Agatha Christie surfeaba y Ramón y Cajal estaba ‘mamadĆsimo’: el deporte tambiĆ©n es cosa de ‘nerds’

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Suele servir de guion habitual en las pelis de la siesta de los sĆ”bados: un o una antagonista con sed de venganza a quien el rencor le impide superar su pasado de empollón en el instituto, marcado por el bullying que sufrĆa por parte del chico y/o de la chica mĆ”s popular. Ćl, estrella del equipo de baloncesto. Ella, jefa de las animadoras. Deportistas con cuerpos esculturales y escasa competencia intelectual (la mayorĆa de las veces), que se burlaban del aspecto fĆsico y de las nulas habilidades fĆsicas de su vĆctima, la que, a la postre, se convertirĆ” en verdugo.
En esa parte del imaginario colectivo que gusta de regodearse de este tipo de lugares comunes, el ser inteligente, culto o tener ciertas inquietudes intelectuales es incompatible con destacar en los deportes.Ā Ā
Aunque, en realidad, el tópico dejó de tener vigencia hace tiempo, si es que alguna vez fue realmente consistente. Porque ya en tiempos de Platón, y tambiĆ©n despuĆ©s en los de Aristóteles, se consideraba que la educación fĆsica era vital para la consecución de una sociedad perfecta. Su prĆ”ctica, aseguraban ambos filósofos, no solo contribuĆa al cuidado del aspecto fĆsico y de la salud de los ciudadanos, sino tambiĆ©n al desarrollo de sus valores morales y de sus capacidades intelectuales.

Los romanos o, mejor dicho, uno en concreto, DĆ©cimo Junio Juvenal, dejó para la posteridad la famosa frase mens sana in corpore sano. Siglos despuĆ©s le vendrĆa al pelo al barón de Coubertin, que acabó usĆ”ndola como lema para el relanzamiento de los Juegos OlĆmpicos de la era contemporĆ”nea. Un evento que suele celebrarse precisamente en verano, momento en el que muchos aprovechan las vacaciones no solo para ver las eliminatorias de tiro con arco (en los veranos que toca olimpiadas) mientras apuran el desayuno, sino tambiĆ©n para enfundarse las zapatillas, las gafas de nadar o las mallas de yoga y quemar unas cuantas calorĆas extra.
Algo que, en su dĆa, tambiĆ©n hicieron ilustres cientĆficos, pensadores o escritores que pasaron olĆmpicamente (nunca mejor dicho) de eso de que el deporte no estĆ” hecho para intelectuales.Ā
Agatha Christie, por ejemplo, era una asidua a los deportes de verano. Al surf, concretamente. A la britÔnica se la considera como una de las mujeres pioneras de este deporte que practicó por primera vez en un viaje a SudÔfrica junto a su primer marido. En algunas de las cartas que Christie envió a su madre puede comprobarse el chute de adrenalina que le inyectaba el cabalgar las olas:
«”Oh, era como estar en el cielo! Nada como eso. Nada como correr por el agua a lo que parecĆa una velocidad de unas doscientas millas por horaĀ».Ā Ā Ā

