25 de marzo 2020    /   CREATIVIDAD
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¿Qué hizo con la comida cuando cerró su restaurante por la cuarentena? Cocinar para los vecinos que lo necesitan

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El primer día que puso el cartel «Hoy alubias gratis» en la fachada de su local la comida voló. AdriÔn Rojas supo entonces que no podía dejar a su suerte a muchos de sus vecinos que no tienen qué llevarse a la boca durante la cuarentena. Desde entonces les invita a un plato caliente todos los días. Y la gente no ha dejado de acudir.

Al dueño de Casa28Comes, una carnicería y charcutería con barra de degustación en el barrio madrileño de Malasaña, lo de ser un referente de solidaridad se la refanfinfla (por utilizar un eufemismo de la declaración literal). «Si el primer día que puse el cartel no hubiera venido nadie, yo estaría en mi casa tranquilamente», asegura Rojas.

Los que allĆ­ se congregaron no solo se llevaron los tuppers de judĆ­as, sino todo lo que se le habĆ­a quedado en la despensa de su establecimiento tras el cierre obligado por el estado de alarma. Ā«Incluso repartĆ­ vinos abiertos, algunos bastante caros, que sirvo por copas. Bromeo con ellos y les digo: ā€œChicos, aprovechad porque no vais a beber un vino asĆ­ en vuestra vidaā€Ā».

Desde entonces, y pese a saber a lo que se expone, sigue cocinando para sus vecinos. Los utensilios de los que se vale no pueden ser mÔs rudimentarios: la olla grande en la que cocina los guisos es prestada, al igual que el palo de golf que utiliza como cucharón para remover («pero estÔ bien limpio»). Para dispensar la comida de forma segura, Rojas ha dispuesto una tabla a modo de rampa por la que desliza los envases a los clientes.

«Hay que perfeccionar el sistema porque a veces el plato no acaba donde debería», dice con tono burlón. De hecho, anima a todos aquellos arquitectos, diseñadores o ingenieros que estén en sus casa a que le ayuden a idear un sistema alternativo y mejorado de su actual mostrador-tobogÔn.

De vez en cuanto, la policía se acerca al local para procurar que la gente que hace cola guarde la distancia de seguridad. «Luego siempre limpio y desinfecto bien la acera. No quiero que los vecinos se me enfaden».

Rojas no puede evitar soliviantarse. Si con sus escasos medios él puede cocinar hasta tres kilos de comida diaria con la que comen varias familias, ¿por qué las autoridades no pueden dar de comer en condiciones a las familias mÔs necesitadas? «¿De verdad que no hay una alternativa mejor que Telepizza o Rodilla para dar de comer todos los días a los niños que lo necesitan? Yo sí creo que con un poco de esfuerzo se pueden coordinar 11.500 comidas diarias?».

En su opinión, solo faltarĆ­a que unos pocos mĆ”s como Ć©l (charcuteros, panaderos, fruteros…) se coordinaran, con la ayuda de organismos oficiales, que solo tendrĆ­an que proporcionarles los medios necesarios (mascarillas, guantes, platos desechables…) para desarrollar la labor con total seguridad. Ā«Si la cajera, el cartero o el rider se siguen exponiendo, Āæpor quĆ© no puede hacerlo gente como yo, que quiere ayudar a otras personas? Solo necesitamos los medios necesariosĀ», reitera.

El dueño de Casa28Comes no entiende esta estrategia del perro del hortelano, que ni come ni deja comer. «No quiero decir que no tengamos que quedarnos en casa. Por supuesto que tenemos que hacerlo. Pero no puede ser que lo único que podamos hacer sea aplaudir una vez al día y luego volver a sentarnos en el sofÔ a ver Netflix y abrir la puerta al rider, un poco mÔs pobre que nosotros, que nos trae la cena. No sé, algo no me cuadra».

Le pone de los nervios el postureo que ha aflorado con la cuarentena: «Pelotudos que se fotografían con el pecho afeitado en casa. Esa cuarentena es de mentira. Esa cuarentena es para los que pueden hacer cuarentena. ¿Cómo haces cuarentena con el estómago vacío? ¿O cuando tienes cuatro hijos y acabas de perder el trabajo?».

Y sabe que, como él, hay mucha gente en casa deseando ayudar: «¿Por qué no proporcionarles la formación online adecuada, por ejemplo, para fumigar las calles y dotarles de medios? Así es como se estÔ acabando con la pandemia en China. MÔs de uno estaría dispuesto a hacerlo».

Rojas no sabe hasta cuÔndo podrÔ seguir dando de comer a los vecinos. «Mi mujer no quiere que siga haciéndolo, que me siga exponiendo. Tenemos un bebé de nueve meses». Dos de las personas que trabajan con él ya no pueden ayudarle porque hace unos días comenzaron con síntomas que podrían ser de coronavirus.

De momento, sigue cocinando. «Voy a tener que colgar porque, si no, no puedo poner el arroz», se disculpa. Al igual que muchos otros hosteleros, Rojas se enfrenta a un futuro incierto. Su negocio, en el que invirtió todos sus ahorros, lleva cerrado casi dos semanas (y le quedan otras dos mÔs, como poco), lo que le ha obligado a acogerse a un ERTE para su plantilla.

Lo que venga mÔs adelante, nadie lo sabe. Mientras, él sigue con su puchero y sus carteles para anunciar el menú del día. «Es la única vía de comunicación que utilizo. No quiero recurrir a redes sociales y movilizar a gente de otras zonas. Hace unos días vino un señor andando desde San Blas. No es mi intención que la gente se mueva mÔs allÔ del barrio». Aun en tiempos de cuarentena, confía en el boca a boca como la mejor forma de comunicación vecinal.

