¿Y si tu curriculum no fuera tan importante como crees?

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Una vez, hace tiempo, un veterano periodista compartĂa en pĂºblico una anĂ©cdota demasiado redonda para ser improvisada. VenĂa a explicar cĂ³mo alguien se indignĂ³ al saber lo que cobraba por un artĂculo que le habĂa costado apenas media hora escribir. La moraleja estaba en su ingeniosa respuesta: «He tardado media hora en escribirlo, pero me ha costado 30 años de profesiĂ³n saber escribir un artĂculo asĂ en solo media hora».
En general, el valor de las cosas es bastante relativo. Un litro de agua es infinitamente mĂ¡s barato que un litro de tinta de impresora, y eso a pesar de que lo primero es bĂ¡sico para nuestra supervivencia y lo segundo es completamente accesorio.
Eso se debe a que en la configuraciĂ³n de los precios intervienen un sinfĂn de cuestiones, algunas objetivas y otras subjetivas, y no siempre responden a algo tan bĂ¡sico y primario como la necesidad. En ocasiones, y quizĂ¡ esa sea una de las grandes paradojas de la modernidad, es justo al revĂ©s.
Por eso resulta difĂcil fijar el valor de un trabajo. Un cerrajero necesita dos minutos y una radiografĂa para abrirte la puerta de casa si has olvidado la llave dentro, pero eso no quita que un servicio como ese cueste lo que se gana por dos dĂas enteros de trabajo. La alternativa –no poder entrar jamĂ¡s a tu casa y perder para siempre todas tus cosas– parece mucho peor. O eso o llevar a partir de ese momento un recorte de radiografĂa en la cartera, por si acaso.
La expresiĂ³n de la necesidad, inmortalizada en su mĂ¡ximo en ese cĂ©lebre «Mi reino por un caballo», da que pensar acerca de la enorme descompensaciĂ³n entre valor y precio. Algo muy preciado puede ser barato, mientras algo totalmente accesorio se convierte en un objeto de lujo. La cuestiĂ³n consiste en definir esa necesidad. Y en el mercado laboral hay muchas maneras de entender algo asĂ.
La crisis econĂ³mica trajo consigo un debate algo perverso. AfectĂ³ a casi todos, aunque de forma distinta. Los anĂ¡lisis hechos con el tiempo, sin embargo, fijaron el impacto en dos grupos sociales bien diferenciados: los jĂ³venes que se vieron arrastrados y que no pudieron incorporarse al mercado laboral, y los trabajadores de mediana edad que perdieron su trabajo y jamĂ¡s pudieron reincorporarse.
Muchos de los primeros se vieron forzados a emigrar o a aceptar trabajos para los que estaban sobrecualificados. Muchos de los segundos acabaron renunciando a trabajar al ver que ni siquiera podĂan optar a empleos para los que estaban cualificados porque la mano de obra joven era mĂ¡s barata y entendĂa mejor las vicisitudes de la nueva realidad tecnolĂ³gica. Sencillamente no podĂan competir.
Expectativas vs. realidad
De los escombros de tamaño impacto social el primer grupo ha ido poco a poco encontrando su sitio. Un sitio muy diferente al que esperaban encontrar, mucho mĂ¡s lejano de lo que deseaban y en general peor remunerado de lo que quisieran, pero acomodo en muchos casos. La mayorĂa de los segundos jamĂ¡s ha tenido una nueva oportunidad.
Si la lĂ³gica de todo lo dicho antes es cierta, que muchos jĂ³venes hayan encontrado cierto acomodo (insuficiente, indeseado, lejano, pero acomodo) responde a que para ellos se ha aminorado la diferencia entre precio y valor.
Siguen sintiendo, eso sĂ, que la crisis les ha privado de su progresiĂ³n natural porque muchos siguen proclamando que son parte de la generaciĂ³n mĂ¡s preparada de la historia. Otros, sin embargo, critican que, de ser eso cierto, habrĂan superado con menores daños las vicisitudes de la crisis.
En medio de esta sacudida, una de las crĂticas mĂ¡s compartidas es acerca del papel de la universidad en todo ese proceso. En el esquema trazado hasta la crisis una educaciĂ³n superior se identificaba con unas oportunidades superiores, asĂ como con un volumen de ingresos y una capacitaciĂ³n superior.