Jack London fue otro enamorado del surf. En su caso, fue durante una accidentada travesĆa en velero que le llevó hasta HawĆ”i cuando descubrió un deporte que practicó durante aƱos junto a su esposa y que despuĆ©s importarĆa a las playas de California.Ā Ā
Otro escritor que probó a subirse a una tabla de surf fue Mark Twain, aunque, en su caso, con suerte bien distinta a la de los anteriores. Asà describió su experiencia en La vida dura:
Ā«IntentĆ© surfear una vez y fallĆ© consecutivamente. Estaba con la tabla situado en el lugar correcto, en el momento apropiado, pero perdĆ el contacto con ella y me caĆ. La tabla llegó a la orilla en medio segundo, pero sin su carga, y yo me golpee contra el fondo al mismo tiempo, con un par de olas cayendo sobre mĆ. Nadie salvo los nativos han conseguido dominar el arte del surfingĀ».
SOY INTELECTUAL, ĀæA QUĆ QUIERES QUE TE GANE?Ā
La deformidad congĆ©nita en su pie derecho que le provocaba una evidente cojera no impidió a Lord Byron practicar varios deportes, entre ellos esgrima o hĆpica. TambiĆ©n crĆquet, aunque por las crĆticas a su actuación en uno de los partidos en los que participó el escritor romĆ”ntico por parte del capitĆ”n del equipo de la escuela de Harrow, esta disciplina no debĆa de ser lo suyo. Donde sĆ parecĆa encontrarse como pez en el agua, nunca mejor dicho, era practicando la natación, deporte que le permitĆa que su discapacidad pasase casi inadvertida.Ā
Kafka tambiĆ©n fue un gran aficionado a la natación. Este deporte, ademĆ”s, contribuyó a que el autor de La metamorfosis se deshiciera de muchos de los complejos que tenĆa sobre su fĆsico. Eso, al menos, confesó en Diarios de esta forma:
Ā«ā¦en las escuelas de natación de Praga, Kƶnigsaal y Czernoschitz, he dejado de avergonzarme de mi cuerpoĀ».
AdemĆ”s del crol y la braza, Kafka tambiĆ©n fue un habitual del remo, actividad que practicaba en el rĆo Moldava a su paso por la capital checa.Ā
La natación fue uno de los deportes que solĆa practicar el psiquiatra y neurólogo Oliver Sacks. Y es el favorito de la escritora espaƱola Soledad Puertolas. TambiĆ©n nadaba Hemingway. Aunque para el escritor norteamericano, mĆ”s que un deporte, era Ā«un juegoĀ» ya que, en su opinión, solo existĆan tres disciplinas que podĆan considerarse deportes: los toros, el automovilismo y el montaƱismo Desde su punto de vista, el deporte implicaba el enfrentamiento a una fuerza superior: en el caso de los toros, era el propio animal; en el automovilismo, la velocidad y la lucha contrarreloj, y en el montaƱismo, la naturaleza.Ā

Sea como fuere, el autor de El viejo y el mar, quien durante un tiempo se ganó la vida como periodista deportivo, tambiĆ©n destacó en otras muchas disciplinas, entre ellas el boxeo. Un deporte que tambiĆ©n practicó Joan Miró, que tambiĆ©n le daba a la comba y al yoga, entre otros.Ā
Santiago Ramón y Cajal fue otro de los apasionados del boxeo, pero, sobre todo del culturismo. El premio Nobel empezó a cultivar su fĆsico a los 18 aƱos, dicen, para conquistar a una chica. Se apuntó a un gimnasio en Zaragoza a cuyo propietario pagaba dĆ”ndole clases de anatomĆa, ya que, por aquel entonces, ya habĆa iniciado la carrera de Medicina. Aunque de mayor llegó a avergonzarse del excesivo culto al cuerpo que invirtió durante sus aƱos de estudiante, en aquellos momentos debió de llegar a ser lo que los jóvenes de hoy catalogarĆan como un tipo mamadĆsimo, a tenor de su propia descripción:Ā Ā
Ā«Ancho de espaldas, con pectorales monstruosos, mi circunferencia torĆ”cica excedĆa de los 112 centĆmetros. Al andar mostraba esa inelegancia y contorneo rĆtmico caracterĆstico de los forzudos o HĆ©rcules de FeriaĀ».
Quien tambiĆ©n debió de lucir tableta bajo su tĆŗnica fue el mismĆsimo Platón. No en vano, este no era su nombre: en realidad se llamaba Aristocles. El apodo Platón se lo puso su profesor de gimnasia y viene a significar algo asĆ como Ā«aquel que es ancho de espaldasĀ». AdemĆ”s de crear el mito de la caverna, el filósofo desmontó hace mĆ”s de 2000 aƱos otros como el de que para ser un hombre sabio hay que ser un tirillas.Ā
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Suele servir de guion habitual en las pelis de la siesta de los sĆ”bados: un o una antagonista con sed de venganza a quien el rencor le impide superar su pasado de empollón en el instituto, marcado por el bullying que sufrĆa por parte del chico y/o de la chica mĆ”s popular. Ćl, estrella del equipo de baloncesto. Ella, jefa de las animadoras. Deportistas con cuerpos esculturales y escasa competencia intelectual (la mayorĆa de las veces), que se burlaban del aspecto fĆsico y de las nulas habilidades fĆsicas de su vĆctima, la que, a la postre, se convertirĆ” en verdugo.
En esa parte del imaginario colectivo que gusta de regodearse de este tipo de lugares comunes, el ser inteligente, culto o tener ciertas inquietudes intelectuales es incompatible con destacar en los deportes.Ā Ā
Aunque, en realidad, el tópico dejó de tener vigencia hace tiempo, si es que alguna vez fue realmente consistente. Porque ya en tiempos de Platón, y tambiĆ©n despuĆ©s en los de Aristóteles, se consideraba que la educación fĆsica era vital para la consecución de una sociedad perfecta. Su prĆ”ctica, aseguraban ambos filósofos, no solo contribuĆa al cuidado del aspecto fĆsico y de la salud de los ciudadanos, sino tambiĆ©n al desarrollo de sus valores morales y de sus capacidades intelectuales.

