Cuentos crueles para niƱos sanos
”Yorokobu gratis en formato digital!
ImagĆnate la escena: un ruidoso parque infantil donde un grupo, el de los mĆ”s pequeƱos, esos que aĆŗn van con el paƱal a cuestas y andan como dando tumbos, rĆen y bailan al ritmo de la mĆŗsica. Lo que suena son esas canciones infantiles que nos hemos transmitido de generación en generación, en las que se une la costumbre, la transmisión de valores y el ocio de unos ritmos que suelen hacer que los pequeƱos pongan esa cara de sonrisa enorme, casi excesiva, que solo ellos saben poner. Pero no saben lo que estĆ”n bailando de verdad.
Para tranquilizar a los bebĆ©s les amenazamos cantando, con voz suave eso sĆ, que si no se duermen āel coco te comerĆ”ā. En El juego de los oficios hay niƱos camioneros y carpinteros, pero las niƱas solo pueden ser costureras o planchadoras. āComeremos ensalada, como comen los seƱoresā, dice El corro de la patata. āEstirad, estirad, que el demonio va a pasarā, reza la letra de El patio de mi casa. Y asĆ un largo etcĆ©tera de canciones donde el clasismo, el terror y los estereotipos sexistas han alimentado un debate recurrente en los Ćŗltimos aƱos. Obviamente, ellos no lo saben, ni nosotros mismos nos fijamos en esos detalles al cantarlas, pero estĆ”n ahĆ, con terrorĆficas imĆ”genes entonadas desde dĆ©cadas atrĆ”s.
No es mucho mĆ”s halagüeƱo el relato escrito: al lobo de Caperucita le abren la tripa, se la llenan de piedras y lo echan al rĆo. Una vieja bruja querĆa despellejar a 101 cachorros de dĆ”lmata para hacerse un abrigo. Simba pasa media vida creyendo que Ć©l mató a su padre para luego descubrir que fue su tĆo, y todo para quitarle el puesto. Dumbo es objeto de mobbing, como el patito feo, por su aspecto fĆsico. Cenicienta vive maltratada por su propia familia. Bambi tiene que sobreponerse solo a la trĆ”gica pĆ©rdida de su madre. Desgracia tras desgracia hasta las perdices finales. Pero Āæes gratuita esa aparente crueldad?
Ana Cristina Herreros, filóloga especialista en literatura tradicional y escritora de la editorial Siruela, no estĆ” en absoluto de acuerdo: āLos cuentos populares no son crueles, son justosā, algo que ve claramente en un patrón presente en su estructura; āen todos ellos hay una persona que tiene un conflicto y se pone en camino para resolverlo. Por el camino se encuentra con otro, al que el formalista ruso Vladimir Propp definĆa como ādonanteā, que ayuda al protagonista a resolver el conflicto. AdemĆ”s, quien lo ha causado recibe al final su justo castigoā. Superación, colaboración con otro y justicia final, vendrĆa a ser la moraleja.
Coincide con ella Gemma Lluch, doctora en FilologĆa y profesora del MĆ”ster en Asesoramiento LingüĆstico y Cultura Literaria de la Universidad de Valencia. āLa tradición oral refleja la sociedad y mantiene esos rasgos a pesar de los filtros de la historiaā, dice en referencia a los estereotipos y mensajes que se perciben como negativos. āEl concepto de crueldad es un concepto ambiguo: un niƱo puede no ver cruel lo que ves tĆŗā, seƱala. āHay muchos que pensamos que es necesaria, como hablar de la muerte, de la enfermedad, o del mal. ĀæHas leĆdo Los juegos del hambre? Es genial y cruel⦠como la vida mismaā.
