Todo el mundo ha girado la vista alguna vez hacia Benidorm. Es la Meca del hedonismo saturado, del atascamiento estomacal, de la puesta a prueba del hĆgado, de las riadas de crema solar. Es la hĆ©gira de los guiris: al menos una vez en la vida deben peregrinar hacia allĆ (en avión, muchos no estĆ”n ya para caminar) para comer paellas con colorante.
Las imÔgenes que pululan de esta fracción de costa alicantina balizada de rascacielos ahondan, sobre todo, en la sordidez: borrachos, ancianos quemados, obesidades contentas, ansiosos cuerpos cincelados; es el Bienestar occidental convertido en monstruo. Pero un fotógrafo, Roberto Alcaraz, estÔ desarrollando en Instagram otra perspectiva: la belleza de Benidorm.
El primer acercamiento fotogrĆ”fico de Alcaraz a la ciudad seguĆa la lĆnea de reproducir estampas estrafalarias de los turistas, pero algo cambió: decidió levantar la vista y obviar a las personas. Ā«Al revisar mi trabajo, pensĆ© que en realidad no me querĆa reĆr de nadie ni ponerme en un escalón moral mĆ”s alto que la gente que va a veranear a BenidormĀ», recuerda.
AdemĆ”s, esa visión del fenómeno turĆstico ya habĆa sido desarrollada de forma sublime por maestros como Martin Parr. De modo que decidió centrarse en captar la realidad fĆsica de este rincón mediterrĆ”neo: Ā«De pronto, la gente empezó a decirme que las imĆ”genes les parecĆan bellasĀ», explica. La belleza no es un atributo que se asocie normalmente a Benidorm.


Ā«Veo Benidorm como un escenario, una ciudad que estĆ” allĆ pero que podrĆa estar en cualquier otra parte en que hiciese sol. Me fijo en los decorados, procuro que no haya personas, es una tierra de nadie y de todosĀ», reflexiona.
Ese escenario es la tercera ciudad de EspaƱa con mƔs plazas hoteleras. Es la segunda ciudad con mƔs rascacielos por metro cuadrado, despuƩs de Manhatan, y el Gran Hotel Bali es el hotel mƔs alto de Europa.
Alcaraz consigue enmarcar una belleza, a veces, inquietante. Retrata edificios y construcciones con una fidelidad tan extrema a las posibilidades expresivas de su geometrĆa que acaba limpiĆ”ndoles todo vĆnculo con la naturalidad del dĆa a dĆa. Son edificios en formol: en el formol azulĆsimo, estable y (casi) sintĆ©tico del cielo.
Provocan paz. Algunas de las imÔgenes, con sus verticales llenas de decenas de balcones iguales, parecen mandalas de hormigón.


TambiĆ©n provocan otras cosas. En la Ć©poca de la burbuja inmobiliaria, circularon por EspaƱa (y de manera enfermiza por Levante) miles de folletos que publicitaban promociones inmobiliarias. No habĆa fotos, las casas se vendĆan antes de construirse, y los compradores pasaban aƱos alimentĆ”ndose de unas recreaciones por ordenador: se abrĆa ante ellos la perspectiva de un mundo utópico de terrazas, toldos a la moda, zonas comunes.
Ver las fotos de Alcaraz es como si aquellos edificios se hubieran materializado con la misma naturaleza falsa y fantasmal de los trĆpticos: EspaƱa viviendo en un folleto; los espaƱoles viviendo vidas que eran a la vida lo que la lejĆa de limón al zumo de limón.


Alcaraz ha abordado, a lo largo de su trayectoria, la fotografĆa desde todos los flancos: fotografĆa de viajes, de muebles, de joyas, de arquitectura, tambiĆ©n ha ejercido la docencia y, actualmente, es responsable de formación en Casanova Foto. Ese bagaje le ayudó a afinar la horma con la que moldear su visión de Benidorm.
Ā«Me fascina toda la arquitectura y tambiĆ©n lo que se escapa del plano urbanĆstico, como las cosas espontĆ”neas, que la gente ponga la toalla en el balcón⦠Me gusta ver cómo influyen los elementos que el arquitecto no ha podido controlarĀ», detalla.


Ā«Hay una bĆŗsqueda de la geometrĆa, a mĆ me da paz, es como si le diese orden al universo -continĆŗa-. Las ciudades son visualmente muy sucias, hay Ć”rboles, contenedores⦠AsĆ que empecĆ© a buscar puntos de vista desde colinas y sitios elevados y a trabajar con grandes objetivos: eso me permite seleccionar solo un edificio y concentrarme mucho en la geometrĆa, en dónde da la luzĀ».
Es darle a Benidorm algo que Benidorm perdió desde el momento en que el alcalde Pedro Zaragoza, a principios de los 50, viajó en Vespa hasta el Pardo para convencer a Franco de legalizar el bikini: armonĆa.
La relación emocional del fotógrafo con la localidad alicantina ha ido variando. Ā«A mĆ lo que mĆ”s me ha costado en mi carrera como fotógrafo, y no tiene nada que ver con la fotografĆa, es desprejuiciarmeĀ», admite.


Prejuicio no es siempre sinónimo de mentira: por ejemplo, es cierto el tópico de que en Benidorm predomina el desenfreno, ya sea de alcohol y drogas o comida y hamaca («yo antes amueblaba hoteles y nos obligaban a atornillarlos al suelo para que no los tiraran por la ventana», recuerda) . Pero ser prejuicioso también es restringir la cantidad de realidades que la mirada puede enfocar.
Por eso, Alcaraz empezó a descubrir el dorso de la ciudad: Ā«Los rascacielos se valoran en otras ciudades como Hong Kong o Nueva York, pero se denostan en Benidorm, Āæpor quĆ©? Benidorm multiplica su población en verano [de 70.000 a 400.000 habitantes], pero no colapsa; su modelo de expansión vertical hace menos complicado abastecer de electricidad y agua a todos sus habitantes; estĆ” bien adaptada para los abueletes, que se pueden cruzar la ciudad entera en moto elĆ©ctrica…Ā».
Es imposible extraer una moraleja, una frase condensadora de una relación de décadas como la que este fotógrafo mantiene con Benidorm. Alcaraz solo se atreve a deslizar una conclusión: «Ahora, cuando voy no sé si me gusta o no, pero sà sé que no puedo dejar de hacerle fotos».
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