El museo de cerebros de la URSS

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El cielo y el infierno sobre la tierra. Moscú albergó, a pocos kilómetros de distancia  y durante años, el panteón donde se coleccionaban y estudiaban decenas de cerebros de mentes ejemplares como las de Lenin, Gorki o Pavlov, y la institución psiquiátrica donde se analizaban y reprimÃan, con minuciosa crueldad, las mentes supuestamente enfermas de los disidentes. Stalin era el señor de estos dos mundos y él decidÃa a quién correspondÃa la gloria y a quién el tormento.
Esta es la historia de este ‘cielo’ con nubes de formol. Lo llamaron Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú y abrió sus puertas en noviembre de 1928 con la intención de determinar que Lenin era un ser excepcional, la encarnación del superhombre socialista. La genialidad, según creÃan muchos cientÃficos entonces, podÃa observarse en la estructura fÃsica del cerebro y, por eso mismo, analizaron el de Lenin. Lo acompañaron poco después, en sendas urnas, los de decenas de intelectuales, héroes militares o insignes hombres de ciencia a quienes se les habÃan vaciado los cráneos cuidadosamente durante los cien años anteriores.
[pullquote]Stalin necesitaba pensar que él era uno de ellos y estaba convencido de que el destino de estos seres fabulosos era liderar la Unión Soviética hacia el comunismo a pesar de la ignorancia y resistencia de parte de las masas y de la oposición de los que consideraba marginados y enfermos mentales[/pullquote]
Al frente del instituto pusieron a la autoridad académica de moda, el alemán Oskar Vogt. Stalin no se fiaba totalmente de él, pero, en 1928, todavÃa no habÃa logrado su poder absoluto y, como recuerda Paul Gregory en su libro Lenin’s Brain and Other Tales from the Secret Soviet Archives, no le gustaba nada la idea de que un extranjero fuera el encargado de algo tan sensible y con tantas posibilidades de convertirse en arma propagandÃstica: tragó porque ansiaba su credibilidad.
Tampoco le divertÃa que Vogt mencionase en la misma conferencia pública el cerebro de Lenin y el de algunos criminales o que subrayase que tenÃa «un gran número de enormes células piramidales en el córtex», un rasgo que compartÃa con los disminuidos psÃquicos, según los manuales alemanes de la época.
El motivo por el que a Stalin le molestaban los comentarios de Vogt era más complejo de lo que parece. Admiraba, como tantos otros en Rusia, a los hombres excepcionales que solo podÃan compararse con otros igual de excepcionales (por eso, durante las primeras décadas del instituto solo se estudiaban muestras de genios). Necesitaba pensar que él era uno de ellos (su cerebro fue a parar también a una urna con formol) y estaba convencido de que el destino de estos seres fabulosos era liderar la Unión Soviética hacia el comunismo a pesar de la ignorancia y resistencia de parte de las masas y de la oposición de los que consideraba marginados y enfermos mentales.
Vogt tenÃa un rival ruso que tampoco le gustaba a Stalin y que hubiera sido el director y gestor natural del instituto de Moscú. Se llamaba VladÃmir Bechterev y se presume que fue envenenado por orden del dictador después de que lo examinase médicamente, determinase que era un paranoico y se burlase de  su brazo izquierdo, deformado y mucho más corto que el derecho por culpa de un atropello cuando era niño.
Todos sus defectos fÃsicos, también las marcas de viruela en la cara o su relativamente baja estatura, se ocultaban o escondÃan en unas fotografÃas oficiales que debÃan manipularse sistemáticamente. Ni siquiera lo conocemos hoy por su identidad verdadera: ‘Stalin’ es una palabra que sugiere la fortaleza del acero en ruso y su auténtico apellido, del que se avergonzaba, era georgiano.
Os mataré si no creéis en mÃ
Un aliado clave de Stalin, Nikolái Bujarin, confirmó que la paranoia del lÃder era extrema y que no solo desconfiaba de forma enfermiza de los demás, sino también de sà mismo. Marina Staal sugiere en Psychopathology of Joseph Stalin que el dictador impuso un culto a su personalidad entre la población, en parte porque, entre otras razones, necesitaba que otros le hicieran creer con su devoción lo que él no era capaz de creer sobre sà mismo.
