En busca del aura perdida
No es la primera vez que alguien se plantea una obra para echar el día entero. El compositor francés y genio humorístico, Erik Satie, escribió una partitura de solo 18 notas que debía ser interpretada 840 veces a ritmo «très lent». Por si a alguien le cabe duda de que se trataba de una broma, Satie llamó a la pieza Vexations (Vejaciones).
La primera interpretación en directo que se conoce la organizó el compositor John Cage y duró más de 18 horas. La entrada costaba 5 dólares y por cada 20 minutos que aguantabas, te devolvían 20 céntimos. «De esta manera» —explicaban los organizadores— «el público entenderá que cuanto más arte consuma, menos le debe costar». Ellos se referían al dinero, pero también es cierto respecto al esfuerzo. Cuanto más arte consumes, menos esfuerzo te cuesta.
Sin tener que llegar a tales extremos, estos dos ejemplos remiten al placer sencillo de comprarse un disco, llegar a casa, sacarlo de la funda y escucharlo de principio a fin mientras ojeas el libreto. Lo mismo puede decirse de una buena edición de un libro que se posee no solo por su contenido, también por el continente, o de la sensación incomparable de ver una película en la oscuridad de una sala de cine.
Todas estas experiencias conservan vestigios de lo que Walter Benjamin llamaba «aura» en su ensayo La obra de arte en la era de la reproducción técnica. Para el filósofo alemán, el aura es ese halo sagrado que envolvía a la pieza artística cuando era única, antes de que medios técnicos como la imprenta, la fonografía, la fotografía o el cine permitieran su reproducción masiva.
En todas partes hay música, pero no la escuchamos y la escuchamos mal
Hemos perdido aura a cambio de la necesaria democratización del arte. Ahora no solo las élites, cualquiera tiene acceso a la cultura, y más aún, gracias a la red. Pero en el furor tecnológico que nos lleva a acumular más con menos calidad, nos estamos hurtando la posibilidad de disfrutar de los últimos rescoldos de aura que nos quedan. Incluso en un concierto nos dedicamos a grabarlo con nuestros teléfonos en lugar de sumergirnos de lleno en ese momento irrepetible.
Como dice Santiago Alba, ahora «estamos en todas partes sin estar en ninguna». Aunque parezca paradójico, creo que hoy es un acto de rebeldía frente al consumo, la compra de un buen disco, una edición cuidada o una entrada con los que buscar esa experiencia estética profunda, intensa y transformadora.
Por cierto, solo un espectador fue capaz de aguantar el concierto entero de Cage y compañía. Ahora lo raro es aguantar una canción de tres minutos sin sacar el móvil para tuitear.
No es la primera vez que alguien se plantea una obra para echar el día entero. El compositor francés y genio humorístico, Erik Satie, escribió una partitura de solo 18 notas que debía ser interpretada 840 veces a ritmo «très lent». Por si a alguien le cabe duda de que se trataba de una broma, Satie llamó a la pieza Vexations (Vejaciones).
La primera interpretación en directo que se conoce la organizó el compositor John Cage y duró más de 18 horas. La entrada costaba 5 dólares y por cada 20 minutos que aguantabas, te devolvían 20 céntimos. «De esta manera» —explicaban los organizadores— «el público entenderá que cuanto más arte consuma, menos le debe costar». Ellos se referían al dinero, pero también es cierto respecto al esfuerzo. Cuanto más arte consumes, menos esfuerzo te cuesta.
Sin tener que llegar a tales extremos, estos dos ejemplos remiten al placer sencillo de comprarse un disco, llegar a casa, sacarlo de la funda y escucharlo de principio a fin mientras ojeas el libreto. Lo mismo puede decirse de una buena edición de un libro que se posee no solo por su contenido, también por el continente, o de la sensación incomparable de ver una película en la oscuridad de una sala de cine.
Todas estas experiencias conservan vestigios de lo que Walter Benjamin llamaba «aura» en su ensayo La obra de arte en la era de la reproducción técnica. Para el filósofo alemán, el aura es ese halo sagrado que envolvía a la pieza artística cuando era única, antes de que medios técnicos como la imprenta, la fonografía, la fotografía o el cine permitieran su reproducción masiva.
En todas partes hay música, pero no la escuchamos y la escuchamos mal
Hemos perdido aura a cambio de la necesaria democratización del arte. Ahora no solo las élites, cualquiera tiene acceso a la cultura, y más aún, gracias a la red. Pero en el furor tecnológico que nos lleva a acumular más con menos calidad, nos estamos hurtando la posibilidad de disfrutar de los últimos rescoldos de aura que nos quedan. Incluso en un concierto nos dedicamos a grabarlo con nuestros teléfonos en lugar de sumergirnos de lleno en ese momento irrepetible.
Como dice Santiago Alba, ahora «estamos en todas partes sin estar en ninguna». Aunque parezca paradójico, creo que hoy es un acto de rebeldía frente al consumo, la compra de un buen disco, una edición cuidada o una entrada con los que buscar esa experiencia estética profunda, intensa y transformadora.
Por cierto, solo un espectador fue capaz de aguantar el concierto entero de Cage y compañía. Ahora lo raro es aguantar una canción de tres minutos sin sacar el móvil para tuitear.
Dejar que todo fluya siempre hay puntas de lanza, son la avanzadilla de la humanidad
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