Carmen de Burgos, la escritora y activista que Franco borró de la historia

”Yorokobu gratis en formato digital!
āNo seas tonta, Dolores, y no te abatas asĆ āsolĆa decirleā. Yo comprendo que es triste que tu marido no te atienda como tĆŗ te mereces y ande por ahĆ con querindangas. Pero no sabes tĆŗ lo que hacen otros. DespuĆ©s de todo nada te falta en tu casa, y no se mete contigo. CrĆ©ete que lloras sólo con un ojo.
Dolores asentĆa. ĀæA quĆ© quejarse? No pudiendo ser dichosa se conformaba con verse libre de las caricias de su marido. Era aquello lo que buscaba con el divorcio. Le bastaba con poseer el dominio de su cuerpo, con no tener que envilecerse en una unión sin amor; con no verse obligada a cumplir aquella obligación que las damas devotas llamaban el dĆ©bito conyugal.
Era aquello la mayor monstruosidad con que emporcaba el matrimonio. Al verse libre de ella, pensaba en que verdaderamente era feliz.
(La malcasada, Carmen de Burgos)
El matrimonio durante mucho tiempo fue una jaula con un trapo encima. Lo que ahĆ pasaba ahĆ quedaba. PodĆan ser caricias o, tambiĆ©n, gritos y palos. Huir no era mucho mejor. DetrĆ”s de los barrotes esperaban, casi siempre, la pobreza y el rechazo. Aun asĆ, algunas mujeres escaparon. Muy pocas. Una de ellas, Carmen de Burgos, no sólo abandonó a un marido Ć”spero y mujeriego. A principios del siglo XX esta almeriense emprendió la primera campaƱa en prensa a favor del divorcio y luchó durante dĆ©cadas por el sufragio femenino y la independencia de la mujer.
Carmen de Burgos fue la primera periodista espaƱola que trabajó en una redacción y la primera corresponsal de guerra de este paĆs. Escribió mĆ”s de cien relatos cortos y novelas largas, redactó miles de artĆculos, dio conferencias por varios paĆses y dejó su Ćŗltimo aliento en convertir EspaƱa en una repĆŗblica democrĆ”tica, progresista y afanada en educar a sus habitantes.
Colombine, como también la llamaban, fue una de las escritoras y defensoras de los derechos de la mujer mÔs reconocidas y admiradas en las primeras décadas del XX. España quedó pequeña a su fama y en su madurez fue aclamada en Europa y América Latina. Era una de las pocas mujeres de referencia de principios del siglo XX, junto a Emilia Pardo BazÔn, Clara Campoamor o Victoria Kent. Pero ¿qué ocurrió para que su nombre fuera borrado de la historia con esa precisión quirúrgica?
La malcasada
Carmen de Burgos SeguĆ (1867-1932) era una mujer hermosa. TenĆa los rizos vigorosos y los ojos negros de la belleza andaluza. Era recia y elegante. De naturaleza volcĆ”nica, como dijo Ramón Gómez de la Serna. QuizĆ” porque creció en un antiguo crĆ”ter de un volcĆ”n: el valle de Rodalquilar.
Un dĆa, cuando aĆŗn era adolescente, un periodista de AlmerĆa llamado Arturo Ćlvarez Bustos le dedicó un poema de amor. Y no paró hasta que la conquistó. Fue Ā«un episodio de ingrato recuerdoĀ», comentó en una entrevista en La Esfera, a los 55 aƱos. Ā«Lo motivó la equivocación mĆ”s grande de mi vida. Mi rebeldĆa me llevó a casarme, contra la voluntad paternaĀ».
La tragedia empezó la propia noche de bodas. La almeriense sufrió el mismo trauma que Sissi Emperatriz, una adolescente alemana de 16 aƱos que llegó a la alcoba con Francisco JosĆ© de Habsburgo sin que nadie le advirtiera antes que los hijos, en realidad, no vienen de ParĆs. En su novela La malcasada (1923), que de forma velada se basa en sus recuerdos, Colombine escribió:
Ā«No encontró en la brusquedad del deseo de Antonio la dulce ternura y la suave caricia que habĆa esperado. No podĆa olvidar la sensación de miedo que sintió, el deseo de huir y cómo tuvo que replegarse y que esconderse en sĆ misma ante la ruda acometividad de su marido, que no se preocupó para nada de su pudor alarmado ni de su espĆrituĀ».

Arturo Ćlvarez vivĆa en las tabernas. Colombine lo dejó entrever en aquella novela: Ā«Pues tambiĆ©n es humor estar aquĆ sola toda la noche, cuando tu marido sabe Dios a quĆ© hora vendrĆ”. (…) Me figuro lo que deben ser esas cosas, aunque he tenido la suerte de no casarme. Ā”QuĆ© hombres! El mejor, asadito y con limónĀ».
Ella, mientras, se afanaba en la aspiración de toda mujer de bien: llenar su hogar de vĆ”stagos. Pero el destino jugaba en contra. El primer bebĆ© falleció trece horas despuĆ©s de nacer, la segunda a los dos dĆas y el tercero a los ocho meses. Igual que le ocurrió a Mary Shelley (1797-1851), la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, Carmen de Burgos asistió a la muerte de sus tres primeros hijos y entonces, en cierto modo, ella tambiĆ©n murió. El escritor Ramón Gómez de la Serna lo contó asĆ aƱos despuĆ©s:
Ā«Hasta que un dĆa a Carmen se la [sic] murió un hijo āen los brazos, sin saber que se la morĆa, porque como tenĆa la fiebre, confió en aquel ardor, hasta que se lo quitaron de entre los brazosā. Carmen, cuando sintió que se lo quitaban y el porquĆ© se lo quitaban, cerró los ojos presa de un ataque a la cabeza. Cuando despertó, cuando āremitióā la muerte, era otra, es decir, era la misma, sino que resuelta, llena de insubordinación, con un habla nueva y desatada, extraƱa a las cosas de su alrededor, combativa y libertadaĀ».
La periodista renació con una vitalidad inexplicable. ParecĆa que algĆŗn Victor Frankenstein habĆa recompuesto ese cuerpo roto de dolor en un ser con el mismo deseo de amar que la criatura que diseñó en su laboratorio el cientĆfico de la novela de Mary Shelley.
A las dos escritoras la ansiada descendencia llegó despuĆ©s del cuarto parto. En 1895 nació la Ćŗnica hija que sobrevivió a la almeriense. La escritora amó y cuidó a MarĆa de los Dolores Ramona Isabel como lo mĆ”s grande de su vida. DecĆa que, de todo lo que hizo en su vida, ella era su Ā«obra maestraĀ». Aunque MarĆa Ćlvarez de Burgos (como se conoció despuĆ©s), a los 34 aƱos, perdida entre la cocaĆna y los desastres amorosos, asestara un Ćŗltimo estoque al corazón vapuleado de su madre.
Harta de un marido infame, a finales de agosto de 1901, Carmen de Burgos SeguĆ metió sus cosas en una maleta y se fue a Madrid. Llegó con su hija y un tĆtulo de maestra que habĆa sacado, estudiando por las noches, a escondidas de su esposo. TenĆa 33 aƱos y una plaza en un colegio de Guadalajara, pero lo que de verdad querĆa era vivir en Madrid, porque su ambición ya no era formar una familia numerosa. Ansiaba trabajar en periódicos y entrar en los cĆrculos intelectuales y de escritores de la Ć©poca. Probablemente, igual que la protagonista de su novela La que se casó muy niƱa (1923), Ā«experimentaba repugnancia por el maridoĀ» y decidió:
āĀ«Yo no quiero tener mĆ”s hijosĀ».
En Madrid, un tĆo suyo Ā«senador del ReinoĀ», AgustĆn de Burgos, le abrió las puertas de su hogar y le presentó a algunos de sus contactos. Un aƱo antes, la escritora le habĆa dedicado su primer libro de relatos breves, Ensayos literarios. Era 1900 y muchos hombres veĆan con sorpresa, y un cierto desagrado, que una mujer saliera de la cocina para emprender una carrera literaria. En el prólogo, el conocido poeta almeriense Antonio Ledesma HernĆ”ndez declaró que las mujeres podĆan participar del pensamiento y el conocimiento, pero siempre dentro de un orden:
Ā«De eso al feminismo exagerado que se ha despertado en nuestros dĆas, hay ciertamente gran distancia: (…) esa promiscuidad feminista que, no haciendo diferencia entre la distinta misión moral y social de ambos sexos, pretende igualarlos en actividades y derechos, y crear una sociedad histórica donde no haya preeminencias para ninguno, ni autoridad, ni por consiguiente familia ni Estado posiblesĀ».
Ese āfeminismo exageradoā que llevarĆa al caos y la destrucción era, en realidad, manso y dócil. Hay que Ā«procurar librarse del egoĆsmo y anteponer las conveniencias de los demĆ”s a las propias, para no hacer nada que disguste a los otrosĀ», escribió la autora en El arte de ser mujer (1920).
Era un feminismo conciliador que jamÔs intentó hincar el diente a nadie. «No es la lucha de sexos, ni la enemistad con el hombre», explicó en La mujer moderna y sus derechos (1927), «sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado».

Sus exigencias quedaban muy lejos de las reivindicaciones que pedĆan 4.000 kilómetros hacia el este: las lĆderes de la revolución rusa. La primera mujer de la historia que tuvo un puesto en un gobierno, Alejandra Kolontai (1872-1952), pedĆa que el Estado se ocupara del cuidado del hogar y de la crianza de los hijos para que las mujeres pudieran desarrollar una carrera profesional y participar en la vida polĆtica y social igual que lo hacĆan los hombres.
La Comisaria del Pueblo para la Asistencia PĆŗblica de los primeros aƱos de la URSS promulgaba que en el siglo XX habĆa nacido una āmujer nuevaā que exigĆa su independencia porque Ā«sus intereses sobrepasan ampliamente los lĆmites de la familia, el hogar y el amorĀ». En AutobiografĆa de una mujer sexualmente emancipada y otros textos sobre el amor, escribió:
Ā«Las virtudes femeninas que durante siglos se han cultivado en ella āpasividad, sumisión, dulzuraā se revelan enteramente superfluas, inservibles, perjudiciales. La severa realidad exige otras virtudes: actividad, firmeza, decisión, dureza, es decir, āvirtudesā que hasta hoy se han tenido por propiedad exclusiva del hombreĀ».
Carmen de Burgos se estableció en calle Echegaray, nĆŗmero 10, hasta que poco despuĆ©s abandonó la casa huyendo otra vez de un hombre. Don AgustĆn de Burgos se acercaba a ella reclamando unos besos que poco tenĆan que ver con el cariƱo entre dos familiares. No era raro. Los varones de esa Ć©poca pensaban que una mujer sin marido era barra libre, igual que hoy muchos creen que porque una mujer dirija un programa de sexo en la radio, estĆ” a disposición del pĆŗblico.
«La divorciadora»
Carmen de Burgos consiguió su objetivo y se quedó en Madrid. En octubre de 1901 obtuvo una autorizaron para ampliar estudios en el Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos de Madrid, y eso le permitió permanecer en la ciudad hasta 1905. Dos aƱos antes habĆa empezado a escribir en el Diario Universal una columna diaria titulada āLecturas para la mujerā. AhĆ hablaba de moda y de modales, pero, a la vez, iba deslizando las ideas liberalizadoras que veĆa en otros paĆses de Europa.
En 1901, PĆo Baroja, Ramiro de Maeztu y AzorĆn pidieron la aprobación del divorcio, pero la propuesta naufragó en un paĆs regido por curas. En 1904, Colombine lo volvió a intentar. La periodista aprovechó que su columna tenĆa muchos lectores, de los sectores mĆ”s conservadores y mĆ”s progresistas, para plantear la cuestión del divorcio. El 20 de diciembre de 1903, en su columna, aƱadió una noticia que decĆa:
Ā«Me aseguran que muy en breve se fundarĆ” en Madrid un āClub de matrimonios mal avenidosā, con objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las CĆ”marasĀ».
La idea armó un gran revuelo y trece dĆas mĆ”s tarde escribió en su columna: Ā«La noticia del Club de matrimonios mal avenidos ha desencadenado una tempestad no solo entre las seƱoras, sino tambiĆ©n entre los hombresĀ».
Colombine fue publicando las cartas que recibĆa de los lectores, los intelectuales y los cargos pĆŗblicos sobre el divorcio, y en marzo anunció que el debate continuarĆa en un libro titulado El divorcio en EspaƱa. Aquella obra recogió la opinión de Unamuno, Baroja, AzorĆn, Vicente Blasco IbƔƱez, Antonio Maura, Francisco Silvela o Raimundo FernĆ”ndez Villaverde.

Lo mĆ”s curioso es que la feminista declarada Emilia Pardo BazĆ”n, que tambiĆ©n escapó de un matrimonio desgraciado, no participó en la encuesta. Ā«No tengo opinión alguna sobre el divorcio. (…) NecesitarĆa dedicarme a estudiar esa cuestión, y no dispongo de tiempoĀ», se excusó.
En 1904 apareció El divorcio en EspaƱa y, como ahĆ recogió las voces de tantas personas, la autora lo presentó como Ā«un libro ācolectivo ó socialā, muy adecuado al espĆritu de nuestro tiempoĀ». En los comienzos del XX tambiĆ©n existĆa el discurso de lo colaborativo y las redes sociales del que el siglo XXI parece querer apropiarse. La diferencia es que, en vez de usar ordenadores, echaban cartas al buzón. Y en vez de usar Facebook, se reunĆan en cafĆ©s.
El resultado de la encuesta fue contundente: 1462 votos a favor y 320 en contra. Vicente Casanova, el escritor que la animó «Ô dar la noticia de formarse un āClub de matrimonios mal avenidosāĀ», dijo que Ā«la idea del divorcio ha caĆdo, entre las seƱoras mujeres, como gota de agua en tierra sedientaĀ».
Los que estaban a favor denunciaban que Ā«en todas las Ć©pocas se permite el divorcio Ć” los poderosos y se multiplican las causas de nulidad para concederloĀ». Pero, ademĆ”s, Ā«los cuerpos no deben estar unidos si los espĆritus se repelen (…). Es horrible el hogar de dos sĆ©res que se aborrecen y que saben que sólo la muerte puede separarlosĀ».
Los que estaban en contra, los Ā«fervientes católicosĀ», temĆan que Ā«si se ofrece a los esposos la posibilidad de la disolución del matrimonio y de formar otro nuevo, habrĆ” un verdadero desorden en las familias y se estarĆ” expuesto Ć” la tiranĆa y Ć” los caprichosĀ». AdemĆ”s, Ā«la suerte de los hijos es horribleĀ».
En Europa el divorcio era ya algo habitual. Ā«Sólo Italia, Portugal y EspaƱa no tienen establecido el divorcio, aunque consienten el matrimonio civil. El hecho de que se empiece Ć” discutir entre nosotros la conveniencia del divorcio como una idea nueva demuestra un lamentable retraso. (…) De nuestro plebiscito resulta que la opinión de EspaƱa es favorable al divorcioĀ», concluyó Colombine, Ā«y es indudable que se establecerĆ” entre nosotros como conquista de la civilizaciónĀ».
Esta campaƱa dio una gran popularidad a Carmen de Burgos. Muchos de los autores que siempre habĆa admirado, como Giner de los RĆos y Blasco IbƔƱez, empezaron a valorar sus escritos y reconocieron su tesón para luchar por sus propósitos. Otros, en cambio, descubrieron a una enemiga de la tradición. La Iglesia y los sectores mĆ”s reaccionarios (Ā«la gazmoƱerĆa, la mojigaterĆa y la beaterĆa ambienteĀ», como ella los describió en una entrevista con el Caballero Audaz) intentaron desacreditar a la escritora con insultos y calumnias.

El periódico carlista y ultraconservador El Siglo Futuro se cebó con ella. Ā«Se metió conmigo en forma muy desabridaĀ», relató Colombine al periodista de La Esfera E. GonzĆ”lez Fiol en 1922. Ā«No pude soportarlo y me presentĆ© en la redacción de El Siglo. PreguntĆ© por el director. Salió el redactor jefe, y como se negó a darme explicaciones y a rectificar, le di de bofetadas. Dimos el mitin, como se dice ahora. SuĆ”rez de Figueroa se quedó de una pieza al saberlo. Pero yo no me conformĆ© con dar las bofetadas y le escribĆ a D. CĆ”ndido Nocedal, que dirigĆa El Siglo Futuro, diciĆ©ndoles que si no rectificaba, le iba a esperar a la puerta de la redacción con una zapatilla e iba a correrlo a zapatillazos por la calle. No sĆ© si fue temor a que llevase a cabo la amenaza o galanterĆa. Ello es que El Siglo Futuro rectificó en un suelto bastante largo y expresivo para mĆĀ».
Pero los guardianes de la tradición decimonónica siguieron con la espada en alto. La bautizaron como āla divorciadoraā y aƱos mĆ”s tarde, en su ciudad, alguien que buscaba un nombre para su lupanar se acordó de esos viejos rumores y lo llamó Colombine.
El descrƩdito
Es el insulto mĆ”s repetido en la historia: āputaā. Es el lugar donde desembocan muchas discusiones y la etiqueta con la que descalifican a las mujeres que discrepan con la tradición. La ofensa se extiende al hombre en el apelativo āhijo de putaā, porque asĆ, de rebote, la maldecida tambiĆ©n es una mujer.
El autor de Madame Bovary, Gustave Flaubert, apuntó en su Diccionario de lugares comunes que Ā«una mujer artista no puede ser mĆ”s que una rameraĀ». La estilogrĆ”fica y los pinceles eran asunto de hombres. Las mujeres debĆan permanecer en su papel de musas inspiradoras, en silencio, allĆ” en los cielos.
Durante mucho tiempo fue el calificativo con el que recordaron a la pionera del feminismo britĆ”nico, Mary Wollstonecraft. En 1792, la filósofa publicó un libro que dejó perplejos a los londinenses: Vindicación de los Derechos de la Mujer. Fue una obra polĆ©mica que despertó las simpatĆas de unos y las iras de otros. Pero los indignados no buscaron argumentos para rebatir sus ideas. Recurrieron al descrĆ©dito habitual y la tacharon de Ā«lasciva e indecenteĀ».
Wollstonecraft murió cinco años después y a muchos no les extrañó. Era la justa venganza del cielo. Dijeron que fue Dios quien le envió la infección que sufrió al dar a luz al hermano pequeño de Mary Shelley, la joven que a los 18 años, en un verano indómito en Ginebra, escribió Frankenstein o El moderno Prometeo.

