Cuidado dĂłnde me tocas: intimidad, deseo y ambivalencia
¡Yorokobu gratis en formato digital!
El tacto es intimidad. Puede helarte la sangre, pero también puede ser una llama. De hecho, un simple roce, piel con piel, puede elevar la temperatura hasta semejar la nube de gas masiva RXJ 1347.
El contacto fĂsico, la caricia, tambiĂ©n resulta fundamental para el desarrollo de un bebĂ©. Porque, como sugiere la literatura cientĂfica, el contacto piel con piel en los bebĂ©s es fundamental para su desarrollo porque estimula el vĂnculo afectivo con los padres, conocido como apego, y promueve su bienestar emocional. Además, esta interacciĂłn fĂsica directa puede contribuir a un mejor desarrollo cerebral.
Resulta sorprendente que hace poco tiempo, apenas un siglo, a los bebés no se les tocaba: un autoridad en puericultura como era John Watson llegó a afirmar: «No abracéis ni beséis nunca [a vuestros hijos], no dejéis nunca que se sienten en vuestro regazo. Si tenéis que besarlos, hacedlo una vez en la frente cuando les deseéis buenas noches. Por la mañana, estrechadles la mano».
Igualmente, el contacto fĂsico puede hollar un terreno vedado, y en algunos casos, pequeñas parcelas rodeadas de alambre de espino. Zonas erĂłgenas a las que solo puedes acceder tras superar la aduana de la intimidad emocional.
No en vano, la manera en que una persona posa su mano sobre tu cuerpo o acaricia tu brazo (como una pluma, como un objeto sĂłlido, como un cascanueces, etc.) dice mucho más sobre vuestra relaciĂłn que las palabras. Porque el tacto refleja la verdadera intimidad, por encima de cualquier otro sentido. SĂ, el gusto y el olfato pueden informarnos de quiĂ©n es la persona que tenemos delante, pero no nos ofrecen informaciĂłn acerca de lo que esa persona siente por nosotros.
Un «te quiero» llega mucho más adentro si está acompañado del contacto fĂsico. El mismo sexo no solo es contacto fĂsico de las partes del cuerpo que todos ven, sino de las que nadie puede ver… incluso las que se hallan más o menos replegadas en el interior del propio cuerpo: la boca, la vagina, el ano…
LA AMBIVALENCIA DEL TACTO
La brisa, el roce de la yema del dedo, incluso una simple pluma posándose en nuestro brazo… toda esta informaciĂłn sensorial exquisitamente detallada la recibe nuestro cerebro gracias a los corpĂşsculos de Meissner y los de Pacini.
Los de Meissner detectan el más mĂnimo roce, y son muy abundantes en nuestras zonas erĂłgenas y otras áreas muy sensibles, como la yema de los dedos, los labios o la lengua. El tacto de presiĂłn profunda (de un apretĂłn, por ejemplo) es generado por los corpĂşsculos de Pacini (en mamĂferos, el Ăşnico otro tipo de mecanorreceptor táctil fĂsico), los que se localizan más profundamente en la dermis.
No es extraño que existan estas diferencias, pues el tacto es el engranaje esencial en el universo de las relaciones interpersonales. Las caricias y gestos de afecto nos brindan tranquilidad al evocar sentimientos de placer y relajación, haciendo que los problemas del mundo se disipen gradualmente. Es similar a la sensación que nos ofrece un masaje. Por esta razón, mecer a los bebés en nuestro regazo los calma.
La frecuencia del contacto afectivo está asociada con el bienestar fĂsico y psicolĂłgico, y quienes se ven privados de Ă©l sufren depresiĂłn, ansiedad y una serie de otras enfermedades. Incluso, el tacto entre personas produce una sincronizaciĂłn intercerebral que actĂşa como analgĂ©sico del dolor fĂsico, de modo que el acto de cogerle la mano a alguien que está sufriendo podrĂa ser positivo para reducir este sufrimiento, segĂşn revela un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad Johns Hopkins.
