Se habÃa afeitado las piernas encogida en el lavabo de su cuarto de baño minúsculo de su piso diminuto en la calle de las putas. Cuando lo alquiló, nadie le dijo que aquella calle se conocÃa por el sobrenombre de «la calle de las putas».
Se habÃa puesto crema hidratante por todo el cuerpo para tener la piel suave, lisa, agradable al tacto. Se habÃa enrollado cada mechón de pelo en un trozo de tela siguiendo un tutorial de YouTube en el que se explicaba cómo hacerse ondas naturales sin necesidad de plancha. HabÃa invertido una hora de su vida en maquillarse tan bien que nadie pudiera darse cuenta de que estaba, en efecto, pintada como una puerta.
Él se habÃa presentado en chándal. Minerva no era una cÃnica, el mundo todavÃa no la habÃa convertido en una persona que se enfrentaba a todo encogiéndose de hombros, pero aquello la habÃa descolocado tanto que su primer impulso habÃa sido mirarse de reojo en un espejo. Estaba preciosa: llevaba un vestido, llevaba sandalias, el pelo le caÃa por la espalda en un manto brillante y ondulado.
Menudo bajón. Él tenÃa una barba de cinco dÃas y apestaba a AXE.
Asà empieza este relato de Meryem El Mehdati para Igluu. ¿Cómo acabará esta cita a ciegas?
Se habÃa afeitado las piernas encogida en el lavabo de su cuarto de baño minúsculo de su piso diminuto en la calle de las putas. Cuando lo alquiló, nadie le dijo que aquella calle se conocÃa por el sobrenombre de «la calle de las putas».
Se habÃa puesto crema hidratante por todo el cuerpo para tener la piel suave, lisa, agradable al tacto. Se habÃa enrollado cada mechón de pelo en un trozo de tela siguiendo un tutorial de YouTube en el que se explicaba cómo hacerse ondas naturales sin necesidad de plancha. HabÃa invertido una hora de su vida en maquillarse tan bien que nadie pudiera darse cuenta de que estaba, en efecto, pintada como una puerta.
Él se habÃa presentado en chándal. Minerva no era una cÃnica, el mundo todavÃa no la habÃa convertido en una persona que se enfrentaba a todo encogiéndose de hombros, pero aquello la habÃa descolocado tanto que su primer impulso habÃa sido mirarse de reojo en un espejo. Estaba preciosa: llevaba un vestido, llevaba sandalias, el pelo le caÃa por la espalda en un manto brillante y ondulado.
Menudo bajón. Él tenÃa una barba de cinco dÃas y apestaba a AXE.
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