La carrera polĆtica de Victoria Woodhull (1828-1927) tambiĆ©n acabó bajo la misma acusación. La mujer que se presentó como candidata a la presidencia de EEUU en 1872 acabó entre rejas el dĆa de la jornada electoral por Ā«adĆŗlteraĀ». Muchos sufrieron espasmos de pensar que una mujer divorciada, defensora del voto femenino y el amor libre, pudiera siquiera plantearse aspirar a ser la presidenta del āpaĆs de las libertadesā. Mas aĆŗn cuando proponĆa como vicepresidente a Frederick Douglass, un afroamericano que habĆa nacido esclavo.
Woodhull tambiĆ©n sufrió a un marido alcohólico y mujeriego cuando sólo tenĆa 15 aƱos. Pero tuvo el valor de divorciarse y proclamarse defensora del amor libre en una sociedad constreƱida por el pensamiento victoriano. Ā«SĆ, creo en el amor libre. Tengo un derecho inalienable, constitucional y natural a amar a quien yo quiera, por el tiempo que pueda; a cambiar ese amor todos los dĆas si asĆ lo deseo, y ninguna persona ni ley estĆ” autorizada a interferir ese derechoĀ».
El insulto sigue en pie. El pasado 10 de abril un usuario de Twitter escribió a la vicesecretaria de estudios y programas del Partido Popular (PP), Andrea Levy: Ā«Andrea una catalana del PP suena a traición o a venta por dinero. PutillaĀ». Ella le contestó: Ā«La libertad polĆtica es un derecho. Llamarme puta es machismo. De nadaĀ».
A las diputadas de la CUP les llueven las ofensas por pedir la independencia de CataluƱa. Las llaman āputasā, āretrasadasā, ātraidorasā, āgordasā, āfeasā, āmalfolladasā, āviejasā. Les escriben: «¿Quieres decir a la Gabriel no le conviene un buen clavo? Tiene cara de estar mal folladaĀ», Ā«No es que quieran separarse de EspaƱa: es que quieren que las echemos. Por horrorosas y antiestĆ©ticasĀ».
Un concejal del PP, Ćscar BermĆ”n, dijo que Ada Colau deberĆa estar Ā«limpiando suelos y no de alcaldesa de BarcelonaĀ». Ella le contestó en Twitter que Ā«en una sociedad sana ser alcaldesa y fregar suelos es compatible. Ser machista y concejal no deberĆa serloĀ».
Pero la cosa fue a mĆ”s. El acadĆ©mico de la Real Academia EspaƱola FĆ©lix de AzĆŗa, descontento con la gestión de la regidora, la mandó a vender salmonetes: Ā«Ada Colau deberĆa estar sirviendo en un puesto de pescadoĀ». Ante el malestar de la alcaldesa, el hombre que ocupa el sillón H de la RAE remató el asunto diciendo en una entrevista en Vozpopuli: Ā«A ella las pescaderas deben de parecerle algo espantoso, porque le ha dolido mucho. Pude haber dicho verdulera, que deberĆa de trabajar en un puesto de verduras o en una zapaterĆa. Pero eso le ha molestado mucho. Es ella quien ha humillado a las pescaderasĀ».
Colombine
Todos los dĆas, por la maƱana temprano, llegaban los periódicos a la casa de los padres de Carmen de Burgos. HabĆa prensa espaƱola y tambiĆ©n portuguesa porque su padre era, desde 1872, el vicecónsul de Portugal. El Jornal do Comercio rondaba siempre por el comedor y en su libro Mis viajes por Europa recordó: Ā«Yo aprendĆ a leer espontĆ”neamente en la plana de anuncios de ese Jornal que iba a perderse en las soledades de mi cortijo de Rodalquilar. La impresión que hacĆan en mi Ć”nimo las negritas rotundas, redondas y gruesas de sus letreros no se ha borrado aĆŗnĀ».
JosĆ© de Burgos dio a su hija la mejor educación que se podĆa ofrecer en ese momento. Le abrió su biblioteca y le cedió sus periódicos. Igual que hizo el padre de Emilia Pardo BazĆ”n, un Ā«feministaĀ» (como ella lo calificaba) que decĆa a su niƱa: Ā«Mira, hija mĆa, los hombres somos muy egoĆstas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para los dos sexosĀ».
Aquellas lecturas de poetas romĆ”nticos, novelistas modernos y filósofos escĆ©pticos fueron forjando el carĆ”cter autodidacta de Carmen de Burgos. Y fue quizĆ” ese interĆ©s por la literatura lo que la llevó a Ā«fascinarse por un tenorioĀ» que le escribĆa versos de amor. Arturo Ćlvarez Bustos era un periodista hijo de un conocido poeta y director de periódico. La almeriense se casó con Ć©l, cuando aĆŗn no sabĆa que, en realidad, se trataba de un Ā«seƱorito juerguistaĀ».
Ćlvarez Bustos habĆa heredado una imprenta en la calle de las Tiendas y desde ahĆ dirigió un periódico que primero se llamó AlmerĆa Cómica, despuĆ©s AlmerĆa Bufa y, al final, AlmerĆa Alegre. Ella aprendió el oficio en esa redacción. En una entrevista de 1922, en la revista La Esfera, relató:
Ā«En aquel periódico, para ayudar a sostener mi hogar, me vi precisada a trabajar de cajista; y como mi marido, esclavo de sus vicios, no se ocupaba del periódico mĆ”s que para sacarle provecho, muchas veces, para poder componer original, me valĆa de la tijera y recortaba de otros periódicos; otras, redactaba yo unas cuartillas, y asĆ fui adquiriendo el entrenamiento periodĆsticoĀ».
Pero a finales del XIX, con un matrimonio roto y la ambición de hacerse escritora, poco mĆ”s podĆa hacer ya en AlmerĆa, el lugar que en su novela La malcasada describió como Ā«la ciudad del bostezoĀ». En aquellas tierras andaluzas, las mujeres eran Ā«alegres, ligeras y algo indolentesĀ». AsĆ las describió en una conferencia en Italia, en 1906, titulada āLa mujer en EspaƱaā.
Ā«Conservan mucho de la negligencia Ć”rabe. Sentarse Ć” tomar el sol en las horas de descanso es el mĆ”s grato de sus placeres. Viven resignadas con su suerte, con una especie de fatalismo morisco y una inconsciencia de sus derechos que no las invita Ć” la rebeldĆaĀ», dijo. Ā«Es comĆŗn ver en los caminos el padre subido en una mula, mientras la mujer y los chiquillos siguen detrĆ”s Ć” pie. Se cree que el hombre para mostrar su fuerza y ser varonil ha de ser despótico y hacer sentir siempre que es el amo y el seƱorĀ».
Al llegar a Madrid esperaba encontrar la ayuda de su tĆo, el senador, pero al tener que salir huyendo de su casa, se vio sola en su bĆŗsqueda de un destino literario. Carmen de Burgos habĆa perdido a su cicerone en una sociedad que se movĆa por el amiguismo y la recomendación. Pero no iba a desaprovechar la oportunidad de estar en Madrid despuĆ©s de tantos kilómetros recorridos. La maestra imprimió tarjetas de visita con el nombre de su tĆo y envió cartas de presentación en su nombre para dar a conocer su trabajo de periodista y escritora.
En noviembre de 1902 empezó a escribir artĆculos sobre el derecho penal en La correspondencia de EspaƱa. DespuĆ©s, se hizo con una columna titulada āNotas femeninasā en El Globo. AhĆ comenzó a tratar ya temas como āLa mujer y el sufragioā o āLa inspección de las fĆ”bricas obrerasā. Estaba muy ilusionada y lo dejó ver en uno de sus primeros textos: Ā«Al dar cuenta del brillante progreso que la mujer realiza, creemos que esta sección resultarĆ” agradable y Ćŗtil a nuestras lectorasĀ».

Apenas dos meses despuĆ©s, el 1 de enero de 1903, Augusto SuĆ”rez de Figueroa (1852-1904) fundó el Diario Universal, tras abandonar la dirección del Heraldo de Madrid. El famoso periodista malagueƱo llamó a Carmen de Burgos para que formara parte de su periódico. Pero esta vez no le pidió una colaboración. La contrató. JamĆ”s habĆa ocurrido algo asĆ en EspaƱa. Era la primera vez que se reconocĆa a una mujer como periodista profesional.
Desde su primer nĆŗmero, el Diario Universal saldrĆa con una columna diaria titulada āLecturas para la mujerā. La autora serĆa Carmen de Burgos pero querĆan una firma mĆ”s sugerente.
āUsted se llamarĆ” āRaquelā en el periódico ādijo, en voz alta, Augusto Figueroa, el dĆa antes de que apareciera el nĆŗmero cero, un periódico de prueba que sólo leyeron los redactores.
Pero justo antes de que saliese el primer número de verdad, el director cambió de opinión:
āMejor. Usted se llamarĆ” āColombineā āindicó, otra vez, en voz alta, entre el sonido de las teclas nerviosas de las mĆ”quinas de escribir.
«¿Por quĆ©?Ā», explicó despuĆ©s la autora en Al balcón (1913). «¿QuizĆ”s creyó por la desenvoltura, por la agilidad y por la frivolidad que necesita el periódico mezclar a la sesudez de sus artĆculos de fondo y sus polĆticas era necesario que yo firmase āColombineā?Ā». En ese nombre se encarnaba la Ā«mujer frĆ”gil, caprichosa e inconstante en el amorĀ». Esa era Colombine en la comedia del arte italiana, desde el siglo XVI, segĆŗn Concepción Núñez Rey, la catedrĆ”tica y filóloga que ha dedicado toda su vida a investigar la figura de la autora almeriense.
Figueroa y Colombine sólo pudieron trabajar un aƱo juntos. El 1 de enero de 1904, un dĆa antes de que Carmen de Burgos publicara su artĆculo āEl club del divorcioā, el director del Diario Universal murió a sablazos en un duelo al que se citó con un hijo de un antiguo gobernador de Cuba. El vĆ”stago del general Manuel Salamanca se sintió ofendido por las crĆticas que el periodista habĆa hecho sobre el mandato de su padre e intentó restaurar su honra con el filo de un espadón.
El sufragio femenino
DecĆa Colombine que siempre habĆa que tener la maleta preparada. La escritora deseaba viajar y conocer otros lugares donde no pesara la mantilla sobre la cabeza de las mujeres. En 1905 el Ministerio de Instrucción PĆŗblica le concedió una beca para estudiar los sistemas de enseƱanza de otros paĆses. Carmen de Burgos agarró a su hija y una valija llena de libros, y se lanzó al descubrimiento de Francia, Italia y Mónaco.
El paĆs de Ćmile Zola, una de sus grandes referencias literarias, provocó un gran impacto en la maestra. HabĆa que aprender del racionalismo de Francia. Era algo en lo que siempre habĆa creĆdo y la visita reafirmó su idea: sin educación, un paĆs es una jungla. En la Memoria correspondiente al curso de ampliación de Estudios en el Extranjero realizados por la autora desde 1Āŗ de octubre de 1905 a 30 de septiembre de 1906, escribió: Ā«AllĆ no solo no existe el analfabetismo, sino que todo el mundo es profesor o alumno, enseƱa o aprende. La frase cĆ©lebre de que ācada escuela que se abre cierra una prisión a los veinte aƱosā es allĆ un hechoĀ».
En 1906 volvió a Madrid y se estableció en la calle Eguilaz, nĆŗmero 7, cerca de la Glorieta de Bilbao. De su paso por Francia habĆa traĆdo un propósito que ya no abandonarĆa el resto de su vida. Carmen de Burgos estaba convencida de que habĆa llegado el momento de que las mujeres pudieran votar y no pararĆa hasta conseguirlo.
En el Lyceum Club de ParĆs conoció a sufragistras britĆ”nicas que le animaron en su empeƱo. Ellas eran las mĆ”s avanzadas. La escritora anglosajona Katerine Mansfield relataba en un libro autobiogrĆ”fico publicado en 1910 que un dĆa, en un balneario alemĆ”n, bajó al restaurante y se sentó a comer con un grupo de alemanas. Una de ellas, viuda, le preguntó mientras se limpiaba los dientes con una horquilla:
āĀæEs verdad que es usted vegetariana?
āSĆ, Āæpor quĆ©? Hace tres aƱos que no como carne.
āĀ”Imposible! ĀæTiene usted hijos?
āNo.
āAhĆ estĆ”, Āæve? A eso estĆ” usted llegando. ĀæQuiĆ©n ha oĆdo hablar alguna vez de tener niƱos a base de verduras? No es posible. Pero ya no tienen ustedes grandes familias en Inglaterra. Supongo que estĆ”n demasiado ocupadas con el sufragismo.

En EspaƱa el tema del sufragio habĆa derrapado aƱos antes. En 1892, Emilia Pardo BazĆ”n habĆa fundado la publicación La biblioteca de la mujer para hablar del sufragio y de temas relacionados con la liberación femenina, pero, conforme avanzaban los nĆŗmeros, se fue desanimando.
La escritora esperaba que sus referencias a obras como La esclavitud femenina, de John Stuart Mill, hicieran despertar en las mujeres el deseo de autonomĆa e independencia, y de exigir los mismos derechos que los hombres. Pero eso no ocurrió. La periodista coruƱesa, decepcionada, terminó la colección con recetas de cocina.
Ā«Cuando yo fundĆ© La biblioteca de la mujer, era mi objeto difundir en EspaƱa las obras del alto feminismo extranjero (ā¦). He visto, sin gĆ©nero de duda, que aquĆ a nadie le preocupan gran cosa estas cuestiones, y a la mujer, aĆŗn menos. Cuando por caso insólito, la mujer se mezcla en polĆtica, pide varias cosas distintas, pero ninguna que directamente, como tal mujer, le interese y convengaĀ», escribió. Ā«AquĆ no hay sufragistas, ni mansas, ni bravas. En vista de lo cual, y no gustando de luchas sin ambiente, he resuelto prestar amplitud a la sección de economĆa domĆ©stica de dicha Biblioteca, y ya que no es Ćŗtil hablar de derechos y adelantos femeninos, tratar gratamente de cómo se prepara el escabeche de perdices y la bizcochada de almendraĀ».
Dos aƱos despuĆ©s de sacar a escena el tema del divorcio, Carmen de Burgos se propuso azotar la opinión pĆŗblica con una campaƱa en prensa a favor del sufragio femenino. El 19 de octubre de 1906 inauguró una columna titulada āEl voto de la mujerā. La periodista volvió a hacer una consulta entre firmas de prestigio para publicar sus respuestas con esta carta:
Muy Sr. mĆo y de mi consideración:
En el Heraldo del dĆa 19, se ha abierto un plebiscito cuya finalidad consiste en conocer la opinión que merece a todas las personas autorizadas la cuestión del voto de la mujer, planteĆ”ndolo con la mayor amplitud posible.
1º ¿Debe o no, concederse voto a las mujeres? 2º En caso afirmativo, ¿ha de ser en sufragio universal, o solo para las que reúnan determinadas condiciones? 3º ¿La mujer puede ser ademÔs de electora, elegible?
El 7 de noviembre se publicó una respuesta procedente de ParĆs. El periodista Luis Bonafoux, en tono de ironĆa, dijo:
«Colombine, ma chère, eres terrible. Que si las mujeres pueden elegir y ser elegibles. ”No han de poder! ”Si desde los quince, sin contar las que madrugan, no se ocupan de otra cosa!».
En esa columna publicó setenta opiniones de polĆticos, escritores y periodistas de distintas ideologĆas. El 25 de noviembre cerró la campaƱa con 4.962 votos: 922, a favor y 3.640, en contra. ParecĆa que el paĆs aĆŗn no estaba preparado para que las mujeres votaran. Carmen de Burgos concluyó:
Ā«El pueblo espaƱol, comparado con el de otras naciones, sufre un notable atraso; es aĆŗn mayor el peso de los atavismos que la fuerza del progreso que lo impulsa. La mujer necesita en EspaƱa conquistar primero su cultura; luego, sus derechos civiles, puesto que en nuestros Códigos no la conceptĆŗan en muchos casos persona jurĆdica, y despuĆ©s hacer que las costumbres le concedan mayor libertad, mĆ”s respeto y condiciones de vida independiente. Entonces estarĆ” capacitada para conquistar el derecho polĆticoĀ».
El plebiscito no habĆa funcionado. Daba la impresión de que en EspaƱa se producĆa esa misma falta de interĆ©s de la viuda alemana del balneario por el sufragio femenino. La tierra estaba aĆŗn yerma y habĆa que seguir sembrando. La escritora, convencida de que la Ćŗnica forma de conseguir los progresos que se estaban produciendo en otros paĆses era mediante la educación, tradujo un libro que encontró en Venecia titulado En el mundo de las mujeres. En la obra, el dramaturgo Roberto Bracco afirmaba que para que la mujer se integrara en la sociedad era imprescindible que estudiara y trabajara fuera de su casa, igual que hacĆan los hombres.
Carmen de Burgos volvĆa a desafiar la tradición. Los guardianes del acervo se revolvĆan ante sus palabras y, como cuervos al acecho, buscaban la ocasión para acallar su voz. Les hervĆan los ojos ante textos como el que la autora escribió, en abril de 1904, en el Diario Universal:
«Es intolerable que la madre no tenga dentro de la familia los mismos derechos del padre, y que la mujer casada no tenga el de administrar libremente sus bienes y el pleno uso de los derechos civiles, considerÔndola siempre como una menor sometida a la tutela del marido».
La oportunidad se produjo en enero de 1907. El conservador Maura ascendió al gobierno y nombró a RodrĆguez Sampedro ministro de Instrucción PĆŗblica. Desde esa institución el acoso a la escritora fue incansable, segĆŗn su biógrafa Concepción Núñez, y culminó con una especie de sutil destierro a Toledo.
Las represalias
Las mujeres que desafiaban la tradición resultaban molestas. No sólo para los hombres. A menudo, lo eran mĆ”s aĆŗn para otras mujeres. En 1915, Emilia Pardo BazĆ”n, que se declaraba Ā«radical feministaĀ» porque creĆa que Ā«todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujerĀ», indicó en una entrevista con el Caballero Audaz: Ā«Tengo la evidencia de que si se hiciese un plebiscito para decidir ahorcarme o no, la mayorĆa de las mujeres espaƱolas votarĆan que Ā”sĆ!Ā».

El dĆa que Carmen de Burgos dejó la ciudad, el periódico en el que trabajaba, el Heraldo de Madrid, publicó un artĆculo titulado āUn atropelloā, donde denunció:
Ā«Ahora desempeƱa una cĆ”tedra en la Escuela de Artes e Industria de Madrid, y sin asomo de motivo se la envió en comisión a Toledo. (…) Enferma y todo sale para Toledo, y excusamos decir que desde allĆ seguirĆ” honrando las columnas del Heraldo con sus trabajos. (…) PodrĆamos comentar esta serie de abusos y de menosprecios a los derechos ganados en buena lid por ColombineĀ».
Asà apartaron a la profesora de Madrid, pero ella siguió escribiendo y dando conferencias allÔ donde la invitaban. En mayo de ese año, en la Institución para la Enseñanza de la Mujer, en Valencia, volvió a reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres. En unos salones «atestados de gente» reclamó:
Ā«No somos personas jurĆdicas. Estamos sometidas a una minorĆa casi perpetua, hijas y esposas no podemos vender, hipotecar, obligarnos ni recibir donaciones. Solo si tienen algunos de estos derechos en el caso de estar casada bajo el rĆ©gimen de separación de bienes, y aun asĆ, no son completos. (…) Quiero para ambos sexos idĆ©nticos derechos, las mismas leyes e igual educaciónĀ».
En enero de 1918 aprobaron en Inglaterra la Ley de Representación del Pueblo. Las mujeres por fin podĆan votar. Aunque no todas. Esa primera ley concedĆa el voto a esposas de los propietarios, mujeres propietarias y universitarias de mĆ”s de 30 aƱos. Y habĆa llegado muchos aƱos despuĆ©s que en algunas de sus antiguas colonias: Nueva Zelanda lo aprobó en 1893 y Australia, en 1902. TambiĆ©n despuĆ©s que en Finlandia (1906), Noruega (1913), Dinamarca e Islandia (1915), y sólo un aƱo antes que en Alemania.
La sociedad victoriana intentó impedir que las mujeres fueran a las urnas. Pero fue un hombre, John Stuart Mill, quien desafió por primera vez esa idea. En 1867 propuso en el Parlamento una reforma electoral para eliminar la exclusión por sexo. Perdió por 123 votos. Pero la ambición fue creciendo, entre reivindicaciones y protestas, hasta aquel invierno de 1918. Y no fue tanto una conquista social como una consecuencia de la guerra.
La I Guerra Mundial, la contienda mĆ”s catastrófica que habĆa vivido el mundo hasta entonces, habĆa dejado al Reino Unido sin electorado. Los hombres estaban en las trincheras y muchos de ellos no volverĆan jamĆ”s. AdemĆ”s, durante los aƱos de batalla, las mujeres ocuparon los puestos que ellos dejaron para irse al frente y habĆan dejado claro que no necesitaban a ningĆŗn varón para custodiar su destino.

