3 de julio 2012    /   BUSINESS
por
 

El mejor pimiento del mundo

3 de julio 2012    /   BUSINESS     por          
CompƔrtelo twitter facebook whatsapp
thumb image

Febrero de 2012. Angello se presenta en la Fruitlogística de Berlín, la feria de frutas y hortalizas en fresco mÔs importante del mundo. Lo han colocado en una bandeja junto a una fondue de chocolate. El caso es que no es ni fresa, ni cereza, ni nada que en principio imaginemos bañado en cacao. Angello es un pimiento que se acaba de llevar el premio al mejor producto de la muestra, lo que lo convierte en campeón mundial.

Una nueva variedad con 12 grados brix, el doble de dulce que un pimiento normal, incluso mĆ”s que algunos melones. Desarrollado por la multinacional Syngenta y cultivado en exclusiva en Europa por una empresa almeriense, Clisol Agro, en su finca de El Ejido. Imaginemos a Angello, menudo (entre siete y 10 centĆ­metros), de rojo brillante y textura jugosa y crujiente, listo para comĆ©rselo crudo en un par de bocados, ofreciendo una rueda de prensa tras su triunfo. ā€œĀæCómo empezó todo, crack?ā€, le preguntarĆ” un periodista.

Todo empezó en un invernadero del Poniente de AlmerĆ­a al que la brisa llega salada; el mar estĆ” muy cerca. Hileras de angellos ya maduros destacan entre el verde vivo de la mata. Pronto serĆ”n exquisiteces gracias, entre otros muchos factores, a que de las paredes cuelgan telas de araƱa, y a que no se ven hormigas. ā€œEjem, Āæperdón? Me he perdidoā€, podrĆ­a objetar alguien. Pues sĆ­. Si hay araƱas es porque aquĆ­ las plagas no se tratan con insecticidas, con veneno, sino con trampas naturales y otros insectos que se las comen.

Es la fauna auxiliar, base de la llamada lucha integrada –organismos de control biológico desarrollados en biofĆ”bricas que se combinan con productos fitosanitarios mĆ”s selectivos y de menor impacto ambiental–, que ha convertido este cultivo bajo plĆ”stico en una autĆ©ntica selva, tan microscópica como salvaje. Y si no hay hormigas, el pulgón, un goloso al que le gusta demasiado la savia, no se puede defender. ExpliquĆ©moslo. La avispa, la buena de esta pelĆ­cula, inyecta un huevo que se come por dentro al pulgón hasta que la larva eclosiona de su cadĆ”ver momificado. Las hormigas patalean alrededor del pulgón para evitar que sea parasitado: les interesa que siga vivo porque se alimentan de la melaza que excreta. Si no se rompe esta simbiosis, el depredador no podrĆ” cumplir su función.

Y para romperla, hay que saber que existe; conocer cómo funcionan los ciclos naturales; anticipar la llegada de una determinada plaga atendiendo al calor o a lo que haya llovido ese año; sincronizar la suelta de tropas para que sean mÔs eficaces. La agricultora Lola Gómez Ferrón, artífice del éxito, va de hoja en hoja dando gritos de alegría cuando ve a alguno de sus bichos amigos. Arañas diminutas, chinches, mariquitas que se lanzan como leonas a por el trip, la oruga, el pulgón, la mosca blanca.

Todas tienen larguĆ­simos nombres en latĆ­n que ella recita con desparpajo de entomóloga. Es imposible no salir de este invernadero, y de una charla con Lola, puro nervio, con el cuento cambiado. Las araƱas no son malas y las mariposas de alas brillantes, tan bonitas, son unas pĆ©rfidas que destrozan los frutos. ā€œMe da una rabia cuando entra alguien, ve una araƱa y empieza a gritar Ā”MĆ”tala! Ā”MĆ”tala!… Desde niƱos nos enseƱan a ir en contra de la naturaleza, y es un errorā€.

El comentario puede resultar chocante dentro de un invernadero, que parece mÔs industria que agricultura, automatizado, controlado por ordenador, y sin tierra: se trata de cultivo hidropónico de fibra de coco, reciclada de la industria del automóvil (se utiliza para fabricar los salpicaderos de los coches).

