Para el planeta, treinta y cinco años no son nada. Ese el tiempo que ha transcurrido desde que el reactor nĂºmero 4 de la central nuclear VladĂmir Ilich Lenin saltase por los aires. La brutal herida que la Tierra sufriĂ³ aquel 26 de abril de 1986 sigue supurando en forma de muerte y enfermedades crĂ³nicas de demasiadas personas. Y de destierro para las familias que aĂºn no han podido volver a los que por aquel entonces eran sus hogares.Â
Aunque no son las Ăºnicas vĂctimas de la catĂ¡strofe de ChernĂ³bil. De la nube radiactiva no se librĂ³ ser vivo alguno en un Ă¡rea que, se calcula, ronda los 150.000 kilĂ³metros cuadrados. Los mĂ¡s afectados, los que se encontraban dentro de la zona de exclusiĂ³n, la que se encuentra dentro de un radio de 30 kilĂ³metros alrededor de la planta nuclear.
 La francesa tenĂa en mente las sombras que las bombas de Nagasaki e Hiroshima dejaron impresas en 1945. Personas, animales y objetos que, en muchos casos, se volatizaron con las explosiones, quedando su silueta impresa en paredes y aceras como Ăºnico testimonio de su pasada existencia.Â
Para la fotĂ³grafa, los rayogramas vegetales eran la muestra palpable de las huellas traumĂ¡ticas pero imperceptibles de la tragedia de ChernĂ³bil. Esa misma a la que los ucranianos consideran aĂºn «el enemigo invisible».
Pero el recorrido del proyecto no se quedarĂa ahĂ. A finales del 2015, Michael Marder conociĂ³ el trabajo de Tondeur en una exposiciĂ³n organizada en ParĂs. Al filĂ³sofo e investigador aquellas imĂ¡genes le cautivaron, no tanto por tratar un tema ligado al medioambiente, Ă¡mbito en el que suele trabajar, como por su relaciĂ³n con ChernĂ³bil. Marder fue uno de los miles de niños que quedaron tocados para siempre por el velo imperceptible de la radiaciĂ³n. En su caso, ocurriĂ³ en un sanatorio de Anapa (Rusia), donde en el 86 pasĂ³ una temporada para tratar sus alergias.
Anais Tondeur
 De aquella fascinaciĂ³n surgiĂ³ el libroChernĂ³bil Herbarium con el que Marder y Tondeur se propusieron recordar la catĂ¡strofe nuclear. Porque como el filĂ³sofo afirmaba en The New York Times, «el riesgo mĂ¡s grande es que continuemos como si ChernĂ³bil no hubiera tenido lugar jamĂ¡s».
Para el planeta, treinta y cinco años no son nada. Ese el tiempo que ha transcurrido desde que el reactor nĂºmero 4 de la central nuclear VladĂmir Ilich Lenin saltase por los aires. La brutal herida que la Tierra sufriĂ³ aquel 26 de abril de 1986 sigue supurando en forma de muerte y enfermedades crĂ³nicas de demasiadas personas. Y de destierro para las familias que aĂºn no han podido volver a los que por aquel entonces eran sus hogares.Â
Aunque no son las Ăºnicas vĂctimas de la catĂ¡strofe de ChernĂ³bil. De la nube radiactiva no se librĂ³ ser vivo alguno en un Ă¡rea que, se calcula, ronda los 150.000 kilĂ³metros cuadrados. Los mĂ¡s afectados, los que se encontraban dentro de la zona de exclusiĂ³n, la que se encuentra dentro de un radio de 30 kilĂ³metros alrededor de la planta nuclear.
 La francesa tenĂa en mente las sombras que las bombas de Nagasaki e Hiroshima dejaron impresas en 1945. Personas, animales y objetos que, en muchos casos, se volatizaron con las explosiones, quedando su silueta impresa en paredes y aceras como Ăºnico testimonio de su pasada existencia.Â
Para la fotĂ³grafa, los rayogramas vegetales eran la muestra palpable de las huellas traumĂ¡ticas pero imperceptibles de la tragedia de ChernĂ³bil. Esa misma a la que los ucranianos consideran aĂºn «el enemigo invisible».
Pero el recorrido del proyecto no se quedarĂa ahĂ. A finales del 2015, Michael Marder conociĂ³ el trabajo de Tondeur en una exposiciĂ³n organizada en ParĂs. Al filĂ³sofo e investigador aquellas imĂ¡genes le cautivaron, no tanto por tratar un tema ligado al medioambiente, Ă¡mbito en el que suele trabajar, como por su relaciĂ³n con ChernĂ³bil. Marder fue uno de los miles de niños que quedaron tocados para siempre por el velo imperceptible de la radiaciĂ³n. En su caso, ocurriĂ³ en un sanatorio de Anapa (Rusia), donde en el 86 pasĂ³ una temporada para tratar sus alergias.
Anais Tondeur
 De aquella fascinaciĂ³n surgiĂ³ el libroChernĂ³bil Herbarium con el que Marder y Tondeur se propusieron recordar la catĂ¡strofe nuclear. Porque como el filĂ³sofo afirmaba en The New York Times, «el riesgo mĂ¡s grande es que continuemos como si ChernĂ³bil no hubiera tenido lugar jamĂ¡s».