La crisis puso en cuestiĂ³n todo eso y, en consecuencia, se discutiĂ³ el rol de la universidad como pasarela vĂ¡lida hacia el mundo laboral. Han pasado los años y se sigue discutiendo acerca de si su rol debe ser el de crear a futuros trabajadores o el de fomentar la capacidad crĂtica sin necesariamente buscar encaje en la realidad laboral.
Una visiĂ³n economicista
Volvamos a la lĂ³gica del precio y el valor. Si un trabajador fuera un producto (cosa que por fortuna no es), su capacidad de ser comprado dependerĂa de factores variados: en circunstancias racionales serĂa mĂ¡s valioso y demandado cuanto mĂ¡s necesario fuera, pero en circunstancias modernas, serĂa mĂ¡s valioso cuanto mĂ¡s encajaran sus capacidades –aunque fueran accesorias– con los valores del momento.
Por expresarlo de forma sencilla, un mĂ©dico es racionalmente mĂ¡s necesario que un publicista, pero en la sociedad actual el publicista puede ser un activo econĂ³mico mucho mayor que el mĂ©dico.
Ahora bien, ¿quĂ© es ser un mĂ©dico o un publicista? Hay profesiones que requieren una titulaciĂ³n y una colegiaciĂ³n para ser ejercidas, como es el caso de las ramas sanitarias o algunas otras con responsabilidades civiles adheridas, como la arquitectura.
Otras, sin embargo, requieren de una titulaciĂ³n oficial… o ni siquiera. El exdirector de El PaĂs era quĂmico de formaciĂ³n y no por eso dejĂ³ de ser un gran periodista. Alguien con capacidad de entender los deseos y pulsiones de la gente y con capacidad de plasmarlo en una idea serĂa un gran publicista, tuviera o no la titulaciĂ³n que lo acreditara como tal.
A la luz del discurso del valor y la necesidad, ¿acaso un tĂtulo concreto implica directamente que uno es un buen profesional en esa rama? TambiĂ©n la idea contraria: ¿sirve de algo tener un currĂculum lustroso si eso no implica necesariamente saber ejercer una profesiĂ³n? ¿Basta acaso con una competencia laboral demostrable –aquello de la experiencia como capacitadora para hacer un artĂculo brillante en media hora– para suplir un curriculum quizĂ¡ deficiente?
La crisis parece empezar a remitir y, como una marea alta que empieza a bajar, ha ido revelando los estragos de su acciĂ³n. La desafecciĂ³n polĂtica y la forma en que muchos representantes pĂºblicos han actuado antes o durante la misma es uno de los efectos mĂ¡s perceptibles de la sacudida del oleaje.
La sobrecualificaciĂ³n artificial, por ejemplo, ha revelado que muchos cargos polĂticos consiguieron titulaciones oficiales de forma irregular o, cuanto menos, a travĂ©s de tratos de favor. Y eso ha terminado de hacer visibles las contradicciones del sistema de valores y necesidades en el plano laboral.
El drama de la marca personal
Otra de las consecuencias de la crisis fue el advenimiento de quienes lo fiaron todo a algo tan vago como la marca personal. La lĂ³gica individualista del emprendimiento fue calando en el entramado profesional, de forma que uno tenĂa que conformarse su propio espacio, su propia imagen de marca, para ser competitivo por sĂ solo.
Daba igual quĂ© dijera tu currĂculum, lo importante era cĂ³mo lo dijera o quĂ© pudieras enseñar. AsĂ, en plena zozobra social, la demanda de empleo se convirtiĂ³ en un arte, y ocurrentes propuestas como el curriculum en una lista de Spotify, el currĂculum interactivo o el currĂculum en un brick de leche encontraron su momento de gloria.
¿Es mejor profesional alguien capaz de hacer un curriculum ingenioso? ¿Es mĂ¡s capaz un profesional por saber ser influyente a travĂ©s de redes sociales? ¿Sirve de algo tener un curriculum si la lĂ³gica imperante es la de saber hacer las cosas, aunque no necesariamente tengas estudios que demuestren que sabes hacerlo?