EspaƱa, en cambio, parecĆa congelada en el tiempo hasta que el 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda RepĆŗblica. Colombine tenĆa 64 aƱos y una salud hecha aƱicos, pero aĆŗn le quedaban fuerzas para lanzar una nueva campaƱa que exigĆa el derecho al voto de la mujer.
Entonces era āpresidenteā general de la Cruzada de Mujeres EspaƱolas y de la Liga Internacional de Mujeres IbĆ©ricas e Iberoamericanas. La palabra āpresidentaā no existĆa. Igual que hoy no es posible presentarse como āescritoraā o ārealizadoraā en la red social mĆ”s usada en el mundo. Lo denunció la escritora Ćngeles Caso en una conferencia sobre BookTubers el pasado mes de abril. Ā«Fui a abrirme un perfil en Facebook y sólo tenĆa la posibilidad de calificarme como āescritorā. No veĆa eso de: āĆngeles Caso: escritorā y decidĆ que apareciera: āĆngeles Caso: libroāĀ».
Daba la sensación de que, con la llegada de la repĆŗblica, el voto estaba a la vuelta de la esquina. Pero la opinión de las feministas se habĆa dividido en dos. Algunas, como Victoria Kent, lo temĆa. Pensaban que la papeleta de la mayorĆa de las mujeres obedecerĆan las órdenes de sus sacerdotes. Ā«En este momento lo estimo un poco peligrosoĀ», dijo la radical socialista en una entrevista con Josefina Carabias en el periódico Ahora en noviembre de 1931. Ā«La prueba la tiene usted en que las derechas estĆ”n encantadas de que voten las mujeres. Esas mismas derechas se oponĆan al sufragio universal en tiempos, alegando que la masa no estaba preparadaĀ».
Otras, en cambio, como Colombine o Clara Campoamor, lo querĆan a toda costa. La periodista almeriense escribió en La mujer en polĆtica:
Ā«Hace aƱos en una encuesta que organicĆ© en el Heraldo respecto al voto femenino, me contestó el seƱor Lerroux en carta que conservo, que ese temor al reaccionarismo de la mujer era injustificado, pero que aunque dicho peligro existiera, no debĆamos oponernos a la libertad en nombre de la libertadĀ».
El 19 de noviembre de 1933 las mujeres votaron por primera vez en EspaƱa.
La primera corresponsal de guerra
En el verano de 1909, en EspaƱa, cantaban esta coplilla.
Ni me lavo ni me peino
ni me pongo la mantilla,
hasta que venga mi novio
de la guerra de Melilla.
Melilla ya no es Melilla,
Melilla es un matadero
donde van los espaƱoles
a morir como corderos.
La letra hacĆa referencia al desastre del Barranco del lobo. El 26 de julio los rifeƱos empezaron a disparar desde el monte GurugĆŗ contra los soldados espaƱoles. MĆ”s de 100 murieron y unos 600 resultaron heridos en ese episodio de la Guerra de Melilla.
El desastre del Barranco del lobo llevó a Colombine hasta MĆ”laga. QuerĆa estar mĆ”s cerca del campo de batalla. A principios de agosto publicó varias crónicas en el Heraldo desde esa ciudad. Habla de los heridos, de la labor de la Cruz Roja y de la falta de agua en Melilla. A los pocos dĆas, se traslada a AlmerĆa, junto a su hermana Catalina, su escudera en muchos de sus viajes y una de las personas mĆ”s fieles de su vida.
Las cartas de los soldados llegaban a AlmerĆa y de ahĆ partĆan a su destino en el resto de EspaƱa. Eso la acercaba aĆŗn mĆ”s al corazón del conflicto. La ciudad mediterrĆ”nea, por su cercanĆa a Melilla, daba Ā«un bello ejemplo de entusiasmo patriótico y humanitarioĀ», escribió Colombine. En una de sus crónicas, la periodista lo retrató con esta escena:
«Todas las noches, un periódico local expone los telegramas al público en la farola del paseo, uno de los sitios mÔs concurridos de la población, y la gente, hombres, mujeres y niños, forman cola, Ôvidos de leer las noticias».
El 25 de agosto, de pronto, apareció en el Heraldo un āTelegrama de Colombineā enviado desde Melilla. Ā«Ir al campo de batalla era el modo eficaz de vencer la censura militar, de conseguir un documento real de la guerraĀ», escribe Concepción Núñez en Colombine en la edad de plata de la literatura espaƱola. Ā«Desde AlmerĆa, apoyada por familia y amigos, consiguió el medio de trasladarse a la ciudad asediada. Tal vez viajó en el āvaporcito Sigloā que diariamente transportaba el correo y al que ella alude con ese diminutivoĀ».
Cinco dĆas mĆ”s tarde, en la primera pĆ”gina del Heraldo, un titular anunció: āColombine, en Melillaā. En sus crónicas, a menudo, hablaba como una madraza. Ā«Me siento invadida de una tristeza profunda. El soldado en campaƱa inspira un sentimiento de respetuosa ternura, que no sentimos al contemplarlo en tiempos de paz. Todos los dĆas, al verlos salir con el convoy, morenos, sudorosos, llenos de polvo, experimento algo semejante a la tierna piedad que parece desprenderse del ambiente de amor y lĆ”grimas con que los rodea el recuerdo de las madres y las amantes lejanasĀ».

Carmen de Burgos aludĆa a las mujeres. Ā«He tenido respecto a esto ocasión de hacer una observación importante del espĆritu de la mujer. Muchos me enseƱan retratos y cartas de sus hijos y de sus esposas. Estas Ćŗltimas se quejan del dolor de la separación y expresan todas las angustias propias de las mujeres amantes que ven en peligro a los seres queridos; pero todas censuran con desprecio a los militares que pidieron la separación del servicio o rehuyeron acudir a la guerraĀ».
Era una corresponsal que escribĆa desde la emoción. En el artĆculo del 30 de agosto de 1909 relató:
Ā«Bien pronto, bajo el manto de la noche africana, se oye el dulce acorde melancólico de las guitarras, y los brindis de los oficiales se mezclan a los cantos de la tropa. Un soldado entona la triste elegĆa de una malagueƱa:
Estando muerta mi madre,
A su cama me acerquƩ,
Le di un besito en la frente,
Llorando me retirƩ.
Una ola de melancolĆa se extiende por el ambiente.
āNo cantes eso āexclaman varias voces.
Y una copla enamorada se corea de palmas. (…) Nuestra fiesta no tardó en ser interrumpida por las detonaciones de los Pacos y las descargas de fusilerĆa. El suceso de todas las noches; la lenta contribución que traicioneramente cobran los rifeƱos a nuestro ejĆ©rcitoĀ».
Colombine no sólo contaba lo que ocurrĆa. TambiĆ©n trataba de informar a los familiares de los soldados de su estado de salud. El periódico publicaba todos los dĆas una lista de heridos.
Unos veinte dĆas despuĆ©s, volvió a Madrid y, aĆŗn con el olor a bala, escribió un artĆculo titulado ‘Ā”Guerra a la guerra!’. La consideraba una suprema barbarie humana y defendió el derecho de todo humano a negarse a matar. En su libro Al balcón, habló de los pioneros de la objeción de conciencia:
«El mundo civilizado pone el fusil en la mano del hombre, le da orden de matar, y si el hombre arroja el arma y rehusa ser homicida, se le trata como delincuente⦠Todo hombre debe, ante todo, y cueste lo que cueste, negarse a tal servidumbre».
ParecĆa que esta mujer tenĆa un chaleco antibalas contra el miedo. Ni le asustó meterse entre los tiros que se estaban pegando en el monte GurugĆŗ ni dejó de viajar por Europa cuando el continente ardió en guerra. En esa Ć©poca, estuvo a punto de ser fusilada.
āFusilada, sĆ. Fue en Alemania ādijo en una entrevista con JosĆ© Montero en 1930ā. Empezaba la Gran Guerra. VolvĆa yo de presenciar el magnĆfico espectĆ”culo del āsol de media nocheā. Me acompaƱaba mi hija. Unos soldados iban buscando en el tren a una espĆa. Creyeron que era yo, y por unos instantes tuve las bayonetas junto a mi. Eran aquellas jornadas las del mĆ”ximo encono entre los paĆses de uno y otro bando. Y a mi me habĆan tomado por una espĆa rusa⦠Hasta que la cosa se pudo aclarar ya puede usted suponerse las molestias y las zozobras⦠Se apoyaban, para considerarme espia, en varios hechos que eran totalmente pueriles. Entre ellos, el de que yo habĆa dicho, al ver pegar a unos prisioneros rusos, compadecida: āĀ”Pobrecitos!ā.
āUsted, en realidad, Carmen, fue la primera mujer periodista, Āæverdad?
āSĆ. He hecho el periodismo vivo, activo, de batalla. He sido la primera mujer que se ha visto ante la mesa de la Redacción, que ha hecho reportajes, que ha organizado encuestas, que ha vivido y sentido. En fin, el periodismo de combate, Ć”gil, nervioso y bohemio.
Literatura
El cambio de siglo supuso un giro radical en la vida de Carmen de Burgos. Primero se fue a Madrid y, al poco, tomó un tren que la llevó a descubrir Europa. Empezó por Francia e Italia. Ā«Se dice que los viajes han perdido en poesĆa lo que ganaron en comodidadĀ», escribió en Por Europa (1906). Ā«Prefiero que sea asĆ, aunque no pueda referir Ć” usted los encantos de las diligencias, tan poco diligentes en los viajes de nuestros padresĀ».
En esos paĆses conoció los salones literarios. Eran lugares refinados donde hablaban de altĆsima cultura. Aunque, en sus cómodos sillones, no era mĆ”s fĆ”cil ser mujer. El peso de esa frase que dijo Pardo BazĆ”n, Ā«cómo habrĆa cambiado mi vida de haberme llamado EmilioĀ», caĆa ahĆ tambiĆ©n como un plomo. En su libro de viajes, la almeriense se quejaba de que, en Francia, Ā«muchas damas aristocrĆ”ticas se hacen notar por sus gustos literarios y como aficionadas entran en el mundo de las escritoras, pero no logran tomar en Ć©l carta de naturaleza, a pesar de los aplausos que debidos a su posición social se les tributa en los salonesĀ».
La idea de reunirse para hablar de cultura le fascinó y, al volver a Madrid, montó su salón literario. Todos los miĆ©rcoles, a las cinco en punto, comenzaba en su casa āLa tertulia modernistaā. Colombine servĆa tĆ©, como hacĆan en aquellos paĆses. Imitaba sus modales exquisitos y establecieron que, de puertas adentro, la libertad de pensamiento sólo tendrĆa como lĆmite el infinito.
«Por mi casa de Madrid pasan escritores, periodistas, músicos, escultores, pintores, poetas⦠y cuantos artistas americanos y extranjeros nos visitan⦠Todos somos hermanos, todos hablamos de arte⦠todos son soñadores que luchan por el ideal», relató en Al balcón.
La tertulia en su casa de la calle San Bernardo, nĆŗmero 76, duró varios aƱos y de allĆ salió la Revista crĆtica. A los gobernantes conservadores que la trasladaron a Toledo no sólo le incomodaban sus escritos. TambiĆ©n veĆan en esas citas un polvorĆn. Pero a pesar del ādestierroā, no consiguieron disolver el grupo. Colombine viajaba todos los fines de semana a Madrid y todos los domingos, como antes hacĆa los miĆ©rcoles, a las cinco en punto, servĆa el tĆ©.
Carmen de Burgos debió de ser una persona arrolladora. TenĆa la corpulencia, los ojos oscuros y los rizos negros del duende andaluz. En una sociedad asfixiada por la moral, ella era indómita y eso, probablemente, la hizo irresistible. Ā«En mi inolvidable Rodalquilar se formó libremente mi espĆritu y se desarrolló mi cuerpo. Nadie me habló de Dios ni de leyes, y yo me hice mis leyes y me pasĆ© sin DiosĀ», contó en āAutobiografĆaā, en la revista Prometeo, publicada en agosto de 1909. Ā«AllĆ sentĆ la adoración al panteĆsmo, el ansia ruda de los afectos nobles, la repugnancia a la mentira y los convencionalismos. PasĆ© a la adolescencia como hija de natura, soƱando con un libro en la mano a la orilla del mar o cruzando al galope las montaƱasĀ».

Colombine mantuvo toda su vida ese espĆritu anĆ”rquico. Desafió todas las cadenas, hasta las del espacio y el tiempo. Ni se ató a un domicilio fijo ni jamĆ”s dijo su edad. PreferĆa darse a esa naturaleza salvaje de la Ā«tierra moraĀ» donde se crió. En una entrevista en La Esfera, en 1922, el periodista le preguntó:
āĀæQuĆ© digo de la edad?
āPues diga usted que le he contestado lo mismo que Ć” un policĆa al llegar Ć” la frontera suiza. Me preguntó la edad y le dije: āPues mire usted, no sĆ© la que habrĆ© puesto en la cĆ©dula, Ā”porque como miento tanto en ese punto!ā. Cuantos me oyeron quedaron asombrados de mi ingenuidad, tomĆ”ndola por osadĆa.
De esa mujer sin miedo se enamoraron muchos hombres que pasaron por la tertulia. Pero ella ya no era presa fĆ”cil. Muchos artistas le declararon su amor y ella rechazó a todos. Algunos, ofendidos y despechados, la llamaron frĆvola y coqueta. Ella, para esquivar estos galanteos, alardeó de Ā«incapacidad de amarĀ».
Hasta que en abril de 1908 apareció en el salón un joven que estudiaba derecho. TenĆa 18 aƱos y se llamaba Ramón Gómez de la Serna. Ella tenĆa 37, pero la diferencia de edad no detuvo el flechazo. Bastó un aƱo para que un dĆa, de pronto, unos besos derribaran la armadura que Colombine se habĆa calzado. AsĆ empezó una relación que pasó por la pasión, los celos, la admiración, la complicidad, la traición y la amistad.
Esos besos, atribuidos a personajes ficticios, estÔn escritos en un pÔrrafo que descubrió Núñez Rey en La hija fea:
Ā«Lo leĆ sobre su hombro, y sin retenerme la besĆ© en la nuca. No la habĆa besado nunca y no se incomodó. Aquel beso estaba incluido de tan grandes cosas, eximias y maravillosas, que no manchabaĀ».
Poco despuĆ©s decidieron dejar la tertulia y dedicarse en cuerpo y alma a escribir. Ella ya era reconocida y admirada en el mundo literario. Ćl aĆŗn no. Pero Carmen de Burgos siempre creyó en su talento y lo apoyó mucho antes de que se hiciera famoso por sus greguerĆas.