MĆ”s tajante es Teresa Colomer, directora del Master Internacional de Libros y Literatura Infantil de la Universidad Autónoma de Barcelona, que, aunque reconoce que hay literatura infantil contemporĆ”nea de gran calidad, cree que ālos esfuerzos por edulcorar los cuentos populares no han hecho mĆ”s que anular su potencial convirtiĆ©ndolos en algo inaneā. SegĆŗn Herreros, āvivimos la moda de lo polĆticamente correcto, donde se tiene miedo a tener miedo, pero el lobo se resiste a ser un tĆtere sin uƱasā.
En opinión de Herreros, es āsuperficialā hablar de crueldad en los cuentos porque sus personajes āson sĆmbolos: personas que andan buscando su soberanĆa, que andan buscando ser dueƱos de su propia vidaā.
Colomer explica que esto sucede āporque los cuentos populares transmiten mensajes positivos muy poderosos, como que si uno se esfuerza lo suficiente saldrĆ” victorioso, o que el mal acaba totalmente derrotado con la muerte de ogros malvados. Los personajes de los cuentos cumplen una ‘función’ en ellos, poco importa si son un lobo o una madrastra, un niƱo o una niƱa. Pero las versiones que desde los aƱos 30 del pasado siglo intentaron perdonar al lobo o dar una segunda oportunidad a las madrastras no hacen sino crear alarma en los lectores que ven la posibilidad de que continĆŗe la amenazaā.
ĀæY por quĆ© nos llama la atención ahora que la narrativa infantil pueda ser cruel? En opinión de Colomer, esta denuncia āse produce cuando los adultos releen los cuentos de su infancia. Nadie recuerda haber quedado traumatizado por esos detalles crueles o sexistas, mientras que sĆ se recuerda la mala impresión causada por formas mĆ”s modernas, como algunos finales de Andersen o escenas de pelĆculas de Disneyā.
Lluch apunta por su parte que, en realidad, ātodo relato de tradición oral no tiene como destinatarios a los niƱos, sino a la familiaā. En esa misma lĆnea se movĆa una investigación del autor VĆctor Montoya, segĆŗn la cual los cuentos infantiles fueron, en origen, transmisiones orales entre adultos que acabaron censurĆ”ndose para eliminar la violencia ya que a los niƱos les fascinaban los relatos. Eran, segĆŗn concreta Colomer, producto de āuna sociedad patriarcal y de lucha por la supervivenciaā muy distinta a la actual.
SegĆŗn este extremo no solo se habrĆan eliminado las partes oscuras de las historias, sino tambiĆ©n los giros complejos, la riqueza lĆ©xica, la ironĆa o las moralejas complejas que un pĆŗblico infantil no hubiera podido entender. Esa simplificación con una cierta oscuridad de fondo llegarĆa tambiĆ©n a nuestros dĆas con ejemplos de series de dibujos como El correcaminos o Tom y Jerry, que escenifican el acecho continuo y la bĆŗsqueda de venganza.
EscribĆa la autora Estrella Cardona hace unos aƱos que en realidad lo que llega a nuestros dĆas es la versión edulcorada de unos cuentos mucho mĆ”s crueles en su origen: la historia de Caperucita serĆa en realidad, bajo esta explicación, el relato de un adulto abusando de una menor, igual que La bella durmiente narrarĆa una violación tras la cual el supuesto prĆncipe dejaba a la joven abandonada a su suerte en el bosque, y en Hansel y Gretel habrĆa referencias mĆ”s bien poco veladas al canibalismo.
Pero los cuentos que llegaron a nuestros dĆas no son esos, sino una versión mucho mĆ”s naif de lo que supuestamente los hermanos Grimm y Charles Perrault idearon.
El punto de horror en los cuentos infantiles tiene explicación en el āasombroā, segĆŗn Herrero. Asegura que estos cuentos gustan especialmente a niƱos a partir de 8 aƱos, ācuando abandonan la oralidad e ingresan en la āculturaā, y esa preferencia existe porque los cuentos de miedo nos curan el temor que mĆ”s llena las consultas de psicólogos y psiquiatras: el miedo al miedoā.
