
“Hay que morir deprisa, ahora. Sin grandilocuencias ni ceremonias. Sin tocados fúnebres ni palabra final. Morir como, al bajar la escalera, fallara uno un escalón”. Es el final de una de las obras (El diablo en la cabeza) de un filósofo y escritor, Bernard-Henri Lévy, que lleva desde mayo del 68 defendiendo la libertad de pensamiento. El escritor sigue en ésas, pero el sábado pasado no lo hizo con una novela ni un ensayo ni uno de los artículos que publica a menudo en prensa. Lo hizo con un discurso en El Ser Creativo.
Pocas cosas ha defendido más Henri-Lévy en su vida que la libertad de pensamiento pero, ¡ojo!, “jamás uno es totalmente libre de pensamiento”, advirtió. “Somos esclavos de las condiciones económicas en las que hemos nacido, de nuestra educación, de nuestras relaciones, del idioma en el que nos expresamos, de la estructura de las palabras… Hay una sumisión que no es fácil de romper”.
Henri-Lévy parafraseó a Martin Heidegger para hacer consciente a los que le escuchaban de que, por muy libres que se creyeran, siempre había cadenas que eran incapaces de sentir. “Hay poderes insidiosos que actúan sin que nosotros lo sepamos”. Es más, la libertad puede llegar a convertirse en una carga. “Albert Camus demostró que la libertad de pensamiento a veces era una carga demasiado pesada. Eso es lo que origina en las personas lo que él llamó La servidumbre voluntaria y eso es lo que nutre a los regímenes dictatoriales. No pueden con esa libertad y prefieren que el Estado piense por ellos”.
La libertad de pensamiento puede acabar también en grandes tragedias. El francés lo ejemplificó con una historia real que le sobrecogió y poco después publicó en The New York Times.
“Hace un tiempo fundé un periódico en Afganistán. Era una publicación que hablaba de la libertad. Pasado un tiempo volví a París. Una joven redactora jefe, muy brillante, había tomado las riendas del diario. Un día me llamó a París para pedirme un anticipo. Dudé porque nunca adelantábamos parte del sueldo pero esta vez decidí hacer una excepción. Al día siguiente me dijeron que con ese dinero había ido a una farmacia de extranjeros, había comprado medicinas y se había suicidado. La joven dejó una carta en la que explicaba que estaba enamorada de un hombre pero su familia la había prometido a otro. Ese conflicto entre su deseo y la tradición sólo se podía resolver con la muerte. Fue víctima de la libertad de pensamiento”.
La idea del libre pensamiento “sigue siendo una de las luchas fundamentales de nuestros días“, enfatizó. “Sólo la libertad de pensamiento es capaz de romper los ladrillos del pensamiento totalitario. Hay que protegerse contra los estados invasores, contra el suelo de prejuicios por el que andamos, contra los pensamientos prefabricados que impiden el pensamiento libre. Es la forma de despegarse de un pensamiento que nos pega al suelo de nuestras tradiciones“.
Pero, a pesar de su dificultad, hay formas de acercarse a ella. “Hay que cruzar y multiplicar los pensamientos. Los que dicen que cada cultura tiene sus propios pensamientos y hay que mantenerlos inalterados son cerrados de mente. El islamismo radical, por ejemplo, recurre a esta idea. Pero hay que repetirles que la grandeza de una cultura está en la fidelidad a sí misma y la capacidad de adaptar nuevas culturas en su paisaje. Hay que convertirla en un crisol de culturas asumidas. Para tener un pensamiento libre hay que integrar pensamientos diferentes“.
Mi entendimiento acaba de ser sensiblemente tocado por la explicación de lo que es la libertad de pensamiento y su consecuencia. Gracias
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