Sin embargo, debido a su Ăntima naturaleza, el tacto puede ser ambivalente. Disfrutamos del contacto de ciertas personas, pero evitamos a otras. Esta ambivalencia puede ser molesta, dado que en ocasiones genera confusiĂłn en nuestras relaciones sobre quĂ© tipo de contacto es bienvenido.
Tal vez a mĂ me gustarĂa acariciarte, pero a ti eso te incomoda. Entonces, estamos obligados a establecer normas para facilitar la interacciĂłn. Con un desconocido, puedes estrechar la mano, pero evitas acariciar su espalda o besarle. Aprender estas reglas nos lleva toda la infancia y adolescencia, y aun asĂ, cometemos errores. Por esta razĂłn, a veces nuestros deseos de contacto fĂsico no se satisfacen, o nos entrometemos donde no somos bien recibidos.
LA INTIMIDAD (LIMITADA) DEL TACTO
En lo relativo al tacto y su intimidad, incluso hay reglas universales que se aplican en distintas culturas. En un estudio coordinado por Juulia Suvilehto, se preguntĂł a personas de cinco paĂses europeos (Finlandia, Rusia, Francia, Italia y Reino Unido) dĂłnde les parecĂa normal tocar a otros y dĂłnde les parecĂa normal que las tocaran a ellas.
Este estudio se realizĂł para un participante especĂfico de cada gĂ©nero, desde alguien con quien se tiene un alto nivel de confianza (como padres, hermanos, parejas, amigos cercanos), hasta familiares indirectos (como tĂos, primos) y personas con las que se tiene una interacciĂłn limitada (conocidos no relacionados y totalmente desconocidos).
A todos se les presentó la silueta de un cuerpo en la pantalla de una computadora y se les solicitó que señalaran las partes del cuerpo que les gustaba tocar o ser tocados. El estudio contó con la participación de un poco más de 1.300 personas. Los resultados mostraron gran consistencia, incluso entre diferentes culturas. Abunda en ellos el antropólogo y psicólogo evolucionista Robin Dunbar:
Cuanto más Ăntima era la relaciĂłn, más partes del cuerpo eran tocables. Los desconocidos debĂan limitarse a las manos, mientras que el abdomen y la parte superior de las piernas les estaban completamente vedados; por eso le estrechamos la mano a una persona cuando nos la presentan, en vez de darle un cariñoso abrazo, y por eso nos apartamos si un completo desconocido intenta abrazarnos. Los familiares cercanos tienen mucha más libertad, pero solo las parejas sentimentales tienen acceso ilimitado a todo el cuerpo.
Curiosamente, las mujeres demuestran una mayor flexibilidad que los hombres en lo que respecta a tocar y ser tocadas. Y aĂşn más relevante, al detallar el análisis, los patrones correspondĂan a la proximidad emocional de las personas, sin importar su gĂ©nero.
Naturalmente, habĂa algunas diferencias nacionales. Los finlandeses, sorprendentemente, resultaron ser los más afectuosos (Âżtendrán las saunas algo que ver?) y los británicos, menos sorprendentemente, los menos efusivos. Sin embargo, la tendencia general era consistente en toda Europa.
Posteriormente, cuando Juulia Suvilehto colaborĂł con algunos cientĂficos japoneses, descubriĂł que los nipones se asemejaban a los británicos en este aspecto, con la diferencia de que las parejas japonesas eran mucho menos propensas a tocarse. La principal discrepancia entre las dos culturas es que los japoneses son menos tolerantes que los británicos a permitir que se les toque el trasero y las piernas a sus parientes cercanos. Lo más sorprendente, sin embargo, es que los pies son una zona tabĂş para los nipones.
AsĂ es el tacto. Un viaje geopolĂtico a travĂ©s del cuerpo, cruzando diversos puestos fronterizos, aduanas, accidentes orográficos, siempre con cierto punto de ambivalencia, de intimidad y rechazo, de amor y agresiĂłn. La forma más Ăntima de conectar con el otro, a la vez que la manera más dolorosa de rechazarlo.