āTradicionalmente, los cuentos de miedo en la noche de los campamentos infantiles, a la luz de la hoguera, tenĆan como objeto descubrir que tĆŗ tienes miedo, pero ese niƱo tan grande que le tira de la oreja al mĆ”s pequeƱo de la clase tambiĆ©n lo tiene. TenĆa por objeto descubrir que todos tenemos miedo y que no pasa nada por tenerlo, porque podemos contarlo y porque estamos juntos para afrontarloā, explica.
Lluch cree que, a su manera, todo relato de creación transmite valores, āhasta El Quijote o Tirant lo Blanchā. Herrero, sin embargo, tambiĆ©n niega la mayor en lo que se refiere a la transmisión de valores: āLos valores se transmiten con lo que se hace en la familia, no con lo que se dice. Esa idea de la āeducación en valoresā surge cuando padres y madres dejaron de estar presentes en la vida de sus hijos gracias a unas jornadas laborales incompatibles con la vida familiar y se deja esa enseƱanza en manos de la escuelaā. En su opinión son ālibros con valores que no valen para nada, son libros que no forman porque no transformanā.
āLos cuentos hunden sus raĆces en tiempos muy antiguos y se transmiten porque alguien los difunde, porque alguien los siente parte de su vida. Si no tuvieran conexión con lo que le sucede al ser humano, desaparecerĆan. Y no han desaparecido ni desaparecerĆ”n porque propalan un mensaje de esperanza, de confianza en el otroā.
Por eso se explica la pervivencia, por ejemplo, de los estereotipos machistas en la literatura infantil: āLa literatura no ha cambiado mucho porque la sociedad ha cambiado solo aparentementeā. Belleza, sometimiento y separación de roles son algunas de las caracterĆsticas que describe en un artĆculo Inmaculada Quiles, donde repasa algunos sĆmbolos estereotĆpicos que aparecen reiterados en algunas narraciones: el prĆncipe sin el que no hay salvación, el enemigo que encarna el mal o el hada que confiere una protección maternal. Bajo esa lógica los ogros y brujas son desmedidamente crueles, los lobos y fantasmas representan el miedo a la oscuridad y las princesas son caprichosas y simples.
āHubo un intento de escribir una literatura de verdad coeducativa, pero por norma general el panorama actual es bastante pobre y superficial en ese aspecto, con protagonistas femeninas tan estereotipadas que no es posible reconocerse en ellas. AdemĆ”s, en estos libros que dan valor a las niƱas, donde lo que importa son las emociones, son para niƱas. FĆ”cilmente se los reconoce en las estanterĆas de las librerĆas por sus colores dorados y rosas, frente a la literatura para chicos, en la que prima la acción, y son plateados, azules y marrones. ĀæNo es esto, acaso, machismo?ā, se pregunta Herreros.
Los cuentos āestĆ”n impregnados de valores y formas artĆsticas de cada Ć©pocaā, apunta Colomer. āHay cuentos populares mucho menos sexistas que las versiones que los folcloristas recogieronā, apunta. De hecho, considera mucho mĆ”s perniciosa la lectura que se saca de otras narrativas contemporĆ”neas, como los clichĆ©s de los anuncios, las revistas para chicas o las teleseries dirigidas a pĆŗblico femenino. Ya no impera el debate pedagógico, el sociológico o las proclamas de las feministas. Esos son los cuentos de hoy en dĆa y ahora manda el mercado. Ćl es el nuevo lobo feroz.
”Yorokobu gratis en formato digital!
ImagĆnate la escena: un ruidoso parque infantil donde un grupo, el de los mĆ”s pequeƱos, esos que aĆŗn van con el paƱal a cuestas y andan como dando tumbos, rĆen y bailan al ritmo de la mĆŗsica. Lo que suena son esas canciones infantiles que nos hemos transmitido de generación en generación, en las que se une la costumbre, la transmisión de valores y el ocio de unos ritmos que suelen hacer que los pequeƱos pongan esa cara de sonrisa enorme, casi excesiva, que solo ellos saben poner. Pero no saben lo que estĆ”n bailando de verdad.