Saber, comunicar o adaptar
Saber y demostrar que se sabe no es lo mismo. QuizĂ¡ el ejemplo paradigmĂ¡tico sea el de los investigadores cientĂficos: son profesionales con un profundo conocimiento sobre materias que se escapan al comĂºn de los mortales, pero en muchas ocasiones adolecen de la capacidad de explicar de forma accesible todo ese conocimiento.
Otros, usando la divulgaciĂ³n como palanca, resultan mucho mĂ¡s certeros a la hora de compartir conocimiento, aun cuando ese conocimiento sea manifiestamente inferior al de los cientĂficos reales.
En esta modernidad, parece mucho mĂ¡s importante saber contar que se sabe que el saber realmente. Eso, complementado con un curriculum aparente y en un formato atractivo e innovador, parece poder garantizar la consecuciĂ³n de un empleo. Pero ¿quĂ© pasarĂa si el curriculum dejara de entenderse como una carta de mĂ©ritos y se empezara a prestar atenciĂ³n a otras cuestiones mĂ¡s tangibles, como la capacidad efectiva de desarrollar una labor concreta?
Tina Seelig, de la Universidad de Stanford, proponĂa en su dĂa algo mucho mĂ¡s radical: que los currĂculums dejaran de ser una hoja de mĂ©ritos para convertirse en una hoja de fracasos. Su lĂ³gica, centrada en la creaciĂ³n de proyectos y el emprendimiento, parte de una perspectiva mucho mĂ¡s moderna que prĂ¡ctica. Entiende que el sistema actual se encamina hacia la creaciĂ³n de gente exitosa que ve el fracaso como una mancha a evitar a toda costa. Y ese es el problema.
Precisamente por eso, y dĂ¡ndole mĂ¡s importancia a la capacidad de aprendizaje y la experiencia, abogĂ³ por la creaciĂ³n de un currĂculum negro o currĂculum de fracasos: pedir a la gente que cuente en quĂ© fracasĂ³, por quĂ© y –sobre todo– quĂ© aprendiĂ³ de ello.
Siendo que el fracaso es inevitable, y asumiendo que la actual es una sociedad demasiado cambiante como para anclarla a valores universales, quizĂ¡ el valor autĂ©ntico del profesional no resida solo en su conocimiento, en su experiencia, en lo necesario que sea o en su habilidad para comunicar. QuizĂ¡ todo resida en la capacidad de adaptarse a las circunstancias y reinventarse de forma constante.
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Una vez, hace tiempo, un veterano periodista compartĂa en pĂºblico una anĂ©cdota demasiado redonda para ser improvisada. VenĂa a explicar cĂ³mo alguien se indignĂ³ al saber lo que cobraba por un artĂculo que le habĂa costado apenas media hora escribir. La moraleja estaba en su ingeniosa respuesta: «He tardado media hora en escribirlo, pero me ha costado 30 años de profesiĂ³n saber escribir un artĂculo asĂ en solo media hora».
En general, el valor de las cosas es bastante relativo. Un litro de agua es infinitamente mĂ¡s barato que un litro de tinta de impresora, y eso a pesar de que lo primero es bĂ¡sico para nuestra supervivencia y lo segundo es completamente accesorio.
Eso se debe a que en la configuraciĂ³n de los precios intervienen un sinfĂn de cuestiones, algunas objetivas y otras subjetivas, y no siempre responden a algo tan bĂ¡sico y primario como la necesidad. En ocasiones, y quizĂ¡ esa sea una de las grandes paradojas de la modernidad, es justo al revĂ©s.
Por eso resulta difĂcil fijar el valor de un trabajo. Un cerrajero necesita dos minutos y una radiografĂa para abrirte la puerta de casa si has olvidado la llave dentro, pero eso no quita que un servicio como ese cueste lo que se gana por dos dĂas enteros de trabajo. La alternativa –no poder entrar jamĂ¡s a tu casa y perder para siempre todas tus cosas– parece mucho peor. O eso o llevar a partir de ese momento un recorte de radiografĂa en la cartera, por si acaso.
