Basta de quejarnos del precio de los pisos, de las abusivas cláusulas suelo de los bancos, de las garantías absurdas que algunos caseros piden para alquilar sus cuchitriles en el centro de la ciudad, de la falta de viviendas sociales o de la venta de las mismas a fondos especulativos (fondos buitre, en la jerga del ladrillo).
Quizá usted se ha divorciado recientemente, o se acaba de enamorar, o ha tenido un hijo, o ha mandado a su jefe a hacer puñetas y está pensando en montar un negocio, o ha decidido salir del armario, o está harto de buscar un piso asequible en barrios que no le convencen o simplemente se aburre y necesita un cambio.
Hay una solución, y apenas está a seis mil trescientos kilómetros de aquí. Se llama Detroit.
Desde que Bansky plasmara su famoso grafiti en Packard Plant en mayo de 2010 casi todo el resto de la ciudad ha pasado de ser un vertedero a una fuente de inspiración, pues pocas cosas hay tan atractivas como observar la decadencia ajena
Manu Fernández publicó en estas páginas en 2012 un interesante artículo sobre la atractiva decadencia de esta urbe postapocalíptica Pero en estos tres años han pasado muchas cosas, por ejemplo el estreno de estas tres películas bastante notables rodadas en ese escenario ultraurbano y pretendidamente finisecular: 1) Solo los amantes sobreviven (2013). Jim Jarmusch rueda en un Detroit nocturno y devastado una de las películas más elegantes sobre vampiros que ha visto este cronista, con Tilda Swinton de prota. 2) Lost river (2014) es la primera peli en la que se estrena como director el musculado Ryan Gosling y lo hace con mucho estilo, y rindiendo homenaje quizá demasiado explícito al gran maestro David Lynch. 3) It follows (David Robert Michell, 2014). La idea que hoy comparto con ustedes se me ocurrió precisamente hace unos días viendo esta cinta de terror de aires ochenteros y sustos asegurados, con Detroit como escenario de fondo, intentando fingir una normalidad perturbada por seres muy chungos que vienen a por nosotros…
Desde que Bansky plasmara su famoso grafiti en Packard Plant en mayo de 2010 casi todo el resto de la ciudad ha pasado de ser un vertedero a una fuente de inspiración, pues pocas cosas hay tan atractivas como observar la decadencia ajena. La fascinación de toda esa ruina arquitectónica y la supervivencia al límite de casas que valen menos que el terreno en el que se construyeron han atraído a numerosos creadores.
En la economía ultraliberal defendida por Thatcher, Reagan o Aguirre, por poner tres ejemplos bien documentados en las hemerotecas; el Estado debe ser diminuto. Por eso en EE UU las carreteras estás mal asfaltadas, el ferrocarril apenas se utiliza y el transporte público en lugares como Los Ángeles parece una broma de mal gusto. Si no es rentable, aunque sea necesario para los ciudadanos, ninguna empresa privada invierte en infraestructuras. Bien es sabido que General Motors a mediados del pasado siglo literalmente destruyó la flota de autobuses públicos de Los Ángeles para obligar a cada ciudadano a comprarse un coche. Pero dejemos California y hablemos de Michigan.
El gueto de gente de raza negra que malvivía de revender chatarra, de la delincuencia organizada y de algunos subsidios era colindante al fastuoso complejo empresarial donde convivía durante unos días lo más granado de la industria automovilística mundial
En los años noventa conocí a Manuel, el director del suplemento de Motor del diario El Mundo, que siempre acudía invitado por los organizadores al Salón del Automóvil de Detroit (NAIAS en sus siglas en inglés). Gran conversador, y ya jubilado hoy día, recuerdo cómo me narraba que todos los ejecutivos y sus séquitos se alojaban en el lujoso hotel Hotel Renaissance, que en realidad formaba parte de un complejo arquitectónico propiedad de General Motors.
Había varios accesos: Norte, Sur, Este… Lo primero que les indicaban es que si no era estrictamente necesario, porque se declarase un incendio, nunca salieran por ciertos accesos del recinto, ya que no podrían garantizar su seguridad. El gueto de gente de raza negra que malvivía de revender chatarra, de la delincuencia organizada y de algunos subsidios era colindante al fastuoso complejo empresarial donde convivía durante unos días lo más granado de la industria automovilística mundial. Eso es decir Lamborghini, Maserati, Ferrari… Palabras mayores. Con el precio de cualquiera de esos prototipos se hubiera podido revitalizar todo el deprimido barrio colindante al hotel.
