El jazz en el franquismo: paradojas y contradicciones

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El 28 de febrero de 1941 La Vanguardia Española —asà se denominaba entonces— anuncia en Barcelona «un magno festival de Jazz Hot» organizado por la Obra Sindical ‘Educación y Descanso’ donde forman parte, entre otros, el Quinteto Hot Club de Barcelona y la cantante Rina Celi. El evento tuvo lugar en el Palacio del Jazz, antiguo Circo Olimpia, y asistieron máximas autoridades franquistas como Gobernador Civil, el delegado de Educación además de «una numerosa concurrencia que aplaudió largamente».
Unos meses más tarde del mismo año, el 26 de noviembre, el diario ABC, en un artÃculo titulado El homenaje de toda España a la Gloriosa División Azul se hace eco del «gran festival artÃstico de esta noche en el Price», iniciativa del departamento de Prensa y Propaganda de la Delegación Nacional de Sindicatos, «a beneficio del aguinaldo para la gloriosa División Azul». En este «grandioso programa» del Circo Price madrileño actuaron emblemas nacionales como Estrellita Castro, Imperio Argentina, Conchita Piquer y de nuevo Rina Celi, anunciada como «la primera actuación en España de esta extraordinaria vocalista de Jazz, que adelanta su debut a fin de contribuir al homenaje a los gloriosos voluntarios españoles».
La artista catalana Rina Celi era todo un fenómeno de masas entonces. Descrita como «la cantante hot por antonomasia» o «la primera cantante moderna del paÃs» fue también la primera en utilizar el micrófono en escena. «Dotada de un fÃsico aéreo y estilizado, su estilo carente de afectación la convirtió en un Ãdolo para los adolescentes barceloneses», escribe José MarÃa GarcÃa MartÃnez en Del fox-trot al jazz flamenco. El jazz en España 1919-1996, único libro generalista publicado hasta la fecha sobre la historia del jazz ibérico. Llama la atención un detalle: ¿qué hacÃa la prensa del régimen echando flores a una cantante de jazz, música con la que, en teorÃa, estaba en contra?
El caso de Rina Celi es paradigmático, pero hubo más. En plena fase fascista del régimen de Franco y en medio de una campaña mediática contra las manifestaciones artÃsticas extranjeras, hemos comprobado cómo dos de los principales periódicos del paÃs difunden sin tapujos actuaciones de jazz, esa música negroide yanqui supuestamente contraria a los valores de la patria, en eventos promovidos además por las más altas esferas franquistas. El culmen de lo esperpéntico es una orquesta de músicos de jazz recaudando fondos para sufragar la «gloriosa División Azul», unidad militar que lucha junto a los nazis para acabar con el enemigo comunista. ¿Qué está pasando?
Aparentemente, franquismo y jazz pueden parecer, en esencia, dos términos contrapuestos y antagónicos (lo español frente a lo extranjero, lo puro frente a la mezcolanza, lo estético frente lo aberrante), sin ningún punto común más que el odio del primero hacia el segundo. Pero, como veremos, las fronteras no están tan claras y la actitud de Franco hacia el jazz es, cuanto menos, contradictoria y, en ocasiones, hasta benévola.
La cultura como propagandaÂ
Al acabar la Guerra Civil, con la instauración de la dictadura de Franco, se produce en España una brutal represión hacia las libertades individuales en un afán por controlar todos los aspectos de la vida social. En ese sentido, comienza un proceso de aculturización en el que las instituciones de enseñanza y propaganda franquistas realizan una estricta vigilancia de todos los discursos y formas culturales para evitar cualquier tipo de subversión. La férrea censura hará el resto. A partir de ese momento, la cultura, por lo tanto la música, serán herramientas del régimen para encauzar la opinión pública y construir la nueva identidad nacional fundamentada en tres pilares básicos: tradición, nacionalismo y catolicismo. No parece que el jazz fuera útil para reforzar alguno de esos aspectos.
Y eso que durante la contienda se vivió un aumento «cuantitativamente considerable de aficionados al jazz en las grandes ciudades», según el investigador Iván Iglesias en (Re)Construyendo la identidad musical española. Aun asÃ, el jazz tenÃa detractores tanto en el bando republicano como en el nacional. «No era una música polÃticamente bien vista ni por los vencidos, que la consideraban capitalista, ni por los vencedores, que habÃan iniciado una feroz campaña xenófoba contra todo lo que pudiera extranjerizar nuestras costumbres», apunta Jordi Pujol Baulenas en su libro Jazz en Barcelona 1920-1965. Esa campaña xenófoba de los vencedores estuvo fuertemente influenciada por las potencias del eje, en especial Alemania.