Para tranquilizar a los bebĆ©s les amenazamos cantando, con voz suave eso sĆ, que si no se duermen āel coco te comerĆ”ā. En El juego de los oficios hay niƱos camioneros y carpinteros, pero las niƱas solo pueden ser costureras o planchadoras. āComeremos ensalada, como comen los seƱoresā, dice El corro de la patata. āEstirad, estirad, que el demonio va a pasarā, reza la letra de El patio de mi casa. Y asĆ un largo etcĆ©tera de canciones donde el clasismo, el terror y los estereotipos sexistas han alimentado un debate recurrente en los Ćŗltimos aƱos. Obviamente, ellos no lo saben, ni nosotros mismos nos fijamos en esos detalles al cantarlas, pero estĆ”n ahĆ, con terrorĆficas imĆ”genes entonadas desde dĆ©cadas atrĆ”s.
No es mucho mĆ”s halagüeƱo el relato escrito: al lobo de Caperucita le abren la tripa, se la llenan de piedras y lo echan al rĆo. Una vieja bruja querĆa despellejar a 101 cachorros de dĆ”lmata para hacerse un abrigo. Simba pasa media vida creyendo que Ć©l mató a su padre para luego descubrir que fue su tĆo, y todo para quitarle el puesto. Dumbo es objeto de mobbing, como el patito feo, por su aspecto fĆsico. Cenicienta vive maltratada por su propia familia. Bambi tiene que sobreponerse solo a la trĆ”gica pĆ©rdida de su madre. Desgracia tras desgracia hasta las perdices finales. Pero Āæes gratuita esa aparente crueldad?
Ana Cristina Herreros, filóloga especialista en literatura tradicional y escritora de la editorial Siruela, no estĆ” en absoluto de acuerdo: āLos cuentos populares no son crueles, son justosā, algo que ve claramente en un patrón presente en su estructura; āen todos ellos hay una persona que tiene un conflicto y se pone en camino para resolverlo. Por el camino se encuentra con otro, al que el formalista ruso Vladimir Propp definĆa como ādonanteā, que ayuda al protagonista a resolver el conflicto. AdemĆ”s, quien lo ha causado recibe al final su justo castigoā. Superación, colaboración con otro y justicia final, vendrĆa a ser la moraleja.
Coincide con ella Gemma Lluch, doctora en FilologĆa y profesora del MĆ”ster en Asesoramiento LingüĆstico y Cultura Literaria de la Universidad de Valencia. āLa tradición oral refleja la sociedad y mantiene esos rasgos a pesar de los filtros de la historiaā, dice en referencia a los estereotipos y mensajes que se perciben como negativos. āEl concepto de crueldad es un concepto ambiguo: un niƱo puede no ver cruel lo que ves tĆŗā, seƱala. āHay muchos que pensamos que es necesaria, como hablar de la muerte, de la enfermedad, o del mal. ĀæHas leĆdo Los juegos del hambre? Es genial y cruel⦠como la vida mismaā.
MĆ”s tajante es Teresa Colomer, directora del Master Internacional de Libros y Literatura Infantil de la Universidad Autónoma de Barcelona, que, aunque reconoce que hay literatura infantil contemporĆ”nea de gran calidad, cree que ālos esfuerzos por edulcorar los cuentos populares no han hecho mĆ”s que anular su potencial convirtiĆ©ndolos en algo inaneā. SegĆŗn Herreros, āvivimos la moda de lo polĆticamente correcto, donde se tiene miedo a tener miedo, pero el lobo se resiste a ser un tĆtere sin uƱasā.
En opinión de Herreros, es āsuperficialā hablar de crueldad en los cuentos porque sus personajes āson sĆmbolos: personas que andan buscando su soberanĆa, que andan buscando ser dueƱos de su propia vidaā.