La expresiĂ³n de la necesidad, inmortalizada en su mĂ¡ximo en ese cĂ©lebre «Mi reino por un caballo», da que pensar acerca de la enorme descompensaciĂ³n entre valor y precio. Algo muy preciado puede ser barato, mientras algo totalmente accesorio se convierte en un objeto de lujo. La cuestiĂ³n consiste en definir esa necesidad. Y en el mercado laboral hay muchas maneras de entender algo asĂ.
La crisis econĂ³mica trajo consigo un debate algo perverso. AfectĂ³ a casi todos, aunque de forma distinta. Los anĂ¡lisis hechos con el tiempo, sin embargo, fijaron el impacto en dos grupos sociales bien diferenciados: los jĂ³venes que se vieron arrastrados y que no pudieron incorporarse al mercado laboral, y los trabajadores de mediana edad que perdieron su trabajo y jamĂ¡s pudieron reincorporarse.
Muchos de los primeros se vieron forzados a emigrar o a aceptar trabajos para los que estaban sobrecualificados. Muchos de los segundos acabaron renunciando a trabajar al ver que ni siquiera podĂan optar a empleos para los que estaban cualificados porque la mano de obra joven era mĂ¡s barata y entendĂa mejor las vicisitudes de la nueva realidad tecnolĂ³gica. Sencillamente no podĂan competir.
Expectativas vs. realidad
De los escombros de tamaño impacto social el primer grupo ha ido poco a poco encontrando su sitio. Un sitio muy diferente al que esperaban encontrar, mucho mĂ¡s lejano de lo que deseaban y en general peor remunerado de lo que quisieran, pero acomodo en muchos casos. La mayorĂa de los segundos jamĂ¡s ha tenido una nueva oportunidad.
Si la lĂ³gica de todo lo dicho antes es cierta, que muchos jĂ³venes hayan encontrado cierto acomodo (insuficiente, indeseado, lejano, pero acomodo) responde a que para ellos se ha aminorado la diferencia entre precio y valor.
Siguen sintiendo, eso sĂ, que la crisis les ha privado de su progresiĂ³n natural porque muchos siguen proclamando que son parte de la generaciĂ³n mĂ¡s preparada de la historia. Otros, sin embargo, critican que, de ser eso cierto, habrĂan superado con menores daños las vicisitudes de la crisis.
En medio de esta sacudida, una de las crĂticas mĂ¡s compartidas es acerca del papel de la universidad en todo ese proceso. En el esquema trazado hasta la crisis una educaciĂ³n superior se identificaba con unas oportunidades superiores, asĂ como con un volumen de ingresos y una capacitaciĂ³n superior.
La crisis puso en cuestiĂ³n todo eso y, en consecuencia, se discutiĂ³ el rol de la universidad como pasarela vĂ¡lida hacia el mundo laboral. Han pasado los años y se sigue discutiendo acerca de si su rol debe ser el de crear a futuros trabajadores o el de fomentar la capacidad crĂtica sin necesariamente buscar encaje en la realidad laboral.
Una visiĂ³n economicista
Volvamos a la lĂ³gica del precio y el valor. Si un trabajador fuera un producto (cosa que por fortuna no es), su capacidad de ser comprado dependerĂa de factores variados: en circunstancias racionales serĂa mĂ¡s valioso y demandado cuanto mĂ¡s necesario fuera, pero en circunstancias modernas, serĂa mĂ¡s valioso cuanto mĂ¡s encajaran sus capacidades –aunque fueran accesorias– con los valores del momento.
Por expresarlo de forma sencilla, un mĂ©dico es racionalmente mĂ¡s necesario que un publicista, pero en la sociedad actual el publicista puede ser un activo econĂ³mico mucho mayor que el mĂ©dico.
Ahora bien, ¿quĂ© es ser un mĂ©dico o un publicista? Hay profesiones que requieren una titulaciĂ³n y una colegiaciĂ³n para ser ejercidas, como es el caso de las ramas sanitarias o algunas otras con responsabilidades civiles adheridas, como la arquitectura.
Otras, sin embargo, requieren de una titulaciĂ³n oficial… o ni siquiera. El exdirector de El PaĂs era quĂmico de formaciĂ³n y no por eso dejĂ³ de ser un gran periodista. Alguien con capacidad de entender los deseos y pulsiones de la gente y con capacidad de plasmarlo en una idea serĂa un gran publicista, tuviera o no la titulaciĂ³n que lo acreditara como tal.