La relación de los nazis con el jazz fue desde el primer momento contundente. Para Hitler era una música degenerada que habÃa que erradicar. En 1935, el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, prohibió la radiodifusión de la música judeo-negroide del capitalismo americano. En 1938, la Leyes Raciales de Mussolini hicieron lo propio en Italia. Las potencias fascistas no querÃan que su pulcra juventud se pervirtiera con los decadentes ritmos del jazz americano. HabÃa que controlar las expresiones culturales para someter a la población. El franquismo no fue muy original en ese aspecto.
Cruzada contra el jazz
En los primeros años de la dictadura de Franco, abiertamente germanófilos, se llevó a cabo una etapa de autarquÃa artÃstica donde uno de los mayores peligros era la extranjerización. El folklore servÃa para enfatizar la idiosincrasia étnica española y, desde el punto de vista polÃtico, lograr uno de los objetivos del franquismo: la unidad del paÃs. Se impulsó, por ello, una cruzada contra la cultura norteamericana, en especial cine y música, siendo el jazz uno de sus máximos exponentes. La música negra de Estados Unidos se definÃa como la antÃtesis de la música española. En 1941 —mismo año de los artÃculos laudatorios del inicio— se desató una virulenta campaña periodÃstica desde la revista de música clásica Ritmo, dirigida por el jesuita Nemesio Otaño, para desprestigiar el jazz. En un artÃculo titulado La música en las emisoras de radio, Otaño se refiere al jazz en estos términos:
«El jazz moderno y sus derivados supone una preferencia abusiva, no justificada ni a tÃtulo de agradable pasatiempo, ni de moda imperante, ni siquiera bajo pretexto de peticiones de unos cuantos oyentes, por más que renieguen del arte y se empeñen en aprender a ‘hacer el indio’ al compás de estas exóticas danzas de negros, producto de las selvas americanas».
El 12 de septiembre de 1941, en un artÃculo de ABC, el cineasta Francisco Casares propone «fomentar la españolización en todos los órdenes» y describe las «orquestas del antipático jazz» como «una cacharrerÃa insoportable». Curiosamente en ABC, unos meses antes, en mayo, un artÃculo anónimo titulado Respeto dice: «el jazz no siempre es ruido. El tópico se diluye, a veces, en la gracia y el dinamismo de una música de buen compás, saltarina y alegre». No cuesta entender por qué es un artÃculo sin firma…
Los órganos franquistas se apresuraron para combatir el jazz desde las altas instancias. El Sindicato Nacional del Espectáculo prohibió interpretar adaptaciones de obras clásicas en lenguaje de jazz. Un organismo de mayor rango en la Falange, la VicesecretarÃa de Educación Popular, que se hacÃa cargo de la prensa, espectáculos y la censura del régimen, declaró el jazz como un pernicioso enemigo a combatir.
Por si no fuera suficiente, el 25 de junio de 1943 la Delegación Nacional de Propaganda enviaba a todas las emisoras del paÃs esta explÃcita ordenanza bajo el tÃtulo Porque combatimos la música negra (sic) que prohibÃa radiar el jazz, veto que estuvo vigente durante diez años. La circular da argumentos tan potentes como «lo que queremos desterrar es la ola de jazz arbitraria, antimusical y pudiéramos decir antihumana, con que América del Norte ha invadido Europa». El párrafo final no tiene desperdicio:
«España es un pueblo eminentemente musical, enérgico y limpio en sus sentimientos colectivos y no ha de dejarse ganar, ni transitoriamente, por la desconcertada algarabÃa de un ‘jazz’ sin justificación artÃstica alguna, ni tampoco por el insinuante reptar de unas melodÃas que en su ondulante dejadez parecen no tener otra finalidad que la de remover ocultos pozos del subcociente, secos en nosotros, gracias a Dios, por el luminoso Sol meridional y latino, que, para la eternidad cristiana, ha forjado a la luz y al fuego , nuestra alma». Transcripción literal, con faltas ortográficas y todo, sacada de aquÃ.
En definitiva, por si no hubiera quedado del todo claro, para el régimen, el jazz era una «música primitiva, inmoral, salvaje y afeminada, cantada y bailada en torno a la hoguera por gentes con el pelo crespo y los labios rojos sobre una máscara muy negra».
