Las 'bestias de la playa' visitan Madrid

¡Yorokobu gratis en formato digital!
En la tercera planta de un edificio de la Gran VÃa de Madrid hay trece bestias. Vienen desde las playas de Holanda, huyendo del viento y la extinción, y permanecerán en esa sala hasta el 17 de enero. Estos animales, a los que los zoólogos miran con desconfianza, forman una especie que lucha por sobrevivir entre las mutaciones incontenibles de la evolución y la constante amenaza de la desaparición. Igual que ocurre con los conejos, los dinosaurios o los humanos.
La diferencia está en su código genético. Esa es la razón por la que un biólogo no los quiere en su mesa de trabajo. Las Strandbeests (bestias de la playa, en holandés) justifican su existencia en el PVC en lugar de las proteÃnas. Pero el artista que las ha creado, Theo Jansen, asegura que viven. Y, además, lo explica con argumentos.
El holandés tiene tres meses a partir de hoy para mostrar sus teorÃas de esta forma de existencia en la exposición Theo Jansen. Asombrosas criaturas, de Fundación Telefónica. En esa tercera planta de la Gran VÃa de Madrid se exhibe y detalla el origen y evolución de estos seres que no necesitan alimentos u oxÃgeno para vivir. La única energÃa que requieren para moverse se la da el viento o cualquier ráfaga de aire que sople a sus espaldas. Asà será como algunos caminarán durante estos tres meses por esta sala, igual que hicieron, al nacer, en las playas heladas del norte de Europa.
[E]l origen. En un pueblo costero junto a La Haya vivÃa un niño asombrado por el porqué de las cosas. Eran los años 40. La curiosidad llevó a Theo Jansen a estudiar FÃsica y, después, al ver que no todas las respuestas se contestan desde la ciencia, se interesó por el arte y la filosofÃa. Un dÃa, cuando tenÃa 38 años, cayó en sus manos un libro titulado El relojero ciego. Era del zoólogo británico Richard Dawkins, y hablaba de la evolución y la selección natural de las especies.
Jansen quedó fascinado. La curiosidad que siempre le habÃa despertado el mundo descendió hasta sus raÃces más profundas. «Ese libro me hizo consciente del desconcierto de la existencia. Es sorprendente que todo exista. Incluso yo», explica el holandés, asombrado todavÃa, en los sillones del Espacio Fundación Telefónica de Madrid. «Me fasciné con los principios de la evolución y decidà construir programas informáticos para explorar este tema. Entonces todo pasaba dentro del ordenador. Vivimos demasiado en pantallas».
Eso fue asà durante cuatro años. Hasta que un dÃa, en la playa, encontró unos tubos amarillos de plástico que se usan en las instalaciones eléctricas de Holanda y empezó a jugar con ellos. La curiosidad fÃsica y existencial de Jansen jamás dormÃa, pero quizá esta vez fue más atronadora que nunca. «Les vi tantas posibilidades que me prometà a mà mismo que dedicarÃa un año entero a explorar los tubos», relata.
Y asà el hombre que no cree en Dios se convirtió en deidad. Todos los dÃas se levantaba pensando en crear criaturas que en vez de huesos, tendrÃan cables, y lucharÃan por vivir como cualquier otro bicho.
Jansen es la última contestación a la pregunta del origen de las bestias. Por eso, en cierto modo, este ateo confeso hace el papel de altÃsimo, aunque utilice la ciencia y la técnica. «La vida es un gran prodigio. No hay más milagro que estar en la playa y que empiece a llover. El mar, la arena, el viento, la lluvia… No necesito a nadie que ande sobre el mar para darme cuenta de que todo esto es un milagro».
[L]as fieras mandan. El dÃa que el artista empezó este proyecto surgió una conversación que nunca ha terminado. Jansen asegura que aquà él no manda. «Yo llego al estudio con una idea, comienzo a trabajar y ellas protestan. Muchas veces no quieren hacer lo que yo quiero que hagan. Se rebelan. Me voy y al dÃa siguiente vuelvo con una nueva idea surgida del diálogo que tuvimos el dÃa anterior. Los tubos me enseñan muchas cosas y me hacen grandes propuestas. Son imprevisibles», especifica.
El holandés, en su obsesión por la evolución de las especies, hace un paralelismo entre los animales y los proyectos. Muchos planes para crear una criatura mueren. Otros sobreviven. Los que se imponen se convierten en un Strandbeest y los descendientes que vienen después van mejorando la especie. Asà ha ocurrido desde su primer ‘Animaris Vulgaris’, una bestia de 28 patas que murió pronto en la playa porque la cinta adhesiva no podÃa sostener sus articulaciones, hasta el ‘Cerebrum’, que con su antena y su podómetro puede huir de las olas gigantes.
