27 de julio 2014    /   CREATIVIDAD
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La internet del trastorno de personalidad mĂșltiple

27 de julio 2014    /   CREATIVIDAD     por          
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Cuatro millones y medio de puestos de trabajo de aquĂ­ a 2020. AhĂ­ es nada. Se dice que para programar la llamada «internet de las cosas» harĂĄ falta ese increĂ­ble nĂșmero de desarrolladores. Algo asĂ­ como la poblaciĂłn de Irlanda, o la suma del nĂșmero de habitantes del PaĂ­s Vasco y las islas Canarias. Estamos hablando de una autĂ©ntica revoluciĂłn. Dentro de seis años, si se cumplen las previsiones, habrĂĄ 26.000 millones de dispositivos conectados en el mundo. Y todos ellos generando datos, el petrĂłleo del siglo XXI.
La amenaza smart se cierne sobre los hogares, la indumentaria, el transporte… Hasta los objetos mĂĄs cotidianos se estĂĄn volviendo «inteligentes». El dichoso adjetivo se aplica a casi todo: desde los wearables con mĂĄs futuro (lĂ©ase smart watches y smart bands), hasta los coches autĂłnomos (smart cars) o las ciudades (smart cities), pasando por decenas de inventos que van de lo inesperado a lo inĂștil.
El Ășnico requisito es que tengan conexiĂłn a internet y/o estĂ©n acompañados de una aplicaciĂłn mĂłvil. Con eso basta para entrar a formar parte de la prometedora – y peligrosa – internet de las cosas. Peligrosa, sĂ­, por varias razones. La primera y mĂĄs evidente: todo lo que estĂĄ conectado a la Red es susceptible de sufrir un ataque informĂĄtico. Desde el termostato hasta el inodoro, pasando por los monitores que se utilizan para vigilar a los bebĂ©s. ÂżCuĂĄntos hackers hacen falta para atacar una bombilla? Ya hay respuesta: seis.
bombillas
Y esto no es lo mĂĄs preocupante… Bueno, sĂ­ lo es, pero estamos tranquilos porque hay tantos (o mĂĄs) expertos en seguridad informĂĄtica velando por nosotros como cibercriminales buscĂĄndonos las vueltas. Sin embargo, estamos indefensos ante la amenaza del marketing descerebrado. El marketing descerebrado que, valga la ironĂ­a, se ha subido al carro de lo inteligente. Y asĂ­ es como han nacido «la internet de las personas», «la internet de los perros» y hasta «la internet de los porros».
Hace poco, Borja Ventura escribía en esta misma web sobre las artimañas que utilizan los medios de comunicación para ganar audiencia. A mí, personalmente, me gustan todas, pero he descubierto otra que me vuelve loco: ponga una «internet de lo que sea» en su vida. Funciona siempre, salvo que el presente artículo venga a desmentirlo (y esperemos que no).
Por ejemplo, «la internet de los policías» es la enésima conspiración estilo Gran Hermano que los periodistas nos hemos sacado de la manga. En realidad se llama FirstNet y estå pensada para que los agentes de la ley y el orden, pero también bomberos y servicios de urgencia, dispongan de una red segura y fiable en caso de que se sature la normal, como sucede tras desastres naturales, atentados terroristas o la final de la Champions. Pero eso no vende tanto como «la internet de los polis» y una mención a Snowden en el primer pårrafo.
policiaspolis
Quien estĂ© libre de pecado que tire la primera piedra… Y no serĂĄ precisamente el que suscribe, que recientemente se sacĂł de la manga el tĂ©rmino «internet de las lenguas cooficiales» para hacer referencia a la popularizaciĂłn del vasco, el catalĂĄn y el gallego en las tres uve dobles y, poco despuĂ©s, el tĂ©rmino «la internet de los submarinistas» para aludir a un nuevo sistema que permite a los buzos comunicarse bajo el agua. Sirvan estas lĂ­neas para entonar el mea culpa citando al BorbĂłn: «lo siento mucho, me he equivocado y no volverĂĄ a ocurrir».
Dicho esto, miremos otra vez hacia fuera, que no todo va a ser autoflagelarse. Peor serĂ­a haber llamado «internet del dinero» al auge de Bitcoin, o haber bautizado como «internet de la hierba» al conjunto de pĂĄginas y aplicaciones sobre marihuana que pululan por la Red y que, segĂșn el reportaje, necesitan cifrado urgentemente. Y, sĂ­, ya van dos enlaces de Vice, y faltan un tercero (y hasta un cuarto): «la internet de tu casa», que viene a ser la internet de las cosas primigenia (la de neveras, tostadores y microondas), y «la internet del dolor» en la que «el sufrimiento se hace viral».
ÂżMĂĄs ejemplos? AhĂ­ estĂĄn «la internet del sonido», «la internet de los perros», «la internet de los tiburones» y la mĂĄs honesta de todas: «la internet de las cosas muy estĂșpidas». Por cierto, el tamaño no importa: «la internet de las cosas grandes» no es necesariamente mejor que «la internet de las nano-cosas». Eso que quede claro.
Como claro ha quedado tambiĂ©n que los periodistas tienen – o tenemos – gran parte de culpa. Pero es el marketing la Eva que mordiĂł la manzana de la tentaciĂłn, condenando al resto de la raza humana a convivir con una internet con trastorno de personalidad mĂșltiple. La empresa estadounidense Cisco inventĂł «la internet de todo» – no confundir con «la internet de todas las cosas» – y tambiĂ©n «la internet de la comida», mientras que Salesforce se sacĂł de la manga «la internet de los clientes» y Dell «la internet de esas cosas» que no estĂĄ muy claro cuĂĄles son.
futurevision
Aparte de estos gigantes, hay un montĂłn de gente desconocida o semidesconocida vendiendo libros, cursos, consultorĂ­a y otras hierbas gracias al dichoso reclamo: «la internet de las personas», «la internet de la mente», «la internet de los fotogramas» y, esto ya sĂ­ que no te lo esperabas, «la internet de las listas de correo». TambiĂ©n hay un señor que tiene un blog llamado, astutamente, «la internet de las cosas y otras cosas», por si algĂșn dĂ­a le apetece cambiar de registro.
Si todo es susceptible de conectarse a la Red, y automĂĄticamente volverse inteligente y comenzar a formar parte de «la internet de algo», entonces cuatro millones y medio de desarrolladores son muy pocos. Hacen falta mĂĄs. Y hacen falta mentes brillantes capaces de inventar «la internet del futuro». Todo estarĂĄ conectado, todo serĂĄ hackeable y todos tendremos que saber un poquito de programaciĂłn – o al menos de informĂĄtica – para convivir con unas mĂĄquinas que hablan entre sĂ­ (M2M) y se encargan del trabajo sucio.
¿Qué tal suena? ¿Mås como Her o mås como Trascendence? Yo ya lo dije: me quedo con Scarlett Johansson.
 