La locura por el hot
Hay algo, sin embargo, con lo que las autoridades franquistas no contaron: el jazz ya se habÃa adueñado del gusto popular y eso era muy difÃcil de erradicar. En sus diversas formas, el jazz se convirtió en una de las principales músicas de baile y entretenimiento. Además, desde su llegada a España en los años 20, escuchar jazz se veÃa como un sÃmbolo de libertad y modernidad, por lo que, también existÃa un factor militante de lucha contra el régimen.
A pesar de la persecución obsesiva y las prohibiciones, «el jazz no solo sobrevivió sino que amplió sus adeptos a lo largo de la primera mitad de los años cuarenta», explica Iván Iglesias en su artÃculo (Re)Construyendo la identidad musical española. El jazz aglutinaba multitud de estilos y bailes que formaron parte del repertorio habitual de orquestas y al mismo tiempo se fundÃa con otros géneros como la zarzuela, el tango o la música cubana. En ese contexto, la denominación hot otorgaba mayor autenticidad y se referÃa al jazz de procedencia negra. La locura por el jazz-hot se desató por todo el paÃs y dio muestra del enorme carácter popular que tenÃa el estilo en la época. La distinción social y el valor artÃstico vendrÃan más adelante.
Cine y sesiones matinales
En julio de 1941 la revista Destino publica: «No hay en Europa, en la hora actual, otra ciudad donde los conciertos de las orquesta locales de jazz puedan llenar semanalmente tantas salas». Se referÃa a Barcelona, uno de los principales focos del jazz en España.
La capital catalana, tras el parón de la Guerra Civil, fue recuperando progresivamente su intensa vida nocturna y experimentó una suerte de exaltación jazzÃstica. Muchas orquestas y agrupaciones de jazz retoman su actividad. Por ejemplo, la afamada Demon’s Jazz actúa en marzo de 1939 en el cine Urquinaona y el Teatro Olympia. Se reanudan a su vez las actividades del Hot Club de Barcelona, cuyo objetivo era ensalzar las fulgurantes figuras del jazz negro. HabÃa tal fiebre por el jazz que en 1940 se empezaron a organizar sesiones matinales de jazz-hot en el cine Coliseum, en el Teatro Urquinaona o en el Palacio Gran Price, que contaban con una numerosa y entusiasta afluencia de público.Â
«Entre los hotfans que asistÃan a estos conciertos predominaba un público joven y de clase media, formado por una minorÃa cercana a la derecha conservadora y un sector mayoritario, de carácter más progresista y talante más cosmopolita que simpatizaba con la causa aliada en la guerra europea», señala Jordi Pujol Baulenas en su libro.
Madrid no se queda atrás en reactivar sus noches, los night-clubs y las boîtes se llenan de diplomáticos, militares y golferÃo vario al tiempo que florece el negocio del extraperlo. «El jazz recobró su pulso gracias a los Festivales ArtÃsticos del Circo Price», indica José MarÃa GarcÃa MartÃnez. Asimismo se celebran festivales de jazz matutinos y vespertinos en teatros y cines como el Capitol, el Proyecciones o el Coliseum. La revista Ritmo y MelodÃa patrocina las primeras jam-session de la capital en la boîte Castelló. Muchas publicaciones del momento recogen la notable presencia del jazz en el ocio popular de los madrileños.
Sin embargo, la escena jazzÃstica no se concentra únicamente en las dos principales ciudades del paÃs. Núcleos costeros y vacacionales también aportarán su granito de arena. En julio de 1941 Valencia acoge un ‘Concurso de Orquestas de Jazz-Hot’. San Sebastián, por su parte, dado su cercanÃa con la frontera, adelanta muchas de las modas jazzÃsticas que llegan de Europa, principalmente Francia, y las introduce en el paÃs.
El jazz y el cine también se retroalimentan y viven una especie de romance. Cineastas como Ignacio F. Inquino, gran aficionado al género, incluye en sus pelÃculas inspiradas en Hollywood, elementos y músicas tomadas del jazz. Franciso Gilabert retrata importantes orquestas de la época en MelodÃas prohibidas de 1942 y rueda un año antes cortometrajes de culto como Ritmo en las ondas y Música muchachos —protagonizado por Rina Celi— que lamentablemente se han perdido. En todas estas obras, la música corre a cargo de Juan Durán Alemany, uno de los compositores que más hizo por difundir el jazz en el cine.
