Los cuatro pilares de la colaboración extrema
”Yorokobu gratis en formato digital!
Vivimos en un mundo individualista que se enfrenta a amenazas globales. La crisis de la Covid-19 ha puesto en evidencia la necesidad de crear nuevas redes, de tejer nuevas alianzas y colaborar de forma mƔs rƔpida, flexible y coordenada.
Este coronavirus es solo una de las muchas amenazas globales a las que se enfrenta la humanidad. El calentamiento global, la contaminación de los ocĆ©anos, los movimientos migratorios… Los grandes retos de nuestro tiempo no pueden ser abordados de forma individual sino coordenada. Y la actual crisis ha demostrado las carencias de los organismos internacionales.
No es que la OMS, la ONU o la OTAN hayan fracasado en sus cometidos, es que fueron creados en un contexto diferente y un nuevo escenario necesita dotar a estos actores de nuevos mecanismos. Esta es la base de la llamada cooperación extrema, una idea que vienen desarrollando innovadores sociales desde hace años, alertando de la necesidad de crear nuevos canales de comunicación.
Leonardo Maldonado es uno de estos innovadores. Es miembro de Ciudades +B, uno de los promotores de esta inciativa que se ha plasmado en cinco cuadernos. Es un «emprendedor social y serial», como él mismo se define, que apuesta por un cambio radical que empieza por nosotros mismos. «No es un problema estatal o legal, sino cultural, de cómo concebimos la manera de convivir», dice.
Maldonado habla de colaboración extrema y de la obsolescencia de la gobernanza global, pero no apuesta por destruir los foros ya existentes, sino por acelerarlos y modernizarlos. «Creemos que no estamos inventando nada, sino poniendo nombre a algo que ya existe», reflexiona. «Hablamos de una colaboración abierta, global, en la cual se puedan articular miles de acciones de una manera no centralizada ni jerarquizada». Este nuevo tipo de colaboración se basa en cuatro pilares:
El cambio de mentalidad
Ā«Si nos entendemos los unos a los otros como enemigos, hacerle agujeros al barco del otro tiene todo el sentido del mundoĀ», explica Maldonado. Ā«Si por el contrario nos sentimos todos en el mismo barco, esto nos parecerĆ” una locura. Por lo tanto estamos ante un problema polĆtico, tenemos que construir un barco comĆŗn, un nosotrosā.
Vivimos en un mundo fragmentado en naciones, religiones e ideales polĆticos. Divisiones mentales y fronteras imaginarias que hemos ido poniendo, en una retórica frentista que lleva construyĆ©ndose milenios. Solo en las Ćŗltimas dĆ©cadas, despuĆ©s de dos guerras mundiales, se ha ido desmantelando este relato, tejiendo redes entre paĆses para crear mecanismos internacionales, foros de debate para afrontar problemas globales. Y reales.
«Nos hemos inventado un millón de maneras de enfrentarnos los unos a los otros y ensalzar nuestras diferencias», opina Maldonado. «Pero para poder enfrentar estos grandes problemas globales, necesitamos crear un relato común». Antes de empezar una guerra se crea un relato épico, un listado de agravios. De la misma forma, si queremos ser compañeros de batalla tenemos que conformar un relato común. «En el caso hipotético de que lo logremos», avanza Maldonado, «la siguiente pregunta es ¿cómo colaboramos?».
El consenso estĆ” sobrevalorado
El sentido comĆŗn nos traiciona, nos hace pensar que colaborar pasa por ceder, por construir espacios de consenso. Pero no siempre es asĆ. Ā«La prĆ”ctica de los Ćŗltimos diez aƱos nos da a entender lo contrarioĀ», rebate Maldonado. Ā«Hay espacios de colaboración que podemos construir sin necesidad de consensoĀ».
Los organismos internacionales son extremadamente jerĆ”rquicos. Tienen pesos y contrapesos, mecanismos y burocracia. Esto los convierte en organizaciones muy garantistas, pero a la vez extremadamente lentas. Y muchos de los problemas a los que se enfrentan son acuciantes, igual habrĆa que probar nuevas aproximaciones.
Si previamente hemos construido una ética superior, defiende Maldonado, podremos dirigirnos hacia ella, aunque cada uno lo haga de forma distinta. Este emprendedor social pone ejemplos de una colaboración similar aplicada a otros campos. «Cuando se construyó la Wikipedia, no se obligó a la gente a que participara, ni se hizo que quien los participantes tuvieran que escribir sobre todos los temas», explica. «Se dejó, se deja, que cada cual aporte lo que quiera según sus gustos y pasiones».
De la misma forma, continua Maldonado, los proyectos de open source apuestan por un modelo similar en el que cada uno aporta lo que quiere o puede, convencido de que hay una obligación moral, no legal, que le anima a ello. Este mecanismo podrĆa ser aplicado tambiĆ©n a ciertos foros internacionales, proponiendo avances asimĆ©tricos pero mucho mĆ”s rĆ”pidos que los actuales.
