La pesadilla de despertar.
Más aún cuando todavÃa es de noche, hace frÃo y encima tienes que ir a trabajar.
Hoy en millones de hogares suena la alarma de un móvil.
Y pronto tocará a la puerta un robot mayordomo.
Pero no hace ni un siglo apenas habÃa máquinas despertadoras.
Eso era cosa de ricos.
Despertarse no era un asunto muy estricto hasta la revolución industrial. En esa época se afilaron las manecillas del reloj. Llegar tarde al trabajo podÃa suponer el despido fulminante y eso era algo que los nuevos esclavos, los obreros que trabajaban hasta 14 horas diarias para llevar un poco de pan a casa, no se podÃan permitir.
En Inglaterra la hora de levantarse de la cama se convirtió en una cuestión de productividad. Las fábricas querÃan a sus legiones de obreros puntuales en sus puestos de trabajo y el único modo de asegurar que asà ocurriese era enviando a una persona a despertarlos.
Entonces nació un nuevo oficio: el knocker-up o knocker-upper. El individuo-despertador recorrÃa las calles antes del amanecer con una vara larga que azotaba en la ventana de los dormitorios. Llevaba una lista con las direcciones y las horas en las que habrÃa de quebrantar los sueños.
El oficio se extendió rápidamente. Las calles de las grandes ciudades industriales de Inglaterra (Londres, Manchester, Liverpool…) se llenaron de despertadores igual que rondaban los serenos en las noches de Madrid.

El tiempo hizo que muchas personas contrataran también este servicio por unos pocos peniques a la semana. Lo encargaban a personas mayores, sobre todo hombres, que intentaban ganarse unas monedas para salir adelante. A veces eran los mismos individuos que hacÃan la ronda para apagar las lámparas de gas de las calles o algunos policÃas que buscaban algún ingreso extra. La hora del madrugón lo dictaba el jefe de la fábrica o, en caso de que lo hubiera encargado un cliente, la hora era acordada previamente o estaba apuntada en una nota en la puerta o la ventana.
La jornada de un profesional del despertar podÃa empezar a las 3.00 a.m. El knocker-up daba unos golpes en la ventana o en la pared y permanecÃa ahà hasta que el cliente mostraba algún signo de haber salido de la cama.
Una famosa fotografÃa de la despertadora Mary Smith muestra que no solo se utilizaban varas para tocar en la ventana. También usaban disparadores de guisantes secos para romper el sueño de un golpetazo en el cristal. Y eso imprimió cierto carácter en el paisaje de las casas de los obreros. A menudo tenÃan desperfectos en sus ventanas.

En un libro titulado Baldock Voices hay un testimonio de un anciano que hace 20 años recordaba asà a los knocker-up. «La fábrica cervecera contrató a un hombre que tocaba en la puerta de los empleados a las 3.00 a.m. para que pudieran estar en el trabajo una hora después. TenÃa un palo largo con una sólida bola en el extremo para tocar en la pared del dormitorio. Antes de la reciente restauración de South Road, en la localidad de Baldock, podÃas ver los daños que esto provocaba en los ladrillos de las cabañas donde vivÃan».
El oficio se extendió hasta los años 30 del siglo pasado y se fue extinguiendo cuando las máquinas despertadoras empezaron a tener un precio asequible.
La puntualidad en Inglaterra siempre fue una cosa seria.

Imágenes de dominio público.
La pesadilla de despertar.
Más aún cuando todavÃa es de noche, hace frÃo y encima tienes que ir a trabajar.
Hoy en millones de hogares suena la alarma de un móvil.
Y pronto tocará a la puerta un robot mayordomo.
Pero no hace ni un siglo apenas habÃa máquinas despertadoras.
Eso era cosa de ricos.
Despertarse no era un asunto muy estricto hasta la revolución industrial. En esa época se afilaron las manecillas del reloj. Llegar tarde al trabajo podÃa suponer el despido fulminante y eso era algo que los nuevos esclavos, los obreros que trabajaban hasta 14 horas diarias para llevar un poco de pan a casa, no se podÃan permitir.
En Inglaterra la hora de levantarse de la cama se convirtió en una cuestión de productividad. Las fábricas querÃan a sus legiones de obreros puntuales en sus puestos de trabajo y el único modo de asegurar que asà ocurriese era enviando a una persona a despertarlos.
Entonces nació un nuevo oficio: el knocker-up o knocker-upper. El individuo-despertador recorrÃa las calles antes del amanecer con una vara larga que azotaba en la ventana de los dormitorios. Llevaba una lista con las direcciones y las horas en las que habrÃa de quebrantar los sueños.
El oficio se extendió rápidamente. Las calles de las grandes ciudades industriales de Inglaterra (Londres, Manchester, Liverpool…) se llenaron de despertadores igual que rondaban los serenos en las noches de Madrid.

El tiempo hizo que muchas personas contrataran también este servicio por unos pocos peniques a la semana. Lo encargaban a personas mayores, sobre todo hombres, que intentaban ganarse unas monedas para salir adelante. A veces eran los mismos individuos que hacÃan la ronda para apagar las lámparas de gas de las calles o algunos policÃas que buscaban algún ingreso extra. La hora del madrugón lo dictaba el jefe de la fábrica o, en caso de que lo hubiera encargado un cliente, la hora era acordada previamente o estaba apuntada en una nota en la puerta o la ventana.
La jornada de un profesional del despertar podÃa empezar a las 3.00 a.m. El knocker-up daba unos golpes en la ventana o en la pared y permanecÃa ahà hasta que el cliente mostraba algún signo de haber salido de la cama.
Una famosa fotografÃa de la despertadora Mary Smith muestra que no solo se utilizaban varas para tocar en la ventana. También usaban disparadores de guisantes secos para romper el sueño de un golpetazo en el cristal. Y eso imprimió cierto carácter en el paisaje de las casas de los obreros. A menudo tenÃan desperfectos en sus ventanas.

En un libro titulado Baldock Voices hay un testimonio de un anciano que hace 20 años recordaba asà a los knocker-up. «La fábrica cervecera contrató a un hombre que tocaba en la puerta de los empleados a las 3.00 a.m. para que pudieran estar en el trabajo una hora después. TenÃa un palo largo con una sólida bola en el extremo para tocar en la pared del dormitorio. Antes de la reciente restauración de South Road, en la localidad de Baldock, podÃas ver los daños que esto provocaba en los ladrillos de las cabañas donde vivÃan».
El oficio se extendió hasta los años 30 del siglo pasado y se fue extinguiendo cuando las máquinas despertadoras empezaron a tener un precio asequible.
La puntualidad en Inglaterra siempre fue una cosa seria.

Imágenes de dominio público.
Ese es un oficio que me perdÃ.
¿Y quién despertaba a los que tenÃan que ir a despertar a los demás?
Trasnochaban
No dormÃan
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