El museo de cerebros de la URSS
A pocos kilómetros de allÃ, se encontraba el infierno que no creó directamente, pero que sà convirtió en un centro psiquiátrico forense que se utilizó, entre otras cosas, para examinar y catalogar como enfermos a los disidentes que luego enviaban a unos manicomios donde se les sometÃa a terapias de pesadilla. El Instituto Serbsky, fundado en 1921, empezó a analizar a opositores en los años 30, pero esta práctica no se hizo sistemática hasta que el doctor Dannil Lunts asumió en 1948 la jefatura del departamento polÃtico del centro.
Al igual que en el Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú se buscaba ansiosamente un rasgo fÃsico que permitiera identificar a las mentes brillantes, en el Serbsky se buscaba ansiosamente un rasgo que distinguiera, con toda la objetividad de la ciencia, la enfermedad mental de los disidentes. Los primeros estaban convencidos (tenÃan la obligación de convencerse) de que las muestras de cerebros correspondÃan a unos seres excepcionales cuya superioridad quedarÃa revelada bajo el microscopio. Los segundos también veÃan claramente que los que negaban la propaganda oficial sobre el mejor sistema polÃtico de la Tierra debÃan ser unos dementes bien por querer enfrentarse a una brutal represión para defender su libertad, bien por creer en una realidad inaceptable. Unos y otros solo tenÃan que encontrar la pieza que faltaba en el puzle.  No podÃa ser tan difÃcil.
Los cientÃficos del Serbsky tuvieron algo más de suerte. Andréi Snezhnevsky, que en los años 50 fue su director y, gracias a Stalin y a sus sucesores, también fue durante décadas el sumo sacerdote de la psiquiatrÃa soviética, ‘descubrió’ en los 60 una enfermedad que denominó «esquizofrenia lenta». Según un análisis del Parlamento Europeo, Psychiatry as a tool for coerción in post-Soviet countries, ese mal lo sufrÃan personas que «se creÃan reformistas», «luchaban por la verdad», mostraban una sospechosa «perseverancia» o eran «excesivamente religiosas». Estos sÃntomas, según aquellos expertos, coincidÃan con los de algunas neurosis y eran muchas veces propios de paranoicos que, aun siendo capaces de actuar con normalidad en muchos ámbitos de sus vidas, exageraban su propia importancia y apoyaban ideas grandiosas para reformar la sociedad.
El niño débil es el adulto implacable
Un paranoico extremo como Stalin ayudó a convertir un centro de investigación psiquiátrica en una institución que diagnosticaba esquizofrenia y paranoia a todos los que se le oponÃan. No le bastaba con imponer su voluntad arbitrariamente: necesitaba, una vez más, que otros creyeran en su capacidad para separar a los sanos de los enfermos, a los genios del ignorante vulgo y, sobre todo, al gran y omnipotente lÃder Iósif Stalin de ese miserable niño georgiano, Iósif Dzhugashvili, que tenÃa un brazo deforme y más corto después de que lo atropellara un carruaje, que tuvo que ir al seminario porque no podÃa trabajar en una fábrica y ayudar a su paupérrima familia como los demás (era hijo único) y que perdió a su padre, probablemente alcohólico y violento, en una supuesta pelea de bar. Su pasado fue más fuerte de lo que él sospechaba y quizás por eso el joven seminarista, alcohólico y violento, creó su particular versión del cielo y el infierno. Myasnikov necesitaba pensar que el responsable del horror, los asesinatos masivos, las familias destrozadas y las sangrantes torturas estaba enfermo exactamente igual que el mismo Stalin habÃa necesitado imaginar que era un genio o que su sociedad lo querÃa
Aunque buscaron, los miembros del Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú no encontraron en la cabeza de Iósif Dzhugashvili ningún rastro que identificase a un ser excepcional y tampoco en las de los otros. Lo que sà creyó encontrar Alexander Myasnikov, un médico que lo trató en sus últimos dÃas y que estuvo presente durante la autopsia, fue una posible explicación para su suprema crueldad, su odio y su paranoia: las arterias de su cerebro se habÃan endurecido y eso habÃa extremado al lÃmite algunos rasgos negativos de su personalidad.
Myasnikov necesitaba pensar que el responsable del horror, los asesinatos masivos, las familias destrozadas y las sangrantes torturas estaba enfermo exactamente igual que el mismo Stalin habÃa necesitado imaginar que era un genio o que su sociedad lo querÃa. Las alternativas eran mirarse en el espejo y ver a Iósif Dzhugashvili, o mirarse como hombre en el espejo y reconocer el mal que somos capaces de hacer, voluntaria y conscientemente, a otros hombres. Nadie quiere mirarse en ese espejo.
Iósif Stalin impuso absoluto secreto sobre las actividades del Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú que estaban relacionadas con las grandes mentes, algo que sus sucesores mantuvieron porque contradecÃan totalmente los principios más elementales de Marx. Estaban asumiendo que una élite de grandes genios era la que hacÃa la historia, no el proletariado o las clases sociales. Por defender mucho menos que eso, cientos de disidentes fueron considerados esquizofrénicos en Serbsky y enviados a manicomios para que los trataran con descargas eléctricas. ¿Quién merecÃa el cielo? ¿Quién merecÃa el infierno? ¿Quién habÃa perdido la cabeza?