Las borracheras le ayudaban también a mitigar sus tremendas inseguridades y sus depresiones. Poco tiempo después de fallecer, el instituto de Moscú recibió su cerebro con la sagrada misión de determinar que era el de un genio: el sanguinario lÃder imploraba, incluso después de su muerte, que los cientÃficos certificasen sus capacidades. Estaba llamando a las puertas del cielo que él mismo habÃa creado.
[pullquote]Al igual que en el Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú se buscaba ansiosamente un rasgo fÃsico que permitiera identificar a las mentes brillantes, en el Serbsky se buscaba ansiosamente un rasgo que distinguiera, con toda la objetividad de la ciencia, la enfermedad mental de los disidentes[/pullquote]
A pocos kilómetros de allÃ, se encontraba el infierno que no creó directamente, pero que sà convirtió en un centro psiquiátrico forense que se utilizó, entre otras cosas, para examinar y catalogar como enfermos a los disidentes que luego enviaban a unos manicomios donde se les sometÃa a terapias de pesadilla. El Instituto Serbsky, fundado en 1921, empezó a analizar a opositores en los años 30, pero esta práctica no se hizo sistemática hasta que el doctor Dannil Lunts asumió en 1948 la jefatura del departamento polÃtico del centro.
Al igual que en el Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú se buscaba ansiosamente un rasgo fÃsico que permitiera identificar a las mentes brillantes, en el Serbsky se buscaba ansiosamente un rasgo que distinguiera, con toda la objetividad de la ciencia, la enfermedad mental de los disidentes. Los primeros estaban convencidos (tenÃan la obligación de convencerse) de que las muestras de cerebros correspondÃan a unos seres excepcionales cuya superioridad quedarÃa revelada bajo el microscopio. Los segundos también veÃan claramente que los que negaban la propaganda oficial sobre el mejor sistema polÃtico de la Tierra debÃan ser unos dementes bien por querer enfrentarse a una brutal represión para defender su libertad, bien por creer en una realidad inaceptable. Unos y otros solo tenÃan que encontrar la pieza que faltaba en el puzle.  No podÃa ser tan difÃcil.
Los cientÃficos del Serbsky tuvieron algo más de suerte. Andréi Snezhnevsky, que en los años 50 fue su director y, gracias a Stalin y a sus sucesores, también fue durante décadas el sumo sacerdote de la psiquiatrÃa soviética, ‘descubrió’ en los 60 una enfermedad que denominó «esquizofrenia lenta». Según un análisis del Parlamento Europeo, Psychiatry as a tool for coerción in post-Soviet countries, ese mal lo sufrÃan personas que «se creÃan reformistas», «luchaban por la verdad», mostraban una sospechosa «perseverancia» o eran «excesivamente religiosas». Estos sÃntomas, según aquellos expertos, coincidÃan con los de algunas neurosis y eran muchas veces propios de paranoicos que, aun siendo capaces de actuar con normalidad en muchos ámbitos de sus vidas, exageraban su propia importancia y apoyaban ideas grandiosas para reformar la sociedad.
El niño débil es el adulto implacable
Un paranoico extremo como Stalin ayudó a convertir un centro de investigación psiquiátrica en una institución que diagnosticaba esquizofrenia y paranoia a todos los que se le oponÃan. No le bastaba con imponer su voluntad arbitrariamente: necesitaba, una vez más, que otros creyeran en su capacidad para separar a los sanos de los enfermos, a los genios del ignorante vulgo y, sobre todo, al gran y omnipotente lÃder Iósif Stalin de ese miserable niño georgiano, Iósif Dzhugashvili, que tenÃa un brazo deforme y más corto después de que lo atropellara un carruaje, que tuvo que ir al seminario porque no podÃa trabajar en una fábrica y ayudar a su paupérrima familia como los demás (era hijo único) y que perdió a su padre, probablemente alcohólico y violento, en una supuesta pelea de bar. Su pasado fue más fuerte de lo que él sospechaba y quizás por eso el joven seminarista, alcohólico y violento, creó su particular versión del cielo y el infierno.