La literatura era la pasión de los dos. Ā«En aquella Ć©poca hubiera matado al que me dijese que la literatura no lo era todoĀ», escribió el madrileƱo en Automoribundia. Y entre las lecturas compartidas, y los dĆas y las noches escribiendo en la misma mesa, fue creciendo su amor.
No iba a ser fĆ”cil. Desde que el padre de Gómez de la Serna escuchó hablar de este idilio empezó a mover hilos para intentar separarlos. En 1909 don Javier consiguió que nombraran a su hijo secretario de la Junta de Pensiones de ParĆs. Ramón se fue a vivir a Francia y Colombine permaneció entre Madrid y Toledo.
Las cartas de amor y una visita a ParĆs trituraron las intenciones del padre. Al cabo del tiempo Ramón regresó a Madrid y volvieron a vivir juntos. En las dĆ©cadas siguientes sólo los separarĆa el trabajo. Ella nunca dejó de viajar ni rechazó las invitaciones a dar conferencias en cualquier lugar del mundo por estar a su lado.
Colombine era de las pocas mujeres que en aquella Ć©poca entendió que el amor no debĆa ser una mazmorra. Aunque ella, de guante blanco, nunca lo dijo en palabras tan directas como la polĆtica rusa Alejandra Kolontai: Ā«El hombre siempre intentó imponer su ego sobre nosotras y adaptarnos totalmente a sus propósitos. AsĆ, a pesar de todo, constantemente estalló la inevitable rebelión interior, ya que el amor se convirtió en una prisiónĀ».
A lo largo de su vida, Carmen de Burgos escribió mĆ”s de cien relatos cortos y novelas. Y en muchas de ellas hacĆa ver cómo la sociedad arrinconaba a la mujer en la sociedad detrĆ”s de las cortinas. Ā«Te obligarĆ©. TĆŗ olvidas que yo soy el marido, el hombreĀ», dijo, enfadado, el protagonista de su relato El artĆculo 438.
EscribĆa de noche. Ā«PodrĆan ver que son las cuatro de la maƱana y aĆŗn arde mi lĆ”mpara de trabajoĀ», dijo a JosĆ© Montero Alonso en una entrevista publicada en La piscina, La piscina. Y con el tiempo sus cuartillas se acercaban cada vez mĆ”s a sus ojos. Lo contaba Ramón. Era miope.
āEn sus novelas, Āæcómo trabaja usted? ĀæTraza primero un plan? āpreguntó el periodista.
āNo. La preparación de cada novela es mental mĆ”s que nada. Aunque luego, a pesar del ese plan meditado, la fuerza de la acción empuja, varĆa el curso primitivo de la novela. Yo trabajo siempre de noche. (…) Escribo con facilidad. Si no, escribir serĆa un tormento. Y escribir debe ser siempre un placer.
āEn esa relación, en esa amistad que hay siempre de novelista a lector, de autor a pĆŗblico, Āærecuerda usted alguna anĆ©cdota, algĆŗn hecho curioso?
Colombine le contó que habĆa escrito una novela llamada Los anticuarios basada en lo que habĆa aprendido de esas tiendas en ParĆs. Varios aƱos despuĆ©s, en un hotel en MĆ©xico, un desconocido la detuvo y le dijo: «”Le debo a usted mi fortuna!Ā». Aquel hombre leyó el libro y copió los trucos y las estafas que relataba para montar un negocio. DespuĆ©s compró todos los ejemplares que habĆa en MĆ©xico para que nadie pudiera descubrir sus artimaƱas y evitar que otro listo le hiciera la competencia.
āY yo que quise poner un fin moral en mi libro por el ambiente de picardĆa y de farsa que mostraba al descubierto, vi que lo conseguido era todo lo contrario: en vez de moralizar, desmoralizabaā¦
La literatura tambiĆ©n la envolvió en un proceso judicial de lo mĆ”s estrafalario. Una mujer la demandó alegando que su novio, despuĆ©s de leer una novela de sus novelas, renunció a casarse con ella. Ā«Creyó que mi libro influyó en la decisión del hombre. Y me pedĆa, como indemnización, una cantidad realmente grandeĀ», explicó en la entrevista de La piscina, La piscina. Ā«El pleito, que por fin ganĆ©, me costó mucho dinero, pues la mujer iba, ante cada sentencia, recurriendo a un Tribunal superior de categorĆaĀ».
La almeriense contó una anĆ©cdota mĆ”s al periodista. Esta vez, de terror. Ocurrió una noche, mientras escribĆa una novela de espiritismo, El retorno. De pronto, se apagó la luz. Esperó un rato pero las lĆ”mparas no volvieron a encenderse y entonces se fue a dormir. Al dĆa siguiente, por la noche, como era su costumbre, se sentó en su escritorio. Escribió unas cartas y Ā«cuando querĆa avanzar en las cuartillas, la luz volvió a apagarse. AsĆ hasta cuatro veces en cuatro noches. Como si un poder oculto, misterioso, impidiese salir a mi novela de aquella cuartilla en que se habĆa detenidoĀ», relató. Ā«Publicado ya el libro, la seƱora de un amigo, al oĆrme contar este caso, quiso, por curiosidad, comprar mi novela espiritista. La estaba leyendo una noche, en el lecho, y cuando apagó, para dormir, la luz, vió a los pies de su cama una fantasmagorĆa de sombras blancas, extraƱas. Se asustó, gritó. El libro prolongaba de este modo su espĆritu de miedo y misterioā¦Ā».
La ciencia reciente exterminó a las almas como Nietzsche mató a Dios. Pero en aquella Ć©poca los espĆritus eran gente corriente. Thomas Edison incluyó en sus trabajos un dispositivo para comunicarse con los muertos y el gran astrónomo Camille Flammarion pensaba que era muy posible que el mĆ”s allĆ” estuviera habitado por espĆritus.
A finales del XIX y principios del XX, Ā«el espiritismo era ocupación de las clases privilegiadas e intelectualesĀ», segĆŗn el escritor Miguel Ćngel Delgado. Ā«Los mĆ©diums eran recibidos en los salones mĆ”s exquisitosĀ». Incluso Victoria Woodhull, la primera mujer que se presentó a presidenta de los Estados Unidos, trabajó de intĆ©rprete entre los vivos y los muertos cuando era una niƱa para llevar ingresos a sus padres.
El desengaƱo
La tarde del sĆ”bado 7 de diciembre de 1929, en el Teatro AlcĆ”zar de Madrid, Ramón Gómez de la Serna estrenó āLos medios seresā. El escritor temĆa la reacción del pĆŗblico, que en aquella Ć©poca no tenĆa ningĆŗn pudor en convertir el final de una función en un volcĆ”n de alaridos, y se ocupó de que muchas de las butacas estuvieran ocupadas por sus amigos.
AllĆ estaban sus compaƱeros de la tertulia āSagrada cripta del Pomboā: la periodista Magda Donato, Salvador Bartolozzi, Enrique Jardiel Poncela y, por supuesto, Carmen de Burgos. Ā«Todos estaban estratĆ©gicamente situados en el teatro para contrarrestar la reacción esperada de los estrenistas habituales y demĆ”s espectadores que se presumĆa rechazasen la forma y fondo vanguardista de la obraĀ», apunta Simona Moschini en āLa memoria de un evento teatral a travĆ©s de la prensa: Los medios seresā.
MarĆa Ćlvarez de Burgos actuó en la obra. La hija de Colombine habĆa vuelto rota de Argentina. TraĆa la frustración de un matrimonio fallido con Guillermo Mancha y una intensa adicción a las drogas. La madre se empeñó en que Ramón le diera un papel. No fue fĆ”cil. Algunos actores se opusieron pero Carmen insistió y MarĆa acabó formando parte de la obra.
Aquella noche, al terminar la función, Colombine descubrió que su hija, MarĆa, y su pareja, Ramón, se habĆan hecho amantes. La prensa no aireó el escĆ”ndalo pero sĆ informó de su huida. El 5 de enero de 1930, apareció en El Sol una noticia titulada āRamón se marcha a ParĆsā:
Ā«Esta vez Ramón nos amenaza con una estancia muy larga. Ha tomado ya una āgarqonnicreā en el Barrio Latino, y sólo volverĆ” a Madrid en el verano. Ramón dice que su establecimiento en ParĆs responde a uno de sus sueƱos mĆ”s largo tiempo acariciados. Por nuestra parte, lo dudamos mucho, porque, de haber sido asĆ, se habrĆa preocupado, por lo menos, de aprender francĆ©s. Pero Ć©l recuerda que ni VĆctor Hugo aprendió espaƱol cuando vino emigrado a EspaƱa, ni FernĆ”ndez y GonzĆ”less aprendió el francĆ©s cuando se trasladó a ParĆs como huĆ©sped de anĆ”loga categorĆa. Ramón se va, y no por esas razones, sino simplemente por deseo y capricho literarioĀ».
Pronto se vio que esa relación no fue mĆ”s que Ā«un espejismo lateral del teatroĀ», escribió Ramón en Automoribundia. Ā«Una interrupción de locura llenó los febriles dĆas de los ensayos y oĆ el āsiempre habĆa esperado este momentoā y en esas noches supe que ella tomaba cocaĆna y hubo una escena de muerte verdinegra que violentó mĆ”s aquella pasiónĀ».
Al final no fue el padre de Ramón quien los separó. Fue la hija de Carmen. El golpe cayó en un corazón que llevaba aƱos enfermo. Ā«Mi salud no es buena, pues de sustos y sufrimientos siento que me desfallece el corazón. (…) Mi vida hace crisisĀ», escribió un aƱo mĆ”s tarde en una carta a su amiga Ana de Castro Osorio que Concepción Núñez encontró en la Biblioteca Nacional de Lisboa.
Pero el amor pudo al rencor. No habĆa estocada suficientemente honda para que Colombine diera la espalda a su hija. MarĆa, perdida en sus crisis neuropĆ”ticas y las drogas, volvió al hogar de su madre. Ramón, en primavera, regresó de ParĆs y tambiĆ©n halló su puerta abierta. DespuĆ©s los separó Argentina. QuizĆ” para siempre. El escritor se casó en aquel paĆs y al volver a EspaƱa intentó evitar a su antigua pareja. Sólo poco antes de que ella muriera volvieron a verse. Ćl la visitaba cada domingo como a una vieja amiga.

La repĆŗblica
El 14 de abril de 1931 se proclamó la segunda repĆŗblica espaƱola. Era el fin de la ādictablandaā de Miguel Primo de Rivera y de la monarquĆa borbónica. Las elecciones del dĆa anterior mostraron que las grandes capitales del paĆs no querĆan un rey. Los lacayos de Alfonso XIII tuvieron que preparar sus maletas urgentemente. Ā«Has de salir del paĆs antes de que se ponga el solĀ», le advirtió Niceto AlcalĆ”-Zamora, en nombre del ComitĆ© Revolucionario.
La nueva Constitución proclamó EspaƱa como Ā«una repĆŗblica de trabajadores de toda claseĀ». El paĆs se hizo laico y Colombine vio por fin sus sueƱos cumplidos. La carta magna reconoció el matrimonio civil, el divorcio y el voto femenino. Ā«Creo que el porvenir nos perteneceĀ», escribió en la revista Mujer el 27 de junio de ese aƱo.
HabĆa pasado meses retirada de la vida pĆŗblica, escribiendo relatos, entre las sombras de su dolor. La repĆŗblica, al fin, la sacó de casa. Se afilió al Partido Republicano Radical Socialista y en la formación querĆan que se presentara como candidata a diputada en las elecciones de 1933. Era āpresidenteā general de la Cruzada de Mujeres EspaƱolas y de la Liga Internacional de Mujeres IbĆ©ricas e Iberoamericanas. La eligieron āvicepresidente primeroā de la Izquierda Republicana Anticlerical, una agrupación que seis dĆas despuĆ©s de publicar su manifiesto, reunió a 10.000 personas.
Su tiempo pasaba entre la actividad frenĆ©tica de los mĆtines y el descanso que le exigĆa su corazón. Apuraba sus energĆa para seguir con sus campaƱas. Esta vez, contra la pena de muerte y la prostitución. Ā«Me cogió un vĆ©rtigo de trabajo. No quise confesar que mi salud estĆ” delicada, lo llevĆ© todo a cabo y me puse a morirĀ», escribió a su amiga Ana de Castro, a mediados de noviembre. Ā«Por fortuna tengo una naturaleza fuerte y una semana a leche, y con reposo absoluto, me han puesto bien. (…) Era un esfuerzo necesario. Ya podremos ir mĆ”s despacio. Se necesitaba escalar la fortaleza y ganar el tiempo que habĆa perdido con mi alejamiento de todoĀ».
Antes del fin de 1931, en noviembre, ingresó en la masonerĆa. Carmen de Burgos fundó la logia Amor y le otorgaron el grado de mĆ”xima autoridad, Gran Maestre, despuĆ©s de casi 20 aƱos de excelente relación con esta organización donde se hermanaban los grandes intelectuales de la Ć©poca.
En marzo de 1932 publicó Guiones del destino. Lina, la protagonista, Ā«avanzó hacia el pĆŗblico, saludando y enviando puƱados de besos que parecĆan materializarse y volar sobre los espectadoresĀ». De pronto, estalló un Ā«grito de inmenso horror exhalado por el pĆŗblico. El telón bajaba rĆ”pidamente sobre Lina, que no se apartaba. Por pronto que quisieron acudir espectadores y empleados en su ayuda, llegaron demasiado tarde. El enorme telón habĆa aplastado a la actriz. La mitad de su cuerpo quedaba a la vista del pĆŗblico, descansando entre las flores, frescas y olorosas, que le acababan de arrojarĀ».
Colombine, de algĆŗn modo, estaba anunciando su propia muerte. Ocurrió siete meses despuĆ©s. La tarde del sĆ”bado 8 de octubre de 1932 la escritora acudió a la sede del CĆrculo Radical Socialista para participar en una mesa redonda sobre educación sexual. QuerĆa acabar con esa imagen pecaminosa que los clĆ©rigos daban al amor dentro de la alcoba. Ā«En las bodas del futuroĀ», indicó, Ā«al tomarse los dichos, deberĆ” acudir el mĆ©dico en vez del confesorĀ».
Pero, de pronto, empezó a sentirse mal. Muy mal. Exhausta. En la sala habĆa dos mĆ©dicos y tambiĆ©n llamaron a su amigo y doctor Gregorio Marañón. Ā«Una vez los tres mĆ©dicos reunidos se procedió a hacer una sangrĆa y a la inyección de varias ampollas de aceite alcanforado. Sin embargo, la ilustre escritora continuaba empeorandoĀ», escribieron al dĆa siguiente en el periódico El Sol. Ā«A pesar de su estado, conservaba la serenidad. Sin perder energĆa pronunció estas palabras: āMuero contenta, porque muero republicana. Ā”Viva la RepĆŗblica! Les ruego a ustedes que digan conmigo: Ā”Viva la RepĆŗblica! (…) Se avisó a una ambulancia que trasladó a doƱa Carmen de Burgos a su domicilio donde falleció a las dos de la madrugadaĀ».
Enterraron a Colombine en el Cementerio Civil de Madrid, un dĆa de lluvia fina. En la comitiva estaban los principales polĆticos e intelectuales de entonces. La noticia apareció en decenas de medios internacionales. Hubo varios homenajes en su honor y muchos intelectuales, entre ellos, Clara Campoamor, pidieron que Madrid diera su nombre a una calle.

La escritora no pudo ver que, en realidad, el porvenir no les pertenecĆa. HabĆa sido un espejismo que acabó a balazos, en una guerra civil y una dictadura nacionalcatólica. El fin de la repĆŗblica fue tambiĆ©n el fin de su memoria. El general Franco incluyó su nombre en la lista de autores prohibidos junto a Zola, Voltaire o Rousseau. Sus libros desaparecieron de las bibliotecas y las librerĆas.
Otras autoras que habĆan defendido los derechos de la mujer, como Pardo BazĆ”n, sobrevivieron al rĆ©gimen. La condesa se libró porque era católica. En GalerĆa, una recopilación de entrevistas del Caballero Audaz publicada en 1943, aparece una entrevista a doƱa Emilia de principios de siglo, pero el texto acaba con un parche ideológico que el censor introdujo a capón.
«Con pocos años mÔs de vida que Dios hubiera querido conceder a la condesa de Pardo BazÔn, le hubiera sido dado a ésta contemplar la honda y rÔpida transformación experimentada por la mujer española en todos los órdenes de la vida».
Ā«(…) En las clases estudiantiles y populares, la incorporación femenina a la polĆtica produjo efectos desastrosos. Por snobismo en unas, por incultura en otras, prendieron en esas masas de mujeres los extremismos mĆ”s violentos. Ocuparon escaƱos en el Parlamento agitadoras desprovistas de feminidad, autĆ©nticos viragos llenos de rencores y de envidias vengativas que apoyaron toda la legislación disolvente, antipatriótica y, sobre todo, descristianización de la RepĆŗblicaĀ».
«Aquellas diputadas sin delicadeza, sin religión y casi sin sexo, hubieran horrorizado el feminismo entusiasta que predicaba la eximia Pardo BazÔn, que, si fué uno de nuestros mejores talentos literarios modernos, fué, antes que todo, una fervorosa católica y una española ejemplar».
En esa EspaƱa las mujeres volvĆan a asumir el sometido papel del āĆ”ngel del hogarā. El de la mujer delicada, sumisa, dócil y casta entregada a cocinar, fregar, coser y cuidar de su marido y sus hijos.
Pilar Primo de Rivera, la poderosa fundadora de la sección femenina del partido único, dijo en 1942: «Las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles. Nosotras no podemos hacer nada mÔs que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho».
Veinte aƱos antes un periodista visitó a Colombine en su casa de Madrid. Ella lo recibió en su mesa de trabajo, Ā«que tiene no poco de tablero de plancha o de cortador de sastrerĆaĀ», y dijo:
āBueno. Pregunte usted, seƱor confesor.
Ā«Yo no podĆa tenerme de la risaĀ», escribió el periodista de La Esfera E. GonzĆ”lez Fiol reconocĆa y alababa su talento como lo harĆa con un hombre.
āMire usted, Carmen: es una interview de amigo y de buen compaƱerismo. Prescindamos de preguntas y usted me cuenta lo que le convenga⦠y quien quiera saber mĆ”s, que vaya a Salamanca.
āBueno. ĀæPor dónde empezamos?
āPor la infancia.
āMis padres estaban en muy buena posición. Eran hacendados en Rodalquilar, un pueblo que yo he descrito en varias novelas mĆas. Como de niƱa era muy raquĆtica y enfermiza, me mandaron al pueblo para que me fortaleciese, y allĆ me criĆ©, sin enseƱanzas de nadie, como los ajos porros, sin esencia de Dios, como dice la gente del pueblo. Bueno, esto de los ajos porros no lo ponga usted.
āĀæCómo que no? Con lo que me gustan a mĆ los grĆ”ficos modismos del pueblo. ĀæCómo era usted entonces?
āUn demonio. Mis juguetes predilectos eran las muƱecas y los periódicos. Mi diversión, leer cuanto caĆa en mis manos y montar a caballo. Era como he sido siempre: un espĆritu rebelde, pero con rebeldĆa de guante blanco.
”Yorokobu gratis en formato digital!
āNo seas tonta, Dolores, y no te abatas asĆ āsolĆa decirleā. Yo comprendo que es triste que tu marido no te atienda como tĆŗ te mereces y ande por ahĆ con querindangas. Pero no sabes tĆŗ lo que hacen otros. DespuĆ©s de todo nada te falta en tu casa, y no se mete contigo. CrĆ©ete que lloras sólo con un ojo.
Dolores asentĆa. ĀæA quĆ© quejarse? No pudiendo ser dichosa se conformaba con verse libre de las caricias de su marido. Era aquello lo que buscaba con el divorcio. Le bastaba con poseer el dominio de su cuerpo, con no tener que envilecerse en una unión sin amor; con no verse obligada a cumplir aquella obligación que las damas devotas llamaban el dĆ©bito conyugal.
Era aquello la mayor monstruosidad con que emporcaba el matrimonio. Al verse libre de ella, pensaba en que verdaderamente era feliz.
(La malcasada, Carmen de Burgos)
El matrimonio durante mucho tiempo fue una jaula con un trapo encima. Lo que ahĆ pasaba ahĆ quedaba. PodĆan ser caricias o, tambiĆ©n, gritos y palos. Huir no era mucho mejor. DetrĆ”s de los barrotes esperaban, casi siempre, la pobreza y el rechazo. Aun asĆ, algunas mujeres escaparon. Muy pocas. Una de ellas, Carmen de Burgos, no sólo abandonó a un marido Ć”spero y mujeriego. A principios del siglo XX esta almeriense emprendió la primera campaƱa en prensa a favor del divorcio y luchó durante dĆ©cadas por el sufragio femenino y la independencia de la mujer.
Carmen de Burgos fue la primera periodista espaƱola que trabajó en una redacción y la primera corresponsal de guerra de este paĆs. Escribió mĆ”s de cien relatos cortos y novelas largas, redactó miles de artĆculos, dio conferencias por varios paĆses y dejó su Ćŗltimo aliento en convertir EspaƱa en una repĆŗblica democrĆ”tica, progresista y afanada en educar a sus habitantes.
Colombine, como también la llamaban, fue una de las escritoras y defensoras de los derechos de la mujer mÔs reconocidas y admiradas en las primeras décadas del XX. España quedó pequeña a su fama y en su madurez fue aclamada en Europa y América Latina. Era una de las pocas mujeres de referencia de principios del siglo XX, junto a Emilia Pardo BazÔn, Clara Campoamor o Victoria Kent. Pero ¿qué ocurrió para que su nombre fuera borrado de la historia con esa precisión quirúrgica?
La malcasada
Carmen de Burgos SeguĆ (1867-1932) era una mujer hermosa. TenĆa los rizos vigorosos y los ojos negros de la belleza andaluza. Era recia y elegante. De naturaleza volcĆ”nica, como dijo Ramón Gómez de la Serna. QuizĆ” porque creció en un antiguo crĆ”ter de un volcĆ”n: el valle de Rodalquilar.
Un dĆa, cuando aĆŗn era adolescente, un periodista de AlmerĆa llamado Arturo Ćlvarez Bustos le dedicó un poema de amor. Y no paró hasta que la conquistó. Fue Ā«un episodio de ingrato recuerdoĀ», comentó en una entrevista en La Esfera, a los 55 aƱos. Ā«Lo motivó la equivocación mĆ”s grande de mi vida. Mi rebeldĆa me llevó a casarme, contra la voluntad paternaĀ».
La tragedia empezó la propia noche de bodas. La almeriense sufrió el mismo trauma que Sissi Emperatriz, una adolescente alemana de 16 aƱos que llegó a la alcoba con Francisco JosĆ© de Habsburgo sin que nadie le advirtiera antes que los hijos, en realidad, no vienen de ParĆs. En su novela La malcasada (1923), que de forma velada se basa en sus recuerdos, Colombine escribió:
Ā«No encontró en la brusquedad del deseo de Antonio la dulce ternura y la suave caricia que habĆa esperado. No podĆa olvidar la sensación de miedo que sintió, el deseo de huir y cómo tuvo que replegarse y que esconderse en sĆ misma ante la ruda acometividad de su marido, que no se preocupó para nada de su pudor alarmado ni de su espĆrituĀ».