A pocos kilómetros de allÃ, se encontraba el infierno que no creó directamente, pero que sà convirtió en un centro psiquiátrico forense que se utilizó, entre otras cosas, para examinar y catalogar como enfermos a los disidentes que luego enviaban a unos manicomios donde se les sometÃa a terapias de pesadilla. El Instituto Serbsky, fundado en 1921, empezó a analizar a opositores en los años 30, pero esta práctica no se hizo sistemática hasta que el doctor Dannil Lunts asumió en 1948 la jefatura del departamento polÃtico del centro.
Al igual que en el Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú se buscaba ansiosamente un rasgo fÃsico que permitiera identificar a las mentes brillantes, en el Serbsky se buscaba ansiosamente un rasgo que distinguiera, con toda la objetividad de la ciencia, la enfermedad mental de los disidentes. Los primeros estaban convencidos (tenÃan la obligación de convencerse) de que las muestras de cerebros correspondÃan a unos seres excepcionales cuya superioridad quedarÃa revelada bajo el microscopio. Los segundos también veÃan claramente que los que negaban la propaganda oficial sobre el mejor sistema polÃtico de la Tierra debÃan ser unos dementes bien por querer enfrentarse a una brutal represión para defender su libertad, bien por creer en una realidad inaceptable. Unos y otros solo tenÃan que encontrar la pieza que faltaba en el puzle.  No podÃa ser tan difÃcil.
Los cientÃficos del Serbsky tuvieron algo más de suerte. Andréi Snezhnevsky, que en los años 50 fue su director y, gracias a Stalin y a sus sucesores, también fue durante décadas el sumo sacerdote de la psiquiatrÃa soviética, ‘descubrió’ en los 60 una enfermedad que denominó «esquizofrenia lenta». Según un análisis del Parlamento Europeo, Psychiatry as a tool for coerción in post-Soviet countries, ese mal lo sufrÃan personas que «se creÃan reformistas», «luchaban por la verdad», mostraban una sospechosa «perseverancia» o eran «excesivamente religiosas». Estos sÃntomas, según aquellos expertos, coincidÃan con los de algunas neurosis y eran muchas veces propios de paranoicos que, aun siendo capaces de actuar con normalidad en muchos ámbitos de sus vidas, exageraban su propia importancia y apoyaban ideas grandiosas para reformar la sociedad.
El niño débil es el adulto implacable
Un paranoico extremo como Stalin ayudó a convertir un centro de investigación psiquiátrica en una institución que diagnosticaba esquizofrenia y paranoia a todos los que se le oponÃan. No le bastaba con imponer su voluntad arbitrariamente: necesitaba, una vez más, que otros creyeran en su capacidad para separar a los sanos de los enfermos, a los genios del ignorante vulgo y, sobre todo, al gran y omnipotente lÃder Iósif Stalin de ese miserable niño georgiano, Iósif Dzhugashvili, que tenÃa un brazo deforme y más corto después de que lo atropellara un carruaje, que tuvo que ir al seminario porque no podÃa trabajar en una fábrica y ayudar a su paupérrima familia como los demás (era hijo único) y que perdió a su padre, probablemente alcohólico y violento, en una supuesta pelea de bar. Su pasado fue más fuerte de lo que él sospechaba y quizás por eso el joven seminarista, alcohólico y violento, creó su particular versión del cielo y el infierno. Myasnikov necesitaba pensar que el responsable del horror, los asesinatos masivos, las familias destrozadas y las sangrantes torturas estaba enfermo exactamente igual que el mismo Stalin habÃa necesitado imaginar que era un genio o que su sociedad lo querÃa
Aunque buscaron, los miembros del Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú no encontraron en la cabeza de Iósif Dzhugashvili ningún rastro que identificase a un ser excepcional y tampoco en las de los otros. Lo que sà creyó encontrar Alexander Myasnikov, un médico que lo trató en sus últimos dÃas y que estuvo presente durante la autopsia, fue una posible explicación para su suprema crueldad, su odio y su paranoia: las arterias de su cerebro se habÃan endurecido y eso habÃa extremado al lÃmite algunos rasgos negativos de su personalidad.
Myasnikov necesitaba pensar que el responsable del horror, los asesinatos masivos, las familias destrozadas y las sangrantes torturas estaba enfermo exactamente igual que el mismo Stalin habÃa necesitado imaginar que era un genio o que su sociedad lo querÃa. Las alternativas eran mirarse en el espejo y ver a Iósif Dzhugashvili, o mirarse como hombre en el espejo y reconocer el mal que somos capaces de hacer, voluntaria y conscientemente, a otros hombres. Nadie quiere mirarse en ese espejo.
Iósif Stalin impuso absoluto secreto sobre las actividades del Instituto de Investigación del Cerebro de Moscú que estaban relacionadas con las grandes mentes, algo que sus sucesores mantuvieron porque contradecÃan totalmente los principios más elementales de Marx. Estaban asumiendo que una élite de grandes genios era la que hacÃa la historia, no el proletariado o las clases sociales. Por defender mucho menos que eso, cientos de disidentes fueron considerados esquizofrénicos en Serbsky y enviados a manicomios para que los trataran con descargas eléctricas. ¿Quién merecÃa el cielo? ¿Quién merecÃa el infierno? ¿Quién habÃa perdido la cabeza?
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