Pero todo eso es historia. El NAIAS ya no es lo que era y numerosas factorías de General Motors, Ford y Chrysler cerraron hace mucho sus puertas tras la reconversión.
¿Por qué no nos vamos a Detroit? Podemos comprarnos casas de dos y tres plantas con jardín y cientos de metros cuadrados por unos pocos miles de euros. Susan Montgomery / Shutterstock
Crearíamos huertos sociales, donde cultiváramos todo lo que necesita la comunidad. Mejoraríamos nuestro inglés, conoceríamos gente interesante, ya que hay un montón de artistas de todo el mundo que se están instalando en la ciudad. Podríamos ir en bici a todas partes; en Detroit no hay casi cuestas, en general es una ciudad de orografía amable y plana. Fundaríamos una nueva redacción de Yorokobu. Y una secta, ¿por qué no? Sugiero que rehabilitemos juntos este inmueble para empezar, en las inmediaciones del Brush Park.
Para quienes no quieran dar un paso tan definitivo bien pueden plantearse comprar una segunda residencia y emplearla como casa de vacaciones. En vez de pasar el verano o la Semana Santa en la Manga del Mar Menor o en Benidorm la lo pasarían en la capital del estado de Michigan, que no está nada mal.
¡Vámonos a Detroit!Seremos como los tripulantes del Mayflower, colonos laboriosos dispuestos a todo
Basta de quejarnos del precio de los pisos, de las abusivas cláusulas suelo de los bancos, de las garantías absurdas que algunos caseros piden para alquilar sus cuchitriles en el centro de la ciudad, de la falta de viviendas sociales o de la venta de las mismas a fondos especulativos (fondos buitre, en la jerga del ladrillo).
Quizá usted se ha divorciado recientemente, o se acaba de enamorar, o ha tenido un hijo, o ha mandado a su jefe a hacer puñetas y está pensando en montar un negocio, o ha decidido salir del armario, o está harto de buscar un piso asequible en barrios que no le convencen o simplemente se aburre y necesita un cambio.
Hay una solución, y apenas está a seis mil trescientos kilómetros de aquí. Se llama Detroit.
Desde que Bansky plasmara su famoso grafiti en Packard Plant en mayo de 2010 casi todo el resto de la ciudad ha pasado de ser un vertedero a una fuente de inspiración, pues pocas cosas hay tan atractivas como observar la decadencia ajena
Manu Fernández publicó en estas páginas en 2012 un interesante artículo sobre la atractiva decadencia de esta urbe postapocalíptica Pero en estos tres años han pasado muchas cosas, por ejemplo el estreno de estas tres películas bastante notables rodadas en ese escenario ultraurbano y pretendidamente finisecular: 1) Solo los amantes sobreviven (2013). Jim Jarmusch rueda en un Detroit nocturno y devastado una de las películas más elegantes sobre vampiros que ha visto este cronista, con Tilda Swinton de prota. 2) Lost river (2014) es la primera peli en la que se estrena como director el musculado Ryan Gosling y lo hace con mucho estilo, y rindiendo homenaje quizá demasiado explícito al gran maestro David Lynch. 3) It follows (David Robert Michell, 2014). La idea que hoy comparto con ustedes se me ocurrió precisamente hace unos días viendo esta cinta de terror de aires ochenteros y sustos asegurados, con Detroit como escenario de fondo, intentando fingir una normalidad perturbada por seres muy chungos que vienen a por nosotros…
Desde que Bansky plasmara su famoso grafiti en Packard Plant en mayo de 2010 casi todo el resto de la ciudad ha pasado de ser un vertedero a una fuente de inspiración, pues pocas cosas hay tan atractivas como observar la decadencia ajena. La fascinación de toda esa ruina arquitectónica y la supervivencia al límite de casas que valen menos que el terreno en el que se construyeron han atraído a numerosos creadores.