Arturo Ćlvarez vivĆa en las tabernas. Colombine lo dejó entrever en aquella novela: Ā«Pues tambiĆ©n es humor estar aquĆ sola toda la noche, cuando tu marido sabe Dios a quĆ© hora vendrĆ”. (…) Me figuro lo que deben ser esas cosas, aunque he tenido la suerte de no casarme. Ā”QuĆ© hombres! El mejor, asadito y con limónĀ».
Ella, mientras, se afanaba en la aspiración de toda mujer de bien: llenar su hogar de vĆ”stagos. Pero el destino jugaba en contra. El primer bebĆ© falleció trece horas despuĆ©s de nacer, la segunda a los dos dĆas y el tercero a los ocho meses. Igual que le ocurrió a Mary Shelley (1797-1851), la autora de Frankenstein o el moderno Prometeo, Carmen de Burgos asistió a la muerte de sus tres primeros hijos y entonces, en cierto modo, ella tambiĆ©n murió. El escritor Ramón Gómez de la Serna lo contó asĆ aƱos despuĆ©s:
Ā«Hasta que un dĆa a Carmen se la [sic] murió un hijo āen los brazos, sin saber que se la morĆa, porque como tenĆa la fiebre, confió en aquel ardor, hasta que se lo quitaron de entre los brazosā. Carmen, cuando sintió que se lo quitaban y el porquĆ© se lo quitaban, cerró los ojos presa de un ataque a la cabeza. Cuando despertó, cuando āremitióā la muerte, era otra, es decir, era la misma, sino que resuelta, llena de insubordinación, con un habla nueva y desatada, extraƱa a las cosas de su alrededor, combativa y libertadaĀ».
La periodista renació con una vitalidad inexplicable. ParecĆa que algĆŗn Victor Frankenstein habĆa recompuesto ese cuerpo roto de dolor en un ser con el mismo deseo de amar que la criatura que diseñó en su laboratorio el cientĆfico de la novela de Mary Shelley.
A las dos escritoras la ansiada descendencia llegó despuĆ©s del cuarto parto. En 1895 nació la Ćŗnica hija que sobrevivió a la almeriense. La escritora amó y cuidó a MarĆa de los Dolores Ramona Isabel como lo mĆ”s grande de su vida. DecĆa que, de todo lo que hizo en su vida, ella era su Ā«obra maestraĀ». Aunque MarĆa Ćlvarez de Burgos (como se conoció despuĆ©s), a los 34 aƱos, perdida entre la cocaĆna y los desastres amorosos, asestara un Ćŗltimo estoque al corazón vapuleado de su madre.
Harta de un marido infame, a finales de agosto de 1901, Carmen de Burgos SeguĆ metió sus cosas en una maleta y se fue a Madrid. Llegó con su hija y un tĆtulo de maestra que habĆa sacado, estudiando por las noches, a escondidas de su esposo. TenĆa 33 aƱos y una plaza en un colegio de Guadalajara, pero lo que de verdad querĆa era vivir en Madrid, porque su ambición ya no era formar una familia numerosa. Ansiaba trabajar en periódicos y entrar en los cĆrculos intelectuales y de escritores de la Ć©poca. Probablemente, igual que la protagonista de su novela La que se casó muy niƱa (1923), Ā«experimentaba repugnancia por el maridoĀ» y decidió:
āĀ«Yo no quiero tener mĆ”s hijosĀ».
En Madrid, un tĆo suyo Ā«senador del ReinoĀ», AgustĆn de Burgos, le abrió las puertas de su hogar y le presentó a algunos de sus contactos. Un aƱo antes, la escritora le habĆa dedicado su primer libro de relatos breves, Ensayos literarios. Era 1900 y muchos hombres veĆan con sorpresa, y un cierto desagrado, que una mujer saliera de la cocina para emprender una carrera literaria. En el prólogo, el conocido poeta almeriense Antonio Ledesma HernĆ”ndez declaró que las mujeres podĆan participar del pensamiento y el conocimiento, pero siempre dentro de un orden:
Ā«De eso al feminismo exagerado que se ha despertado en nuestros dĆas, hay ciertamente gran distancia: (…) esa promiscuidad feminista que, no haciendo diferencia entre la distinta misión moral y social de ambos sexos, pretende igualarlos en actividades y derechos, y crear una sociedad histórica donde no haya preeminencias para ninguno, ni autoridad, ni por consiguiente familia ni Estado posiblesĀ».
Ese āfeminismo exageradoā que llevarĆa al caos y la destrucción era, en realidad, manso y dócil. Hay que Ā«procurar librarse del egoĆsmo y anteponer las conveniencias de los demĆ”s a las propias, para no hacer nada que disguste a los otrosĀ», escribió la autora en El arte de ser mujer (1920).
Era un feminismo conciliador que jamÔs intentó hincar el diente a nadie. «No es la lucha de sexos, ni la enemistad con el hombre», explicó en La mujer moderna y sus derechos (1927), «sino que la mujer desea colaborar con él y trabajar a su lado».

Sus exigencias quedaban muy lejos de las reivindicaciones que pedĆan 4.000 kilómetros hacia el este: las lĆderes de la revolución rusa. La primera mujer de la historia que tuvo un puesto en un gobierno, Alejandra Kolontai (1872-1952), pedĆa que el Estado se ocupara del cuidado del hogar y de la crianza de los hijos para que las mujeres pudieran desarrollar una carrera profesional y participar en la vida polĆtica y social igual que lo hacĆan los hombres.
La Comisaria del Pueblo para la Asistencia PĆŗblica de los primeros aƱos de la URSS promulgaba que en el siglo XX habĆa nacido una āmujer nuevaā que exigĆa su independencia porque Ā«sus intereses sobrepasan ampliamente los lĆmites de la familia, el hogar y el amorĀ». En AutobiografĆa de una mujer sexualmente emancipada y otros textos sobre el amor, escribió:
Ā«Las virtudes femeninas que durante siglos se han cultivado en ella āpasividad, sumisión, dulzuraā se revelan enteramente superfluas, inservibles, perjudiciales. La severa realidad exige otras virtudes: actividad, firmeza, decisión, dureza, es decir, āvirtudesā que hasta hoy se han tenido por propiedad exclusiva del hombreĀ».
Carmen de Burgos se estableció en calle Echegaray, nĆŗmero 10, hasta que poco despuĆ©s abandonó la casa huyendo otra vez de un hombre. Don AgustĆn de Burgos se acercaba a ella reclamando unos besos que poco tenĆan que ver con el cariƱo entre dos familiares. No era raro. Los varones de esa Ć©poca pensaban que una mujer sin marido era barra libre, igual que hoy muchos creen que porque una mujer dirija un programa de sexo en la radio, estĆ” a disposición del pĆŗblico.
«La divorciadora»
Carmen de Burgos consiguió su objetivo y se quedó en Madrid. En octubre de 1901 obtuvo una autorizaron para ampliar estudios en el Colegio Nacional de Sordomudos y Ciegos de Madrid, y eso le permitió permanecer en la ciudad hasta 1905. Dos aƱos antes habĆa empezado a escribir en el Diario Universal una columna diaria titulada āLecturas para la mujerā. AhĆ hablaba de moda y de modales, pero, a la vez, iba deslizando las ideas liberalizadoras que veĆa en otros paĆses de Europa.
En 1901, PĆo Baroja, Ramiro de Maeztu y AzorĆn pidieron la aprobación del divorcio, pero la propuesta naufragó en un paĆs regido por curas. En 1904, Colombine lo volvió a intentar. La periodista aprovechó que su columna tenĆa muchos lectores, de los sectores mĆ”s conservadores y mĆ”s progresistas, para plantear la cuestión del divorcio. El 20 de diciembre de 1903, en su columna, aƱadió una noticia que decĆa:
Ā«Me aseguran que muy en breve se fundarĆ” en Madrid un āClub de matrimonios mal avenidosā, con objeto de exponer sus quejas y estudiar el problema en todos sus aspectos, redactando las bases de una ley de divorcio que se proponen presentar en las CĆ”marasĀ».
La idea armó un gran revuelo y trece dĆas mĆ”s tarde escribió en su columna: Ā«La noticia del Club de matrimonios mal avenidos ha desencadenado una tempestad no solo entre las seƱoras, sino tambiĆ©n entre los hombresĀ».
Colombine fue publicando las cartas que recibĆa de los lectores, los intelectuales y los cargos pĆŗblicos sobre el divorcio, y en marzo anunció que el debate continuarĆa en un libro titulado El divorcio en EspaƱa. Aquella obra recogió la opinión de Unamuno, Baroja, AzorĆn, Vicente Blasco IbƔƱez, Antonio Maura, Francisco Silvela o Raimundo FernĆ”ndez Villaverde.

Lo mĆ”s curioso es que la feminista declarada Emilia Pardo BazĆ”n, que tambiĆ©n escapó de un matrimonio desgraciado, no participó en la encuesta. Ā«No tengo opinión alguna sobre el divorcio. (…) NecesitarĆa dedicarme a estudiar esa cuestión, y no dispongo de tiempoĀ», se excusó.
En 1904 apareció El divorcio en EspaƱa y, como ahĆ recogió las voces de tantas personas, la autora lo presentó como Ā«un libro ācolectivo ó socialā, muy adecuado al espĆritu de nuestro tiempoĀ». En los comienzos del XX tambiĆ©n existĆa el discurso de lo colaborativo y las redes sociales del que el siglo XXI parece querer apropiarse. La diferencia es que, en vez de usar ordenadores, echaban cartas al buzón. Y en vez de usar Facebook, se reunĆan en cafĆ©s.
El resultado de la encuesta fue contundente: 1462 votos a favor y 320 en contra. Vicente Casanova, el escritor que la animó «Ô dar la noticia de formarse un āClub de matrimonios mal avenidosāĀ», dijo que Ā«la idea del divorcio ha caĆdo, entre las seƱoras mujeres, como gota de agua en tierra sedientaĀ».
Los que estaban a favor denunciaban que Ā«en todas las Ć©pocas se permite el divorcio Ć” los poderosos y se multiplican las causas de nulidad para concederloĀ». Pero, ademĆ”s, Ā«los cuerpos no deben estar unidos si los espĆritus se repelen (…). Es horrible el hogar de dos sĆ©res que se aborrecen y que saben que sólo la muerte puede separarlosĀ».
Los que estaban en contra, los Ā«fervientes católicosĀ», temĆan que Ā«si se ofrece a los esposos la posibilidad de la disolución del matrimonio y de formar otro nuevo, habrĆ” un verdadero desorden en las familias y se estarĆ” expuesto Ć” la tiranĆa y Ć” los caprichosĀ». AdemĆ”s, Ā«la suerte de los hijos es horribleĀ».
En Europa el divorcio era ya algo habitual. Ā«Sólo Italia, Portugal y EspaƱa no tienen establecido el divorcio, aunque consienten el matrimonio civil. El hecho de que se empiece Ć” discutir entre nosotros la conveniencia del divorcio como una idea nueva demuestra un lamentable retraso. (…) De nuestro plebiscito resulta que la opinión de EspaƱa es favorable al divorcioĀ», concluyó Colombine, Ā«y es indudable que se establecerĆ” entre nosotros como conquista de la civilizaciónĀ».
Esta campaƱa dio una gran popularidad a Carmen de Burgos. Muchos de los autores que siempre habĆa admirado, como Giner de los RĆos y Blasco IbƔƱez, empezaron a valorar sus escritos y reconocieron su tesón para luchar por sus propósitos. Otros, en cambio, descubrieron a una enemiga de la tradición. La Iglesia y los sectores mĆ”s reaccionarios (Ā«la gazmoƱerĆa, la mojigaterĆa y la beaterĆa ambienteĀ», como ella los describió en una entrevista con el Caballero Audaz) intentaron desacreditar a la escritora con insultos y calumnias.

El periódico carlista y ultraconservador El Siglo Futuro se cebó con ella. Ā«Se metió conmigo en forma muy desabridaĀ», relató Colombine al periodista de La Esfera E. GonzĆ”lez Fiol en 1922. Ā«No pude soportarlo y me presentĆ© en la redacción de El Siglo. PreguntĆ© por el director. Salió el redactor jefe, y como se negó a darme explicaciones y a rectificar, le di de bofetadas. Dimos el mitin, como se dice ahora. SuĆ”rez de Figueroa se quedó de una pieza al saberlo. Pero yo no me conformĆ© con dar las bofetadas y le escribĆ a D. CĆ”ndido Nocedal, que dirigĆa El Siglo Futuro, diciĆ©ndoles que si no rectificaba, le iba a esperar a la puerta de la redacción con una zapatilla e iba a correrlo a zapatillazos por la calle. No sĆ© si fue temor a que llevase a cabo la amenaza o galanterĆa. Ello es que El Siglo Futuro rectificó en un suelto bastante largo y expresivo para mĆĀ».
Pero los guardianes de la tradición decimonónica siguieron con la espada en alto. La bautizaron como āla divorciadoraā y aƱos mĆ”s tarde, en su ciudad, alguien que buscaba un nombre para su lupanar se acordó de esos viejos rumores y lo llamó Colombine.
El descrƩdito
Es el insulto mĆ”s repetido en la historia: āputaā. Es el lugar donde desembocan muchas discusiones y la etiqueta con la que descalifican a las mujeres que discrepan con la tradición. La ofensa se extiende al hombre en el apelativo āhijo de putaā, porque asĆ, de rebote, la maldecida tambiĆ©n es una mujer.
El autor de Madame Bovary, Gustave Flaubert, apuntó en su Diccionario de lugares comunes que Ā«una mujer artista no puede ser mĆ”s que una rameraĀ». La estilogrĆ”fica y los pinceles eran asunto de hombres. Las mujeres debĆan permanecer en su papel de musas inspiradoras, en silencio, allĆ” en los cielos.
Durante mucho tiempo fue el calificativo con el que recordaron a la pionera del feminismo britĆ”nico, Mary Wollstonecraft. En 1792, la filósofa publicó un libro que dejó perplejos a los londinenses: Vindicación de los Derechos de la Mujer. Fue una obra polĆ©mica que despertó las simpatĆas de unos y las iras de otros. Pero los indignados no buscaron argumentos para rebatir sus ideas. Recurrieron al descrĆ©dito habitual y la tacharon de Ā«lasciva e indecenteĀ».
Wollstonecraft murió cinco años después y a muchos no les extrañó. Era la justa venganza del cielo. Dijeron que fue Dios quien le envió la infección que sufrió al dar a luz al hermano pequeño de Mary Shelley, la joven que a los 18 años, en un verano indómito en Ginebra, escribió Frankenstein o El moderno Prometeo.

La carrera polĆtica de Victoria Woodhull (1828-1927) tambiĆ©n acabó bajo la misma acusación. La mujer que se presentó como candidata a la presidencia de EEUU en 1872 acabó entre rejas el dĆa de la jornada electoral por Ā«adĆŗlteraĀ». Muchos sufrieron espasmos de pensar que una mujer divorciada, defensora del voto femenino y el amor libre, pudiera siquiera plantearse aspirar a ser la presidenta del āpaĆs de las libertadesā. Mas aĆŗn cuando proponĆa como vicepresidente a Frederick Douglass, un afroamericano que habĆa nacido esclavo.
Woodhull tambiĆ©n sufrió a un marido alcohólico y mujeriego cuando sólo tenĆa 15 aƱos. Pero tuvo el valor de divorciarse y proclamarse defensora del amor libre en una sociedad constreƱida por el pensamiento victoriano. Ā«SĆ, creo en el amor libre. Tengo un derecho inalienable, constitucional y natural a amar a quien yo quiera, por el tiempo que pueda; a cambiar ese amor todos los dĆas si asĆ lo deseo, y ninguna persona ni ley estĆ” autorizada a interferir ese derechoĀ».
El insulto sigue en pie. El pasado 10 de abril un usuario de Twitter escribió a la vicesecretaria de estudios y programas del Partido Popular (PP), Andrea Levy: Ā«Andrea una catalana del PP suena a traición o a venta por dinero. PutillaĀ». Ella le contestó: Ā«La libertad polĆtica es un derecho. Llamarme puta es machismo. De nadaĀ».
A las diputadas de la CUP les llueven las ofensas por pedir la independencia de CataluƱa. Las llaman āputasā, āretrasadasā, ātraidorasā, āgordasā, āfeasā, āmalfolladasā, āviejasā. Les escriben: «¿Quieres decir a la Gabriel no le conviene un buen clavo? Tiene cara de estar mal folladaĀ», Ā«No es que quieran separarse de EspaƱa: es que quieren que las echemos. Por horrorosas y antiestĆ©ticasĀ».
Un concejal del PP, Ćscar BermĆ”n, dijo que Ada Colau deberĆa estar Ā«limpiando suelos y no de alcaldesa de BarcelonaĀ». Ella le contestó en Twitter que Ā«en una sociedad sana ser alcaldesa y fregar suelos es compatible. Ser machista y concejal no deberĆa serloĀ».
Pero la cosa fue a mĆ”s. El acadĆ©mico de la Real Academia EspaƱola FĆ©lix de AzĆŗa, descontento con la gestión de la regidora, la mandó a vender salmonetes: Ā«Ada Colau deberĆa estar sirviendo en un puesto de pescadoĀ». Ante el malestar de la alcaldesa, el hombre que ocupa el sillón H de la RAE remató el asunto diciendo en una entrevista en Vozpopuli: Ā«A ella las pescaderas deben de parecerle algo espantoso, porque le ha dolido mucho. Pude haber dicho verdulera, que deberĆa de trabajar en un puesto de verduras o en una zapaterĆa. Pero eso le ha molestado mucho. Es ella quien ha humillado a las pescaderasĀ».
Colombine
Todos los dĆas, por la maƱana temprano, llegaban los periódicos a la casa de los padres de Carmen de Burgos. HabĆa prensa espaƱola y tambiĆ©n portuguesa porque su padre era, desde 1872, el vicecónsul de Portugal. El Jornal do Comercio rondaba siempre por el comedor y en su libro Mis viajes por Europa recordó: Ā«Yo aprendĆ a leer espontĆ”neamente en la plana de anuncios de ese Jornal que iba a perderse en las soledades de mi cortijo de Rodalquilar. La impresión que hacĆan en mi Ć”nimo las negritas rotundas, redondas y gruesas de sus letreros no se ha borrado aĆŗnĀ».
JosĆ© de Burgos dio a su hija la mejor educación que se podĆa ofrecer en ese momento. Le abrió su biblioteca y le cedió sus periódicos. Igual que hizo el padre de Emilia Pardo BazĆ”n, un Ā«feministaĀ» (como ella lo calificaba) que decĆa a su niƱa: Ā«Mira, hija mĆa, los hombres somos muy egoĆstas, y si te dicen alguna vez que hay cosas que pueden hacer los hombres y las mujeres no, di que es mentira, porque no puede haber dos morales para los dos sexosĀ».
Aquellas lecturas de poetas romĆ”nticos, novelistas modernos y filósofos escĆ©pticos fueron forjando el carĆ”cter autodidacta de Carmen de Burgos. Y fue quizĆ” ese interĆ©s por la literatura lo que la llevó a Ā«fascinarse por un tenorioĀ» que le escribĆa versos de amor. Arturo Ćlvarez Bustos era un periodista hijo de un conocido poeta y director de periódico. La almeriense se casó con Ć©l, cuando aĆŗn no sabĆa que, en realidad, se trataba de un Ā«seƱorito juerguistaĀ».
Ćlvarez Bustos habĆa heredado una imprenta en la calle de las Tiendas y desde ahĆ dirigió un periódico que primero se llamó AlmerĆa Cómica, despuĆ©s AlmerĆa Bufa y, al final, AlmerĆa Alegre. Ella aprendió el oficio en esa redacción. En una entrevista de 1922, en la revista La Esfera, relató:
Ā«En aquel periódico, para ayudar a sostener mi hogar, me vi precisada a trabajar de cajista; y como mi marido, esclavo de sus vicios, no se ocupaba del periódico mĆ”s que para sacarle provecho, muchas veces, para poder componer original, me valĆa de la tijera y recortaba de otros periódicos; otras, redactaba yo unas cuartillas, y asĆ fui adquiriendo el entrenamiento periodĆsticoĀ».
Pero a finales del XIX, con un matrimonio roto y la ambición de hacerse escritora, poco mĆ”s podĆa hacer ya en AlmerĆa, el lugar que en su novela La malcasada describió como Ā«la ciudad del bostezoĀ». En aquellas tierras andaluzas, las mujeres eran Ā«alegres, ligeras y algo indolentesĀ». AsĆ las describió en una conferencia en Italia, en 1906, titulada āLa mujer en EspaƱaā.
Ā«Conservan mucho de la negligencia Ć”rabe. Sentarse Ć” tomar el sol en las horas de descanso es el mĆ”s grato de sus placeres. Viven resignadas con su suerte, con una especie de fatalismo morisco y una inconsciencia de sus derechos que no las invita Ć” la rebeldĆaĀ», dijo. Ā«Es comĆŗn ver en los caminos el padre subido en una mula, mientras la mujer y los chiquillos siguen detrĆ”s Ć” pie. Se cree que el hombre para mostrar su fuerza y ser varonil ha de ser despótico y hacer sentir siempre que es el amo y el seƱorĀ».
Al llegar a Madrid esperaba encontrar la ayuda de su tĆo, el senador, pero al tener que salir huyendo de su casa, se vio sola en su bĆŗsqueda de un destino literario. Carmen de Burgos habĆa perdido a su cicerone en una sociedad que se movĆa por el amiguismo y la recomendación. Pero no iba a desaprovechar la oportunidad de estar en Madrid despuĆ©s de tantos kilómetros recorridos. La maestra imprimió tarjetas de visita con el nombre de su tĆo y envió cartas de presentación en su nombre para dar a conocer su trabajo de periodista y escritora.
En noviembre de 1902 empezó a escribir artĆculos sobre el derecho penal en La correspondencia de EspaƱa. DespuĆ©s, se hizo con una columna titulada āNotas femeninasā en El Globo. AhĆ comenzó a tratar ya temas como āLa mujer y el sufragioā o āLa inspección de las fĆ”bricas obrerasā. Estaba muy ilusionada y lo dejó ver en uno de sus primeros textos: Ā«Al dar cuenta del brillante progreso que la mujer realiza, creemos que esta sección resultarĆ” agradable y Ćŗtil a nuestras lectorasĀ».