Colomer explica que esto sucede āporque los cuentos populares transmiten mensajes positivos muy poderosos, como que si uno se esfuerza lo suficiente saldrĆ” victorioso, o que el mal acaba totalmente derrotado con la muerte de ogros malvados. Los personajes de los cuentos cumplen una ‘función’ en ellos, poco importa si son un lobo o una madrastra, un niƱo o una niƱa. Pero las versiones que desde los aƱos 30 del pasado siglo intentaron perdonar al lobo o dar una segunda oportunidad a las madrastras no hacen sino crear alarma en los lectores que ven la posibilidad de que continĆŗe la amenazaā.
ĀæY por quĆ© nos llama la atención ahora que la narrativa infantil pueda ser cruel? En opinión de Colomer, esta denuncia āse produce cuando los adultos releen los cuentos de su infancia. Nadie recuerda haber quedado traumatizado por esos detalles crueles o sexistas, mientras que sĆ se recuerda la mala impresión causada por formas mĆ”s modernas, como algunos finales de Andersen o escenas de pelĆculas de Disneyā.
Lluch apunta por su parte que, en realidad, ātodo relato de tradición oral no tiene como destinatarios a los niƱos, sino a la familiaā. En esa misma lĆnea se movĆa una investigación del autor VĆctor Montoya, segĆŗn la cual los cuentos infantiles fueron, en origen, transmisiones orales entre adultos que acabaron censurĆ”ndose para eliminar la violencia ya que a los niƱos les fascinaban los relatos. Eran, segĆŗn concreta Colomer, producto de āuna sociedad patriarcal y de lucha por la supervivenciaā muy distinta a la actual.
SegĆŗn este extremo no solo se habrĆan eliminado las partes oscuras de las historias, sino tambiĆ©n los giros complejos, la riqueza lĆ©xica, la ironĆa o las moralejas complejas que un pĆŗblico infantil no hubiera podido entender. Esa simplificación con una cierta oscuridad de fondo llegarĆa tambiĆ©n a nuestros dĆas con ejemplos de series de dibujos como El correcaminos o Tom y Jerry, que escenifican el acecho continuo y la bĆŗsqueda de venganza.
EscribĆa la autora Estrella Cardona hace unos aƱos que en realidad lo que llega a nuestros dĆas es la versión edulcorada de unos cuentos mucho mĆ”s crueles en su origen: la historia de Caperucita serĆa en realidad, bajo esta explicación, el relato de un adulto abusando de una menor, igual que La bella durmiente narrarĆa una violación tras la cual el supuesto prĆncipe dejaba a la joven abandonada a su suerte en el bosque, y en Hansel y Gretel habrĆa referencias mĆ”s bien poco veladas al canibalismo.
Pero los cuentos que llegaron a nuestros dĆas no son esos, sino una versión mucho mĆ”s naif de lo que supuestamente los hermanos Grimm y Charles Perrault idearon.
El punto de horror en los cuentos infantiles tiene explicación en el āasombroā, segĆŗn Herrero. Asegura que estos cuentos gustan especialmente a niƱos a partir de 8 aƱos, ācuando abandonan la oralidad e ingresan en la āculturaā, y esa preferencia existe porque los cuentos de miedo nos curan el temor que mĆ”s llena las consultas de psicólogos y psiquiatras: el miedo al miedoā.
āTradicionalmente, los cuentos de miedo en la noche de los campamentos infantiles, a la luz de la hoguera, tenĆan como objeto descubrir que tĆŗ tienes miedo, pero ese niƱo tan grande que le tira de la oreja al mĆ”s pequeƱo de la clase tambiĆ©n lo tiene. TenĆa por objeto descubrir que todos tenemos miedo y que no pasa nada por tenerlo, porque podemos contarlo y porque estamos juntos para afrontarloā, explica.