A la luz del discurso del valor y la necesidad, ¿acaso un tĂtulo concreto implica directamente que uno es un buen profesional en esa rama? TambiĂ©n la idea contraria: ¿sirve de algo tener un currĂculum lustroso si eso no implica necesariamente saber ejercer una profesiĂ³n? ¿Basta acaso con una competencia laboral demostrable –aquello de la experiencia como capacitadora para hacer un artĂculo brillante en media hora– para suplir un curriculum quizĂ¡ deficiente?
La crisis parece empezar a remitir y, como una marea alta que empieza a bajar, ha ido revelando los estragos de su acciĂ³n. La desafecciĂ³n polĂtica y la forma en que muchos representantes pĂºblicos han actuado antes o durante la misma es uno de los efectos mĂ¡s perceptibles de la sacudida del oleaje.
La sobrecualificaciĂ³n artificial, por ejemplo, ha revelado que muchos cargos polĂticos consiguieron titulaciones oficiales de forma irregular o, cuanto menos, a travĂ©s de tratos de favor. Y eso ha terminado de hacer visibles las contradicciones del sistema de valores y necesidades en el plano laboral.
El drama de la marca personal
Otra de las consecuencias de la crisis fue el advenimiento de quienes lo fiaron todo a algo tan vago como la marca personal. La lĂ³gica individualista del emprendimiento fue calando en el entramado profesional, de forma que uno tenĂa que conformarse su propio espacio, su propia imagen de marca, para ser competitivo por sĂ solo.
Daba igual quĂ© dijera tu currĂculum, lo importante era cĂ³mo lo dijera o quĂ© pudieras enseñar. AsĂ, en plena zozobra social, la demanda de empleo se convirtiĂ³ en un arte, y ocurrentes propuestas como el curriculum en una lista de Spotify, el currĂculum interactivo o el currĂculum en un brick de leche encontraron su momento de gloria.
¿Es mejor profesional alguien capaz de hacer un curriculum ingenioso? ¿Es mĂ¡s capaz un profesional por saber ser influyente a travĂ©s de redes sociales? ¿Sirve de algo tener un curriculum si la lĂ³gica imperante es la de saber hacer las cosas, aunque no necesariamente tengas estudios que demuestren que sabes hacerlo?
Saber, comunicar o adaptar
Saber y demostrar que se sabe no es lo mismo. QuizĂ¡ el ejemplo paradigmĂ¡tico sea el de los investigadores cientĂficos: son profesionales con un profundo conocimiento sobre materias que se escapan al comĂºn de los mortales, pero en muchas ocasiones adolecen de la capacidad de explicar de forma accesible todo ese conocimiento.
Otros, usando la divulgaciĂ³n como palanca, resultan mucho mĂ¡s certeros a la hora de compartir conocimiento, aun cuando ese conocimiento sea manifiestamente inferior al de los cientĂficos reales.
En esta modernidad, parece mucho mĂ¡s importante saber contar que se sabe que el saber realmente. Eso, complementado con un curriculum aparente y en un formato atractivo e innovador, parece poder garantizar la consecuciĂ³n de un empleo. Pero ¿quĂ© pasarĂa si el curriculum dejara de entenderse como una carta de mĂ©ritos y se empezara a prestar atenciĂ³n a otras cuestiones mĂ¡s tangibles, como la capacidad efectiva de desarrollar una labor concreta?
Tina Seelig, de la Universidad de Stanford, proponĂa en su dĂa algo mucho mĂ¡s radical: que los currĂculums dejaran de ser una hoja de mĂ©ritos para convertirse en una hoja de fracasos. Su lĂ³gica, centrada en la creaciĂ³n de proyectos y el emprendimiento, parte de una perspectiva mucho mĂ¡s moderna que prĂ¡ctica. Entiende que el sistema actual se encamina hacia la creaciĂ³n de gente exitosa que ve el fracaso como una mancha a evitar a toda costa. Y ese es el problema.
