4 de mayo 2017    /   BUSINESS
por
 

Un error llamado espaƱol

4 de mayo 2017    /   BUSINESS     por          
CompƔrtelo twitter facebook whatsapp

”Yorokobu gratis en formato digital!

Lee gratis la revista PlacerĀ haciendo clic aquĆ­.

Y, cuando despertó, el español todavía estaba allí, con sus cosillas.

Cada vez me resulta menos sorprendente escuchar frases como «¿Has visto qué patadas le meten al idioma?», «¿Y es que esta gente solo sabe inventarse palabras?» o «”Hala, otro anglicismo! A ver si con el brexit y el murito de Trump dejan de invadirnos el idioma», y yo, desde hace un tiempo, me he currado una respuesta escatológica a la par que molona: «No creas. Antes hablÔbamos como el culo, ahora hablamos que te cagas».

Muchos no saben quĆ© responder y cambian de tema, otros sonrĆ­en con cara de póker y unos poquitos —no mĆ”s de dos personas en un grupo de doce tomando cervezas— se atreven a preguntarme por quĆ© pienso asĆ­.

Son muchas las ciudades que en los albores de su fundación construĆ­an aquĆ­ o allĆ” sin tener un plan de ordenación urbanĆ­stica ni nada por el estilo; el pueblo edificaba, derribaba y volvĆ­a a edificar segĆŗn les interesaba: la iglesia, en el centro; el bar, cerca; el ayuntamiento, al otro lado… Sin tener en cuenta que con estas acciones estaban creando la estructura. Pero nada es eterno, y muchas veces las ciudades tienen que crear planes de urbanismo, reorganizarse o trasladarse por falta de espacio o porque algunos edificios o barrios dejan de tener un sentido prĆ”ctico. Y esto es lo mismo que sucedió con el espaƱol: esta pronunciación es mĆ”s difĆ­cil que encontrar ropa de nuestra talla en rebajas, o no la utiliza ni Jordi, o ya no se utiliza con el significado de antaƱo.

En este caso, el primer toque de atención a la forma de hablar y escribir lo que serĆ­a mĆ”s tarde el espaƱol tuvo lugar hace un montón de aƱos —incluso dos montones—, entre los siglos IIIĀ y IVĀ d. C., cuando los habitantes de Roma, que hablaban un latĆ­n algo diferente al que aprendimos en el instituto, se toparon con una obra bastante curiosa: el Appendix Probi, una lista de errores ortogrĆ”ficos y de pronunciación en latĆ­n con las correspondientes formas consideradas correctas, que fue redactada por un gramĆ”tico posterior a Marco Valerio Probo.

Por ejemplo, el gramĆ”tico insistĆ­a en casos como Ā«diga camera, no cammara; tabula, no tabla; mensa, no mesa…», y otros muchos que hoy damos por supuesto que son correctĆ­simos. Interesante, Āæverdad? Sin embargo, tambiĆ©n puede que nos llamen la atención otros del tipo Ā«diga articulus, no articlus; aquaeductus, no aquiductus; pavor, no paor…».

La ciudad del espaƱol se fundó sobre los pilares de distintos idiomas y dialectos —principalmente el latĆ­n y Ć”rabe— sobre los que se levantan distintos edificios: verbos, adverbios, sustantivos, adjetivos… Los cuales se emplazan en un lugar o en otro segĆŗn los planes de ordenación lingüística —para entendernos—: la gramĆ”tica y la ortografĆ­a.

Estos edificios cambian segĆŗn las necesidades de los vecinos. Por ejemplo, hace muchos aƱos varios franceses quisieron comprar una palabra en la que veranear y hacerle una buena reforma por dentro y respetar la fachada, porque era lo suficientemente bonita para respetarla y mucho mĆ”s barato y sencillo que hacer una nueva. Es el caso de lĆ­vido —que no se debe confundir con libido—, que hasta finales del diecinueve significaba estrictamente en espaƱol ā€˜amoratado’ y que, por la influencia de los nuevos inquilinos en los vecinos, tambiĆ©n pasó a significar ā€˜intensamente pĆ”lido’, aunque al principio la Real Academia EspaƱola rechazara ese sentido. A dĆ­a de hoy encontramos ambos sentidos en nuestro diccionario.