En un fenómeno similar a otros paÃses, el jazz en los años 40 evoluciona hacia «un interés cada ver mayor por los vocalistas, que se fueron convirtiendo en los principales reclamos de las orquestas, una progresiva dulcificación de los repertorios y una decantación del jazz más puro hacia el pequeño formato», según Jorge GarcÃa, en El trazo del jazz en España.
Entre los trÃos vocales femeninos a imitación de las Andrews Sisters, crooners y grupos con cantantes masculinos destacó el enigmático mallorquÃn Pedro Bonet, más conocido como Bonet de San Pedro, virtuoso de la guitarra, el clarinete y el vibráfono y eventual vocalista de uno de los grandes éxitos del jazz de la época, la inclasificable Raska-yú, interpretado por Los Siete de Palma.
Actitud cambiante
Viendo la aceptación popular que tenÃa el jazz en España no sorprende pues que los máximos órganos franquistas adoptaran esa actitud tibia e incoherente. Por ello, se toleró o prohibió «por razones más circunstanciales que doctrinales», incide Jorge GarcÃa. «Más allá de la inevitable retórica, después de una contienda muy traumática, al régimen le interesaba que los españoles se divirtieran y olvidaran», añade. Además, la sección de la Falange más cercana al espectáculo admitÃa discretamente las manifestaciones jazzÃsticas e incluso la promovÃa.Â
A principios de 1940 Franco constituye la mencionada Obra Sindical Educación y Descanso, como parte de la Confederación Nacional de Sindicatos, con el objetivo de encauzar el ocio obrero en las principales ciudades industriales. Es este organismo quien diseña el festival Jazz Hot de Barcelona de 1941, a beneficio de los damnificados por unos incendios en Santander, que comentábamos al principio. La Confederación también está detrás del citado homenaje a la gloriosa División Azul del Circo Price de Madrid. El franquismo era consciente del poder de convocatoria de la música jazz y lo utilizó en su beneficio.
Pero quizá la mayor paradoja la encontremos en la pelÃcula Raza, emblema propagandÃstico del régimen, con guion realizado por el mismÃsimo Franco. En la banda sonora se aprecia la utilización de una gran orquesta dividida por secciones, con melodÃas cantables y sincopadas, efectos de pregunta-respuesta y ritmo bailable. Según Ivan Iglesias, la combinación de estos elementos deja claro que se trata de una mezcla entre jazz sinfónico y swing. ¿Puede haber algo más contradictorio que hallar caracterÃsticas del jazz en la música de la pelÃcula que define la ideologÃa falangista?
En 1945 concluye la Segunda Guerra Mundial con la victoria de los aliados. El régimen de Franco progresivamente se va distanciando de las tesis fascistas y se presenta como un neutralista imparcial que ha librado a España de los horrores de la guerra y al mismo tiempo como un gran aliado en Occidente para luchar contra el comunismo. La estrategia de supervivencia en el nuevo contexto internacional le lleva a promover una campaña cultural pro Estados Unidos. En la prensa del régimen comienzan a leerse elogios y referencias positivas al jazz, incluso de revistas musicales (véase Ritmo) que no hace mucho lo habÃan desprestigiado. Se pasa de la música negroide, salvaje y primitiva a la «música de los negritos». Se inicia una nueva etapa en la que el jazz servirá como mediador entre el franquismo y los nuevos amigos norteamericanos. ¿Escuchaba Franco jazz en la intimidad?
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Fuentes:
– ArtÃculo (Re)Construyendo la identidad musical española, Iván Iglesias, Universidad de Valladolid. Historial Actual Online, número 23, otoño de 2010.
– El trazo del jazz en España. Jorge GarcÃa, comisario de la exposición El Ruido Alegre sobre la historia del jazz en España. BNE. 2013.
– Jazz en Barcelona 1920-1965, Jordi Pujol Baulenas. Almendra Music. 2005.
– Del fox-trot al jazz flamenco. El jazz en España 1919-1996. José MarÃa GarcÃa MartÃnez. Alianza Editorial. 1996.
– Hemerotecas digitales de ABC y La Vanguardia.