Lluch cree que, a su manera, todo relato de creación transmite valores, āhasta El Quijote o Tirant lo Blanchā. Herrero, sin embargo, tambiĆ©n niega la mayor en lo que se refiere a la transmisión de valores: āLos valores se transmiten con lo que se hace en la familia, no con lo que se dice. Esa idea de la āeducación en valoresā surge cuando padres y madres dejaron de estar presentes en la vida de sus hijos gracias a unas jornadas laborales incompatibles con la vida familiar y se deja esa enseƱanza en manos de la escuelaā. En su opinión son ālibros con valores que no valen para nada, son libros que no forman porque no transformanā.
āLos cuentos hunden sus raĆces en tiempos muy antiguos y se transmiten porque alguien los difunde, porque alguien los siente parte de su vida. Si no tuvieran conexión con lo que le sucede al ser humano, desaparecerĆan. Y no han desaparecido ni desaparecerĆ”n porque propalan un mensaje de esperanza, de confianza en el otroā.
Por eso se explica la pervivencia, por ejemplo, de los estereotipos machistas en la literatura infantil: āLa literatura no ha cambiado mucho porque la sociedad ha cambiado solo aparentementeā. Belleza, sometimiento y separación de roles son algunas de las caracterĆsticas que describe en un artĆculo Inmaculada Quiles, donde repasa algunos sĆmbolos estereotĆpicos que aparecen reiterados en algunas narraciones: el prĆncipe sin el que no hay salvación, el enemigo que encarna el mal o el hada que confiere una protección maternal. Bajo esa lógica los ogros y brujas son desmedidamente crueles, los lobos y fantasmas representan el miedo a la oscuridad y las princesas son caprichosas y simples.
āHubo un intento de escribir una literatura de verdad coeducativa, pero por norma general el panorama actual es bastante pobre y superficial en ese aspecto, con protagonistas femeninas tan estereotipadas que no es posible reconocerse en ellas. AdemĆ”s, en estos libros que dan valor a las niƱas, donde lo que importa son las emociones, son para niƱas. FĆ”cilmente se los reconoce en las estanterĆas de las librerĆas por sus colores dorados y rosas, frente a la literatura para chicos, en la que prima la acción, y son plateados, azules y marrones. ĀæNo es esto, acaso, machismo?ā, se pregunta Herreros.
Los cuentos āestĆ”n impregnados de valores y formas artĆsticas de cada Ć©pocaā, apunta Colomer. āHay cuentos populares mucho menos sexistas que las versiones que los folcloristas recogieronā, apunta. De hecho, considera mucho mĆ”s perniciosa la lectura que se saca de otras narrativas contemporĆ”neas, como los clichĆ©s de los anuncios, las revistas para chicas o las teleseries dirigidas a pĆŗblico femenino. Ya no impera el debate pedagógico, el sociológico o las proclamas de las feministas. Esos son los cuentos de hoy en dĆa y ahora manda el mercado. Ćl es el nuevo lobo feroz.
Salvo el batiburrillo incoherente de Simba, Dumbo, Bambi, 101 DĆ”lmatas… que nada tiene que ver con los cuentos tradicionales, el resto del artĆculo me ha parecido muy interesante. Un saludo
Tengo mucho que discrepar.
Normalizar la crueldad / violencia la perpetua. No creo que sea innata en el ser humano, al menos asĆ me lo demuestran mis hijos.
La sociedad actual es muy distinta a aquella en la que se elaboraron y transmitieron oralmente esos cuentos: la infancia era muy corta, los niƱos trabajaban, estaban en contacto con la muerte, el dolor, la guerra… no creo que el cambio de aquella sociedad a esta haya sido sólo en apariencia, puede que necesite profundidad pero desde luego no es sólo un maquillaje superficial.
Y por Ćŗltimo y por suerte tenemos cientos, Ā”miles! de cuentos actuales que no son crueles, que tratan de los temas que interesan a los niƱos, que conjuran el miedo y que no son rosa ni azul. Tenemos a Elmer, a la ardilla miedosa, a Jaime plantando bellotas, a liebres de color avellana, ratones que saben guardar colores e historias para el invierno…
Comentarios cerrados.