Es curioso que, en muchas ocasiones, a la hora de remodelar edificios, nos hemos pasado con la capa de yeso y hemos corregido —mĆ”s de lo necesario— tĆ©rminos que no hacĆ­a falta corregir y que hoy estĆ”n mĆ”s que asentados, como la palabra cocodrilo (del latĆ­n crocodilus) e incluso, segĆŗn distintas hipótesis, el propio sustantivo espaƱol.

Al igual que en nuestras ciudades fĆ­sicas, en las de los idiomas tambiĆ©n hace falta crear o adaptar nuevas palabras que designan realidades distintas que antes no tenĆ­amos —o que no nos hacĆ­an falta— y a las que llamamos neologismos: internet, pizza, hackear, remover…

Según lo anterior, podríamos preguntarnos: «¿Significa eso que todo término ajeno al español debe quedarse?». La respuesta es clara: no.

Al igual que muchas personas se van de vacaciones unos días y luego se marchan, o trabajan en un lugar concreto durante una temporada, algunos términos vienen para pasar quince días metafóricos en el español y, mÔs tarde, volver a su idioma correspondiente o a compartir significado con otro término y nadie lo vuelve a echar en falta.

Sin duda, estas palabras que llegan a nuestras conversaciones y diccionarios son los nuevos edificios que hermosean nuestro idioma actualmente —y que lo harĆ”n durante muchos aƱos— y se adaptarĆ”n a las necesidades que tenemos los hablantes para comunicarnos de forma adecuada.

Dado que el espaƱol es una ciudad viva, atrevido lector, te dirƩ dos cosas: no tengas miedo a construir, revisar y disfrutar de las palabras del espaƱol y no te olvides de que los jornaleros del idioma tambiƩn pasamos sed y una cerveza siempre serƔ bienvenida.

Ā 

”Yorokobu gratis en formato digital!

Lee gratis la revista PlacerĀ haciendo clic aquĆ­.

Y, cuando despertó, el español todavía estaba allí, con sus cosillas.

Cada vez me resulta menos sorprendente escuchar frases como «¿Has visto qué patadas le meten al idioma?», «¿Y es que esta gente solo sabe inventarse palabras?» o «”Hala, otro anglicismo! A ver si con el brexit y el murito de Trump dejan de invadirnos el idioma», y yo, desde hace un tiempo, me he currado una respuesta escatológica a la par que molona: «No creas. Antes hablÔbamos como el culo, ahora hablamos que te cagas».

Muchos no saben quĆ© responder y cambian de tema, otros sonrĆ­en con cara de póker y unos poquitos —no mĆ”s de dos personas en un grupo de doce tomando cervezas— se atreven a preguntarme por quĆ© pienso asĆ­.

Son muchas las ciudades que en los albores de su fundación construĆ­an aquĆ­ o allĆ” sin tener un plan de ordenación urbanĆ­stica ni nada por el estilo; el pueblo edificaba, derribaba y volvĆ­a a edificar segĆŗn les interesaba: la iglesia, en el centro; el bar, cerca; el ayuntamiento, al otro lado… Sin tener en cuenta que con estas acciones estaban creando la estructura. Pero nada es eterno, y muchas veces las ciudades tienen que crear planes de urbanismo, reorganizarse o trasladarse por falta de espacio o porque algunos edificios o barrios dejan de tener un sentido prĆ”ctico. Y esto es lo mismo que sucedió con el espaƱol: esta pronunciación es mĆ”s difĆ­cil que encontrar ropa de nuestra talla en rebajas, o no la utiliza ni Jordi, o ya no se utiliza con el significado de antaƱo.

En este caso, el primer toque de atención a la forma de hablar y escribir lo que serĆ­a mĆ”s tarde el espaƱol tuvo lugar hace un montón de aƱos —incluso dos montones—, entre los siglos IIIĀ y IVĀ d. C., cuando los habitantes de Roma, que hablaban un latĆ­n algo diferente al que aprendimos en el instituto, se toparon con una obra bastante curiosa: el Appendix Probi, una lista de errores ortogrĆ”ficos y de pronunciación en latĆ­n con las correspondientes formas consideradas correctas, que fue redactada por un gramĆ”tico posterior a Marco Valerio Probo.

Por ejemplo, el gramĆ”tico insistĆ­a en casos como Ā«diga camera, no cammara; tabula, no tabla; mensa, no mesa…», y otros muchos que hoy damos por supuesto que son correctĆ­simos. Interesante, Āæverdad? Sin embargo, tambiĆ©n puede que nos llamen la atención otros del tipo Ā«diga articulus, no articlus; aquaeductus, no aquiductus; pavor, no paor…».