Apenas dos meses despuĆ©s, el 1 de enero de 1903, Augusto SuĆ”rez de Figueroa (1852-1904) fundó el Diario Universal, tras abandonar la dirección del Heraldo de Madrid. El famoso periodista malagueƱo llamó a Carmen de Burgos para que formara parte de su periódico. Pero esta vez no le pidió una colaboración. La contrató. JamĆ”s habĆa ocurrido algo asĆ en EspaƱa. Era la primera vez que se reconocĆa a una mujer como periodista profesional.
Desde su primer nĆŗmero, el Diario Universal saldrĆa con una columna diaria titulada āLecturas para la mujerā. La autora serĆa Carmen de Burgos pero querĆan una firma mĆ”s sugerente.
āUsted se llamarĆ” āRaquelā en el periódico ādijo, en voz alta, Augusto Figueroa, el dĆa antes de que apareciera el nĆŗmero cero, un periódico de prueba que sólo leyeron los redactores.
Pero justo antes de que saliese el primer número de verdad, el director cambió de opinión:
āMejor. Usted se llamarĆ” āColombineā āindicó, otra vez, en voz alta, entre el sonido de las teclas nerviosas de las mĆ”quinas de escribir.
«¿Por quĆ©?Ā», explicó despuĆ©s la autora en Al balcón (1913). «¿QuizĆ”s creyó por la desenvoltura, por la agilidad y por la frivolidad que necesita el periódico mezclar a la sesudez de sus artĆculos de fondo y sus polĆticas era necesario que yo firmase āColombineā?Ā». En ese nombre se encarnaba la Ā«mujer frĆ”gil, caprichosa e inconstante en el amorĀ». Esa era Colombine en la comedia del arte italiana, desde el siglo XVI, segĆŗn Concepción Núñez Rey, la catedrĆ”tica y filóloga que ha dedicado toda su vida a investigar la figura de la autora almeriense.
Figueroa y Colombine sólo pudieron trabajar un aƱo juntos. El 1 de enero de 1904, un dĆa antes de que Carmen de Burgos publicara su artĆculo āEl club del divorcioā, el director del Diario Universal murió a sablazos en un duelo al que se citó con un hijo de un antiguo gobernador de Cuba. El vĆ”stago del general Manuel Salamanca se sintió ofendido por las crĆticas que el periodista habĆa hecho sobre el mandato de su padre e intentó restaurar su honra con el filo de un espadón.
El sufragio femenino
DecĆa Colombine que siempre habĆa que tener la maleta preparada. La escritora deseaba viajar y conocer otros lugares donde no pesara la mantilla sobre la cabeza de las mujeres. En 1905 el Ministerio de Instrucción PĆŗblica le concedió una beca para estudiar los sistemas de enseƱanza de otros paĆses. Carmen de Burgos agarró a su hija y una valija llena de libros, y se lanzó al descubrimiento de Francia, Italia y Mónaco.
El paĆs de Ćmile Zola, una de sus grandes referencias literarias, provocó un gran impacto en la maestra. HabĆa que aprender del racionalismo de Francia. Era algo en lo que siempre habĆa creĆdo y la visita reafirmó su idea: sin educación, un paĆs es una jungla. En la Memoria correspondiente al curso de ampliación de Estudios en el Extranjero realizados por la autora desde 1Āŗ de octubre de 1905 a 30 de septiembre de 1906, escribió: Ā«AllĆ no solo no existe el analfabetismo, sino que todo el mundo es profesor o alumno, enseƱa o aprende. La frase cĆ©lebre de que ācada escuela que se abre cierra una prisión a los veinte aƱosā es allĆ un hechoĀ».
En 1906 volvió a Madrid y se estableció en la calle Eguilaz, nĆŗmero 7, cerca de la Glorieta de Bilbao. De su paso por Francia habĆa traĆdo un propósito que ya no abandonarĆa el resto de su vida. Carmen de Burgos estaba convencida de que habĆa llegado el momento de que las mujeres pudieran votar y no pararĆa hasta conseguirlo.
En el Lyceum Club de ParĆs conoció a sufragistras britĆ”nicas que le animaron en su empeƱo. Ellas eran las mĆ”s avanzadas. La escritora anglosajona Katerine Mansfield relataba en un libro autobiogrĆ”fico publicado en 1910 que un dĆa, en un balneario alemĆ”n, bajó al restaurante y se sentó a comer con un grupo de alemanas. Una de ellas, viuda, le preguntó mientras se limpiaba los dientes con una horquilla:
āĀæEs verdad que es usted vegetariana?
āSĆ, Āæpor quĆ©? Hace tres aƱos que no como carne.
āĀ”Imposible! ĀæTiene usted hijos?
āNo.
āAhĆ estĆ”, Āæve? A eso estĆ” usted llegando. ĀæQuiĆ©n ha oĆdo hablar alguna vez de tener niƱos a base de verduras? No es posible. Pero ya no tienen ustedes grandes familias en Inglaterra. Supongo que estĆ”n demasiado ocupadas con el sufragismo.

En EspaƱa el tema del sufragio habĆa derrapado aƱos antes. En 1892, Emilia Pardo BazĆ”n habĆa fundado la publicación La biblioteca de la mujer para hablar del sufragio y de temas relacionados con la liberación femenina, pero, conforme avanzaban los nĆŗmeros, se fue desanimando.
La escritora esperaba que sus referencias a obras como La esclavitud femenina, de John Stuart Mill, hicieran despertar en las mujeres el deseo de autonomĆa e independencia, y de exigir los mismos derechos que los hombres. Pero eso no ocurrió. La periodista coruƱesa, decepcionada, terminó la colección con recetas de cocina.
Ā«Cuando yo fundĆ© La biblioteca de la mujer, era mi objeto difundir en EspaƱa las obras del alto feminismo extranjero (ā¦). He visto, sin gĆ©nero de duda, que aquĆ a nadie le preocupan gran cosa estas cuestiones, y a la mujer, aĆŗn menos. Cuando por caso insólito, la mujer se mezcla en polĆtica, pide varias cosas distintas, pero ninguna que directamente, como tal mujer, le interese y convengaĀ», escribió. Ā«AquĆ no hay sufragistas, ni mansas, ni bravas. En vista de lo cual, y no gustando de luchas sin ambiente, he resuelto prestar amplitud a la sección de economĆa domĆ©stica de dicha Biblioteca, y ya que no es Ćŗtil hablar de derechos y adelantos femeninos, tratar gratamente de cómo se prepara el escabeche de perdices y la bizcochada de almendraĀ».
Dos aƱos despuĆ©s de sacar a escena el tema del divorcio, Carmen de Burgos se propuso azotar la opinión pĆŗblica con una campaƱa en prensa a favor del sufragio femenino. El 19 de octubre de 1906 inauguró una columna titulada āEl voto de la mujerā. La periodista volvió a hacer una consulta entre firmas de prestigio para publicar sus respuestas con esta carta:
Muy Sr. mĆo y de mi consideración:
En el Heraldo del dĆa 19, se ha abierto un plebiscito cuya finalidad consiste en conocer la opinión que merece a todas las personas autorizadas la cuestión del voto de la mujer, planteĆ”ndolo con la mayor amplitud posible.
1º ¿Debe o no, concederse voto a las mujeres? 2º En caso afirmativo, ¿ha de ser en sufragio universal, o solo para las que reúnan determinadas condiciones? 3º ¿La mujer puede ser ademÔs de electora, elegible?
El 7 de noviembre se publicó una respuesta procedente de ParĆs. El periodista Luis Bonafoux, en tono de ironĆa, dijo:
«Colombine, ma chère, eres terrible. Que si las mujeres pueden elegir y ser elegibles. ”No han de poder! ”Si desde los quince, sin contar las que madrugan, no se ocupan de otra cosa!».
En esa columna publicó setenta opiniones de polĆticos, escritores y periodistas de distintas ideologĆas. El 25 de noviembre cerró la campaƱa con 4.962 votos: 922, a favor y 3.640, en contra. ParecĆa que el paĆs aĆŗn no estaba preparado para que las mujeres votaran. Carmen de Burgos concluyó:
Ā«El pueblo espaƱol, comparado con el de otras naciones, sufre un notable atraso; es aĆŗn mayor el peso de los atavismos que la fuerza del progreso que lo impulsa. La mujer necesita en EspaƱa conquistar primero su cultura; luego, sus derechos civiles, puesto que en nuestros Códigos no la conceptĆŗan en muchos casos persona jurĆdica, y despuĆ©s hacer que las costumbres le concedan mayor libertad, mĆ”s respeto y condiciones de vida independiente. Entonces estarĆ” capacitada para conquistar el derecho polĆticoĀ».
El plebiscito no habĆa funcionado. Daba la impresión de que en EspaƱa se producĆa esa misma falta de interĆ©s de la viuda alemana del balneario por el sufragio femenino. La tierra estaba aĆŗn yerma y habĆa que seguir sembrando. La escritora, convencida de que la Ćŗnica forma de conseguir los progresos que se estaban produciendo en otros paĆses era mediante la educación, tradujo un libro que encontró en Venecia titulado En el mundo de las mujeres. En la obra, el dramaturgo Roberto Bracco afirmaba que para que la mujer se integrara en la sociedad era imprescindible que estudiara y trabajara fuera de su casa, igual que hacĆan los hombres.
Carmen de Burgos volvĆa a desafiar la tradición. Los guardianes del acervo se revolvĆan ante sus palabras y, como cuervos al acecho, buscaban la ocasión para acallar su voz. Les hervĆan los ojos ante textos como el que la autora escribió, en abril de 1904, en el Diario Universal:
«Es intolerable que la madre no tenga dentro de la familia los mismos derechos del padre, y que la mujer casada no tenga el de administrar libremente sus bienes y el pleno uso de los derechos civiles, considerÔndola siempre como una menor sometida a la tutela del marido».
La oportunidad se produjo en enero de 1907. El conservador Maura ascendió al gobierno y nombró a RodrĆguez Sampedro ministro de Instrucción PĆŗblica. Desde esa institución el acoso a la escritora fue incansable, segĆŗn su biógrafa Concepción Núñez, y culminó con una especie de sutil destierro a Toledo.
Las represalias
Las mujeres que desafiaban la tradición resultaban molestas. No sólo para los hombres. A menudo, lo eran mĆ”s aĆŗn para otras mujeres. En 1915, Emilia Pardo BazĆ”n, que se declaraba Ā«radical feministaĀ» porque creĆa que Ā«todos los derechos que tiene el hombre debe tenerlos la mujerĀ», indicó en una entrevista con el Caballero Audaz: Ā«Tengo la evidencia de que si se hiciese un plebiscito para decidir ahorcarme o no, la mayorĆa de las mujeres espaƱolas votarĆan que Ā”sĆ!Ā».

El dĆa que Carmen de Burgos dejó la ciudad, el periódico en el que trabajaba, el Heraldo de Madrid, publicó un artĆculo titulado āUn atropelloā, donde denunció:
Ā«Ahora desempeƱa una cĆ”tedra en la Escuela de Artes e Industria de Madrid, y sin asomo de motivo se la envió en comisión a Toledo. (…) Enferma y todo sale para Toledo, y excusamos decir que desde allĆ seguirĆ” honrando las columnas del Heraldo con sus trabajos. (…) PodrĆamos comentar esta serie de abusos y de menosprecios a los derechos ganados en buena lid por ColombineĀ».
Asà apartaron a la profesora de Madrid, pero ella siguió escribiendo y dando conferencias allÔ donde la invitaban. En mayo de ese año, en la Institución para la Enseñanza de la Mujer, en Valencia, volvió a reivindicar la igualdad entre hombres y mujeres. En unos salones «atestados de gente» reclamó:
Ā«No somos personas jurĆdicas. Estamos sometidas a una minorĆa casi perpetua, hijas y esposas no podemos vender, hipotecar, obligarnos ni recibir donaciones. Solo si tienen algunos de estos derechos en el caso de estar casada bajo el rĆ©gimen de separación de bienes, y aun asĆ, no son completos. (…) Quiero para ambos sexos idĆ©nticos derechos, las mismas leyes e igual educaciónĀ».
En enero de 1918 aprobaron en Inglaterra la Ley de Representación del Pueblo. Las mujeres por fin podĆan votar. Aunque no todas. Esa primera ley concedĆa el voto a esposas de los propietarios, mujeres propietarias y universitarias de mĆ”s de 30 aƱos. Y habĆa llegado muchos aƱos despuĆ©s que en algunas de sus antiguas colonias: Nueva Zelanda lo aprobó en 1893 y Australia, en 1902. TambiĆ©n despuĆ©s que en Finlandia (1906), Noruega (1913), Dinamarca e Islandia (1915), y sólo un aƱo antes que en Alemania.
La sociedad victoriana intentó impedir que las mujeres fueran a las urnas. Pero fue un hombre, John Stuart Mill, quien desafió por primera vez esa idea. En 1867 propuso en el Parlamento una reforma electoral para eliminar la exclusión por sexo. Perdió por 123 votos. Pero la ambición fue creciendo, entre reivindicaciones y protestas, hasta aquel invierno de 1918. Y no fue tanto una conquista social como una consecuencia de la guerra.
La I Guerra Mundial, la contienda mĆ”s catastrófica que habĆa vivido el mundo hasta entonces, habĆa dejado al Reino Unido sin electorado. Los hombres estaban en las trincheras y muchos de ellos no volverĆan jamĆ”s. AdemĆ”s, durante los aƱos de batalla, las mujeres ocuparon los puestos que ellos dejaron para irse al frente y habĆan dejado claro que no necesitaban a ningĆŗn varón para custodiar su destino.

EspaƱa, en cambio, parecĆa congelada en el tiempo hasta que el 14 de abril de 1931 se proclamó la Segunda RepĆŗblica. Colombine tenĆa 64 aƱos y una salud hecha aƱicos, pero aĆŗn le quedaban fuerzas para lanzar una nueva campaƱa que exigĆa el derecho al voto de la mujer.
Entonces era āpresidenteā general de la Cruzada de Mujeres EspaƱolas y de la Liga Internacional de Mujeres IbĆ©ricas e Iberoamericanas. La palabra āpresidentaā no existĆa. Igual que hoy no es posible presentarse como āescritoraā o ārealizadoraā en la red social mĆ”s usada en el mundo. Lo denunció la escritora Ćngeles Caso en una conferencia sobre BookTubers el pasado mes de abril. Ā«Fui a abrirme un perfil en Facebook y sólo tenĆa la posibilidad de calificarme como āescritorā. No veĆa eso de: āĆngeles Caso: escritorā y decidĆ que apareciera: āĆngeles Caso: libroāĀ».
Daba la sensación de que, con la llegada de la repĆŗblica, el voto estaba a la vuelta de la esquina. Pero la opinión de las feministas se habĆa dividido en dos. Algunas, como Victoria Kent, lo temĆa. Pensaban que la papeleta de la mayorĆa de las mujeres obedecerĆan las órdenes de sus sacerdotes. Ā«En este momento lo estimo un poco peligrosoĀ», dijo la radical socialista en una entrevista con Josefina Carabias en el periódico Ahora en noviembre de 1931. Ā«La prueba la tiene usted en que las derechas estĆ”n encantadas de que voten las mujeres. Esas mismas derechas se oponĆan al sufragio universal en tiempos, alegando que la masa no estaba preparadaĀ».
Otras, en cambio, como Colombine o Clara Campoamor, lo querĆan a toda costa. La periodista almeriense escribió en La mujer en polĆtica:
Ā«Hace aƱos en una encuesta que organicĆ© en el Heraldo respecto al voto femenino, me contestó el seƱor Lerroux en carta que conservo, que ese temor al reaccionarismo de la mujer era injustificado, pero que aunque dicho peligro existiera, no debĆamos oponernos a la libertad en nombre de la libertadĀ».
El 19 de noviembre de 1933 las mujeres votaron por primera vez en EspaƱa.
La primera corresponsal de guerra
En el verano de 1909, en EspaƱa, cantaban esta coplilla.
Ni me lavo ni me peino
ni me pongo la mantilla,
hasta que venga mi novio
de la guerra de Melilla.
Melilla ya no es Melilla,
Melilla es un matadero
donde van los espaƱoles
a morir como corderos.
La letra hacĆa referencia al desastre del Barranco del lobo. El 26 de julio los rifeƱos empezaron a disparar desde el monte GurugĆŗ contra los soldados espaƱoles. MĆ”s de 100 murieron y unos 600 resultaron heridos en ese episodio de la Guerra de Melilla.
El desastre del Barranco del lobo llevó a Colombine hasta MĆ”laga. QuerĆa estar mĆ”s cerca del campo de batalla. A principios de agosto publicó varias crónicas en el Heraldo desde esa ciudad. Habla de los heridos, de la labor de la Cruz Roja y de la falta de agua en Melilla. A los pocos dĆas, se traslada a AlmerĆa, junto a su hermana Catalina, su escudera en muchos de sus viajes y una de las personas mĆ”s fieles de su vida.
Las cartas de los soldados llegaban a AlmerĆa y de ahĆ partĆan a su destino en el resto de EspaƱa. Eso la acercaba aĆŗn mĆ”s al corazón del conflicto. La ciudad mediterrĆ”nea, por su cercanĆa a Melilla, daba Ā«un bello ejemplo de entusiasmo patriótico y humanitarioĀ», escribió Colombine. En una de sus crónicas, la periodista lo retrató con esta escena:
«Todas las noches, un periódico local expone los telegramas al público en la farola del paseo, uno de los sitios mÔs concurridos de la población, y la gente, hombres, mujeres y niños, forman cola, Ôvidos de leer las noticias».
El 25 de agosto, de pronto, apareció en el Heraldo un āTelegrama de Colombineā enviado desde Melilla. Ā«Ir al campo de batalla era el modo eficaz de vencer la censura militar, de conseguir un documento real de la guerraĀ», escribe Concepción Núñez en Colombine en la edad de plata de la literatura espaƱola. Ā«Desde AlmerĆa, apoyada por familia y amigos, consiguió el medio de trasladarse a la ciudad asediada. Tal vez viajó en el āvaporcito Sigloā que diariamente transportaba el correo y al que ella alude con ese diminutivoĀ».
Cinco dĆas mĆ”s tarde, en la primera pĆ”gina del Heraldo, un titular anunció: āColombine, en Melillaā. En sus crónicas, a menudo, hablaba como una madraza. Ā«Me siento invadida de una tristeza profunda. El soldado en campaƱa inspira un sentimiento de respetuosa ternura, que no sentimos al contemplarlo en tiempos de paz. Todos los dĆas, al verlos salir con el convoy, morenos, sudorosos, llenos de polvo, experimento algo semejante a la tierna piedad que parece desprenderse del ambiente de amor y lĆ”grimas con que los rodea el recuerdo de las madres y las amantes lejanasĀ».

