6 de septiembre 2012    /   CINE/TV
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El cine en paƱales de oro

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Alguien le dijo una vez que para ser universal tenĆ­a que hablar de su aldea y parece que acertó a la primera. Su mamĆ” se lo dijo: ā€œTu pelĆ­cula es buena porque demuestra que todas las mujeres hemos sido agredidas en algĆŗn momentoā€. Jhonny Hendrix Hinestroza esboza media sonrisa mientras habla. Su opera prima, Chocó, ha gustado mucho en Colombia y el extranjero. ā€œEn el festival de BerlĆ­nā€, recuerda, ā€œuna mujer blanca, rubia, vino cuando acabó la pelĆ­cula y me abrazó. Estuvo asĆ­ como 10 minutos, llorando y me dio las gracias por haber contado su historia ā€.

Hendrix Hinestroza es un hombre corpulento; su voz resulta grave, cavernosa. Ignora por qué su madre le puso Jhonny, aunque se imagina lo de Hendrix e insiste en que su apellido Hinestroza, también importa. Hace 37 años que nació en el Chocó, departamento costeño que hace frontera con PanamÔ. Su primera película es un homenaje a la mujer de allí, la que evita rendirse, una fÔbula dolorosa en mitad de la rica selva colombiana.

ā€œMe gustan las pequeƱas historias rurales, tiernasā€, comenta el director, una ternura que se reduce a la relación de la protagonista con sus hijos. Todo lo demĆ”s es pura espina. Su marido le viola dĆ­a tras dĆ­a cuando vuelve borracho a casa, una choza de palma y madera cuyo Ćŗnico lujo son las mosquiteras que cuelgan sobre las camas. El tendero del pueblo le fĆ­a a cambio de algĆŗn que otro polvo rĆ”pido en la trastienda. Anda decenas de kilómetros cada dĆ­a para buscar oro en una mina a cambio del almuerzo y unas pocas monedas…

Chocó es una muestra del nuevo cine colombiano, una disciplina que inauguró hace ya algunos años Víctor Gaviria con las aclamadas Rodrigo D: no futuro y La vendedora de rosas. Igual que las anteriores, Chocó y otros títulos como Sumas y Restas, Perro come perro, Rosario Tijeras o La Sirga siguen la estela hiperrealista de las dos primeras. Muchas emplean actores aficionados, gente de la calle. En Chocó, por ejemplo, solo la protagonista es actriz profesional. A los demÔs los contrataron para que se interpretasen a sí mismos y replicasen su mundo injusto frente a las cÔmaras.

El drama de estos actores es que muchas veces no les queda otra que volver a la calle. Lo explica Giovanny PatiƱo, uno de los pocos supervivientes de La vendedora de Rosas. En un paseo por barrio triste, la zona de MedellĆ­n donde se rodó la pelĆ­cula, PatiƱo enumera: ā€œLa protagonista –entonces una niƱa- estĆ” en la cĆ”rcel, el Zarco murió igual que los demĆ”s. Solo queda aquel que estĆ” allĆ­. Vamosā€. Se refiere a un joven vejestorio que estĆ” tirado sobre una manta empapada en mitad de la acera. Es uno de los dos chiquillos que en la pelĆ­cula se pasan el rato sobre una bicicleta. Dice que no le fue mal –estĆ” vivo despuĆ©s de 28 puƱaladas y unos cuantos balazos- y que ahora vive ā€œtranquiloā€ en su manta, con su mujer y su perro.

PatiƱo fue quizĆ” quien mejor encauzó su vida tras la pelĆ­cula. De hecho, ahora mismo vive inmerso en la grabación de su opera prima como director, Lola Drones, ā€œuna historia de amor que sucedió en este barrio, cuentos de paramilitares que se creen dioses terrenales y tienen 15 peladas a su disposiciónā€.

Este aƱo es el primero en que el cine colombiano estrenarĆ” 20 pelĆ­culas. ā€œNuestra industria estĆ” en paƱalesā€, explica Hendrix Hinestroza, ā€œcasi no hemos adquirido identidad cinematogrĆ”ficaā€. Pese a ello, el mundillo estĆ” en efervescencia. Los cineastas quieren contar historias de un paĆ­s en conflicto permanente y cada vez van a mĆ”s.

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Hendrix Hinestroza es un hombre corpulento; su voz resulta grave, cavernosa. Ignora por qué su madre le puso Jhonny, aunque se imagina lo de Hendrix e insiste en que su apellido Hinestroza, también importa. Hace 37 años que nació en el Chocó, departamento costeño que hace frontera con PanamÔ. Su primera película es un homenaje a la mujer de allí, la que evita rendirse, una fÔbula dolorosa en mitad de la rica selva colombiana.

ā€œMe gustan las pequeƱas historias rurales, tiernasā€, comenta el director, una ternura que se reduce a la relación de la protagonista con sus hijos. Todo lo demĆ”s es pura espina. Su marido le viola dĆ­a tras dĆ­a cuando vuelve borracho a casa, una choza de palma y madera cuyo Ćŗnico lujo son las mosquiteras que cuelgan sobre las camas. El tendero del pueblo le fĆ­a a cambio de algĆŗn que otro polvo rĆ”pido en la trastienda. Anda decenas de kilómetros cada dĆ­a para buscar oro en una mina a cambio del almuerzo y unas pocas monedas…

Chocó es una muestra del nuevo cine colombiano, una disciplina que inauguró hace ya algunos años Víctor Gaviria con las aclamadas Rodrigo D: no futuro y La vendedora de rosas. Igual que las anteriores, Chocó y otros títulos como Sumas y Restas, Perro come perro, Rosario Tijeras o La Sirga siguen la estela hiperrealista de las dos primeras. Muchas emplean actores aficionados, gente de la calle. En Chocó, por ejemplo, solo la protagonista es actriz profesional. A los demÔs los contrataron para que se interpretasen a sí mismos y replicasen su mundo injusto frente a las cÔmaras.

El drama de estos actores es que muchas veces no les queda otra que volver a la calle. Lo explica Giovanny PatiƱo, uno de los pocos supervivientes de La vendedora de Rosas. En un paseo por barrio triste, la zona de MedellĆ­n donde se rodó la pelĆ­cula, PatiƱo enumera: ā€œLa protagonista –entonces una niƱa- estĆ” en la cĆ”rcel, el Zarco murió igual que los demĆ”s. Solo queda aquel que estĆ” allĆ­. Vamosā€. Se refiere a un joven vejestorio que estĆ” tirado sobre una manta empapada en mitad de la acera. Es uno de los dos chiquillos que en la pelĆ­cula se pasan el rato sobre una bicicleta. Dice que no le fue mal –estĆ” vivo despuĆ©s de 28 puƱaladas y unos cuantos balazos- y que ahora vive ā€œtranquiloā€ en su manta, con su mujer y su perro.

PatiƱo fue quizĆ” quien mejor encauzó su vida tras la pelĆ­cula. De hecho, ahora mismo vive inmerso en la grabación de su opera prima como director, Lola Drones, ā€œuna historia de amor que sucedió en este barrio, cuentos de paramilitares que se creen dioses terrenales y tienen 15 peladas a su disposiciónā€.

Este aƱo es el primero en que el cine colombiano estrenarĆ” 20 pelĆ­culas. ā€œNuestra industria estĆ” en paƱalesā€, explica Hendrix Hinestroza, ā€œcasi no hemos adquirido identidad cinematogrĆ”ficaā€. Pese a ello, el mundillo estĆ” en efervescencia. Los cineastas quieren contar historias de un paĆ­s en conflicto permanente y cada vez van a mĆ”s.

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