La ciudad del espaƱol se fundó sobre los pilares de distintos idiomas y dialectos —principalmente el latĆ­n y Ć”rabe— sobre los que se levantan distintos edificios: verbos, adverbios, sustantivos, adjetivos… Los cuales se emplazan en un lugar o en otro segĆŗn los planes de ordenación lingüística —para entendernos—: la gramĆ”tica y la ortografĆ­a.

Estos edificios cambian segĆŗn las necesidades de los vecinos. Por ejemplo, hace muchos aƱos varios franceses quisieron comprar una palabra en la que veranear y hacerle una buena reforma por dentro y respetar la fachada, porque era lo suficientemente bonita para respetarla y mucho mĆ”s barato y sencillo que hacer una nueva. Es el caso de lĆ­vido —que no se debe confundir con libido—, que hasta finales del diecinueve significaba estrictamente en espaƱol ā€˜amoratado’ y que, por la influencia de los nuevos inquilinos en los vecinos, tambiĆ©n pasó a significar ā€˜intensamente pĆ”lido’, aunque al principio la Real Academia EspaƱola rechazara ese sentido. A dĆ­a de hoy encontramos ambos sentidos en nuestro diccionario.

Es curioso que, en muchas ocasiones, a la hora de remodelar edificios, nos hemos pasado con la capa de yeso y hemos corregido —mĆ”s de lo necesario— tĆ©rminos que no hacĆ­a falta corregir y que hoy estĆ”n mĆ”s que asentados, como la palabra cocodrilo (del latĆ­n crocodilus) e incluso, segĆŗn distintas hipótesis, el propio sustantivo espaƱol.

Al igual que en nuestras ciudades fĆ­sicas, en las de los idiomas tambiĆ©n hace falta crear o adaptar nuevas palabras que designan realidades distintas que antes no tenĆ­amos —o que no nos hacĆ­an falta— y a las que llamamos neologismos: internet, pizza, hackear, remover…

Según lo anterior, podríamos preguntarnos: «¿Significa eso que todo término ajeno al español debe quedarse?». La respuesta es clara: no.

Al igual que muchas personas se van de vacaciones unos días y luego se marchan, o trabajan en un lugar concreto durante una temporada, algunos términos vienen para pasar quince días metafóricos en el español y, mÔs tarde, volver a su idioma correspondiente o a compartir significado con otro término y nadie lo vuelve a echar en falta.

Sin duda, estas palabras que llegan a nuestras conversaciones y diccionarios son los nuevos edificios que hermosean nuestro idioma actualmente —y que lo harĆ”n durante muchos aƱos— y se adaptarĆ”n a las necesidades que tenemos los hablantes para comunicarnos de forma adecuada.

Dado que el espaƱol es una ciudad viva, atrevido lector, te dirƩ dos cosas: no tengas miedo a construir, revisar y disfrutar de las palabras del espaƱol y no te olvides de que los jornaleros del idioma tambiƩn pasamos sed y una cerveza siempre serƔ bienvenida.

Ā 

CompƔrtelo twitter facebook whatsapp
¿Valoramos correctamente los casos de éxito?
Innosfera: un nuevo evento colaborativo mensual para hablar sobre innovación
Nueva York se convierte en un nuevo Silicon Valley
ā€œHemos entrado en la era de las próximas dos horasā€
 
Especiales
 
facebook twitter whatsapp
Opiniones 6
  • Muy buen artĆ­culo. He disfrutado mucho leyĆ©ndolo.

    Solo me gustarĆ­a aƱadir que “remover” no es un anglicismo, ya se usaba en latĆ­n y en castellano antiguo con el sentido de “eliminar”.

  • NacĆ­ en una familia vallisoletana.Como a mis hermanos mayores el primer dĆ­a en el jardĆ­n de infantes fue terrible,se reĆ­an de mi hablar y acento y me llamaban gallega.Mi padre me explicó que era yo argentina,hija de castellanos.Y QUE GALLEGOS ERAN pARDO bAZƁN,Castelao,Valle INCLAN,sEOANE,mARƍA pITA.Concluyó,el acento lo perderĆ”s pero recuĆ©rdales que asĆ­ hablaba el GENERAL sAN mARTƍN.

  • PorquĆ© nunca se menciona el pilar quĆ© sustentó la evolución del latĆ­n en la penĆ­nsula?
    Las lenguas ibƩricas.

  • Comentarios cerrados.