Nutrientes y posibles tratamientos circulan por un circuito cerrado, de manera que el agua no se pierde, se reutiliza, y no se contaminan los acuĆ­feros. ā€œToda esta tecnologĆ­a sirve para ser mĆ”s respetuosos con nuestro entorno, para ir a favor de la naturaleza, que es la Ćŗnica maneraā€, insiste Lola. Ella y su marido, Fernando, han convertido sus cultivos en ecosistemas equilibrados y con todo medido para lograr, mĆ”s que nada, calidad. Agua, sol, temperatura, salinidad, ph, alimento, flora, fauna. Declaran su vocación ecológica… Aunque sus cultivos no pueden catalogarse como biológicos porque son hidropónicos (cosa que el sello ā€˜bio’ no permite). Se encuadran en el marco de la lucha integrada, que permite el uso de determinados productos quĆ­micos.

Syngenta sabĆ­a a quiĆ©n acudir en el verano de 2011, cuando tuvo a punto su Angello, sin pepita gracias a procesos de hibridación (no es transgĆ©nico). Se lo dio a cultivar a ellos y a unos agricultores de Israel. A nadie mĆ”s. Su primera cosecha salió en noviembre, y desde entonces, los almerienses habrĆ”n producido unos 7.000 kilos en 2.500 metros. ā€œRequiere mimos. Por ejemplo, no se puede recolectar con tijera, ha de ser a manoā€, explican.

Actualmente tienen dos invernaderos dedicados a este producto, de 5.000 metros y de una hectÔrea, respectivamente. Todo se vende, íntegro, a la cadena britÔnica Marks&Spencer, en bandejas de 100 gramos que cuestan 2,4 euros. Veinticuatro euros el kilo. La idea es ir ampliando mercado con otros supermercados y en otros países. Con el triunfo de Berlín como espaldarazo, resultarÔ aún mÔs fÔcil.

Fotos: Colo

Este artĆ­culo fue publicado en el nĆŗmero de Julio/Agosto de Yorokobu.

Febrero de 2012. Angello se presenta en la Fruitlogística de Berlín, la feria de frutas y hortalizas en fresco mÔs importante del mundo. Lo han colocado en una bandeja junto a una fondue de chocolate. El caso es que no es ni fresa, ni cereza, ni nada que en principio imaginemos bañado en cacao. Angello es un pimiento que se acaba de llevar el premio al mejor producto de la muestra, lo que lo convierte en campeón mundial.

Una nueva variedad con 12 grados brix, el doble de dulce que un pimiento normal, incluso mĆ”s que algunos melones. Desarrollado por la multinacional Syngenta y cultivado en exclusiva en Europa por una empresa almeriense, Clisol Agro, en su finca de El Ejido. Imaginemos a Angello, menudo (entre siete y 10 centĆ­metros), de rojo brillante y textura jugosa y crujiente, listo para comĆ©rselo crudo en un par de bocados, ofreciendo una rueda de prensa tras su triunfo. ā€œĀæCómo empezó todo, crack?ā€, le preguntarĆ” un periodista.

Todo empezó en un invernadero del Poniente de AlmerĆ­a al que la brisa llega salada; el mar estĆ” muy cerca. Hileras de angellos ya maduros destacan entre el verde vivo de la mata. Pronto serĆ”n exquisiteces gracias, entre otros muchos factores, a que de las paredes cuelgan telas de araƱa, y a que no se ven hormigas. ā€œEjem, Āæperdón? Me he perdidoā€, podrĆ­a objetar alguien. Pues sĆ­. Si hay araƱas es porque aquĆ­ las plagas no se tratan con insecticidas, con veneno, sino con trampas naturales y otros insectos que se las comen.

Es la fauna auxiliar, base de la llamada lucha integrada –organismos de control biológico desarrollados en biofĆ”bricas que se combinan con productos fitosanitarios mĆ”s selectivos y de menor impacto ambiental–, que ha convertido este cultivo bajo plĆ”stico en una autĆ©ntica selva, tan microscópica como salvaje. Y si no hay hormigas, el pulgón, un goloso al que le gusta demasiado la savia, no se puede defender. ExpliquĆ©moslo. La avispa, la buena de esta pelĆ­cula, inyecta un huevo que se come por dentro al pulgón hasta que la larva eclosiona de su cadĆ”ver momificado. Las hormigas patalean alrededor del pulgón para evitar que sea parasitado: les interesa que siga vivo porque se alimentan de la melaza que excreta. Si no se rompe esta simbiosis, el depredador no podrĆ” cumplir su función.