Carmen de Burgos aludĆa a las mujeres. Ā«He tenido respecto a esto ocasión de hacer una observación importante del espĆritu de la mujer. Muchos me enseƱan retratos y cartas de sus hijos y de sus esposas. Estas Ćŗltimas se quejan del dolor de la separación y expresan todas las angustias propias de las mujeres amantes que ven en peligro a los seres queridos; pero todas censuran con desprecio a los militares que pidieron la separación del servicio o rehuyeron acudir a la guerraĀ».
Era una corresponsal que escribĆa desde la emoción. En el artĆculo del 30 de agosto de 1909 relató:
Ā«Bien pronto, bajo el manto de la noche africana, se oye el dulce acorde melancólico de las guitarras, y los brindis de los oficiales se mezclan a los cantos de la tropa. Un soldado entona la triste elegĆa de una malagueƱa:
Estando muerta mi madre,
A su cama me acerquƩ,
Le di un besito en la frente,
Llorando me retirƩ.
Una ola de melancolĆa se extiende por el ambiente.
āNo cantes eso āexclaman varias voces.
Y una copla enamorada se corea de palmas. (…) Nuestra fiesta no tardó en ser interrumpida por las detonaciones de los Pacos y las descargas de fusilerĆa. El suceso de todas las noches; la lenta contribución que traicioneramente cobran los rifeƱos a nuestro ejĆ©rcitoĀ».
Colombine no sólo contaba lo que ocurrĆa. TambiĆ©n trataba de informar a los familiares de los soldados de su estado de salud. El periódico publicaba todos los dĆas una lista de heridos.
Unos veinte dĆas despuĆ©s, volvió a Madrid y, aĆŗn con el olor a bala, escribió un artĆculo titulado ‘Ā”Guerra a la guerra!’. La consideraba una suprema barbarie humana y defendió el derecho de todo humano a negarse a matar. En su libro Al balcón, habló de los pioneros de la objeción de conciencia:
«El mundo civilizado pone el fusil en la mano del hombre, le da orden de matar, y si el hombre arroja el arma y rehusa ser homicida, se le trata como delincuente⦠Todo hombre debe, ante todo, y cueste lo que cueste, negarse a tal servidumbre».
ParecĆa que esta mujer tenĆa un chaleco antibalas contra el miedo. Ni le asustó meterse entre los tiros que se estaban pegando en el monte GurugĆŗ ni dejó de viajar por Europa cuando el continente ardió en guerra. En esa Ć©poca, estuvo a punto de ser fusilada.
āFusilada, sĆ. Fue en Alemania ādijo en una entrevista con JosĆ© Montero en 1930ā. Empezaba la Gran Guerra. VolvĆa yo de presenciar el magnĆfico espectĆ”culo del āsol de media nocheā. Me acompaƱaba mi hija. Unos soldados iban buscando en el tren a una espĆa. Creyeron que era yo, y por unos instantes tuve las bayonetas junto a mi. Eran aquellas jornadas las del mĆ”ximo encono entre los paĆses de uno y otro bando. Y a mi me habĆan tomado por una espĆa rusa⦠Hasta que la cosa se pudo aclarar ya puede usted suponerse las molestias y las zozobras⦠Se apoyaban, para considerarme espia, en varios hechos que eran totalmente pueriles. Entre ellos, el de que yo habĆa dicho, al ver pegar a unos prisioneros rusos, compadecida: āĀ”Pobrecitos!ā.
āUsted, en realidad, Carmen, fue la primera mujer periodista, Āæverdad?
āSĆ. He hecho el periodismo vivo, activo, de batalla. He sido la primera mujer que se ha visto ante la mesa de la Redacción, que ha hecho reportajes, que ha organizado encuestas, que ha vivido y sentido. En fin, el periodismo de combate, Ć”gil, nervioso y bohemio.
Literatura
El cambio de siglo supuso un giro radical en la vida de Carmen de Burgos. Primero se fue a Madrid y, al poco, tomó un tren que la llevó a descubrir Europa. Empezó por Francia e Italia. Ā«Se dice que los viajes han perdido en poesĆa lo que ganaron en comodidadĀ», escribió en Por Europa (1906). Ā«Prefiero que sea asĆ, aunque no pueda referir Ć” usted los encantos de las diligencias, tan poco diligentes en los viajes de nuestros padresĀ».
En esos paĆses conoció los salones literarios. Eran lugares refinados donde hablaban de altĆsima cultura. Aunque, en sus cómodos sillones, no era mĆ”s fĆ”cil ser mujer. El peso de esa frase que dijo Pardo BazĆ”n, Ā«cómo habrĆa cambiado mi vida de haberme llamado EmilioĀ», caĆa ahĆ tambiĆ©n como un plomo. En su libro de viajes, la almeriense se quejaba de que, en Francia, Ā«muchas damas aristocrĆ”ticas se hacen notar por sus gustos literarios y como aficionadas entran en el mundo de las escritoras, pero no logran tomar en Ć©l carta de naturaleza, a pesar de los aplausos que debidos a su posición social se les tributa en los salonesĀ».
La idea de reunirse para hablar de cultura le fascinó y, al volver a Madrid, montó su salón literario. Todos los miĆ©rcoles, a las cinco en punto, comenzaba en su casa āLa tertulia modernistaā. Colombine servĆa tĆ©, como hacĆan en aquellos paĆses. Imitaba sus modales exquisitos y establecieron que, de puertas adentro, la libertad de pensamiento sólo tendrĆa como lĆmite el infinito.
«Por mi casa de Madrid pasan escritores, periodistas, músicos, escultores, pintores, poetas⦠y cuantos artistas americanos y extranjeros nos visitan⦠Todos somos hermanos, todos hablamos de arte⦠todos son soñadores que luchan por el ideal», relató en Al balcón.
La tertulia en su casa de la calle San Bernardo, nĆŗmero 76, duró varios aƱos y de allĆ salió la Revista crĆtica. A los gobernantes conservadores que la trasladaron a Toledo no sólo le incomodaban sus escritos. TambiĆ©n veĆan en esas citas un polvorĆn. Pero a pesar del ādestierroā, no consiguieron disolver el grupo. Colombine viajaba todos los fines de semana a Madrid y todos los domingos, como antes hacĆa los miĆ©rcoles, a las cinco en punto, servĆa el tĆ©.
Carmen de Burgos debió de ser una persona arrolladora. TenĆa la corpulencia, los ojos oscuros y los rizos negros del duende andaluz. En una sociedad asfixiada por la moral, ella era indómita y eso, probablemente, la hizo irresistible. Ā«En mi inolvidable Rodalquilar se formó libremente mi espĆritu y se desarrolló mi cuerpo. Nadie me habló de Dios ni de leyes, y yo me hice mis leyes y me pasĆ© sin DiosĀ», contó en āAutobiografĆaā, en la revista Prometeo, publicada en agosto de 1909. Ā«AllĆ sentĆ la adoración al panteĆsmo, el ansia ruda de los afectos nobles, la repugnancia a la mentira y los convencionalismos. PasĆ© a la adolescencia como hija de natura, soƱando con un libro en la mano a la orilla del mar o cruzando al galope las montaƱasĀ».

Colombine mantuvo toda su vida ese espĆritu anĆ”rquico. Desafió todas las cadenas, hasta las del espacio y el tiempo. Ni se ató a un domicilio fijo ni jamĆ”s dijo su edad. PreferĆa darse a esa naturaleza salvaje de la Ā«tierra moraĀ» donde se crió. En una entrevista en La Esfera, en 1922, el periodista le preguntó:
āĀæQuĆ© digo de la edad?
āPues diga usted que le he contestado lo mismo que Ć” un policĆa al llegar Ć” la frontera suiza. Me preguntó la edad y le dije: āPues mire usted, no sĆ© la que habrĆ© puesto en la cĆ©dula, Ā”porque como miento tanto en ese punto!ā. Cuantos me oyeron quedaron asombrados de mi ingenuidad, tomĆ”ndola por osadĆa.
De esa mujer sin miedo se enamoraron muchos hombres que pasaron por la tertulia. Pero ella ya no era presa fĆ”cil. Muchos artistas le declararon su amor y ella rechazó a todos. Algunos, ofendidos y despechados, la llamaron frĆvola y coqueta. Ella, para esquivar estos galanteos, alardeó de Ā«incapacidad de amarĀ».
Hasta que en abril de 1908 apareció en el salón un joven que estudiaba derecho. TenĆa 18 aƱos y se llamaba Ramón Gómez de la Serna. Ella tenĆa 37, pero la diferencia de edad no detuvo el flechazo. Bastó un aƱo para que un dĆa, de pronto, unos besos derribaran la armadura que Colombine se habĆa calzado. AsĆ empezó una relación que pasó por la pasión, los celos, la admiración, la complicidad, la traición y la amistad.
Esos besos, atribuidos a personajes ficticios, estÔn escritos en un pÔrrafo que descubrió Núñez Rey en La hija fea:
Ā«Lo leĆ sobre su hombro, y sin retenerme la besĆ© en la nuca. No la habĆa besado nunca y no se incomodó. Aquel beso estaba incluido de tan grandes cosas, eximias y maravillosas, que no manchabaĀ».
Poco despuĆ©s decidieron dejar la tertulia y dedicarse en cuerpo y alma a escribir. Ella ya era reconocida y admirada en el mundo literario. Ćl aĆŗn no. Pero Carmen de Burgos siempre creyó en su talento y lo apoyó mucho antes de que se hiciera famoso por sus greguerĆas.

La literatura era la pasión de los dos. Ā«En aquella Ć©poca hubiera matado al que me dijese que la literatura no lo era todoĀ», escribió el madrileƱo en Automoribundia. Y entre las lecturas compartidas, y los dĆas y las noches escribiendo en la misma mesa, fue creciendo su amor.
No iba a ser fĆ”cil. Desde que el padre de Gómez de la Serna escuchó hablar de este idilio empezó a mover hilos para intentar separarlos. En 1909 don Javier consiguió que nombraran a su hijo secretario de la Junta de Pensiones de ParĆs. Ramón se fue a vivir a Francia y Colombine permaneció entre Madrid y Toledo.
Las cartas de amor y una visita a ParĆs trituraron las intenciones del padre. Al cabo del tiempo Ramón regresó a Madrid y volvieron a vivir juntos. En las dĆ©cadas siguientes sólo los separarĆa el trabajo. Ella nunca dejó de viajar ni rechazó las invitaciones a dar conferencias en cualquier lugar del mundo por estar a su lado.
Colombine era de las pocas mujeres que en aquella Ć©poca entendió que el amor no debĆa ser una mazmorra. Aunque ella, de guante blanco, nunca lo dijo en palabras tan directas como la polĆtica rusa Alejandra Kolontai: Ā«El hombre siempre intentó imponer su ego sobre nosotras y adaptarnos totalmente a sus propósitos. AsĆ, a pesar de todo, constantemente estalló la inevitable rebelión interior, ya que el amor se convirtió en una prisiónĀ».
A lo largo de su vida, Carmen de Burgos escribió mĆ”s de cien relatos cortos y novelas. Y en muchas de ellas hacĆa ver cómo la sociedad arrinconaba a la mujer en la sociedad detrĆ”s de las cortinas. Ā«Te obligarĆ©. TĆŗ olvidas que yo soy el marido, el hombreĀ», dijo, enfadado, el protagonista de su relato El artĆculo 438.
EscribĆa de noche. Ā«PodrĆan ver que son las cuatro de la maƱana y aĆŗn arde mi lĆ”mpara de trabajoĀ», dijo a JosĆ© Montero Alonso en una entrevista publicada en La piscina, La piscina. Y con el tiempo sus cuartillas se acercaban cada vez mĆ”s a sus ojos. Lo contaba Ramón. Era miope.
āEn sus novelas, Āæcómo trabaja usted? ĀæTraza primero un plan? āpreguntó el periodista.
āNo. La preparación de cada novela es mental mĆ”s que nada. Aunque luego, a pesar del ese plan meditado, la fuerza de la acción empuja, varĆa el curso primitivo de la novela. Yo trabajo siempre de noche. (…) Escribo con facilidad. Si no, escribir serĆa un tormento. Y escribir debe ser siempre un placer.
āEn esa relación, en esa amistad que hay siempre de novelista a lector, de autor a pĆŗblico, Āærecuerda usted alguna anĆ©cdota, algĆŗn hecho curioso?
Colombine le contó que habĆa escrito una novela llamada Los anticuarios basada en lo que habĆa aprendido de esas tiendas en ParĆs. Varios aƱos despuĆ©s, en un hotel en MĆ©xico, un desconocido la detuvo y le dijo: «”Le debo a usted mi fortuna!Ā». Aquel hombre leyó el libro y copió los trucos y las estafas que relataba para montar un negocio. DespuĆ©s compró todos los ejemplares que habĆa en MĆ©xico para que nadie pudiera descubrir sus artimaƱas y evitar que otro listo le hiciera la competencia.
āY yo que quise poner un fin moral en mi libro por el ambiente de picardĆa y de farsa que mostraba al descubierto, vi que lo conseguido era todo lo contrario: en vez de moralizar, desmoralizabaā¦
La literatura tambiĆ©n la envolvió en un proceso judicial de lo mĆ”s estrafalario. Una mujer la demandó alegando que su novio, despuĆ©s de leer una novela de sus novelas, renunció a casarse con ella. Ā«Creyó que mi libro influyó en la decisión del hombre. Y me pedĆa, como indemnización, una cantidad realmente grandeĀ», explicó en la entrevista de La piscina, La piscina. Ā«El pleito, que por fin ganĆ©, me costó mucho dinero, pues la mujer iba, ante cada sentencia, recurriendo a un Tribunal superior de categorĆaĀ».
La almeriense contó una anĆ©cdota mĆ”s al periodista. Esta vez, de terror. Ocurrió una noche, mientras escribĆa una novela de espiritismo, El retorno. De pronto, se apagó la luz. Esperó un rato pero las lĆ”mparas no volvieron a encenderse y entonces se fue a dormir. Al dĆa siguiente, por la noche, como era su costumbre, se sentó en su escritorio. Escribió unas cartas y Ā«cuando querĆa avanzar en las cuartillas, la luz volvió a apagarse. AsĆ hasta cuatro veces en cuatro noches. Como si un poder oculto, misterioso, impidiese salir a mi novela de aquella cuartilla en que se habĆa detenidoĀ», relató. Ā«Publicado ya el libro, la seƱora de un amigo, al oĆrme contar este caso, quiso, por curiosidad, comprar mi novela espiritista. La estaba leyendo una noche, en el lecho, y cuando apagó, para dormir, la luz, vió a los pies de su cama una fantasmagorĆa de sombras blancas, extraƱas. Se asustó, gritó. El libro prolongaba de este modo su espĆritu de miedo y misterioā¦Ā».
La ciencia reciente exterminó a las almas como Nietzsche mató a Dios. Pero en aquella Ć©poca los espĆritus eran gente corriente. Thomas Edison incluyó en sus trabajos un dispositivo para comunicarse con los muertos y el gran astrónomo Camille Flammarion pensaba que era muy posible que el mĆ”s allĆ” estuviera habitado por espĆritus.
A finales del XIX y principios del XX, Ā«el espiritismo era ocupación de las clases privilegiadas e intelectualesĀ», segĆŗn el escritor Miguel Ćngel Delgado. Ā«Los mĆ©diums eran recibidos en los salones mĆ”s exquisitosĀ». Incluso Victoria Woodhull, la primera mujer que se presentó a presidenta de los Estados Unidos, trabajó de intĆ©rprete entre los vivos y los muertos cuando era una niƱa para llevar ingresos a sus padres.
El desengaƱo
La tarde del sĆ”bado 7 de diciembre de 1929, en el Teatro AlcĆ”zar de Madrid, Ramón Gómez de la Serna estrenó āLos medios seresā. El escritor temĆa la reacción del pĆŗblico, que en aquella Ć©poca no tenĆa ningĆŗn pudor en convertir el final de una función en un volcĆ”n de alaridos, y se ocupó de que muchas de las butacas estuvieran ocupadas por sus amigos.
AllĆ estaban sus compaƱeros de la tertulia āSagrada cripta del Pomboā: la periodista Magda Donato, Salvador Bartolozzi, Enrique Jardiel Poncela y, por supuesto, Carmen de Burgos. Ā«Todos estaban estratĆ©gicamente situados en el teatro para contrarrestar la reacción esperada de los estrenistas habituales y demĆ”s espectadores que se presumĆa rechazasen la forma y fondo vanguardista de la obraĀ», apunta Simona Moschini en āLa memoria de un evento teatral a travĆ©s de la prensa: Los medios seresā.
MarĆa Ćlvarez de Burgos actuó en la obra. La hija de Colombine habĆa vuelto rota de Argentina. TraĆa la frustración de un matrimonio fallido con Guillermo Mancha y una intensa adicción a las drogas. La madre se empeñó en que Ramón le diera un papel. No fue fĆ”cil. Algunos actores se opusieron pero Carmen insistió y MarĆa acabó formando parte de la obra.
Aquella noche, al terminar la función, Colombine descubrió que su hija, MarĆa, y su pareja, Ramón, se habĆan hecho amantes. La prensa no aireó el escĆ”ndalo pero sĆ informó de su huida. El 5 de enero de 1930, apareció en El Sol una noticia titulada āRamón se marcha a ParĆsā:
Ā«Esta vez Ramón nos amenaza con una estancia muy larga. Ha tomado ya una āgarqonnicreā en el Barrio Latino, y sólo volverĆ” a Madrid en el verano. Ramón dice que su establecimiento en ParĆs responde a uno de sus sueƱos mĆ”s largo tiempo acariciados. Por nuestra parte, lo dudamos mucho, porque, de haber sido asĆ, se habrĆa preocupado, por lo menos, de aprender francĆ©s. Pero Ć©l recuerda que ni VĆctor Hugo aprendió espaƱol cuando vino emigrado a EspaƱa, ni FernĆ”ndez y GonzĆ”less aprendió el francĆ©s cuando se trasladó a ParĆs como huĆ©sped de anĆ”loga categorĆa. Ramón se va, y no por esas razones, sino simplemente por deseo y capricho literarioĀ».
Pronto se vio que esa relación no fue mĆ”s que Ā«un espejismo lateral del teatroĀ», escribió Ramón en Automoribundia. Ā«Una interrupción de locura llenó los febriles dĆas de los ensayos y oĆ el āsiempre habĆa esperado este momentoā y en esas noches supe que ella tomaba cocaĆna y hubo una escena de muerte verdinegra que violentó mĆ”s aquella pasiónĀ».
Al final no fue el padre de Ramón quien los separó. Fue la hija de Carmen. El golpe cayó en un corazón que llevaba aƱos enfermo. Ā«Mi salud no es buena, pues de sustos y sufrimientos siento que me desfallece el corazón. (…) Mi vida hace crisisĀ», escribió un aƱo mĆ”s tarde en una carta a su amiga Ana de Castro Osorio que Concepción Núñez encontró en la Biblioteca Nacional de Lisboa.
Pero el amor pudo al rencor. No habĆa estocada suficientemente honda para que Colombine diera la espalda a su hija. MarĆa, perdida en sus crisis neuropĆ”ticas y las drogas, volvió al hogar de su madre. Ramón, en primavera, regresó de ParĆs y tambiĆ©n halló su puerta abierta. DespuĆ©s los separó Argentina. QuizĆ” para siempre. El escritor se casó en aquel paĆs y al volver a EspaƱa intentó evitar a su antigua pareja. Sólo poco antes de que ella muriera volvieron a verse. Ćl la visitaba cada domingo como a una vieja amiga.