Precisamente por eso, y dĂ¡ndole mĂ¡s importancia a la capacidad de aprendizaje y la experiencia, abogĂ³ por la creaciĂ³n de un currĂculum negro o currĂculum de fracasos: pedir a la gente que cuente en quĂ© fracasĂ³, por quĂ© y –sobre todo– quĂ© aprendiĂ³ de ello.
Siendo que el fracaso es inevitable, y asumiendo que la actual es una sociedad demasiado cambiante como para anclarla a valores universales, quizĂ¡ el valor autĂ©ntico del profesional no resida solo en su conocimiento, en su experiencia, en lo necesario que sea o en su habilidad para comunicar. QuizĂ¡ todo resida en la capacidad de adaptarse a las circunstancias y reinventarse de forma constante.
Antes de escribir, InfĂ³rmate. Escribes de oĂdas, sin documentarte y conviertes el escrito en un puñado de vaguedades y lugares comunes.
Como estamos de enfadados Alfredo, ¿eh?. Es fĂ¡cil criticar el trabajo ajeno pero, cuĂ©ntanos, ¿Tu quĂ© has hecho? ¿QuĂ© has creado? Se puede realizar una crĂtica constructiva pero, sin duda, con mucha mĂ¡s educaciĂ³n. La fin y al cabo, las palabras hay que utilizarlas bien y, siempre mucho mejor, desde un punto de vista positivo.
Yo pienso que el escrito estĂ¡ en lo cierto, es increĂble que en un sexenio se haya perdido el respeto econĂ³mico de las profesiones, bastaron solo 6 años y unas leyes mal propuestas para destruir el valor de la educaciĂ³n, el esfuerzo y la experiencia.
En un mercado tan competitivo las empresas, socios y dueños tienen que invertir en plataformas como SAP, ISO, NOM y demĂ¡s sistemas de cĂ³mputo, calidad y certificaciĂ³n para poder estar a la vanguardia, pero no quieren invertir en el personal competente, experimentado y preparado.
Las nuevas generaciones salen de universidades patito, planes de estudios recortados y con titulaciones cortas, a excepciĂ³n de carreras mĂ©dicas, ingenierĂas y matemĂ¡ticas, hay muchas carreras que se estĂ¡n haciendo en dos o tres años, titulaciones de derecho, psicologĂa, administraciĂ³n, educaciĂ³n y demĂ¡s que muchos de los que invertimos 5 años para titularnos, tesis, cursos, diplomados, maestrĂas y seguimos preparĂ¡ndonos, invirtiendo tiempo de calidad, dinero y esfuerzo para poder ganar un sueldo adecuado a nuestro talento, conocimiento y valor; este sea pisoteado por los 100 empresarios de MĂ©xico, queriendo pagar menos de 15 mil mensuales, reduciendo prestaciones y derechos, obligando a contratar por outsourcing.
Solo hace falta navegar por sitios como indeed, Computrabajo, occ, jobmas, y otros para darnos cuenta de la realidad de este paĂs, de la realidad laboral que CalderĂ³n y Peña Nieto nos heredaron con sus reformas al trabajo, la realidad de las personas que dirigen el Senado y los representantes sindicales, quienes ganan mĂ¡s que el resto de los mexicanos y tienen una preparaciĂ³n acadĂ©mica deficiente o nula, estĂ¡ capacidad intelectual que no les permite poder analizar lo que aprueban, solo borregos del gobernante en turno.
De una generaciĂ³n de jĂ³venes que venden su preparaciĂ³n por un salario de porquerĂa, un salario que cuando quieran evoluciĂ³nar o adquieran mĂ¡s compromisos como hipotecas, matrimonio e hijos, va a ser muy tarde, en ese momento estarĂ¡n en donde estamos ahorita los veteranos entre 35-50 años.
Gracias por este artĂculo, me ha hecho reflexionar algunas cuestiones que volaban por mi cabeza y que ahora caen por su propio peso. Saludos y felicitaciones!
Lamentablemente con el uso y abuso de la tecnologĂa ya no es necesario corroborar.
Sabias a,b,c de repente ya conoces hasta la z
Muy interesante tu anĂ¡lisis. Fundamental me parece el papel de la educaciĂ³n, sĂ³lo formar para enfrentarse al mundo laboral o apostar por el pensamiento crĂtico. Supongo que ambas son posibles añadiendo algo de creatividad
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