Leave your ego at the door
En Google tienen claro que, más que creativos o programadores a secas, se necesitan Smart Creatives, individuos capaces de aunar conocimiento tecnológico, visión de negocio y creatividad. En el libro How Google Works, Eric Schmidt y Jonathan Rosenberg, dos exejecutivos de la casa explican que estos empleados necesitan funcionar en equipos pequeños, con mucha libertad, en los que las ideas puedan venir de cualquier parte y la toma de decisiones no esté concentrada en pocas manos. En el mundo de las startups y el desarrollo de software, metodologías ágiles como Scrum son también un gran ejemplo de cómo promover la innovación a partir de la colaboración de grupos autoorganizados y multidisciplinares.
Frente a la nueva participación colaborativa, la pirámide tradicional que aún utiliza la mayoría de agencias genera una estructura rígida y lenta, diseñada para minimizar riesgos. Esa rigidez es una de las trabas principales que encuentran los proyectos de innovación para salir adelante en este tipo de compañías y no resulta nada atractiva para una nueva generación de millenials que tienen una mentalidad más digital, líquida y emprendedora.
En este contexto, los que trabajamos en publicidad parecemos estar condenados a escuchar día tras día, cabizbajos, eso de que «el talento hoy está fuera de las agencias». Yo no lo creo, sigue habiendo mucho talento dentro, pero en gran parte está adormilado, hastiado y desaprovechado, obligado a competir y frustrado porque las mejores ideas no ven la luz por falta de complicidad con el cliente a la hora de innovar y asumir riesgos compartidos. Motivos de preocupación de sobra que deberían servir para cuestionar la organización del trabajo: desde cómo nos sentamos o cómo circula la información, al funcionamiento de la cadena de mando, la relación con el cliente y el reparto de roles.
Pero si todo esto cambiara, el creativo también tendría que hacer un ejercicio por ahora impensable: desprenderse de buena parte de su ego. ¿Colaborar en las ideas de otro? ¿Trabajar mano a mano con el cliente? Estoy seguro de que a más de uno se le ponen los pelos de punta. Y es normal. La idea es nuestro santo grial. Estamos entrenados mejor que el resto para cazarla, encontrarla y, lo más importante, reconocer si es buena. Y nos gusta tener ese privilegio, es más, necesitamos aferrarnos a nuestras ideas porque, hasta que se demuestre lo contrario, nuestro valor en el mercado es nuestra carpeta. Ganar premios no solo alimenta nuestro ego, se traduce en mejor sueldo y oportunidades de trabajo y en más prestigio para la agencia. Así, el negocio se perpetúa tal y como lo conocemos, y la publicidad, como tantos otros sectores creativos, sigue creando y ensalzando a sus propias estrellas.
¿Podremos dejar todos nuestro ego en la puerta y dejar de competir para empezar a colaborar? ¿Y si la verdadera innovación y las nuevas oportunidades de negocio comenzaran por transformar la manera en que trabajamos?
Imagen de portada: Brian A Jackson / Shutterstock
En Google tienen claro que, más que creativos o programadores a secas, se necesitan Smart Creatives, individuos capaces de aunar conocimiento tecnológico, visión de negocio y creatividad. En el libro How Google Works, Eric Schmidt y Jonathan Rosenberg, dos exejecutivos de la casa explican que estos empleados necesitan funcionar en equipos pequeños, con mucha libertad, en los que las ideas puedan venir de cualquier parte y la toma de decisiones no esté concentrada en pocas manos. En el mundo de las startups y el desarrollo de software, metodologías ágiles como Scrum son también un gran ejemplo de cómo promover la innovación a partir de la colaboración de grupos autoorganizados y multidisciplinares.
Frente a la nueva participación colaborativa, la pirámide tradicional que aún utiliza la mayoría de agencias genera una estructura rígida y lenta, diseñada para minimizar riesgos. Esa rigidez es una de las trabas principales que encuentran los proyectos de innovación para salir adelante en este tipo de compañías y no resulta nada atractiva para una nueva generación de millenials que tienen una mentalidad más digital, líquida y emprendedora.
En este contexto, los que trabajamos en publicidad parecemos estar condenados a escuchar día tras día, cabizbajos, eso de que «el talento hoy está fuera de las agencias». Yo no lo creo, sigue habiendo mucho talento dentro, pero en gran parte está adormilado, hastiado y desaprovechado, obligado a competir y frustrado porque las mejores ideas no ven la luz por falta de complicidad con el cliente a la hora de innovar y asumir riesgos compartidos. Motivos de preocupación de sobra que deberían servir para cuestionar la organización del trabajo: desde cómo nos sentamos o cómo circula la información, al funcionamiento de la cadena de mando, la relación con el cliente y el reparto de roles.
Pero si todo esto cambiara, el creativo también tendría que hacer un ejercicio por ahora impensable: desprenderse de buena parte de su ego. ¿Colaborar en las ideas de otro? ¿Trabajar mano a mano con el cliente? Estoy seguro de que a más de uno se le ponen los pelos de punta. Y es normal. La idea es nuestro santo grial. Estamos entrenados mejor que el resto para cazarla, encontrarla y, lo más importante, reconocer si es buena. Y nos gusta tener ese privilegio, es más, necesitamos aferrarnos a nuestras ideas porque, hasta que se demuestre lo contrario, nuestro valor en el mercado es nuestra carpeta. Ganar premios no solo alimenta nuestro ego, se traduce en mejor sueldo y oportunidades de trabajo y en más prestigio para la agencia. Así, el negocio se perpetúa tal y como lo conocemos, y la publicidad, como tantos otros sectores creativos, sigue creando y ensalzando a sus propias estrellas.
¿Podremos dejar todos nuestro ego en la puerta y dejar de competir para empezar a colaborar? ¿Y si la verdadera innovación y las nuevas oportunidades de negocio comenzaran por transformar la manera en que trabajamos?
Imagen de portada: Brian A Jackson / Shutterstock
“Leave your ego at the door” me ha traído a la memoria a una de mis parejas favoRitas, la formada por los productores de cine Irwin Winkler y Robert Chartoff, trabajaron alrededor de 25 años juntos y entre ellos solo rigieron unas escuetas reglas que garabatearon en una servilleta del bar donde decidieron unir sus esfuerzos (siempre la conservaron y nunca necesitaron firmar nada más), eso sí, capitaneadas por una ley básica a la hora de decidir qué proyecto abordar, qué guión llevar a la pantalla, y bajo la cual parieron obras maestras como A Quemarropa, Danzad, Danzad, Malditos, Nickelodeon, Rocky, New York, New York, Toro Salvaje, Elegidos para la Gloria… Ese precepto insoslayable era bien sencillo: “Dejar los egos fuera de la sala de reuniones”. Pues claro que sí, ahí está el quid, gRacias por tu artículo, Belén Coca, y bRavo a Yorokobu!
Comentarios cerrados.