Los romanos o, mejor dicho, uno en concreto, DĆ©cimo Junio Juvenal, dejó para la posteridad la famosa frase mens sana in corpore sano. Siglos despuĆ©s le vendrĆa al pelo al barón de Coubertin, que acabó usĆ”ndola como lema para el relanzamiento de los Juegos OlĆmpicos de la era contemporĆ”nea. Un evento que suele celebrarse precisamente en verano, momento en el que muchos aprovechan las vacaciones no solo para ver las eliminatorias de tiro con arco (en los veranos que toca olimpiadas) mientras apuran el desayuno, sino tambiĆ©n para enfundarse las zapatillas, las gafas de nadar o las mallas de yoga y quemar unas cuantas calorĆas extra.
Algo que, en su dĆa, tambiĆ©n hicieron ilustres cientĆficos, pensadores o escritores que pasaron olĆmpicamente (nunca mejor dicho) de eso de que el deporte no estĆ” hecho para intelectuales.Ā
Agatha Christie, por ejemplo, era una asidua a los deportes de verano. Al surf, concretamente. A la britÔnica se la considera como una de las mujeres pioneras de este deporte que practicó por primera vez en un viaje a SudÔfrica junto a su primer marido. En algunas de las cartas que Christie envió a su madre puede comprobarse el chute de adrenalina que le inyectaba el cabalgar las olas:
«”Oh, era como estar en el cielo! Nada como eso. Nada como correr por el agua a lo que parecĆa una velocidad de unas doscientas millas por horaĀ».Ā Ā Ā