[pullquote]Myasnikov necesitaba pensar que el responsable del horror, los asesinatos masivos, las familias destrozadas y las sangrantes torturas estaba enfermo exactamente igual que el mismo Stalin habÃa necesitado imaginar que era un genio o que su sociedad lo querÃa[/pullquote]
Aunque buscaron, los miembros del Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú no encontraron en la cabeza de Iósif Dzhugashvili ningún rastro que identificase a un ser excepcional y tampoco en las de los otros. Lo que sà creyó encontrar Alexander Myasnikov, un médico que lo trató en sus últimos dÃas y que estuvo presente durante la autopsia, fue una posible explicación para su suprema crueldad, su odio y su paranoia: las arterias de su cerebro se habÃan endurecido y eso habÃa extremado al lÃmite algunos rasgos negativos de su personalidad.
Myasnikov necesitaba pensar que el responsable del horror, los asesinatos masivos, las familias destrozadas y las sangrantes torturas estaba enfermo exactamente igual que el mismo Stalin habÃa necesitado imaginar que era un genio o que su sociedad lo querÃa. Las alternativas eran mirarse en el espejo y ver a Iósif Dzhugashvili, o mirarse como hombre en el espejo y reconocer el mal que somos capaces de hacer, voluntaria y conscientemente, a otros hombres. Nadie quiere mirarse en ese espejo.
Iósif Stalin impuso absoluto secreto sobre las actividades del Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú que estaban relacionadas con las grandes mentes, algo que sus sucesores mantuvieron porque contradecÃan totalmente los principios más elementales de Marx. Estaban asumiendo que una élite de grandes genios era la que hacÃa la historia, no el proletariado o las clases sociales. Por defender mucho menos que eso, cientos de disidentes fueron considerados esquizofrénicos en Serbsky y enviados a manicomios para que los trataran con descargas eléctricas. ¿Quién merecÃa el cielo? ¿Quién merecÃa el infierno? ¿Quién habÃa perdido la cabeza?
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El cielo y el infierno sobre la tierra. Moscú albergó, a pocos kilómetros de distancia  y durante años, el panteón donde se coleccionaban y estudiaban decenas de cerebros de mentes ejemplares como las de Lenin, Gorki o Pavlov, y la institución psiquiátrica donde se analizaban y reprimÃan, con minuciosa crueldad, las mentes supuestamente enfermas de los disidentes. Stalin era el señor de estos dos mundos y él decidÃa a quién correspondÃa la gloria y a quién el tormento.
Esta es la historia de este ‘cielo’ con nubes de formol. Lo llamaron Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú y abrió sus puertas en noviembre de 1928 con la intención de determinar que Lenin era un ser excepcional, la encarnación del superhombre socialista. La genialidad, según creÃan muchos cientÃficos entonces, podÃa observarse en la estructura fÃsica del cerebro y, por eso mismo, analizaron el de Lenin. Lo acompañaron poco después, en sendas urnas, los de decenas de intelectuales, héroes militares o insignes hombres de ciencia a quienes se les habÃan vaciado los cráneos cuidadosamente durante los cien años anteriores.
[pullquote]Stalin necesitaba pensar que él era uno de ellos y estaba convencido de que el destino de estos seres fabulosos era liderar la Unión Soviética hacia el comunismo a pesar de la ignorancia y resistencia de parte de las masas y de la oposición de los que consideraba marginados y enfermos mentales[/pullquote]
Al frente del instituto pusieron a la autoridad académica de moda, el alemán Oskar Vogt. Stalin no se fiaba totalmente de él, pero, en 1928, todavÃa no habÃa logrado su poder absoluto y, como recuerda Paul Gregory en su libro Lenin’s Brain and Other Tales from the Secret Soviet Archives, no le gustaba nada la idea de que un extranjero fuera el encargado de algo tan sensible y con tantas posibilidades de convertirse en arma propagandÃstica: tragó porque ansiaba su credibilidad.
