24 de septiembre 2012    /   IDEAS
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El Bar de los CaĆ­dos

24 de septiembre 2012    /   IDEAS     por          
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Hoy dĆ­a el panorama hostelero requiere la bĆŗsqueda de establecimientos con precios ajustados o que aƱadan un plus a esa experiencia tan espaƱola de la caƱa y la tapa. Hubo un tiempo en que los mĆ”s crĆ”pulas utilizaban como ā€œafterā€ las cafeterĆ­as de los tanatorios, por permanecer abiertas toda la noche. Hoy les ofrecemos una opción insólita y preƱada de historia: el Valle de los CaĆ­dos.

En un lugar de la sierra madrileña llamado Cuelgamuros se yergue una de las construcciones mÔs improbables del paisaje nacional. Leo Bassi la incluyó en aquella performance itinerante que recorría en autobús lugares emblemÔticos de la Comunidad de Madrid y sus infamias. Pero que nadie espere una lectura política en este artículo. Nada añadiré a los ríos de tinta que ya se han escrito sobre esta cruz de 200.000 toneladas (han leído bien) y 150 metros de altura, pero sí puedo aportar una mirada laica, desprejuiciada y etílica.

El conjunto se yergue sobre una explanada de proporciones pantagruĆ©licas (30.000 metros cuadrados), que se asoma a la montaƱa, ofreciendo una panorĆ”mica espectacular del sur de la penĆ­nsula ibĆ©rica. No se vislumbran urbanizaciones, ni campos de golf, ni casas rurales, ni nada que pueda importunar la presencia de pinos, robles, jaras, zorros, jabalĆ­es, corzos, multitud de mariposas… y una comunidad de monjes benedictinos.

El trazado de las galerías, las hornacinas vacías o las inmensas dimensiones de los arcos y bóvedas, recuerdan a la fascinante arquitectura de Albert Speer. O a cierta Roma de Mussolini, o a los excesos de Ceaucescu.

Soldados muertos, civiles sacrificados, mĆ”rtires, santos, vĆ­rgenes… El sentido comĆŗn sugiere que, al estar bajo la tutela de Patrimonio Nacional deberĆ­a existir un centro de interpretación que explicase el origen del monumento con el mayor rigor histórico posible. Sin embargo, el clamoroso silencio y la absoluta ausencia de ninguna placa explicativa, folleto de visita, cuadro cronológico o letrero informativo convierten la visita en algo aun mĆ”s extraƱo, si cabe.

Dos monumentales arcĆ”ngeles, con mĆŗsculos y espadas de bronce verdoso custodian el tĆŗnel de entrada a la basĆ­lica. Su estilo recuerda a las ilustraciones de ā€œConan The Barbarianā€, o a los dibujos de la mĆ­tica revista ā€œMetal Hurlantā€. Unos cien metros montaƱa adentro encontramos unas series escultóricas en mĆ”rmol blanco y metal oscuro que probablemente inspiraron a George Lucas para sus soldados del Imperio y para los clones del Episodio II. El estilo bascula entre un futurismo que habrĆ­a encantado a Marinetti y un neoclasicismo difĆ­cil de enmarcar.

Ya cerca del altar hallamos dos losas de mĆ”rmol en el suelo. En la primera podemos leer ā€œJosĆ© Antonioā€, y en la segunda ā€œFrancisco Francoā€. Ni apellidos, ni tĆ­tulos, ni fechas. Sólo un ramo de flores Ā”frescas! sobre cada una. En torno a ambas tumbas pueden escucharse conversaciones mĆ”s o menos acaloradas entre visitantes (la mayorĆ­a turistas britĆ”nicos), que aportan sus particulares versiones de lo ocurrido en EspaƱa en aquellos tiempos, y sobre todo, del por quĆ© de tan peculiar y equitativa distribución mortuoria.

Pero la sed aprieta, y lo mejor del Valle de los CaĆ­dos es el bar. Caminando diez minutos hacia el norte, bordeando la cruz (y disfrutando de sus extraƱos y monumentales conjuntos escultóricos de la base) llegamos a la hospederĆ­a y a la abadĆ­a benedictina. Y en una esquina, casi escondido, del todo inesperado, fantasmal incluso… estĆ” el bar. Lo mejor es que estĆ” localizado en la llamada ā€œzona monĆ”sticaā€ en oposición a la ā€œzona turĆ­sticaā€.

Es la opción ideal para cerrar una noche de excesos o para iniciar un dĆ­a prometedor. Los precios son muy asequibles, la decoración tan eclĆ©ctica y onĆ­rica como la del resto del monumento, incluido un enorme reloj de pared… sin manecillas. Llama la atención la ausencia de signo distintivo o comercial alguno, ni siquiera de alguna marca de cerveza. Solo ā€œBarā€, como se aprecia en la fotografĆ­a.