La inclusión de las empresas
Ā«Tenemos que dejar de pensar que lo pĆŗblico es aquello que tiene que ver con el estado, lo pĆŗblico es aquello que tiene que ver con todosĀ», arranca Maldonado. Por eso, la teorĆa de la colaboración extrema defiende su inclusión en este proceso. Una vez hemos construĆdo un relato comĆŗn y hemos convencido a los diferentes actores de que aporten, cada uno segĆŗn sus capacidades e intereses, tenemos que sumar a este esquema al sector privado.
Ā«Dejar lo pĆŗblico solo en manos del Estado y la ciudadanĆa deja a un jugador gigante fuera de juegoĀ», reflexiona Maldonado. Lo ideal serĆa tener un Estado fuerte que pudiera hacer frente a los grandes retos del futuro, pero la situación actual deja claro que el papel de la empresa puede ser complementario e importante. Twitter y Facebook (mal que le pese a Marck Zuckerberg) tienen mucho que aportar a la lucha contra la desinformación. Las miles de empresas que cambiaron su modelo de producción en todo el mundo durante la pandemia para crear mascarillas, respiradores o material mĆ©dico son otro ejemplo reciente. Ā«Estamos convencidos de que se puede usar la fuerza de la empresa para forzar los cambios planetarios a la velocidad que se requiereĀ», abunda Maldonado. Ā«En vez de mirarlos como el enemigo, la colaboración extrema los ve como a un aliado centralĀ».
El papel de la ciudadanĆa.
Suena a frase hecha, pero la ciudadanĆa tiene el poder. Esta fue la mĆ”xima de las distintas revoluciones sociales, la mĆ”xima que se grabó en muchas constituciones. Pero nunca ha tenido tanto sentido como en la actualidad, cuando la capacidad de organización de los ciudadanos tiene el poder de forzar cambios mĆ”s allĆ” de unas puntuales elecciones.
No hablamos solo de las manifestaciones, que con las redes sociales tienen una capacidad de expandirse por el globo y de organizarse de forma mucho mĆ”s efectiva. En la moderna sociedad de consumo hay otras formas de cambiar hĆ”bitos que parecĆan inamovibles. Ā«Cuando la ciudadanĆa rechaza las bolsas de plĆ”stico, estas dejan de producirse. Cuando rechaza las botellas, estas desaparecenĀ», explica Maldonado.
Al ser activos en la economĆa, en nuestra forma de consumir, somos activos polĆticamente. Por eso desde esta iniciativa de colaboración extrema, hablan de una nueva metodologĆa. Una que permitirĆa que miles y decenas de miles de personas participen en el juego, que se involucren en el cambio cultural que se avecina. Que colaboren, que a fin de cuentas de eso va la colaboración extrema.
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Vivimos en un mundo individualista que se enfrenta a amenazas globales. La crisis de la Covid-19 ha puesto en evidencia la necesidad de crear nuevas redes, de tejer nuevas alianzas y colaborar de forma mƔs rƔpida, flexible y coordenada.
Este coronavirus es solo una de las muchas amenazas globales a las que se enfrenta la humanidad. El calentamiento global, la contaminación de los ocĆ©anos, los movimientos migratorios… Los grandes retos de nuestro tiempo no pueden ser abordados de forma individual sino coordenada. Y la actual crisis ha demostrado las carencias de los organismos internacionales.
No es que la OMS, la ONU o la OTAN hayan fracasado en sus cometidos, es que fueron creados en un contexto diferente y un nuevo escenario necesita dotar a estos actores de nuevos mecanismos. Esta es la base de la llamada cooperación extrema, una idea que vienen desarrollando innovadores sociales desde hace años, alertando de la necesidad de crear nuevos canales de comunicación.
Leonardo Maldonado es uno de estos innovadores. Es miembro de Ciudades +B, uno de los promotores de esta inciativa que se ha plasmado en cinco cuadernos. Es un «emprendedor social y serial», como él mismo se define, que apuesta por un cambio radical que empieza por nosotros mismos. «No es un problema estatal o legal, sino cultural, de cómo concebimos la manera de convivir», dice.
Maldonado habla de colaboración extrema y de la obsolescencia de la gobernanza global, pero no apuesta por destruir los foros ya existentes, sino por acelerarlos y modernizarlos. «Creemos que no estamos inventando nada, sino poniendo nombre a algo que ya existe», reflexiona. «Hablamos de una colaboración abierta, global, en la cual se puedan articular miles de acciones de una manera no centralizada ni jerarquizada». Este nuevo tipo de colaboración se basa en cuatro pilares:
El cambio de mentalidad
Ā«Si nos entendemos los unos a los otros como enemigos, hacerle agujeros al barco del otro tiene todo el sentido del mundoĀ», explica Maldonado. Ā«Si por el contrario nos sentimos todos en el mismo barco, esto nos parecerĆ” una locura. Por lo tanto estamos ante un problema polĆtico, tenemos que construir un barco comĆŗn, un nosotrosā.
Vivimos en un mundo fragmentado en naciones, religiones e ideales polĆticos. Divisiones mentales y fronteras imaginarias que hemos ido poniendo, en una retórica frentista que lleva construyĆ©ndose milenios. Solo en las Ćŗltimas dĆ©cadas, despuĆ©s de dos guerras mundiales, se ha ido desmantelando este relato, tejiendo redes entre paĆses para crear mecanismos internacionales, foros de debate para afrontar problemas globales. Y reales.