Tampoco le divertÃa que Vogt mencionase en la misma conferencia pública el cerebro de Lenin y el de algunos criminales o que subrayase que tenÃa «un gran número de enormes células piramidales en el córtex», un rasgo que compartÃa con los disminuidos psÃquicos, según los manuales alemanes de la época.
El motivo por el que a Stalin le molestaban los comentarios de Vogt era más complejo de lo que parece. Admiraba, como tantos otros en Rusia, a los hombres excepcionales que solo podÃan compararse con otros igual de excepcionales (por eso, durante las primeras décadas del instituto solo se estudiaban muestras de genios). Necesitaba pensar que él era uno de ellos (su cerebro fue a parar también a una urna con formol) y estaba convencido de que el destino de estos seres fabulosos era liderar la Unión Soviética hacia el comunismo a pesar de la ignorancia y resistencia de parte de las masas y de la oposición de los que consideraba marginados y enfermos mentales.
Vogt tenÃa un rival ruso que tampoco le gustaba a Stalin y que hubiera sido el director y gestor natural del instituto de Moscú. Se llamaba VladÃmir Bechterev y se presume que fue envenenado por orden del dictador después de que lo examinase médicamente, determinase que era un paranoico y se burlase de  su brazo izquierdo, deformado y mucho más corto que el derecho por culpa de un atropello cuando era niño.
Todos sus defectos fÃsicos, también las marcas de viruela en la cara o su relativamente baja estatura, se ocultaban o escondÃan en unas fotografÃas oficiales que debÃan manipularse sistemáticamente. Ni siquiera lo conocemos hoy por su identidad verdadera: ‘Stalin’ es una palabra que sugiere la fortaleza del acero en ruso y su auténtico apellido, del que se avergonzaba, era georgiano.
Os mataré si no creéis en mÃ
Un aliado clave de Stalin, Nikolái Bujarin, confirmó que la paranoia del lÃder era extrema y que no solo desconfiaba de forma enfermiza de los demás, sino también de sà mismo. Marina Staal sugiere en Psychopathology of Joseph Stalin que el dictador impuso un culto a su personalidad entre la población, en parte porque, entre otras razones, necesitaba que otros le hicieran creer con su devoción lo que él no era capaz de creer sobre sà mismo.
Las borracheras le ayudaban también a mitigar sus tremendas inseguridades y sus depresiones. Poco tiempo después de fallecer, el instituto de Moscú recibió su cerebro con la sagrada misión de determinar que era el de un genio: el sanguinario lÃder imploraba, incluso después de su muerte, que los cientÃficos certificasen sus capacidades. Estaba llamando a las puertas del cielo que él mismo habÃa creado.
[pullquote]Al igual que en el Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú se buscaba ansiosamente un rasgo fÃsico que permitiera identificar a las mentes brillantes, en el Serbsky se buscaba ansiosamente un rasgo que distinguiera, con toda la objetividad de la ciencia, la enfermedad mental de los disidentes[/pullquote]
A pocos kilómetros de allÃ, se encontraba el infierno que no creó directamente, pero que sà convirtió en un centro psiquiátrico forense que se utilizó, entre otras cosas, para examinar y catalogar como enfermos a los disidentes que luego enviaban a unos manicomios donde se les sometÃa a terapias de pesadilla. El Instituto Serbsky, fundado en 1921, empezó a analizar a opositores en los años 30, pero esta práctica no se hizo sistemática hasta que el doctor Dannil Lunts asumió en 1948 la jefatura del departamento polÃtico del centro.
Al igual que en el Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú se buscaba ansiosamente un rasgo fÃsico que permitiera identificar a las mentes brillantes, en el Serbsky se buscaba ansiosamente un rasgo que distinguiera, con toda la objetividad de la ciencia, la enfermedad mental de los disidentes. Los primeros estaban convencidos (tenÃan la obligación de convencerse) de que las muestras de cerebros correspondÃan a unos seres excepcionales cuya superioridad quedarÃa revelada bajo el microscopio. Los segundos también veÃan claramente que los que negaban la propaganda oficial sobre el mejor sistema polÃtico de la Tierra debÃan ser unos dementes bien por querer enfrentarse a una brutal represión para defender su libertad, bien por creer en una realidad inaceptable. Unos y otros solo tenÃan que encontrar la pieza que faltaba en el puzle.  No podÃa ser tan difÃcil.