¡Yorokobu gratis en formato digital!
El tacto es intimidad. Puede helarte la sangre, pero también puede ser una llama. De hecho, un simple roce, piel con piel, puede elevar la temperatura hasta semejar la nube de gas masiva RXJ 1347.
El contacto fĂsico, la caricia, tambiĂ©n resulta fundamental para el desarrollo de un bebĂ©. Porque, como sugiere la literatura cientĂfica, el contacto piel con piel en los bebĂ©s es fundamental para su desarrollo porque estimula el vĂnculo afectivo con los padres, conocido como apego, y promueve su bienestar emocional. Además, esta interacciĂłn fĂsica directa puede contribuir a un mejor desarrollo cerebral.
Resulta sorprendente que hace poco tiempo, apenas un siglo, a los bebés no se les tocaba: un autoridad en puericultura como era John Watson llegó a afirmar: «No abracéis ni beséis nunca [a vuestros hijos], no dejéis nunca que se sienten en vuestro regazo. Si tenéis que besarlos, hacedlo una vez en la frente cuando les deseéis buenas noches. Por la mañana, estrechadles la mano».
Igualmente, el contacto fĂsico puede hollar un terreno vedado, y en algunos casos, pequeñas parcelas rodeadas de alambre de espino. Zonas erĂłgenas a las que solo puedes acceder tras superar la aduana de la intimidad emocional.
No en vano, la manera en que una persona posa su mano sobre tu cuerpo o acaricia tu brazo (como una pluma, como un objeto sĂłlido, como un cascanueces, etc.) dice mucho más sobre vuestra relaciĂłn que las palabras. Porque el tacto refleja la verdadera intimidad, por encima de cualquier otro sentido. SĂ, el gusto y el olfato pueden informarnos de quiĂ©n es la persona que tenemos delante, pero no nos ofrecen informaciĂłn acerca de lo que esa persona siente por nosotros.
Un «te quiero» llega mucho más adentro si está acompañado del contacto fĂsico. El mismo sexo no solo es contacto fĂsico de las partes del cuerpo que todos ven, sino de las que nadie puede ver… incluso las que se hallan más o menos replegadas en el interior del propio cuerpo: la boca, la vagina, el ano…
LA AMBIVALENCIA DEL TACTO
La brisa, el roce de la yema del dedo, incluso una simple pluma posándose en nuestro brazo… toda esta informaciĂłn sensorial exquisitamente detallada la recibe nuestro cerebro gracias a los corpĂşsculos de Meissner y los de Pacini.
Los de Meissner detectan el más mĂnimo roce, y son muy abundantes en nuestras zonas erĂłgenas y otras áreas muy sensibles, como la yema de los dedos, los labios o la lengua. El tacto de presiĂłn profunda (de un apretĂłn, por ejemplo) es generado por los corpĂşsculos de Pacini (en mamĂferos, el Ăşnico otro tipo de mecanorreceptor táctil fĂsico), los que se localizan más profundamente en la dermis.
No es extraño que existan estas diferencias, pues el tacto es el engranaje esencial en el universo de las relaciones interpersonales. Las caricias y gestos de afecto nos brindan tranquilidad al evocar sentimientos de placer y relajación, haciendo que los problemas del mundo se disipen gradualmente. Es similar a la sensación que nos ofrece un masaje. Por esta razón, mecer a los bebés en nuestro regazo los calma.
La frecuencia del contacto afectivo está asociada con el bienestar fĂsico y psicolĂłgico, y quienes se ven privados de Ă©l sufren depresiĂłn, ansiedad y una serie de otras enfermedades. Incluso, el tacto entre personas produce una sincronizaciĂłn intercerebral que actĂşa como analgĂ©sico del dolor fĂsico, de modo que el acto de cogerle la mano a alguien que está sufriendo podrĂa ser positivo para reducir este sufrimiento, segĂşn revela un reciente estudio llevado a cabo por investigadores de la Universidad Johns Hopkins.