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El 28 de febrero de 1941 La Vanguardia Española —asà se denominaba entonces— anuncia en Barcelona «un magno festival de Jazz Hot» organizado por la Obra Sindical ‘Educación y Descanso’ donde forman parte, entre otros, el Quinteto Hot Club de Barcelona y la cantante Rina Celi. El evento tuvo lugar en el Palacio del Jazz, antiguo Circo Olimpia, y asistieron máximas autoridades franquistas como Gobernador Civil, el delegado de Educación además de «una numerosa concurrencia que aplaudió largamente».
Unos meses más tarde del mismo año, el 26 de noviembre, el diario ABC, en un artÃculo titulado El homenaje de toda España a la Gloriosa División Azul se hace eco del «gran festival artÃstico de esta noche en el Price», iniciativa del departamento de Prensa y Propaganda de la Delegación Nacional de Sindicatos, «a beneficio del aguinaldo para la gloriosa División Azul». En este «grandioso programa» del Circo Price madrileño actuaron emblemas nacionales como Estrellita Castro, Imperio Argentina, Conchita Piquer y de nuevo Rina Celi, anunciada como «la primera actuación en España de esta extraordinaria vocalista de Jazz, que adelanta su debut a fin de contribuir al homenaje a los gloriosos voluntarios españoles».
La artista catalana Rina Celi era todo un fenómeno de masas entonces. Descrita como «la cantante hot por antonomasia» o «la primera cantante moderna del paÃs» fue también la primera en utilizar el micrófono en escena. «Dotada de un fÃsico aéreo y estilizado, su estilo carente de afectación la convirtió en un Ãdolo para los adolescentes barceloneses», escribe José MarÃa GarcÃa MartÃnez en Del fox-trot al jazz flamenco. El jazz en España 1919-1996, único libro generalista publicado hasta la fecha sobre la historia del jazz ibérico. Llama la atención un detalle: ¿qué hacÃa la prensa del régimen echando flores a una cantante de jazz, música con la que, en teorÃa, estaba en contra?
El caso de Rina Celi es paradigmático, pero hubo más. En plena fase fascista del régimen de Franco y en medio de una campaña mediática contra las manifestaciones artÃsticas extranjeras, hemos comprobado cómo dos de los principales periódicos del paÃs difunden sin tapujos actuaciones de jazz, esa música negroide yanqui supuestamente contraria a los valores de la patria, en eventos promovidos además por las más altas esferas franquistas. El culmen de lo esperpéntico es una orquesta de músicos de jazz recaudando fondos para sufragar la «gloriosa División Azul», unidad militar que lucha junto a los nazis para acabar con el enemigo comunista. ¿Qué está pasando?
Aparentemente, franquismo y jazz pueden parecer, en esencia, dos términos contrapuestos y antagónicos (lo español frente a lo extranjero, lo puro frente a la mezcolanza, lo estético frente lo aberrante), sin ningún punto común más que el odio del primero hacia el segundo. Pero, como veremos, las fronteras no están tan claras y la actitud de Franco hacia el jazz es, cuanto menos, contradictoria y, en ocasiones, hasta benévola.
La cultura como propagandaÂ
Al acabar la Guerra Civil, con la instauración de la dictadura de Franco, se produce en España una brutal represión hacia las libertades individuales en un afán por controlar todos los aspectos de la vida social. En ese sentido, comienza un proceso de aculturización en el que las instituciones de enseñanza y propaganda franquistas realizan una estricta vigilancia de todos los discursos y formas culturales para evitar cualquier tipo de subversión. La férrea censura hará el resto. A partir de ese momento, la cultura, por lo tanto la música, serán herramientas del régimen para encauzar la opinión pública y construir la nueva identidad nacional fundamentada en tres pilares básicos: tradición, nacionalismo y catolicismo. No parece que el jazz fuera útil para reforzar alguno de esos aspectos.
Y eso que durante la contienda se vivió un aumento «cuantitativamente considerable de aficionados al jazz en las grandes ciudades», según el investigador Iván Iglesias en (Re)Construyendo la identidad musical española. Aun asÃ, el jazz tenÃa detractores tanto en el bando republicano como en el nacional. «No era una música polÃticamente bien vista ni por los vencidos, que la consideraban capitalista, ni por los vencedores, que habÃan iniciado una feroz campaña xenófoba contra todo lo que pudiera extranjerizar nuestras costumbres», apunta Jordi Pujol Baulenas en su libro Jazz en Barcelona 1920-1965. Esa campaña xenófoba de los vencedores estuvo fuertemente influenciada por las potencias del eje, en especial Alemania.