En la economía ultraliberal defendida por Thatcher, Reagan o Aguirre, por poner tres ejemplos bien documentados en las hemerotecas; el Estado debe ser diminuto. Por eso en EE UU las carreteras estás mal asfaltadas, el ferrocarril apenas se utiliza y el transporte público en lugares como Los Ángeles parece una broma de mal gusto. Si no es rentable, aunque sea necesario para los ciudadanos, ninguna empresa privada invierte en infraestructuras. Bien es sabido que General Motors a mediados del pasado siglo literalmente destruyó la flota de autobuses públicos de Los Ángeles para obligar a cada ciudadano a comprarse un coche. Pero dejemos California y hablemos de Michigan.
El gueto de gente de raza negra que malvivía de revender chatarra, de la delincuencia organizada y de algunos subsidios era colindante al fastuoso complejo empresarial donde convivía durante unos días lo más granado de la industria automovilística mundial
En los años noventa conocí a Manuel, el director del suplemento de Motor del diario El Mundo, que siempre acudía invitado por los organizadores al Salón del Automóvil de Detroit (NAIAS en sus siglas en inglés). Gran conversador, y ya jubilado hoy día, recuerdo cómo me narraba que todos los ejecutivos y sus séquitos se alojaban en el lujoso hotel Hotel Renaissance, que en realidad formaba parte de un complejo arquitectónico propiedad de General Motors.
Había varios accesos: Norte, Sur, Este… Lo primero que les indicaban es que si no era estrictamente necesario, porque se declarase un incendio, nunca salieran por ciertos accesos del recinto, ya que no podrían garantizar su seguridad. El gueto de gente de raza negra que malvivía de revender chatarra, de la delincuencia organizada y de algunos subsidios era colindante al fastuoso complejo empresarial donde convivía durante unos días lo más granado de la industria automovilística mundial. Eso es decir Lamborghini, Maserati, Ferrari… Palabras mayores. Con el precio de cualquiera de esos prototipos se hubiera podido revitalizar todo el deprimido barrio colindante al hotel.
Pero todo eso es historia. El NAIAS ya no es lo que era y numerosas factorías de General Motors, Ford y Chrysler cerraron hace mucho sus puertas tras la reconversión.
¿Por qué no nos vamos a Detroit? Podemos comprarnos casas de dos y tres plantas con jardín y cientos de metros cuadrados por unos pocos miles de euros. Susan Montgomery / Shutterstock
Crearíamos huertos sociales, donde cultiváramos todo lo que necesita la comunidad. Mejoraríamos nuestro inglés, conoceríamos gente interesante, ya que hay un montón de artistas de todo el mundo que se están instalando en la ciudad. Podríamos ir en bici a todas partes; en Detroit no hay casi cuestas, en general es una ciudad de orografía amable y plana. Fundaríamos una nueva redacción de Yorokobu. Y una secta, ¿por qué no? Sugiero que rehabilitemos juntos este inmueble para empezar, en las inmediaciones del Brush Park.
Para quienes no quieran dar un paso tan definitivo bien pueden plantearse comprar una segunda residencia y emplearla como casa de vacaciones. En vez de pasar el verano o la Semana Santa en la Manga del Mar Menor o en Benidorm la lo pasarían en la capital del estado de Michigan, que no está nada mal.
¡Vámonos a Detroit!Seremos como los tripulantes del Mayflower, colonos laboriosos dispuestos a todo
No hace falta green card, entramos como turistas, y en tres meses declaramos Detroit un estado independiente…
Conozco a un par de personas que ya lo han hecho; se han ido a vivir a Detroit
Me apunto!
Venga, ánimo. Renovemos ese amasijo de piedra, acero y hormigón. Un huerto propio, hacer pan y restaurar muebles. Os animo a conocer el Detroit Institute of Bagels, la versión autóctona del bocadillo de calamares…. No seamos sosos… No es para tanto … si llega Amazon….
Si me das una green card, me apunto
No hace falta green card, entramos como turistas, y en tres meses declaramos Detroit un estado independiente…
Conozco a un par de personas que ya lo han hecho; se han ido a vivir a Detroit
Me apunto!
Venga, ánimo. Renovemos ese amasijo de piedra, acero y hormigón. Un huerto propio, hacer pan y restaurar muebles. Os animo a conocer el Detroit Institute of Bagels, la versión autóctona del bocadillo de calamares…. No seamos sosos… No es para tanto … si llega Amazon….
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