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El primer día que puso el cartel «Hoy alubias gratis» en la fachada de su local la comida voló. AdriÔn Rojas supo entonces que no podía dejar a su suerte a muchos de sus vecinos que no tienen qué llevarse a la boca durante la cuarentena. Desde entonces les invita a un plato caliente todos los días. Y la gente no ha dejado de acudir.

Al dueño de Casa28Comes, una carnicería y charcutería con barra de degustación en el barrio madrileño de Malasaña, lo de ser un referente de solidaridad se la refanfinfla (por utilizar un eufemismo de la declaración literal). «Si el primer día que puse el cartel no hubiera venido nadie, yo estaría en mi casa tranquilamente», asegura Rojas.

Los que allĆ­ se congregaron no solo se llevaron los tuppers de judĆ­as, sino todo lo que se le habĆ­a quedado en la despensa de su establecimiento tras el cierre obligado por el estado de alarma. Ā«Incluso repartĆ­ vinos abiertos, algunos bastante caros, que sirvo por copas. Bromeo con ellos y les digo: ā€œChicos, aprovechad porque no vais a beber un vino asĆ­ en vuestra vidaā€Ā».

Desde entonces, y pese a saber a lo que se expone, sigue cocinando para sus vecinos. Los utensilios de los que se vale no pueden ser mÔs rudimentarios: la olla grande en la que cocina los guisos es prestada, al igual que el palo de golf que utiliza como cucharón para remover («pero estÔ bien limpio»). Para dispensar la comida de forma segura, Rojas ha dispuesto una tabla a modo de rampa por la que desliza los envases a los clientes.

«Hay que perfeccionar el sistema porque a veces el plato no acaba donde debería», dice con tono burlón. De hecho, anima a todos aquellos arquitectos, diseñadores o ingenieros que estén en sus casa a que le ayuden a idear un sistema alternativo y mejorado de su actual mostrador-tobogÔn.

De vez en cuanto, la policía se acerca al local para procurar que la gente que hace cola guarde la distancia de seguridad. «Luego siempre limpio y desinfecto bien la acera. No quiero que los vecinos se me enfaden».

Rojas no puede evitar soliviantarse. Si con sus escasos medios él puede cocinar hasta tres kilos de comida diaria con la que comen varias familias, ¿por qué las autoridades no pueden dar de comer en condiciones a las familias mÔs necesitadas? «¿De verdad que no hay una alternativa mejor que Telepizza o Rodilla para dar de comer todos los días a los niños que lo necesitan? Yo sí creo que con un poco de esfuerzo se pueden coordinar 11.500 comidas diarias?».

En su opinión, solo faltarĆ­a que unos pocos mĆ”s como Ć©l (charcuteros, panaderos, fruteros…) se coordinaran, con la ayuda de organismos oficiales, que solo tendrĆ­an que proporcionarles los medios necesarios (mascarillas, guantes, platos desechables…) para desarrollar la labor con total seguridad. Ā«Si la cajera, el cartero o el rider se siguen exponiendo, Āæpor quĆ© no puede hacerlo gente como yo, que quiere ayudar a otras personas? Solo necesitamos los medios necesariosĀ», reitera.

El dueño de Casa28Comes no entiende esta estrategia del perro del hortelano, que ni come ni deja comer. «No quiero decir que no tengamos que quedarnos en casa. Por supuesto que tenemos que hacerlo. Pero no puede ser que lo único que podamos hacer sea aplaudir una vez al día y luego volver a sentarnos en el sofÔ a ver Netflix y abrir la puerta al rider, un poco mÔs pobre que nosotros, que nos trae la cena. No sé, algo no me cuadra».

Le pone de los nervios el postureo que ha aflorado con la cuarentena: «Pelotudos que se fotografían con el pecho afeitado en casa. Esa cuarentena es de mentira. Esa cuarentena es para los que pueden hacer cuarentena. ¿Cómo haces cuarentena con el estómago vacío? ¿O cuando tienes cuatro hijos y acabas de perder el trabajo?».

Y sabe que, como él, hay mucha gente en casa deseando ayudar: «¿Por qué no proporcionarles la formación online adecuada, por ejemplo, para fumigar las calles y dotarles de medios? Así es como se estÔ acabando con la pandemia en China. MÔs de uno estaría dispuesto a hacerlo».

Rojas no sabe hasta cuÔndo podrÔ seguir dando de comer a los vecinos. «Mi mujer no quiere que siga haciéndolo, que me siga exponiendo. Tenemos un bebé de nueve meses». Dos de las personas que trabajan con él ya no pueden ayudarle porque hace unos días comenzaron con síntomas que podrían ser de coronavirus.

De momento, sigue cocinando. «Voy a tener que colgar porque, si no, no puedo poner el arroz», se disculpa. Al igual que muchos otros hosteleros, Rojas se enfrenta a un futuro incierto. Su negocio, en el que invirtió todos sus ahorros, lleva cerrado casi dos semanas (y le quedan otras dos mÔs, como poco), lo que le ha obligado a acogerse a un ERTE para su plantilla.

Lo que venga mÔs adelante, nadie lo sabe. Mientras, él sigue con su puchero y sus carteles para anunciar el menú del día. «Es la única vía de comunicación que utilizo. No quiero recurrir a redes sociales y movilizar a gente de otras zonas. Hace unos días vino un señor andando desde San Blas. No es mi intención que la gente se mueva mÔs allÔ del barrio». Aun en tiempos de cuarentena, confía en el boca a boca como la mejor forma de comunicación vecinal.

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