante.
La informática de espalda hacia atrás redecora el hogar y la informática de cabeza erguida modificará la ciudad.
El móvil quedará sustituido por un mayordomo virtual que llevaremos siempre encima. Su forma fÃsica es un interrogante todavÃa. Le llaman wearable, también «el internet de las cosas». Es igual, no es importante. Imagino un e-mayordomo. Bautista mismo. Cuando trabaje para ti, con tu mano podrás trazar una X imaginaria sobre la página que ahora tienes delante. En lo sucesivo él te recordará que no te interesan los artÃculos de este iluminado.
El móvil tiene los dÃas contados. Bueno, es una frase hecha, los años. No muchos. Sucederá por una cuestión de postura.
La postura es importante; lo saben las religiones, los militares y los editores del Kamasutra. Determina nuestra actitud. Las religiones buscan concentración; los militares, disciplina; y los editores, ventas. En el caso de los ordenadores, nuestra postura solÃa ser de oficinista. La actitud era de tensión, trabajo. Por eso, nos dijeron que los artÃculos debÃan ser cortos y los vÃdeos no podÃan pasar de tres minutos. HabÃa prisa, y si no eras breve, no te miraban ni te leÃan.
A pesar de eso internet triunfó, es casi heroico.
Hasta que en el 2010 llegó la tableta, que Steve Jobs la presentó sentado en un sofá. Reconozco que, en aquel momento, no capté que estábamos ante el primer ordenador que se podÃa usar con la espalda hacia atrás. En vez de entusiasmarme por las posibilidades de una postura relajada, me pareció que Jobs se sentó porque el iPad era demasiado grande y pesado para usarlo de pie —que es como lo habÃa presentado todo hasta la fecha—. Tras el despiste inicial, con el tiempo (no mucho) la tableta nos gustó: en el sofá no tenÃamos la prisa del oficinista y podÃamos leer textos largos. Muy largos. Y ver vÃdeos de más de tres minutos.
Luego, de tres horas.
Más adelante aprovechas un fin de semana lluvioso para ver la primera temporada completa de una serie. Son trece capÃtulos. La mitad, en la cama. Compras más cojines para el cabezal y casi no usas el sofá. Ni la tele. En el ascensor, el vecino del tercero se queja de que tardaron más de una semana en reparar la antena y haces ver que lo sabÃas. Pero no.
¿Qué te está pasando?
La tableta está cambiando muchas cosas y el móvil también, pero fuera de casa algo falla: no es nada cómodo mientras andamos y en las reuniones no está bien visto. Nos hace andar cabizbajos perdiéndonos el entorno y quedamos mal si lo consultamos mientras estamos reunidos.
Tensión, otra vez.
Porque la postura es importante, el siguiente salto tecnológico tiene que permitirnos caminar con la cabeza bien alta. La voz es útil y está desaprovechada. Nuestro entorno, la imagen, también puede ser una interfaz. ¿Tienes hambre? Dilo en voz alta y verás dónde hay restaurantes alrededor de ti. Si eres celÃaco, algunos no aparecen. ¿Te interesa el de la esquina? O el del ático porque para tener visibilidad ya no hace falta estar a pie de calle. Si quieres escuchar la carta, mira el restaurante.
La informática de espalda hacia atrás redecora el hogar y la informática de cabeza erguida modificará la ciudad.
El móvil quedará sustituido por un mayordomo virtual que llevaremos siempre encima. Su forma fÃsica es un interrogante todavÃa. Le llaman wearable, también «el internet de las cosas». Es igual, no es importante. Imagino un e-mayordomo. Bautista mismo. Cuando trabaje para ti, con tu mano podrás trazar una X imaginaria sobre la página que ahora tienes delante. En lo sucesivo él te recordará que no te interesan los artÃculos de este iluminado.