Hubo un tiempo ya lejano en el que las pelĆculas y series para niƱos eran solo para niƱos. Ahora ya nos hemos acostumbrado al modelo de Los Simpson, en el que la animación pretendidamente infantil da paso a lo que en realidad son complejos debates destinados al pĆŗblico adulto.
El arranque de la cinta describe una sociedad de yetis felizmente instalada en algĆŗn rincón del Himalaya. Son criaturas felices y afables, de marcadas rutinas diarias, con un lĆder que sintetiza el poder absoluto.
Es un tipo sonriente y afable, respetado y querido por todos, pero que encarna la antĆtesis de la división de poderes. Es, a la vez, el lĆder polĆtico, el encargado de redactar las leyes y, en Ćŗltima instancia, el encargado de velar por su cumplimiento. Por si fuera poco, ejerce su liderazgo envuelto de cierta mĆstica religiosa, a la usanza de un lĆder sectario cualquiera.
Tamaño poder, sin embargo, no molesta a los demÔs. Son felices con sus rutinas diarias, siempre repetidas e irracionales. La descripción de la sociedad feliz y cantarina choca pronto con la perturbadora realidad: se aferran a sus creencias sin cuestionamiento alguno, tomando como causalidades lo que en realidad son casualidades.
Sirva el ejemplo de la profesión familiar del protagonista: deben hacer sonar un gong gigantesco para que amanezca. En realidad no saben que amanecerĆa igual sin tocar el gong porque jamĆ”s han fallado a sus obligaciones, de forma que no encuentran argumento alguno para cuestionar la validez de su procedimiento.
Todo eso salta por los aires cuando se encuentran de forma fortuita con los humanos. Como en toda cinta de este tipo que se precie, hay una especie de resistenciaĀ que descubre que todo es una gran mentira y que, aunque el GuardiĆ”n (el lĆder supremo) se ha encargado de desmentir la existencia de los humanos, ellos saben que sĆ son reales porque los han visto con sus propios ojos. La religión irracional chocando contra la razón empĆrica.
Hasta este punto la pelĆcula, mĆ”s allĆ” de la calidad de la animación y las cancioncillas tĆpicas, resulta previsible y anodina: el devenir de la pelĆcula es tan obvio que casi se vuelve incómoda la forma en la que se cuestiona, por estĆŗpido, cualquier argumento negacionista.
De esta forma, cada rutina incentivada durante años responde a una compleja maquinaria de ocultación. El objetivo de cada labor y de cada norma aparentemente arbitraria ha sido mantener a los yetis separados de los humanos.
Y no es el tĆpico objetivo polĆtico que esconde una teórica ganancia para el lĆder de turno, sino un sacrificio entendido como necesario para salvaguardar la supervivencia de su especie. El GuardiĆ”n es en realidad el depositario de un secreto āque los humanos sĆ existen, y son muy peligrososā que mantiene ignorantes a los suyos para evitar su aniquilación.
La moraleja, perversa como es, vendrĆa a indicar que es mejor la ignorancia al riesgo. O que hay secretos que es mejor no cuestionar, porque en el fondo existen por tu propio bien.
Lo que aparentaba ser una crĆtica a la religión o a la obediencia irracional de normas no cientĆficas acaba siendo una defensa encendida de la capacidad del poder para restringir la información al ciudadano. Es la asunción y normalización de que la sociedad necesita ser defendida por lĆderes conocedores de verdades superiores.
Con todo, la pelĆcula acaba en un punto intermedio: estĆ” bien cuestionar las normas si de verdad se busca un futuro mejor. Pero el mensaje de fondo es inquietante: puede que te controlen y manipulen, pero es por tu bien. A fin de cuentas, el lĆder absoluto del pueblo busca el bien comĆŗn y no el suyo propio. Al menos en esta ocasión.
Hubo un tiempo ya lejano en el que las pelĆculas y series para niƱos eran solo para niƱos. Ahora ya nos hemos acostumbrado al modelo de Los Simpson, en el que la animación pretendidamente infantil da paso a lo que en realidad son complejos debates destinados al pĆŗblico adulto.
El arranque de la cinta describe una sociedad de yetis felizmente instalada en algĆŗn rincón del Himalaya. Son criaturas felices y afables, de marcadas rutinas diarias, con un lĆder que sintetiza el poder absoluto.
Es un tipo sonriente y afable, respetado y querido por todos, pero que encarna la antĆtesis de la división de poderes. Es, a la vez, el lĆder polĆtico, el encargado de redactar las leyes y, en Ćŗltima instancia, el encargado de velar por su cumplimiento. Por si fuera poco, ejerce su liderazgo envuelto de cierta mĆstica religiosa, a la usanza de un lĆder sectario cualquiera.
Tamaño poder, sin embargo, no molesta a los demÔs. Son felices con sus rutinas diarias, siempre repetidas e irracionales. La descripción de la sociedad feliz y cantarina choca pronto con la perturbadora realidad: se aferran a sus creencias sin cuestionamiento alguno, tomando como causalidades lo que en realidad son casualidades.
Sirva el ejemplo de la profesión familiar del protagonista: deben hacer sonar un gong gigantesco para que amanezca. En realidad no saben que amanecerĆa igual sin tocar el gong porque jamĆ”s han fallado a sus obligaciones, de forma que no encuentran argumento alguno para cuestionar la validez de su procedimiento.
Todo eso salta por los aires cuando se encuentran de forma fortuita con los humanos. Como en toda cinta de este tipo que se precie, hay una especie de resistenciaĀ que descubre que todo es una gran mentira y que, aunque el GuardiĆ”n (el lĆder supremo) se ha encargado de desmentir la existencia de los humanos, ellos saben que sĆ son reales porque los han visto con sus propios ojos. La religión irracional chocando contra la razón empĆrica.
Hasta este punto la pelĆcula, mĆ”s allĆ” de la calidad de la animación y las cancioncillas tĆpicas, resulta previsible y anodina: el devenir de la pelĆcula es tan obvio que casi se vuelve incómoda la forma en la que se cuestiona, por estĆŗpido, cualquier argumento negacionista.
De esta forma, cada rutina incentivada durante años responde a una compleja maquinaria de ocultación. El objetivo de cada labor y de cada norma aparentemente arbitraria ha sido mantener a los yetis separados de los humanos.
Y no es el tĆpico objetivo polĆtico que esconde una teórica ganancia para el lĆder de turno, sino un sacrificio entendido como necesario para salvaguardar la supervivencia de su especie. El GuardiĆ”n es en realidad el depositario de un secreto āque los humanos sĆ existen, y son muy peligrososā que mantiene ignorantes a los suyos para evitar su aniquilación.
La moraleja, perversa como es, vendrĆa a indicar que es mejor la ignorancia al riesgo. O que hay secretos que es mejor no cuestionar, porque en el fondo existen por tu propio bien.
Lo que aparentaba ser una crĆtica a la religión o a la obediencia irracional de normas no cientĆficas acaba siendo una defensa encendida de la capacidad del poder para restringir la información al ciudadano. Es la asunción y normalización de que la sociedad necesita ser defendida por lĆderes conocedores de verdades superiores.
Con todo, la pelĆcula acaba en un punto intermedio: estĆ” bien cuestionar las normas si de verdad se busca un futuro mejor. Pero el mensaje de fondo es inquietante: puede que te controlen y manipulen, pero es por tu bien. A fin de cuentas, el lĆder absoluto del pueblo busca el bien comĆŗn y no el suyo propio. Al menos en esta ocasión.