Sin embargo, debido a su Ăntima naturaleza, el tacto puede ser ambivalente. Disfrutamos del contacto de ciertas personas, pero evitamos a otras. Esta ambivalencia puede ser molesta, dado que en ocasiones genera confusiĂłn en nuestras relaciones sobre quĂ© tipo de contacto es bienvenido.
Tal vez a mĂ me gustarĂa acariciarte, pero a ti eso te incomoda. Entonces, estamos obligados a establecer normas para facilitar la interacciĂłn. Con un desconocido, puedes estrechar la mano, pero evitas acariciar su espalda o besarle. Aprender estas reglas nos lleva toda la infancia y adolescencia, y aun asĂ, cometemos errores. Por esta razĂłn, a veces nuestros deseos de contacto fĂsico no se satisfacen, o nos entrometemos donde no somos bien recibidos.
LA INTIMIDAD (LIMITADA) DEL TACTO
En lo relativo al tacto y su intimidad, incluso hay reglas universales que se aplican en distintas culturas. En un estudio coordinado por Juulia Suvilehto, se preguntĂł a personas de cinco paĂses europeos (Finlandia, Rusia, Francia, Italia y Reino Unido) dĂłnde les parecĂa normal tocar a otros y dĂłnde les parecĂa normal que las tocaran a ellas.
Este estudio se realizĂł para un participante especĂfico de cada gĂ©nero, desde alguien con quien se tiene un alto nivel de confianza (como padres, hermanos, parejas, amigos cercanos), hasta familiares indirectos (como tĂos, primos) y personas con las que se tiene una interacciĂłn limitada (conocidos no relacionados y totalmente desconocidos).
A todos se les presentó la silueta de un cuerpo en la pantalla de una computadora y se les solicitó que señalaran las partes del cuerpo que les gustaba tocar o ser tocados. El estudio contó con la participación de un poco más de 1.300 personas. Los resultados mostraron gran consistencia, incluso entre diferentes culturas. Abunda en ellos el antropólogo y psicólogo evolucionista Robin Dunbar:
Cuanto más Ăntima era la relaciĂłn, más partes del cuerpo eran tocables. Los desconocidos debĂan limitarse a las manos, mientras que el abdomen y la parte superior de las piernas les estaban completamente vedados; por eso le estrechamos la mano a una persona cuando nos la presentan, en vez de darle un cariñoso abrazo, y por eso nos apartamos si un completo desconocido intenta abrazarnos. Los familiares cercanos tienen mucha más libertad, pero solo las parejas sentimentales tienen acceso ilimitado a todo el cuerpo.
Curiosamente, las mujeres demuestran una mayor flexibilidad que los hombres en lo que respecta a tocar y ser tocadas. Y aĂşn más relevante, al detallar el análisis, los patrones correspondĂan a la proximidad emocional de las personas, sin importar su gĂ©nero.
Naturalmente, habĂa algunas diferencias nacionales. Los finlandeses, sorprendentemente, resultaron ser los más afectuosos (Âżtendrán las saunas algo que ver?) y los británicos, menos sorprendentemente, los menos efusivos. Sin embargo, la tendencia general era consistente en toda Europa.
Posteriormente, cuando Juulia Suvilehto colaborĂł con algunos cientĂficos japoneses, descubriĂł que los nipones se asemejaban a los británicos en este aspecto, con la diferencia de que las parejas japonesas eran mucho menos propensas a tocarse. La principal discrepancia entre las dos culturas es que los japoneses son menos tolerantes que los británicos a permitir que se les toque el trasero y las piernas a sus parientes cercanos. Lo más sorprendente, sin embargo, es que los pies son una zona tabĂş para los nipones.
AsĂ es el tacto. Un viaje geopolĂtico a travĂ©s del cuerpo, cruzando diversos puestos fronterizos, aduanas, accidentes orográficos, siempre con cierto punto de ambivalencia, de intimidad y rechazo, de amor y agresiĂłn. La forma más Ăntima de conectar con el otro, a la vez que la manera más dolorosa de rechazarlo.