14 de enero 2020    /   IDEAS
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¿Es el valor una cuestión de género?

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Ser muy hombre ha sido por lo general sinónimo de ser valiente. Por eso estas dos palabras, valor y hombría, han viajado siempre de la mano. Por contra, si un varón mostraba cobardía ante cualquier enfrentamiento, se decía que se portaba como una mujer.

Así, el valor como valor ha sido desde antiguo uno de los elementos mÔs redundantes en la separación de género. Separación que, por otra parte, siempre fue interesada.

En las tribus primitivas se elegía como líder al mÔs fuerte porque eso favorecía la supervivencia del conjunto. Pero ya desde entonces se cometió el error de confundir fuerza con valor, como si ambas cosas fueran lo mismo.

MÔs tarde, cuando la fuerza de un solo hombre no resultaba suficiente para defender a colectivos amplios, los líderes tuvieron que contar con mÔs hombres para realizar el trabajo. Fue entonces cuando el valor cobró mÔs importancia que la fuerza, porque esta no podía ser exigible a todo el mundo y aquel sí.

El valor se transformó entonces en moneda de cambio, pues podía ser reconocido, admirado y recompensado hasta tal punto que muchos hombres solían perder su vida por demostrarlo.

Con el advenimiento de las naciones y de las guerras que precisaban de grandes masas de soldados, el valor dejó de ser un hecho individual para convertirse en algo exigible a todos los contendientes.

Hay un libro titulado No esperamos volver vivos: Testimonios de kamikazes y soldados japoneses en el que aparecen las cartas que estos jóvenes enviaron a sus familias antes de lanzarse contra los navíos enemigos. En ellas, muchos reconocían tener miedo a esa muerte segura a la que se enfrentaban. Y mÔs aún, siendo conscientes de que a esas alturas la guerra ya estaba perdida. Pero tuvieron el valor suficiente para presentarse voluntarios porque ese era su deber.

Resulta sobrecogedora la cantidad de hombres a los que han matado esas dos palabras.

Lo curioso es que, en la actualidad, la incorporación de la mujer a colectivos que antes les estaban casi vetados, como el ejército, las fuerzas de seguridad del Estado, etc. no haya trastocado en absoluto el contenido de esas palabras. Es un tema por el que muchas feministas suelen pasar de puntillas para no meterse en charcos.

Y es una lƔstima, porque el valor exclusivamente masculinizado es un concepto mucho mƔs estrecho que el valor en su sentido mƔs amplio.

Un soldado que ha matado desde su búnker a muchos enemigos no ha demostrado valor, ha demostrado buena puntería. En cambio, sobrevivir a una violación es notablemente mÔs valeroso porque en ese caso no cuentas ni con el sentido del deber de los kamikazes ni con la fuerza bruta de los líderes tribales.

Resulta muy difícil redefinir conceptos que han jugado papeles tan determinantes a través de la Historia. Pero ahora que muchas mujeres pilotan aviones de combate, dirigen ejércitos o llevan una placa y una pistola en su cintura no deberíamos perder la oportunidad de desligar la palabra valor de su condición exclusivamente masculina. Tal vez así descubramos que el valor es algo mucho mÔs profundo, sutil y meritorio de lo que pensÔbamos.

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Ser muy hombre ha sido por lo general sinónimo de ser valiente. Por eso estas dos palabras, valor y hombría, han viajado siempre de la mano. Por contra, si un varón mostraba cobardía ante cualquier enfrentamiento, se decía que se portaba como una mujer.

Así, el valor como valor ha sido desde antiguo uno de los elementos mÔs redundantes en la separación de género. Separación que, por otra parte, siempre fue interesada.

En las tribus primitivas se elegía como líder al mÔs fuerte porque eso favorecía la supervivencia del conjunto. Pero ya desde entonces se cometió el error de confundir fuerza con valor, como si ambas cosas fueran lo mismo.

MÔs tarde, cuando la fuerza de un solo hombre no resultaba suficiente para defender a colectivos amplios, los líderes tuvieron que contar con mÔs hombres para realizar el trabajo. Fue entonces cuando el valor cobró mÔs importancia que la fuerza, porque esta no podía ser exigible a todo el mundo y aquel sí.

El valor se transformó entonces en moneda de cambio, pues podía ser reconocido, admirado y recompensado hasta tal punto que muchos hombres solían perder su vida por demostrarlo.

Con el advenimiento de las naciones y de las guerras que precisaban de grandes masas de soldados, el valor dejó de ser un hecho individual para convertirse en algo exigible a todos los contendientes.

Hay un libro titulado No esperamos volver vivos: Testimonios de kamikazes y soldados japoneses en el que aparecen las cartas que estos jóvenes enviaron a sus familias antes de lanzarse contra los navíos enemigos. En ellas, muchos reconocían tener miedo a esa muerte segura a la que se enfrentaban. Y mÔs aún, siendo conscientes de que a esas alturas la guerra ya estaba perdida. Pero tuvieron el valor suficiente para presentarse voluntarios porque ese era su deber.

Resulta sobrecogedora la cantidad de hombres a los que han matado esas dos palabras.

Lo curioso es que, en la actualidad, la incorporación de la mujer a colectivos que antes les estaban casi vetados, como el ejército, las fuerzas de seguridad del Estado, etc. no haya trastocado en absoluto el contenido de esas palabras. Es un tema por el que muchas feministas suelen pasar de puntillas para no meterse en charcos.

Y es una lƔstima, porque el valor exclusivamente masculinizado es un concepto mucho mƔs estrecho que el valor en su sentido mƔs amplio.

Un soldado que ha matado desde su búnker a muchos enemigos no ha demostrado valor, ha demostrado buena puntería. En cambio, sobrevivir a una violación es notablemente mÔs valeroso porque en ese caso no cuentas ni con el sentido del deber de los kamikazes ni con la fuerza bruta de los líderes tribales.

Resulta muy difícil redefinir conceptos que han jugado papeles tan determinantes a través de la Historia. Pero ahora que muchas mujeres pilotan aviones de combate, dirigen ejércitos o llevan una placa y una pistola en su cintura no deberíamos perder la oportunidad de desligar la palabra valor de su condición exclusivamente masculina. Tal vez así descubramos que el valor es algo mucho mÔs profundo, sutil y meritorio de lo que pensÔbamos.

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