A efectos legales, los robots son una propiedad inanimada en manos de empresas o particulares. Son simples máquinas diseñadas y fabricadas por humanos, menos inteligentes que las personas, sin emociones propias, que desempeñan tareas para nosotros sin cuestionar las órdenes que un programador ha registrado en su código. Carecen de derechos u obligaciones, pero hay decenas de debates abiertos acerca de su ética y responsabilidad.
Si un coche autĂłnomo está a punto de sufrir un accidente y debe escoger entre salvar la vida de sus pasajeros o la de un peatĂłn, Âżcuál es la decisiĂłn correcta? Cuando un robot estĂ© velando por la seguridad de unas instalaciones, ÂżdĂłnde ha de estar su lĂmite a la hora de enfrentarse a un intruso? Para evitar muertes humanas en el bando propio, Âżes buena idea mandar a killer robots a la guerra?
[pullquote author=”Clara Campoamor”]ÂżEs que tenĂ©is derecho a hacer eso? No, tenĂ©is el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros[/pullquote]
AĂşn es cosa nuestra responder a estas preguntas. Ellos no tienen voz ni voto, pero en unas pocas dĂ©cadas podrĂan alcanzar la cumbre que los expertos denominan «singularidad»: ese punto en que la inteligencia artificial supere a la humana y los robots sean capaces de pensar (Âży hasta sentir?) como personas. No importa cĂłmo lleguemos hasta allĂ, si es que lo hacemos. Lo que importa es quĂ© sucede despuĂ©s.
Por desgracia, la historia está plagada de ejemplos sobre lo que ocurre cuando una minorĂa poderosa trata de negar los derechos que otro colectivo, legĂtimamente, reclama. «No podemos estar satisfechos y no estaremos satisfechos en tanto un negro de Mississippi no pueda votar y un negro en Nueva York crea que no tiene nada por quĂ© votar», clamaba el reverendo Luther King en su famoso I have a dream. «¿Es que tenĂ©is derecho a hacer eso?», preguntaba Clara Campoamor a los legisladores que se resistĂan a aprobar el sufragio femenino en las Cortes de la Primera RepĂşblica. «No, tenĂ©is el derecho que os ha dado la ley, la ley que hicisteis vosotros».
El dĂa en que los humanoides exijan dignidad como lo hicieron los afroamericanos, las mujeres o las parejas homosexuales podrĂa estar más cerca de lo que pensamos. Si resultan capaces de advertir su propia discriminaciĂłn, de reconocer alternativas morales, de distinguir el bien y el mal, ÂżquĂ© derecho tendremos los seres biolĂłgicos a rechazar a los artificiales? No más que el derecho que nos ha dado la ley, la ley que hicimos nosotros.
El paralelismo no es mĂo ni es moderno. Ya lo planteĂł el profesor Hilary Putnam, del Instituto TecnolĂłgico de Massachusetts, en un artĂculo de 1964: «La discriminaciĂłn de un organismo sintĂ©tico, basada en lo blandas o duras que son las partes de su cuerpo, me parece tan absurda como el trato discriminatorio de los humanos en base al color de la piel».
Bastante más reciente es el informe sobre los derechos de los robots que encargó la oficina de innovación del Gobierno británico en 2006, y que generó una enorme controversia al predecir que, en unas pocas décadas, «si la inteligencia artificial se consigue y se despliega ampliamente (o si pueden reproducirse y mejorarse ellos mismos), habrá peticiones para que los derechos humanos se extiendan a los robots».
[pullquote author=”Hilary Putnam” tagline=”Instituto TecnolĂłgico de Massachussetts”]La discriminaciĂłn de un organismo sintĂ©tico, basada en lo blandas o duras que son las partes de su cuerpo, me parece tan absurda como el trato discriminatorio de los humanos en base al color de la piel[/pullquote]
«Si se les conceden plenos derechos», pronosticaba, «los estados se verán obligados a proporcionarles beneficios sociales, incluyendo apoyo a los ingresos, vivienda y posiblemente asistencia sanitaria robĂłtica para arreglar las máquinas con el paso del tiempo». Por supuesto, llegado el caso, tambiĂ©n pagarán impuestos como todo hijo de vecino y tendrán derecho a voto. Varios cientĂficos se rebelaron contra el informe por su falta de realismo y rigurosidad, pero tambiĂ©n hay voces autorizadas que se han atrevido a ir más lejos en sus vaticinios. Ray Kurzweil, director de ingenierĂa de Google y aclamado futurista, aborda el debate en tĂ©rminos aĂşn más sorprendentes: «En el futuro, nosotros nos fusionaremos con las máquinas».
No habrĂa diferencias entre humanos y humanoides, tan solo cĂborgs iguales en derechos. «La porciĂłn no biolĂłgica de nuestra inteligencia se expandirá rápido y exponencialmente hasta que en 2040 seamos enteramente no biolĂłgicos», afirma. Algunas de sus previsiones pasadas se han cumplido. Por si acaso, tal vez debamos ir pensando en los derechos de los robots… Mañana podrĂan ser los nuestros.
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