La relación de los nazis con el jazz fue desde el primer momento contundente. Para Hitler era una música degenerada que habÃa que erradicar. En 1935, el ministro de Propaganda nazi, Joseph Goebbels, prohibió la radiodifusión de la música judeo-negroide del capitalismo americano. En 1938, la Leyes Raciales de Mussolini hicieron lo propio en Italia. Las potencias fascistas no querÃan que su pulcra juventud se pervirtiera con los decadentes ritmos del jazz americano. HabÃa que controlar las expresiones culturales para someter a la población. El franquismo no fue muy original en ese aspecto.
Cruzada contra el jazz
En los primeros años de la dictadura de Franco, abiertamente germanófilos, se llevó a cabo una etapa de autarquÃa artÃstica donde uno de los mayores peligros era la extranjerización. El folklore servÃa para enfatizar la idiosincrasia étnica española y, desde el punto de vista polÃtico, lograr uno de los objetivos del franquismo: la unidad del paÃs. Se impulsó, por ello, una cruzada contra la cultura norteamericana, en especial cine y música, siendo el jazz uno de sus máximos exponentes. La música negra de Estados Unidos se definÃa como la antÃtesis de la música española. En 1941 —mismo año de los artÃculos laudatorios del inicio— se desató una virulenta campaña periodÃstica desde la revista de música clásica Ritmo, dirigida por el jesuita Nemesio Otaño, para desprestigiar el jazz. En un artÃculo titulado La música en las emisoras de radio, Otaño se refiere al jazz en estos términos:
«El jazz moderno y sus derivados supone una preferencia abusiva, no justificada ni a tÃtulo de agradable pasatiempo, ni de moda imperante, ni siquiera bajo pretexto de peticiones de unos cuantos oyentes, por más que renieguen del arte y se empeñen en aprender a ‘hacer el indio’ al compás de estas exóticas danzas de negros, producto de las selvas americanas».
El 12 de septiembre de 1941, en un artÃculo de ABC, el cineasta Francisco Casares propone «fomentar la españolización en todos los órdenes» y describe las «orquestas del antipático jazz» como «una cacharrerÃa insoportable». Curiosamente en ABC, unos meses antes, en mayo, un artÃculo anónimo titulado Respeto dice: «el jazz no siempre es ruido. El tópico se diluye, a veces, en la gracia y el dinamismo de una música de buen compás, saltarina y alegre». No cuesta entender por qué es un artÃculo sin firma…
Los órganos franquistas se apresuraron para combatir el jazz desde las altas instancias. El Sindicato Nacional del Espectáculo prohibió interpretar adaptaciones de obras clásicas en lenguaje de jazz. Un organismo de mayor rango en la Falange, la VicesecretarÃa de Educación Popular, que se hacÃa cargo de la prensa, espectáculos y la censura del régimen, declaró el jazz como un pernicioso enemigo a combatir.
Por si no fuera suficiente, el 25 de junio de 1943 la Delegación Nacional de Propaganda enviaba a todas las emisoras del paÃs esta explÃcita ordenanza bajo el tÃtulo Porque combatimos la música negra (sic) que prohibÃa radiar el jazz, veto que estuvo vigente durante diez años. La circular da argumentos tan potentes como «lo que queremos desterrar es la ola de jazz arbitraria, antimusical y pudiéramos decir antihumana, con que América del Norte ha invadido Europa». El párrafo final no tiene desperdicio:
«España es un pueblo eminentemente musical, enérgico y limpio en sus sentimientos colectivos y no ha de dejarse ganar, ni transitoriamente, por la desconcertada algarabÃa de un ‘jazz’ sin justificación artÃstica alguna, ni tampoco por el insinuante reptar de unas melodÃas que en su ondulante dejadez parecen no tener otra finalidad que la de remover ocultos pozos del subcociente, secos en nosotros, gracias a Dios, por el luminoso Sol meridional y latino, que, para la eternidad cristiana, ha forjado a la luz y al fuego , nuestra alma». Transcripción literal, con faltas ortográficas y todo, sacada de aquÃ.
En definitiva, por si no hubiera quedado del todo claro, para el régimen, el jazz era una «música primitiva, inmoral, salvaje y afeminada, cantada y bailada en torno a la hoguera por gentes con el pelo crespo y los labios rojos sobre una máscara muy negra».