Los cientÃficos del Serbsky tuvieron algo más de suerte. Andréi Snezhnevsky, que en los años 50 fue su director y, gracias a Stalin y a sus sucesores, también fue durante décadas el sumo sacerdote de la psiquiatrÃa soviética, ‘descubrió’ en los 60 una enfermedad que denominó «esquizofrenia lenta». Según un análisis del Parlamento Europeo, Psychiatry as a tool for coerción in post-Soviet countries, ese mal lo sufrÃan personas que «se creÃan reformistas», «luchaban por la verdad», mostraban una sospechosa «perseverancia» o eran «excesivamente religiosas». Estos sÃntomas, según aquellos expertos, coincidÃan con los de algunas neurosis y eran muchas veces propios de paranoicos que, aun siendo capaces de actuar con normalidad en muchos ámbitos de sus vidas, exageraban su propia importancia y apoyaban ideas grandiosas para reformar la sociedad.
El niño débil es el adulto implacable
Un paranoico extremo como Stalin ayudó a convertir un centro de investigación psiquiátrica en una institución que diagnosticaba esquizofrenia y paranoia a todos los que se le oponÃan. No le bastaba con imponer su voluntad arbitrariamente: necesitaba, una vez más, que otros creyeran en su capacidad para separar a los sanos de los enfermos, a los genios del ignorante vulgo y, sobre todo, al gran y omnipotente lÃder Iósif Stalin de ese miserable niño georgiano, Iósif Dzhugashvili, que tenÃa un brazo deforme y más corto después de que lo atropellara un carruaje, que tuvo que ir al seminario porque no podÃa trabajar en una fábrica y ayudar a su paupérrima familia como los demás (era hijo único) y que perdió a su padre, probablemente alcohólico y violento, en una supuesta pelea de bar. Su pasado fue más fuerte de lo que él sospechaba y quizás por eso el joven seminarista, alcohólico y violento, creó su particular versión del cielo y el infierno.
[pullquote]Myasnikov necesitaba pensar que el responsable del horror, los asesinatos masivos, las familias destrozadas y las sangrantes torturas estaba enfermo exactamente igual que el mismo Stalin habÃa necesitado imaginar que era un genio o que su sociedad lo querÃa[/pullquote]
Aunque buscaron, los miembros del Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú no encontraron en la cabeza de Iósif Dzhugashvili ningún rastro que identificase a un ser excepcional y tampoco en las de los otros. Lo que sà creyó encontrar Alexander Myasnikov, un médico que lo trató en sus últimos dÃas y que estuvo presente durante la autopsia, fue una posible explicación para su suprema crueldad, su odio y su paranoia: las arterias de su cerebro se habÃan endurecido y eso habÃa extremado al lÃmite algunos rasgos negativos de su personalidad.
Myasnikov necesitaba pensar que el responsable del horror, los asesinatos masivos, las familias destrozadas y las sangrantes torturas estaba enfermo exactamente igual que el mismo Stalin habÃa necesitado imaginar que era un genio o que su sociedad lo querÃa. Las alternativas eran mirarse en el espejo y ver a Iósif Dzhugashvili, o mirarse como hombre en el espejo y reconocer el mal que somos capaces de hacer, voluntaria y conscientemente, a otros hombres. Nadie quiere mirarse en ese espejo.
Iósif Stalin impuso absoluto secreto sobre las actividades del Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú que estaban relacionadas con las grandes mentes, algo que sus sucesores mantuvieron porque contradecÃan totalmente los principios más elementales de Marx. Estaban asumiendo que una élite de grandes genios era la que hacÃa la historia, no el proletariado o las clases sociales. Por defender mucho menos que eso, cientos de disidentes fueron considerados esquizofrénicos en Serbsky y enviados a manicomios para que los trataran con descargas eléctricas. ¿Quién merecÃa el cielo? ¿Quién merecÃa el infierno? ¿Quién habÃa perdido la cabeza?
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