Desde 1990, cada mes de octubre, Jansen comienza a construir un animal. Tiene hasta la siguiente primavera para acabarlo y aplicarle los ‘trece números sagrados’ que calculó hace 25 años en un ordenador Atari para crear su base cinética. En abril, cuando los dÃas se hacen largos, lo lleva a la playa y lo echa a andar. Es su llegada al mundo y, a partir de ahÃ, su vida o su muerte está en manos del viento, la arena, el mar y sus genes de PVC.
–En ese momento lo declaro extinguido –sentencia.
–¿Tan pronto? Pero si acaba de nacer –y asà es como el artista asombrado sorprende a la entrevistadora.
–En el mismo momento que empieza a vivir va camino de la extinción. Cuando llega a la playa, ya estoy pensando en la próxima criatura que voy a construir.
[L]a belleza. A Theo Jansen le intriga la belleza. Le sorprende que la evolución de sus criaturas las dote de atractivo y elegancia. Esto nunca estuvo en sus planes. Ocurre sin que él pueda hacer nada a favor o en contra. «Me fascinan mis animales por lo bonitos que son. Yo no planeé nada. Fueron los tubos los que los hicieron bellos. Es como la evolución de las especies de la naturaleza. No hay un dios que quisiera hacerlos bonitos. Ha sucedido por el proceso evolutivo», comenta.
Tampoco tiene claro por qué dedica su vida a las fieras. «Estas criaturas, igual que los animales, no tienen ningún propósito. No sé por qué lo hago. Solo sé que no puedo parar de hacerlo. Estoy obsesionado con ellas», indica y mantiene un silencio en suspenso. «Estoy construyendo nuevas formas de vida. Espero que esto me ayude a comprender mejor el sentido mismo de la vida».
Y en esa obsesión palpita un firme propósito. El artista quiere que estos animales de tubos acaben siendo autosuficientes. «No pueden vivir sin mà más de cinco minutos. Mi intención es alargar su vida y que puedan vivir por sà mismos cuando yo ya no esté en este planeta».
Jansen reconoce que es «un sueño utópico», pero, a la vez, está convencido de que «si no miramos la vida con imaginación, la vida no es nada. Quiero que las personas que vengan a esta exposición tomen consciencia del milagro en el que vivimos y de la importancia de las ilusiones. Si tú tienes la ilusión de ser feliz, serás feliz».
Él sabe muy bien cuál es su ilusión: que esta nueva especie de tubos amarillos continúe en la Tierra y la evolución los lleve tan lejos como el mar, el viento, la arena y la mutación dicten. Igual que ocurrió cuando el mono se hizo hombre y el dinosaurio devino pollo.
¡Yorokobu gratis en formato digital!
En la tercera planta de un edificio de la Gran VÃa de Madrid hay trece bestias. Vienen desde las playas de Holanda, huyendo del viento y la extinción, y permanecerán en esa sala hasta el 17 de enero. Estos animales, a los que los zoólogos miran con desconfianza, forman una especie que lucha por sobrevivir entre las mutaciones incontenibles de la evolución y la constante amenaza de la desaparición. Igual que ocurre con los conejos, los dinosaurios o los humanos.
La diferencia está en su código genético. Esa es la razón por la que un biólogo no los quiere en su mesa de trabajo. Las Strandbeests (bestias de la playa, en holandés) justifican su existencia en el PVC en lugar de las proteÃnas. Pero el artista que las ha creado, Theo Jansen, asegura que viven. Y, además, lo explica con argumentos.
El holandés tiene tres meses a partir de hoy para mostrar sus teorÃas de esta forma de existencia en la exposición Theo Jansen. Asombrosas criaturas, de Fundación Telefónica. En esa tercera planta de la Gran VÃa de Madrid se exhibe y detalla el origen y evolución de estos seres que no necesitan alimentos u oxÃgeno para vivir. La única energÃa que requieren para moverse se la da el viento o cualquier ráfaga de aire que sople a sus espaldas. Asà será como algunos caminarán durante estos tres meses por esta sala, igual que hicieron, al nacer, en las playas heladas del norte de Europa.
[E]l origen. En un pueblo costero junto a La Haya vivÃa un niño asombrado por el porqué de las cosas. Eran los años 40. La curiosidad llevó a Theo Jansen a estudiar FÃsica y, después, al ver que no todas las respuestas se contestan desde la ciencia, se interesó por el arte y la filosofÃa. Un dÃa, cuando tenÃa 38 años, cayó en sus manos un libro titulado El relojero ciego. Era del zoólogo británico Richard Dawkins, y hablaba de la evolución y la selección natural de las especies.
Jansen quedó fascinado. La curiosidad que siempre le habÃa despertado el mundo descendió hasta sus raÃces más profundas. «Ese libro me hizo consciente del desconcierto de la existencia. Es sorprendente que todo exista. Incluso yo», explica el holandés, asombrado todavÃa, en los sillones del Espacio Fundación Telefónica de Madrid. «Me fasciné con los principios de la evolución y decidà construir programas informáticos para explorar este tema. Entonces todo pasaba dentro del ordenador. Vivimos demasiado en pantallas».