La locura por el hot
Hay algo, sin embargo, con lo que las autoridades franquistas no contaron: el jazz ya se habÃa adueñado del gusto popular y eso era muy difÃcil de erradicar. En sus diversas formas, el jazz se convirtió en una de las principales músicas de baile y entretenimiento. Además, desde su llegada a España en los años 20, escuchar jazz se veÃa como un sÃmbolo de libertad y modernidad, por lo que, también existÃa un factor militante de lucha contra el régimen.
A pesar de la persecución obsesiva y las prohibiciones, «el jazz no solo sobrevivió sino que amplió sus adeptos a lo largo de la primera mitad de los años cuarenta», explica Iván Iglesias en su artÃculo (Re)Construyendo la identidad musical española. El jazz aglutinaba multitud de estilos y bailes que formaron parte del repertorio habitual de orquestas y al mismo tiempo se fundÃa con otros géneros como la zarzuela, el tango o la música cubana. En ese contexto, la denominación hot otorgaba mayor autenticidad y se referÃa al jazz de procedencia negra. La locura por el jazz-hot se desató por todo el paÃs y dio muestra del enorme carácter popular que tenÃa el estilo en la época. La distinción social y el valor artÃstico vendrÃan más adelante.
Cine y sesiones matinales
En julio de 1941 la revista Destino publica: «No hay en Europa, en la hora actual, otra ciudad donde los conciertos de las orquesta locales de jazz puedan llenar semanalmente tantas salas». Se referÃa a Barcelona, uno de los principales focos del jazz en España.
La capital catalana, tras el parón de la Guerra Civil, fue recuperando progresivamente su intensa vida nocturna y experimentó una suerte de exaltación jazzÃstica. Muchas orquestas y agrupaciones de jazz retoman su actividad. Por ejemplo, la afamada Demon’s Jazz actúa en marzo de 1939 en el cine Urquinaona y el Teatro Olympia. Se reanudan a su vez las actividades del Hot Club de Barcelona, cuyo objetivo era ensalzar las fulgurantes figuras del jazz negro. HabÃa tal fiebre por el jazz que en 1940 se empezaron a organizar sesiones matinales de jazz-hot en el cine Coliseum, en el Teatro Urquinaona o en el Palacio Gran Price, que contaban con una numerosa y entusiasta afluencia de público.Â
«Entre los hotfans que asistÃan a estos conciertos predominaba un público joven y de clase media, formado por una minorÃa cercana a la derecha conservadora y un sector mayoritario, de carácter más progresista y talante más cosmopolita que simpatizaba con la causa aliada en la guerra europea», señala Jordi Pujol Baulenas en su libro.
Madrid no se queda atrás en reactivar sus noches, los night-clubs y las boîtes se llenan de diplomáticos, militares y golferÃo vario al tiempo que florece el negocio del extraperlo. «El jazz recobró su pulso gracias a los Festivales ArtÃsticos del Circo Price», indica José MarÃa GarcÃa MartÃnez. Asimismo se celebran festivales de jazz matutinos y vespertinos en teatros y cines como el Capitol, el Proyecciones o el Coliseum. La revista Ritmo y MelodÃa patrocina las primeras jam-session de la capital en la boîte Castelló. Muchas publicaciones del momento recogen la notable presencia del jazz en el ocio popular de los madrileños.
Sin embargo, la escena jazzÃstica no se concentra únicamente en las dos principales ciudades del paÃs. Núcleos costeros y vacacionales también aportarán su granito de arena. En julio de 1941 Valencia acoge un ‘Concurso de Orquestas de Jazz-Hot’. San Sebastián, por su parte, dado su cercanÃa con la frontera, adelanta muchas de las modas jazzÃsticas que llegan de Europa, principalmente Francia, y las introduce en el paÃs.
El jazz y el cine también se retroalimentan y viven una especie de romance. Cineastas como Ignacio F. Inquino, gran aficionado al género, incluye en sus pelÃculas inspiradas en Hollywood, elementos y músicas tomadas del jazz. Franciso Gilabert retrata importantes orquestas de la época en MelodÃas prohibidas de 1942 y rueda un año antes cortometrajes de culto como Ritmo en las ondas y Música muchachos —protagonizado por Rina Celi— que lamentablemente se han perdido. En todas estas obras, la música corre a cargo de Juan Durán Alemany, uno de los compositores que más hizo por difundir el jazz en el cine.