La próxima vez que se vayan de cañas recuerden mi consejo, no permitan que los prejuicios les priven de visitar este lugar, tan siniestro como surrealista. AdemÔs, presentando este post obtendrÔn un descuento en barra (excepto en el Bloody Mary, por razones obvias).

Foto portada: Sigils Wikimedia Commons

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En un lugar de la sierra madrileña llamado Cuelgamuros se yergue una de las construcciones mÔs improbables del paisaje nacional. Leo Bassi la incluyó en aquella performance itinerante que recorría en autobús lugares emblemÔticos de la Comunidad de Madrid y sus infamias. Pero que nadie espere una lectura política en este artículo. Nada añadiré a los ríos de tinta que ya se han escrito sobre esta cruz de 200.000 toneladas (han leído bien) y 150 metros de altura, pero sí puedo aportar una mirada laica, desprejuiciada y etílica.

El conjunto se yergue sobre una explanada de proporciones pantagruĆ©licas (30.000 metros cuadrados), que se asoma a la montaƱa, ofreciendo una panorĆ”mica espectacular del sur de la penĆ­nsula ibĆ©rica. No se vislumbran urbanizaciones, ni campos de golf, ni casas rurales, ni nada que pueda importunar la presencia de pinos, robles, jaras, zorros, jabalĆ­es, corzos, multitud de mariposas… y una comunidad de monjes benedictinos.

El trazado de las galerías, las hornacinas vacías o las inmensas dimensiones de los arcos y bóvedas, recuerdan a la fascinante arquitectura de Albert Speer. O a cierta Roma de Mussolini, o a los excesos de Ceaucescu.

Soldados muertos, civiles sacrificados, mĆ”rtires, santos, vĆ­rgenes… El sentido comĆŗn sugiere que, al estar bajo la tutela de Patrimonio Nacional deberĆ­a existir un centro de interpretación que explicase el origen del monumento con el mayor rigor histórico posible. Sin embargo, el clamoroso silencio y la absoluta ausencia de ninguna placa explicativa, folleto de visita, cuadro cronológico o letrero informativo convierten la visita en algo aun mĆ”s extraƱo, si cabe.

Dos monumentales arcĆ”ngeles, con mĆŗsculos y espadas de bronce verdoso custodian el tĆŗnel de entrada a la basĆ­lica. Su estilo recuerda a las ilustraciones de ā€œConan The Barbarianā€, o a los dibujos de la mĆ­tica revista ā€œMetal Hurlantā€. Unos cien metros montaƱa adentro encontramos unas series escultóricas en mĆ”rmol blanco y metal oscuro que probablemente inspiraron a George Lucas para sus soldados del Imperio y para los clones del Episodio II. El estilo bascula entre un futurismo que habrĆ­a encantado a Marinetti y un neoclasicismo difĆ­cil de enmarcar.

Ya cerca del altar hallamos dos losas de mĆ”rmol en el suelo. En la primera podemos leer ā€œJosĆ© Antonioā€, y en la segunda ā€œFrancisco Francoā€. Ni apellidos, ni tĆ­tulos, ni fechas. Sólo un ramo de flores Ā”frescas! sobre cada una. En torno a ambas tumbas pueden escucharse conversaciones mĆ”s o menos acaloradas entre visitantes (la mayorĆ­a turistas britĆ”nicos), que aportan sus particulares versiones de lo ocurrido en EspaƱa en aquellos tiempos, y sobre todo, del por quĆ© de tan peculiar y equitativa distribución mortuoria.

Pero la sed aprieta, y lo mejor del Valle de los CaĆ­dos es el bar. Caminando diez minutos hacia el norte, bordeando la cruz (y disfrutando de sus extraƱos y monumentales conjuntos escultóricos de la base) llegamos a la hospederĆ­a y a la abadĆ­a benedictina. Y en una esquina, casi escondido, del todo inesperado, fantasmal incluso… estĆ” el bar. Lo mejor es que estĆ” localizado en la llamada ā€œzona monĆ”sticaā€ en oposición a la ā€œzona turĆ­sticaā€.

Es la opción ideal para cerrar una noche de excesos o para iniciar un dĆ­a prometedor. Los precios son muy asequibles, la decoración tan eclĆ©ctica y onĆ­rica como la del resto del monumento, incluido un enorme reloj de pared… sin manecillas. Llama la atención la ausencia de signo distintivo o comercial alguno, ni siquiera de alguna marca de cerveza. Solo ā€œBarā€, como se aprecia en la fotografĆ­a.

La próxima vez que se vayan de cañas recuerden mi consejo, no permitan que los prejuicios les priven de visitar este lugar, tan siniestro como surrealista. AdemÔs, presentando este post obtendrÔn un descuento en barra (excepto en el Bloody Mary, por razones obvias).

Foto portada: Sigils Wikimedia Commons

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