Y para romperla, hay que saber que existe; conocer cómo funcionan los ciclos naturales; anticipar la llegada de una determinada plaga atendiendo al calor o a lo que haya llovido ese año; sincronizar la suelta de tropas para que sean mÔs eficaces. La agricultora Lola Gómez Ferrón, artífice del éxito, va de hoja en hoja dando gritos de alegría cuando ve a alguno de sus bichos amigos. Arañas diminutas, chinches, mariquitas que se lanzan como leonas a por el trip, la oruga, el pulgón, la mosca blanca.

Todas tienen larguĆ­simos nombres en latĆ­n que ella recita con desparpajo de entomóloga. Es imposible no salir de este invernadero, y de una charla con Lola, puro nervio, con el cuento cambiado. Las araƱas no son malas y las mariposas de alas brillantes, tan bonitas, son unas pĆ©rfidas que destrozan los frutos. ā€œMe da una rabia cuando entra alguien, ve una araƱa y empieza a gritar Ā”MĆ”tala! Ā”MĆ”tala!… Desde niƱos nos enseƱan a ir en contra de la naturaleza, y es un errorā€.

El comentario puede resultar chocante dentro de un invernadero, que parece mÔs industria que agricultura, automatizado, controlado por ordenador, y sin tierra: se trata de cultivo hidropónico de fibra de coco, reciclada de la industria del automóvil (se utiliza para fabricar los salpicaderos de los coches).

Nutrientes y posibles tratamientos circulan por un circuito cerrado, de manera que el agua no se pierde, se reutiliza, y no se contaminan los acuĆ­feros. ā€œToda esta tecnologĆ­a sirve para ser mĆ”s respetuosos con nuestro entorno, para ir a favor de la naturaleza, que es la Ćŗnica maneraā€, insiste Lola. Ella y su marido, Fernando, han convertido sus cultivos en ecosistemas equilibrados y con todo medido para lograr, mĆ”s que nada, calidad. Agua, sol, temperatura, salinidad, ph, alimento, flora, fauna. Declaran su vocación ecológica… Aunque sus cultivos no pueden catalogarse como biológicos porque son hidropónicos (cosa que el sello ā€˜bio’ no permite). Se encuadran en el marco de la lucha integrada, que permite el uso de determinados productos quĆ­micos.

Syngenta sabĆ­a a quiĆ©n acudir en el verano de 2011, cuando tuvo a punto su Angello, sin pepita gracias a procesos de hibridación (no es transgĆ©nico). Se lo dio a cultivar a ellos y a unos agricultores de Israel. A nadie mĆ”s. Su primera cosecha salió en noviembre, y desde entonces, los almerienses habrĆ”n producido unos 7.000 kilos en 2.500 metros. ā€œRequiere mimos. Por ejemplo, no se puede recolectar con tijera, ha de ser a manoā€, explican.

Actualmente tienen dos invernaderos dedicados a este producto, de 5.000 metros y de una hectÔrea, respectivamente. Todo se vende, íntegro, a la cadena britÔnica Marks&Spencer, en bandejas de 100 gramos que cuestan 2,4 euros. Veinticuatro euros el kilo. La idea es ir ampliando mercado con otros supermercados y en otros países. Con el triunfo de Berlín como espaldarazo, resultarÔ aún mÔs fÔcil.

Fotos: Colo

Este artĆ­culo fue publicado en el nĆŗmero de Julio/Agosto de Yorokobu.

CompƔrtelo twitter facebook whatsapp
El sabor del fracaso en Silicon Valley
Por qué el centenario de la Revolución de octubre aquí cae en noviembre
Fútbol: el dinero acerca el éxito, pero no siempre lo consigue (datos)
La granja que hay debajo del asfalto de Spitalfields
 
Especiales
 
facebook twitter whatsapp
Opiniones 1
  • Comentarios cerrados.