En las ruinas de la burbuja inmobiliaria vive Enrique. Ese lugar, hace años, era una oficina de ventas de promesas. El paraÃso, entonces, era una cuestión de ladrillo. El cielo estaba tan cerca como el suelo que podÃas pagar. Pero la mentira explotó y pilló por medio a esta caseta en las afueras de Valencia. Ni se construyeron los pisos prometidos ni tan siquiera desarmaron el contenedor de 14 metros cuadrados donde se mostraban los planos. La garita quedó como un cadáver más de la cultura del pelotazo de viga y cemento.
Enrique metió una cama, una silla, un par de muebles y un espejo. Decoró el espacio con unas figuras y una colección de mujeres desnudas que va actualizando conforme pasan los dÃas. Y para rematar se hizo de una cuerda que ata la puerta para que no se abra.
La crÃtica tampoco gusta demasiado. Por eso es mejor que sea velada. De eso va el arte. De contar cosas de otro modo para evitar censuras y discursos manidos. «La protesta polÃtica y social está muy presente en mi trabajo, pero si la hacÃamos muy evidente, la policÃa podrÃa haber tirado la casa de Enrique. Tuvimos que ser más sutiles», continúa el artista.
Esa protesta tampoco afecta al que vive detrás de ella. «Enrique no entra en consideraciones crÃticas o artÃsticas», especifica RodrÃguez. «Lo único que comenta con los vecinos es que le gusta más que las mujeres conserven el vello púbico. Hablan de esto porque las mujeres de la obra no tienen».
Enrique vive sin agua, sin luz, sin radio y sin televisión. Pero «dentro de esa vida aparentemente absurda para el mundo convencional, hay un sentido», dice el fotógrafo. «Es consecuente con su decisión. Se ha establecido ahà y ahà hace su vida».
En las ruinas de la burbuja inmobiliaria vive Enrique. Ese lugar, hace años, era una oficina de ventas de promesas. El paraÃso, entonces, era una cuestión de ladrillo. El cielo estaba tan cerca como el suelo que podÃas pagar. Pero la mentira explotó y pilló por medio a esta caseta en las afueras de Valencia. Ni se construyeron los pisos prometidos ni tan siquiera desarmaron el contenedor de 14 metros cuadrados donde se mostraban los planos. La garita quedó como un cadáver más de la cultura del pelotazo de viga y cemento.
Enrique metió una cama, una silla, un par de muebles y un espejo. Decoró el espacio con unas figuras y una colección de mujeres desnudas que va actualizando conforme pasan los dÃas. Y para rematar se hizo de una cuerda que ata la puerta para que no se abra.
La crÃtica tampoco gusta demasiado. Por eso es mejor que sea velada. De eso va el arte. De contar cosas de otro modo para evitar censuras y discursos manidos. «La protesta polÃtica y social está muy presente en mi trabajo, pero si la hacÃamos muy evidente, la policÃa podrÃa haber tirado la casa de Enrique. Tuvimos que ser más sutiles», continúa el artista.
Esa protesta tampoco afecta al que vive detrás de ella. «Enrique no entra en consideraciones crÃticas o artÃsticas», especifica RodrÃguez. «Lo único que comenta con los vecinos es que le gusta más que las mujeres conserven el vello púbico. Hablan de esto porque las mujeres de la obra no tienen».
Enrique vive sin agua, sin luz, sin radio y sin televisión. Pero «dentro de esa vida aparentemente absurda para el mundo convencional, hay un sentido», dice el fotógrafo. «Es consecuente con su decisión. Se ha establecido ahà y ahà hace su vida».
Apañadito que es, el tÃo…
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