Eso fue asà durante cuatro años. Hasta que un dÃa, en la playa, encontró unos tubos amarillos de plástico que se usan en las instalaciones eléctricas de Holanda y empezó a jugar con ellos. La curiosidad fÃsica y existencial de Jansen jamás dormÃa, pero quizá esta vez fue más atronadora que nunca. «Les vi tantas posibilidades que me prometà a mà mismo que dedicarÃa un año entero a explorar los tubos», relata.
Y asà el hombre que no cree en Dios se convirtió en deidad. Todos los dÃas se levantaba pensando en crear criaturas que en vez de huesos, tendrÃan cables, y lucharÃan por vivir como cualquier otro bicho.
Jansen es la última contestación a la pregunta del origen de las bestias. Por eso, en cierto modo, este ateo confeso hace el papel de altÃsimo, aunque utilice la ciencia y la técnica. «La vida es un gran prodigio. No hay más milagro que estar en la playa y que empiece a llover. El mar, la arena, el viento, la lluvia… No necesito a nadie que ande sobre el mar para darme cuenta de que todo esto es un milagro».
[L]as fieras mandan. El dÃa que el artista empezó este proyecto surgió una conversación que nunca ha terminado. Jansen asegura que aquà él no manda. «Yo llego al estudio con una idea, comienzo a trabajar y ellas protestan. Muchas veces no quieren hacer lo que yo quiero que hagan. Se rebelan. Me voy y al dÃa siguiente vuelvo con una nueva idea surgida del diálogo que tuvimos el dÃa anterior. Los tubos me enseñan muchas cosas y me hacen grandes propuestas. Son imprevisibles», especifica.
El holandés, en su obsesión por la evolución de las especies, hace un paralelismo entre los animales y los proyectos. Muchos planes para crear una criatura mueren. Otros sobreviven. Los que se imponen se convierten en un Strandbeest y los descendientes que vienen después van mejorando la especie. Asà ha ocurrido desde su primer ‘Animaris Vulgaris’, una bestia de 28 patas que murió pronto en la playa porque la cinta adhesiva no podÃa sostener sus articulaciones, hasta el ‘Cerebrum’, que con su antena y su podómetro puede huir de las olas gigantes.
Desde 1990, cada mes de octubre, Jansen comienza a construir un animal. Tiene hasta la siguiente primavera para acabarlo y aplicarle los ‘trece números sagrados’ que calculó hace 25 años en un ordenador Atari para crear su base cinética. En abril, cuando los dÃas se hacen largos, lo lleva a la playa y lo echa a andar. Es su llegada al mundo y, a partir de ahÃ, su vida o su muerte está en manos del viento, la arena, el mar y sus genes de PVC.
–En ese momento lo declaro extinguido –sentencia.
–¿Tan pronto? Pero si acaba de nacer –y asà es como el artista asombrado sorprende a la entrevistadora.
–En el mismo momento que empieza a vivir va camino de la extinción. Cuando llega a la playa, ya estoy pensando en la próxima criatura que voy a construir.
[L]a belleza. A Theo Jansen le intriga la belleza. Le sorprende que la evolución de sus criaturas las dote de atractivo y elegancia. Esto nunca estuvo en sus planes. Ocurre sin que él pueda hacer nada a favor o en contra. «Me fascinan mis animales por lo bonitos que son. Yo no planeé nada. Fueron los tubos los que los hicieron bellos. Es como la evolución de las especies de la naturaleza. No hay un dios que quisiera hacerlos bonitos. Ha sucedido por el proceso evolutivo», comenta.
Tampoco tiene claro por qué dedica su vida a las fieras. «Estas criaturas, igual que los animales, no tienen ningún propósito. No sé por qué lo hago. Solo sé que no puedo parar de hacerlo. Estoy obsesionado con ellas», indica y mantiene un silencio en suspenso. «Estoy construyendo nuevas formas de vida. Espero que esto me ayude a comprender mejor el sentido mismo de la vida».
Y en esa obsesión palpita un firme propósito. El artista quiere que estos animales de tubos acaben siendo autosuficientes. «No pueden vivir sin mà más de cinco minutos. Mi intención es alargar su vida y que puedan vivir por sà mismos cuando yo ya no esté en este planeta».
Jansen reconoce que es «un sueño utópico», pero, a la vez, está convencido de que «si no miramos la vida con imaginación, la vida no es nada. Quiero que las personas que vengan a esta exposición tomen consciencia del milagro en el que vivimos y de la importancia de las ilusiones. Si tú tienes la ilusión de ser feliz, serás feliz».
Él sabe muy bien cuál es su ilusión: que esta nueva especie de tubos amarillos continúe en la Tierra y la evolución los lleve tan lejos como el mar, el viento, la arena y la mutación dicten. Igual que ocurrió cuando el mono se hizo hombre y el dinosaurio devino pollo.