La repĆŗblica
El 14 de abril de 1931 se proclamó la segunda repĆŗblica espaƱola. Era el fin de la ādictablandaā de Miguel Primo de Rivera y de la monarquĆa borbónica. Las elecciones del dĆa anterior mostraron que las grandes capitales del paĆs no querĆan un rey. Los lacayos de Alfonso XIII tuvieron que preparar sus maletas urgentemente. Ā«Has de salir del paĆs antes de que se ponga el solĀ», le advirtió Niceto AlcalĆ”-Zamora, en nombre del ComitĆ© Revolucionario.
La nueva Constitución proclamó EspaƱa como Ā«una repĆŗblica de trabajadores de toda claseĀ». El paĆs se hizo laico y Colombine vio por fin sus sueƱos cumplidos. La carta magna reconoció el matrimonio civil, el divorcio y el voto femenino. Ā«Creo que el porvenir nos perteneceĀ», escribió en la revista Mujer el 27 de junio de ese aƱo.
HabĆa pasado meses retirada de la vida pĆŗblica, escribiendo relatos, entre las sombras de su dolor. La repĆŗblica, al fin, la sacó de casa. Se afilió al Partido Republicano Radical Socialista y en la formación querĆan que se presentara como candidata a diputada en las elecciones de 1933. Era āpresidenteā general de la Cruzada de Mujeres EspaƱolas y de la Liga Internacional de Mujeres IbĆ©ricas e Iberoamericanas. La eligieron āvicepresidente primeroā de la Izquierda Republicana Anticlerical, una agrupación que seis dĆas despuĆ©s de publicar su manifiesto, reunió a 10.000 personas.
Su tiempo pasaba entre la actividad frenĆ©tica de los mĆtines y el descanso que le exigĆa su corazón. Apuraba sus energĆa para seguir con sus campaƱas. Esta vez, contra la pena de muerte y la prostitución. Ā«Me cogió un vĆ©rtigo de trabajo. No quise confesar que mi salud estĆ” delicada, lo llevĆ© todo a cabo y me puse a morirĀ», escribió a su amiga Ana de Castro, a mediados de noviembre. Ā«Por fortuna tengo una naturaleza fuerte y una semana a leche, y con reposo absoluto, me han puesto bien. (…) Era un esfuerzo necesario. Ya podremos ir mĆ”s despacio. Se necesitaba escalar la fortaleza y ganar el tiempo que habĆa perdido con mi alejamiento de todoĀ».
Antes del fin de 1931, en noviembre, ingresó en la masonerĆa. Carmen de Burgos fundó la logia Amor y le otorgaron el grado de mĆ”xima autoridad, Gran Maestre, despuĆ©s de casi 20 aƱos de excelente relación con esta organización donde se hermanaban los grandes intelectuales de la Ć©poca.
En marzo de 1932 publicó Guiones del destino. Lina, la protagonista, Ā«avanzó hacia el pĆŗblico, saludando y enviando puƱados de besos que parecĆan materializarse y volar sobre los espectadoresĀ». De pronto, estalló un Ā«grito de inmenso horror exhalado por el pĆŗblico. El telón bajaba rĆ”pidamente sobre Lina, que no se apartaba. Por pronto que quisieron acudir espectadores y empleados en su ayuda, llegaron demasiado tarde. El enorme telón habĆa aplastado a la actriz. La mitad de su cuerpo quedaba a la vista del pĆŗblico, descansando entre las flores, frescas y olorosas, que le acababan de arrojarĀ».
Colombine, de algĆŗn modo, estaba anunciando su propia muerte. Ocurrió siete meses despuĆ©s. La tarde del sĆ”bado 8 de octubre de 1932 la escritora acudió a la sede del CĆrculo Radical Socialista para participar en una mesa redonda sobre educación sexual. QuerĆa acabar con esa imagen pecaminosa que los clĆ©rigos daban al amor dentro de la alcoba. Ā«En las bodas del futuroĀ», indicó, Ā«al tomarse los dichos, deberĆ” acudir el mĆ©dico en vez del confesorĀ».
Pero, de pronto, empezó a sentirse mal. Muy mal. Exhausta. En la sala habĆa dos mĆ©dicos y tambiĆ©n llamaron a su amigo y doctor Gregorio Marañón. Ā«Una vez los tres mĆ©dicos reunidos se procedió a hacer una sangrĆa y a la inyección de varias ampollas de aceite alcanforado. Sin embargo, la ilustre escritora continuaba empeorandoĀ», escribieron al dĆa siguiente en el periódico El Sol. Ā«A pesar de su estado, conservaba la serenidad. Sin perder energĆa pronunció estas palabras: āMuero contenta, porque muero republicana. Ā”Viva la RepĆŗblica! Les ruego a ustedes que digan conmigo: Ā”Viva la RepĆŗblica! (…) Se avisó a una ambulancia que trasladó a doƱa Carmen de Burgos a su domicilio donde falleció a las dos de la madrugadaĀ».
Enterraron a Colombine en el Cementerio Civil de Madrid, un dĆa de lluvia fina. En la comitiva estaban los principales polĆticos e intelectuales de entonces. La noticia apareció en decenas de medios internacionales. Hubo varios homenajes en su honor y muchos intelectuales, entre ellos, Clara Campoamor, pidieron que Madrid diera su nombre a una calle.

La escritora no pudo ver que, en realidad, el porvenir no les pertenecĆa. HabĆa sido un espejismo que acabó a balazos, en una guerra civil y una dictadura nacionalcatólica. El fin de la repĆŗblica fue tambiĆ©n el fin de su memoria. El general Franco incluyó su nombre en la lista de autores prohibidos junto a Zola, Voltaire o Rousseau. Sus libros desaparecieron de las bibliotecas y las librerĆas.
Otras autoras que habĆan defendido los derechos de la mujer, como Pardo BazĆ”n, sobrevivieron al rĆ©gimen. La condesa se libró porque era católica. En GalerĆa, una recopilación de entrevistas del Caballero Audaz publicada en 1943, aparece una entrevista a doƱa Emilia de principios de siglo, pero el texto acaba con un parche ideológico que el censor introdujo a capón.
«Con pocos años mÔs de vida que Dios hubiera querido conceder a la condesa de Pardo BazÔn, le hubiera sido dado a ésta contemplar la honda y rÔpida transformación experimentada por la mujer española en todos los órdenes de la vida».
Ā«(…) En las clases estudiantiles y populares, la incorporación femenina a la polĆtica produjo efectos desastrosos. Por snobismo en unas, por incultura en otras, prendieron en esas masas de mujeres los extremismos mĆ”s violentos. Ocuparon escaƱos en el Parlamento agitadoras desprovistas de feminidad, autĆ©nticos viragos llenos de rencores y de envidias vengativas que apoyaron toda la legislación disolvente, antipatriótica y, sobre todo, descristianización de la RepĆŗblicaĀ».
«Aquellas diputadas sin delicadeza, sin religión y casi sin sexo, hubieran horrorizado el feminismo entusiasta que predicaba la eximia Pardo BazÔn, que, si fué uno de nuestros mejores talentos literarios modernos, fué, antes que todo, una fervorosa católica y una española ejemplar».
En esa EspaƱa las mujeres volvĆan a asumir el sometido papel del āĆ”ngel del hogarā. El de la mujer delicada, sumisa, dócil y casta entregada a cocinar, fregar, coser y cuidar de su marido y sus hijos.
Pilar Primo de Rivera, la poderosa fundadora de la sección femenina del partido único, dijo en 1942: «Las mujeres nunca descubren nada. Les falta, desde luego, el talento creador, reservado por Dios para inteligencias varoniles. Nosotras no podemos hacer nada mÔs que interpretar, mejor o peor, lo que los hombres nos dan hecho».
Veinte aƱos antes un periodista visitó a Colombine en su casa de Madrid. Ella lo recibió en su mesa de trabajo, Ā«que tiene no poco de tablero de plancha o de cortador de sastrerĆaĀ», y dijo:
āBueno. Pregunte usted, seƱor confesor.
Ā«Yo no podĆa tenerme de la risaĀ», escribió el periodista de La Esfera E. GonzĆ”lez Fiol reconocĆa y alababa su talento como lo harĆa con un hombre.
āMire usted, Carmen: es una interview de amigo y de buen compaƱerismo. Prescindamos de preguntas y usted me cuenta lo que le convenga⦠y quien quiera saber mĆ”s, que vaya a Salamanca.
āBueno. ĀæPor dónde empezamos?
āPor la infancia.
āMis padres estaban en muy buena posición. Eran hacendados en Rodalquilar, un pueblo que yo he descrito en varias novelas mĆas. Como de niƱa era muy raquĆtica y enfermiza, me mandaron al pueblo para que me fortaleciese, y allĆ me criĆ©, sin enseƱanzas de nadie, como los ajos porros, sin esencia de Dios, como dice la gente del pueblo. Bueno, esto de los ajos porros no lo ponga usted.
āĀæCómo que no? Con lo que me gustan a mĆ los grĆ”ficos modismos del pueblo. ĀæCómo era usted entonces?
āUn demonio. Mis juguetes predilectos eran las muƱecas y los periódicos. Mi diversión, leer cuanto caĆa en mis manos y montar a caballo. Era como he sido siempre: un espĆritu rebelde, pero con rebeldĆa de guante blanco.
Excepcional reportaje. No puede resumirse mejor la vida de un mujer adelantada a su tiempo. una periodista y escritora que rompió todos los tabúes y que luchó como nadie por la igualdad. Enhorabuena por ese rigor y seriedad del relato, con una investigación previa profunda y enriquecedora.
Un articulo extenso e interesante sobre una mujer olvidada que, aunque no sea por su calidad literaria, sĆ merece ser recordada. Cuesta trabajo creer que no hace ni siquiera un siglo la libertad y autodeterminación de la mujer fuese un derecho por el que habĆa que pelear y destacarse. Pero era asĆ y este artĆculo ayuda a que se sepa. La parte anecdótica de la vida de Carmen Burgos es curiosa y la desconocĆa. Agradezco la información suministrada por este artĆculo.
Estupendo artĆculo, no es fĆ”cil encontrar toda esa información. Ā”Gracias!
Me ha encantado el artĆculo, enhorabuena
Me gustó muchĆsimo el artĆculo, no sabĆa nada de Carmen de Burgos, su vida y su obra pioneras. Felicitaciones y gracias! Gaby, Buenos Aires.
Impresionante trabajo. Lectura extensa pero intensa.
“……… (nombre de escritor) era un hombre hermoso. TenĆa los rizos vigorosos y los ojos negros de la belleza andaluza.” manifestó ningĆŗn artĆculo sobre un hombre escritor nunca.
Jose Josef Hay un capĆtulo dedicado a Carmen de Burgos en la publicación MUJERES EN MELILLA. http://www.stes.es/melilla/revista/indicemujer.htm
Dibujo de la imagen de Carmen de Burgos en el Calendario de Mujeres 2015 Mujeres en el Tiempo, tiempo de Mujeres, Mujeres creadoras de Opinión editado por STEs Intersindical. http://www.stes.es/mujer/calen2015/Calendario_Tiempo_de_Mujeres_2015.pdf
Me ha encantado!! MagnĆfico reportaje.
Cuantas personas valientes, comprometidas y adelantadas a su tiempo han sido injustamente olvidadas o escondidas entre las pÔginas de la historia. Esta ha sido una de ellas (y con mucho mérito dado el esfuerzo añadido de ser mujer y buscar la emancipación de la mujer en aquella época)
Gracias de nuevo. Un placer poder leer reportajes tan fantƔsticos.
Gracias, extraordinario artĆculo. Algo que solo se menciona de soslayo, que fue fundadora de la Logia Amor!.Para cuando un artĆculo de las logias femeninas en EspaƱa?Y otro nombre unido a lucha por los derechos;BelĆ©n de SĆ”rraga.
Vidas propias, propias vidas .Silenciadas.
Gran trabajo. Muchas gracias
Me ha gustado mucho,no la conocĆa, ya tengo una mujer mĆ”s a la que agradecer.
Me ha encantado el artĆculo, es fresco, culto y ameno.
Gracias por el relato.
InteresantĆsimo y muy bien escrito. Ā”Enhorabuena! ContribuirĆ” sin duda a la necesaria difusión de esta escritora.
Es necesario que se hagan trabajos como éste, el daño cultural realizado por el franquismo es enorme, y mÔs allÔ que las cunetas y los nombres de las calles, hay que reivindicar todas estas personas que durante la dictadura se condenaron al obstracismo por asentar un régimen que condenó a España a siglos de atraso, y sobre todo mujeres, porque muchos de los hombres, eran tan geniales que el resto del planeta los reivindicó por nosotros, otros no, pero las mujeres admÔs sufrieron el rechazo en España y el machismo de un mundo que se enfrentaba a las tesis defensoras del sufragio femenino.
“Creo que la mujer espaƱola alcanza una virtud insuperable y que la decadencia de EspaƱa depende del predominio de la mujer y de su enorme superioridad sobre el varón.” (Antonio Machado AutobiografĆa)
Maravilloso el artĆculo que nos revela una mujer cuya historia y contribución ha sido ocultada, y nos hace conocer la historia real de derechos que hoy suponen que fueron un regalo, y no conseguido con lucha por personas admirables.
Cuandio era niƱo todavĆa se cantaba en mi casa la copla que recordaba la guerra contra Melilla:
En el barranco del Lobo
Hay una fuente que mana
Sangre de los espaƱoles
que murieron por la patria.
”Pobrecitas madres,
cómo llorarÔn
al ver que sus hijos
a la guerra van!
Ni me lavo ni me peino
ni me pongo la mantilla,
hasta que venga mi novio
de la guerra de Melilla.
Melilla ya no es Melilla,
Melilla es un matadero
donde van los espaƱoles
a morir como corderos.
”Pobrecitas madres,
cómo llorarÔn
al ver que sus hijos
a la guerra van!
Luego mi padre les dijo que no la cantaran.
Un artĆculo genial y muy bien documentado sobre un personaje histórico al cual yo no conocĆa. Gracias por escribirlo, me ha sido muy grato leerlo.
Lo único, una pequeña duda. No entiendo cómo, si Colombine falleció en octubre de 1932, pudo presentarse a diputada en las elecciones de 1933. Creo que hay un error.
Pero vamos, lo dicho. Voy a compartirlo por redes sociales.
Es difĆcil escribir algo bonito despuĆ©s de leer la vida de Carmen Burgos, trĆ”gica y absurda. Es una heroĆna y una mujer excepcional.Cristina
Gracias, Mar, por este trabajo.
Me ha encantado leer esta pieza, tenĆa muchas ganas de descubrir a Carmen de Burgos, una mujer ejemplar. Ā”Gracias!
Gran articulo. Lo he leĆdo con avidez.Lo recomiendo como ayuda para combatir la ignorancia.
Ā”EXCELENTE! UN ARTĆCULO MUY COMPLETO. GRAN MUJER .
Que maravilla!…
Que el viento no se lleve su nombre!
Un sentimiento de gratitud y compasión me invaden. Le debo la gratitud de todos/as los que rechazaron su esfuerzo; y, la compasion es, por ende, su consecuencia; por las horas de frustración que hubiera vivido ante tanta desafección de las propias mujeres por las que luchó sin recibir apoyo.
Gracias, Mar.
Me a encantado, una mujer adelantada a su tiempo, con una mente preclara,que supo llevar a cabo todas sus ideas de libertas, seguramente tuvo que luchar mucho y no siempre fue bien valorada.
Una gran mujer ….
Estimada amiga: he leĆdo tu extenso artĆculo sobre la querida Colombine y te envĆo, por si es de tu interĆ©s, esta nota bibliogrĆ”fica de mi autorĆa sobre la amistad con la lusa Ana de Castro, amistad que mantuvo hasta el final. Cartas a una amiga portuguesa (Carmen de Burgos a Ana de Castro Osório), La Mujer (II). Actas III Congreso de AndalucĆa, Córdoba, Publicaciones Obra Social Cultural Cajasur, 2002, pp. 21-39.
He disfrutado cada pĆ”rrafo del artĆculo. Gracias por descubrirnos a esta gran mujer.
Genial lo de”cuĆ©ntanos algo bonito”. Me ha gustado lo deCarmen de Burgos, las fotos, cómo relaciona cosas y persinas, etc. Creo que lo mejor es el enfoque del artĆculo y las fotos. Mar Abad , que parece ser la autora, tambiĆ©n me ha gustado. Lo siento si el comentario no me ha salido muy bonito pero muy cierto si me ha salido.
Masona, periodista, escritora, rebelde, feminista, andaluza almeriense de nacimiento y madrileƱa de adopción, sufragista, activista, progenitora de una hija (suya!) , republicana, y prodivorcio, divorciada y espĆritu libre anticatólica. De la Logia del amor… Es como si ya la conociera, como a ti mismo, con la explosión de documentación. TĆŗ o yo.
Vaya Tratado de Carmen, estais mĆ”s vivas que muertas y que nunca. El fascismo que os enclaustra en el olvido amenaza reconquista. Romper el yugo de las esclavas sumisas hasta en la cama es uno de los sueƱos de la de gata cuĆ”ntica. La confederación de pueblos ibĆ©ricos, con los occidentales de Portugal y de RosalĆa, los cervantinos, lo ausianos, el andalĆŗ, … Los Ćŗltimos coletazos de la sagrada fiera antes de morir son los mas peligrosos por violada y violenta en su nombre. Tienen miedo. Saben que no pasarĆ”n y amenazan muertos. No te vayas a rendir, mi Colombine. Acechan con populismo pero tu pluma y con vuestro arte de lo pĆŗblico sois invencibles. De aquĆ a la Junquera y de gata a Sol,
Realmente interesante. LĆ”stima no haber comentado que sobre la Kolontai escribio una biografĆa magnĆfica Isabel OyarzĆ”bal, gran amiga suya. Enhorabuena
No sĆ© porque se dice que estuvo prohibida por Franco, si sus obras estaban el las librerĆas antiguas y en la biblioteca nacional…
Comentarios cerrados.