Jack London fue otro enamorado del surf. En su caso, fue durante una accidentada travesĆa en velero que le llevó hasta HawĆ”i cuando descubrió un deporte que practicó durante aƱos junto a su esposa y que despuĆ©s importarĆa a las playas de California.Ā Ā
Otro escritor que probó a subirse a una tabla de surf fue Mark Twain, aunque, en su caso, con suerte bien distinta a la de los anteriores. Asà describió su experiencia en La vida dura:
Ā«IntentĆ© surfear una vez y fallĆ© consecutivamente. Estaba con la tabla situado en el lugar correcto, en el momento apropiado, pero perdĆ el contacto con ella y me caĆ. La tabla llegó a la orilla en medio segundo, pero sin su carga, y yo me golpee contra el fondo al mismo tiempo, con un par de olas cayendo sobre mĆ. Nadie salvo los nativos han conseguido dominar el arte del surfingĀ».
SOY INTELECTUAL, ĀæA QUĆ QUIERES QUE TE GANE?Ā
La deformidad congĆ©nita en su pie derecho que le provocaba una evidente cojera no impidió a Lord Byron practicar varios deportes, entre ellos esgrima o hĆpica. TambiĆ©n crĆquet, aunque por las crĆticas a su actuación en uno de los partidos en los que participó el escritor romĆ”ntico por parte del capitĆ”n del equipo de la escuela de Harrow, esta disciplina no debĆa de ser lo suyo. Donde sĆ parecĆa encontrarse como pez en el agua, nunca mejor dicho, era practicando la natación, deporte que le permitĆa que su discapacidad pasase casi inadvertida.Ā
Kafka tambiĆ©n fue un gran aficionado a la natación. Este deporte, ademĆ”s, contribuyó a que el autor de La metamorfosis se deshiciera de muchos de los complejos que tenĆa sobre su fĆsico. Eso, al menos, confesó en Diarios de esta forma:
Ā«ā¦en las escuelas de natación de Praga, Kƶnigsaal y Czernoschitz, he dejado de avergonzarme de mi cuerpoĀ».
AdemĆ”s del crol y la braza, Kafka tambiĆ©n fue un habitual del remo, actividad que practicaba en el rĆo Moldava a su paso por la capital checa.Ā
La natación fue uno de los deportes que solĆa practicar el psiquiatra y neurólogo Oliver Sacks. Y es el favorito de la escritora espaƱola Soledad Puertolas. TambiĆ©n nadaba Hemingway. Aunque para el escritor norteamericano, mĆ”s que un deporte, era Ā«un juegoĀ» ya que, en su opinión, solo existĆan tres disciplinas que podĆan considerarse deportes: los toros, el automovilismo y el montaƱismo Desde su punto de vista, el deporte implicaba el enfrentamiento a una fuerza superior: en el caso de los toros, era el propio animal; en el automovilismo, la velocidad y la lucha contrarreloj, y en el montaƱismo, la naturaleza.Ā

Sea como fuere, el autor de El viejo y el mar, quien durante un tiempo se ganó la vida como periodista deportivo, tambiĆ©n destacó en otras muchas disciplinas, entre ellas el boxeo. Un deporte que tambiĆ©n practicó Joan Miró, que tambiĆ©n le daba a la comba y al yoga, entre otros.Ā
Santiago Ramón y Cajal fue otro de los apasionados del boxeo, pero, sobre todo del culturismo. El premio Nobel empezó a cultivar su fĆsico a los 18 aƱos, dicen, para conquistar a una chica. Se apuntó a un gimnasio en Zaragoza a cuyo propietario pagaba dĆ”ndole clases de anatomĆa, ya que, por aquel entonces, ya habĆa iniciado la carrera de Medicina. Aunque de mayor llegó a avergonzarse del excesivo culto al cuerpo que invirtió durante sus aƱos de estudiante, en aquellos momentos debió de llegar a ser lo que los jóvenes de hoy catalogarĆan como un tipo mamadĆsimo, a tenor de su propia descripción:Ā Ā
Ā«Ancho de espaldas, con pectorales monstruosos, mi circunferencia torĆ”cica excedĆa de los 112 centĆmetros. Al andar mostraba esa inelegancia y contorneo rĆtmico caracterĆstico de los forzudos o HĆ©rcules de FeriaĀ».
Quien tambiĆ©n debió de lucir tableta bajo su tĆŗnica fue el mismĆsimo Platón. No en vano, este no era su nombre: en realidad se llamaba Aristocles. El apodo Platón se lo puso su profesor de gimnasia y viene a significar algo asĆ como Ā«aquel que es ancho de espaldasĀ». AdemĆ”s de crear el mito de la caverna, el filósofo desmontó hace mĆ”s de 2000 aƱos otros como el de que para ser un hombre sabio hay que ser un tirillas.Ā