———–
Las imågenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Robert Scoble, Andrés Nieto, FirstNet y Microsoft

Cuatro millones y medio de puestos de trabajo de aquĂ­ a 2020. AhĂ­ es nada. Se dice que para programar la llamada «internet de las cosas» harĂĄ falta ese increĂ­ble nĂșmero de desarrolladores. Algo asĂ­ como la poblaciĂłn de Irlanda, o la suma del nĂșmero de habitantes del PaĂ­s Vasco y las islas Canarias. Estamos hablando de una autĂ©ntica revoluciĂłn. Dentro de seis años, si se cumplen las previsiones, habrĂĄ 26.000 millones de dispositivos conectados en el mundo. Y todos ellos generando datos, el petrĂłleo del siglo XXI.
La amenaza smart se cierne sobre los hogares, la indumentaria, el transporte… Hasta los objetos mĂĄs cotidianos se estĂĄn volviendo «inteligentes». El dichoso adjetivo se aplica a casi todo: desde los wearables con mĂĄs futuro (lĂ©ase smart watches y smart bands), hasta los coches autĂłnomos (smart cars) o las ciudades (smart cities), pasando por decenas de inventos que van de lo inesperado a lo inĂștil.
El Ășnico requisito es que tengan conexiĂłn a internet y/o estĂ©n acompañados de una aplicaciĂłn mĂłvil. Con eso basta para entrar a formar parte de la prometedora – y peligrosa – internet de las cosas. Peligrosa, sĂ­, por varias razones. La primera y mĂĄs evidente: todo lo que estĂĄ conectado a la Red es susceptible de sufrir un ataque informĂĄtico. Desde el termostato hasta el inodoro, pasando por los monitores que se utilizan para vigilar a los bebĂ©s. ÂżCuĂĄntos hackers hacen falta para atacar una bombilla? Ya hay respuesta: seis.
bombillas
Y esto no es lo mĂĄs preocupante… Bueno, sĂ­ lo es, pero estamos tranquilos porque hay tantos (o mĂĄs) expertos en seguridad informĂĄtica velando por nosotros como cibercriminales buscĂĄndonos las vueltas. Sin embargo, estamos indefensos ante la amenaza del marketing descerebrado. El marketing descerebrado que, valga la ironĂ­a, se ha subido al carro de lo inteligente. Y asĂ­ es como han nacido «la internet de las personas», «la internet de los perros» y hasta «la internet de los porros».
Hace poco, Borja Ventura escribía en esta misma web sobre las artimañas que utilizan los medios de comunicación para ganar audiencia. A mí, personalmente, me gustan todas, pero he descubierto otra que me vuelve loco: ponga una «internet de lo que sea» en su vida. Funciona siempre, salvo que el presente artículo venga a desmentirlo (y esperemos que no).
Por ejemplo, «la internet de los policías» es la enésima conspiración estilo Gran Hermano que los periodistas nos hemos sacado de la manga. En realidad se llama FirstNet y estå pensada para que los agentes de la ley y el orden, pero también bomberos y servicios de urgencia, dispongan de una red segura y fiable en caso de que se sature la normal, como sucede tras desastres naturales, atentados terroristas o la final de la Champions. Pero eso no vende tanto como «la internet de los polis» y una mención a Snowden en el primer pårrafo.
policiaspolis