En un fenómeno similar a otros paÃses, el jazz en los años 40 evoluciona hacia «un interés cada ver mayor por los vocalistas, que se fueron convirtiendo en los principales reclamos de las orquestas, una progresiva dulcificación de los repertorios y una decantación del jazz más puro hacia el pequeño formato», según Jorge GarcÃa, en El trazo del jazz en España.
Entre los trÃos vocales femeninos a imitación de las Andrews Sisters, crooners y grupos con cantantes masculinos destacó el enigmático mallorquÃn Pedro Bonet, más conocido como Bonet de San Pedro, virtuoso de la guitarra, el clarinete y el vibráfono y eventual vocalista de uno de los grandes éxitos del jazz de la época, la inclasificable Raska-yú, interpretado por Los Siete de Palma.
Actitud cambiante
Viendo la aceptación popular que tenÃa el jazz en España no sorprende pues que los máximos órganos franquistas adoptaran esa actitud tibia e incoherente. Por ello, se toleró o prohibió «por razones más circunstanciales que doctrinales», incide Jorge GarcÃa. «Más allá de la inevitable retórica, después de una contienda muy traumática, al régimen le interesaba que los españoles se divirtieran y olvidaran», añade. Además, la sección de la Falange más cercana al espectáculo admitÃa discretamente las manifestaciones jazzÃsticas e incluso la promovÃa.Â
A principios de 1940 Franco constituye la mencionada Obra Sindical Educación y Descanso, como parte de la Confederación Nacional de Sindicatos, con el objetivo de encauzar el ocio obrero en las principales ciudades industriales. Es este organismo quien diseña el festival Jazz Hot de Barcelona de 1941, a beneficio de los damnificados por unos incendios en Santander, que comentábamos al principio. La Confederación también está detrás del citado homenaje a la gloriosa División Azul del Circo Price de Madrid. El franquismo era consciente del poder de convocatoria de la música jazz y lo utilizó en su beneficio.
Pero quizá la mayor paradoja la encontremos en la pelÃcula Raza, emblema propagandÃstico del régimen, con guion realizado por el mismÃsimo Franco. En la banda sonora se aprecia la utilización de una gran orquesta dividida por secciones, con melodÃas cantables y sincopadas, efectos de pregunta-respuesta y ritmo bailable. Según Ivan Iglesias, la combinación de estos elementos deja claro que se trata de una mezcla entre jazz sinfónico y swing. ¿Puede haber algo más contradictorio que hallar caracterÃsticas del jazz en la música de la pelÃcula que define la ideologÃa falangista?
En 1945 concluye la Segunda Guerra Mundial con la victoria de los aliados. El régimen de Franco progresivamente se va distanciando de las tesis fascistas y se presenta como un neutralista imparcial que ha librado a España de los horrores de la guerra y al mismo tiempo como un gran aliado en Occidente para luchar contra el comunismo. La estrategia de supervivencia en el nuevo contexto internacional le lleva a promover una campaña cultural pro Estados Unidos. En la prensa del régimen comienzan a leerse elogios y referencias positivas al jazz, incluso de revistas musicales (véase Ritmo) que no hace mucho lo habÃan desprestigiado. Se pasa de la música negroide, salvaje y primitiva a la «música de los negritos». Se inicia una nueva etapa en la que el jazz servirá como mediador entre el franquismo y los nuevos amigos norteamericanos. ¿Escuchaba Franco jazz en la intimidad?
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Fuentes:
– ArtÃculo (Re)Construyendo la identidad musical española, Iván Iglesias, Universidad de Valladolid. Historial Actual Online, número 23, otoño de 2010.
– El trazo del jazz en España. Jorge GarcÃa, comisario de la exposición El Ruido Alegre sobre la historia del jazz en España. BNE. 2013.
– Jazz en Barcelona 1920-1965, Jordi Pujol Baulenas. Almendra Music. 2005.
– Del fox-trot al jazz flamenco. El jazz en España 1919-1996. José MarÃa GarcÃa MartÃnez. Alianza Editorial. 1996.
– Hemerotecas digitales de ABC y La Vanguardia.
Excelente y completo artÃculo.
Un saludo
A ver si va a ser que el franquismo no es más que un monstruo mitológico engrandecido falsamente. Una puta mentira, querido amigo. Sé que esto no lo vas a publicar, pero Franco libró a España de la Unión Soviética, esa colección de paises que estuvieron comiéndose los mocos hasta la caÃda del comunismo.
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