«Nos hemos inventado un millón de maneras de enfrentarnos los unos a los otros y ensalzar nuestras diferencias», opina Maldonado. «Pero para poder enfrentar estos grandes problemas globales, necesitamos crear un relato común». Antes de empezar una guerra se crea un relato épico, un listado de agravios. De la misma forma, si queremos ser compañeros de batalla tenemos que conformar un relato común. «En el caso hipotético de que lo logremos», avanza Maldonado, «la siguiente pregunta es ¿cómo colaboramos?».
El consenso estĆ” sobrevalorado
El sentido comĆŗn nos traiciona, nos hace pensar que colaborar pasa por ceder, por construir espacios de consenso. Pero no siempre es asĆ. Ā«La prĆ”ctica de los Ćŗltimos diez aƱos nos da a entender lo contrarioĀ», rebate Maldonado. Ā«Hay espacios de colaboración que podemos construir sin necesidad de consensoĀ».
Los organismos internacionales son extremadamente jerĆ”rquicos. Tienen pesos y contrapesos, mecanismos y burocracia. Esto los convierte en organizaciones muy garantistas, pero a la vez extremadamente lentas. Y muchos de los problemas a los que se enfrentan son acuciantes, igual habrĆa que probar nuevas aproximaciones.
Si previamente hemos construido una ética superior, defiende Maldonado, podremos dirigirnos hacia ella, aunque cada uno lo haga de forma distinta. Este emprendedor social pone ejemplos de una colaboración similar aplicada a otros campos. «Cuando se construyó la Wikipedia, no se obligó a la gente a que participara, ni se hizo que quien los participantes tuvieran que escribir sobre todos los temas», explica. «Se dejó, se deja, que cada cual aporte lo que quiera según sus gustos y pasiones».
De la misma forma, continua Maldonado, los proyectos de open source apuestan por un modelo similar en el que cada uno aporta lo que quiere o puede, convencido de que hay una obligación moral, no legal, que le anima a ello. Este mecanismo podrĆa ser aplicado tambiĆ©n a ciertos foros internacionales, proponiendo avances asimĆ©tricos pero mucho mĆ”s rĆ”pidos que los actuales.
La inclusión de las empresas
Ā«Tenemos que dejar de pensar que lo pĆŗblico es aquello que tiene que ver con el estado, lo pĆŗblico es aquello que tiene que ver con todosĀ», arranca Maldonado. Por eso, la teorĆa de la colaboración extrema defiende su inclusión en este proceso. Una vez hemos construĆdo un relato comĆŗn y hemos convencido a los diferentes actores de que aporten, cada uno segĆŗn sus capacidades e intereses, tenemos que sumar a este esquema al sector privado.
Ā«Dejar lo pĆŗblico solo en manos del Estado y la ciudadanĆa deja a un jugador gigante fuera de juegoĀ», reflexiona Maldonado. Lo ideal serĆa tener un Estado fuerte que pudiera hacer frente a los grandes retos del futuro, pero la situación actual deja claro que el papel de la empresa puede ser complementario e importante. Twitter y Facebook (mal que le pese a Marck Zuckerberg) tienen mucho que aportar a la lucha contra la desinformación. Las miles de empresas que cambiaron su modelo de producción en todo el mundo durante la pandemia para crear mascarillas, respiradores o material mĆ©dico son otro ejemplo reciente. Ā«Estamos convencidos de que se puede usar la fuerza de la empresa para forzar los cambios planetarios a la velocidad que se requiereĀ», abunda Maldonado. Ā«En vez de mirarlos como el enemigo, la colaboración extrema los ve como a un aliado centralĀ».
El papel de la ciudadanĆa.
Suena a frase hecha, pero la ciudadanĆa tiene el poder. Esta fue la mĆ”xima de las distintas revoluciones sociales, la mĆ”xima que se grabó en muchas constituciones. Pero nunca ha tenido tanto sentido como en la actualidad, cuando la capacidad de organización de los ciudadanos tiene el poder de forzar cambios mĆ”s allĆ” de unas puntuales elecciones.
No hablamos solo de las manifestaciones, que con las redes sociales tienen una capacidad de expandirse por el globo y de organizarse de forma mucho mĆ”s efectiva. En la moderna sociedad de consumo hay otras formas de cambiar hĆ”bitos que parecĆan inamovibles. Ā«Cuando la ciudadanĆa rechaza las bolsas de plĆ”stico, estas dejan de producirse. Cuando rechaza las botellas, estas desaparecenĀ», explica Maldonado.
Al ser activos en la economĆa, en nuestra forma de consumir, somos activos polĆticamente. Por eso desde esta iniciativa de colaboración extrema, hablan de una nueva metodologĆa. Una que permitirĆa que miles y decenas de miles de personas participen en el juego, que se involucren en el cambio cultural que se avecina. Que colaboren, que a fin de cuentas de eso va la colaboración extrema.