Quien estĂ© libre de pecado que tire la primera piedra… Y no serĂĄ precisamente el que suscribe, que recientemente se sacĂł de la manga el tĂ©rmino «internet de las lenguas cooficiales» para hacer referencia a la popularizaciĂłn del vasco, el catalĂĄn y el gallego en las tres uve dobles y, poco despuĂ©s, el tĂ©rmino «la internet de los submarinistas» para aludir a un nuevo sistema que permite a los buzos comunicarse bajo el agua. Sirvan estas lĂ­neas para entonar el mea culpa citando al BorbĂłn: «lo siento mucho, me he equivocado y no volverĂĄ a ocurrir».
Dicho esto, miremos otra vez hacia fuera, que no todo va a ser autoflagelarse. Peor serĂ­a haber llamado «internet del dinero» al auge de Bitcoin, o haber bautizado como «internet de la hierba» al conjunto de pĂĄginas y aplicaciones sobre marihuana que pululan por la Red y que, segĂșn el reportaje, necesitan cifrado urgentemente. Y, sĂ­, ya van dos enlaces de Vice, y faltan un tercero (y hasta un cuarto): «la internet de tu casa», que viene a ser la internet de las cosas primigenia (la de neveras, tostadores y microondas), y «la internet del dolor» en la que «el sufrimiento se hace viral».
ÂżMĂĄs ejemplos? AhĂ­ estĂĄn «la internet del sonido», «la internet de los perros», «la internet de los tiburones» y la mĂĄs honesta de todas: «la internet de las cosas muy estĂșpidas». Por cierto, el tamaño no importa: «la internet de las cosas grandes» no es necesariamente mejor que «la internet de las nano-cosas». Eso que quede claro.
Como claro ha quedado tambiĂ©n que los periodistas tienen – o tenemos – gran parte de culpa. Pero es el marketing la Eva que mordiĂł la manzana de la tentaciĂłn, condenando al resto de la raza humana a convivir con una internet con trastorno de personalidad mĂșltiple. La empresa estadounidense Cisco inventĂł «la internet de todo» – no confundir con «la internet de todas las cosas» – y tambiĂ©n «la internet de la comida», mientras que Salesforce se sacĂł de la manga «la internet de los clientes» y Dell «la internet de esas cosas» que no estĂĄ muy claro cuĂĄles son.
futurevision
Aparte de estos gigantes, hay un montĂłn de gente desconocida o semidesconocida vendiendo libros, cursos, consultorĂ­a y otras hierbas gracias al dichoso reclamo: «la internet de las personas», «la internet de la mente», «la internet de los fotogramas» y, esto ya sĂ­ que no te lo esperabas, «la internet de las listas de correo». TambiĂ©n hay un señor que tiene un blog llamado, astutamente, «la internet de las cosas y otras cosas», por si algĂșn dĂ­a le apetece cambiar de registro.
Si todo es susceptible de conectarse a la Red, y automĂĄticamente volverse inteligente y comenzar a formar parte de «la internet de algo», entonces cuatro millones y medio de desarrolladores son muy pocos. Hacen falta mĂĄs. Y hacen falta mentes brillantes capaces de inventar «la internet del futuro». Todo estarĂĄ conectado, todo serĂĄ hackeable y todos tendremos que saber un poquito de programaciĂłn – o al menos de informĂĄtica – para convivir con unas mĂĄquinas que hablan entre sĂ­ (M2M) y se encargan del trabajo sucio.
¿Qué tal suena? ¿Mås como Her o mås como Trascendence? Yo ya lo dije: me quedo con Scarlett Johansson.
 
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Las imågenes de este artículo son propiedad, por orden de aparición, de Robert Scoble, Andrés Nieto, FirstNet y Microsoft

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