«Os invito a leer mi último relato titulado…». Asà comienza un joven autor un mensaje en Twitter. Y antes del enlace, una súplica: «Se ruegan comentarios constructivos».
La frase «se ruegan comentarios constructivos» es el nuevo «aplaudid si os ha gustado y si no es asà mantened un respetuoso silencio» de las compañÃas de teatro de otros siglos. No es la primera vez que lo leo. En este caso me saca una sonrisa: un alma vulnerable, pienso. Me gustarÃa entregar al autor un casco y un escudo y decirle que podrÃa parapetarse tras su mesa de escritorio, pero aún asÃ, el comentario crÃtico mejor intencionado y hecho con extremada dulzura le dolerÃa. Sus lectores han captado una idea que Somerset Maugham expone con acierto:
«La gente te pide crÃticas, pero en realidad sólo quiere halagos».
De ahà que los lectores que se han tomado la molestia en opinar, amigos cercanos y conocidos condescendientes, se expresen de manera sucinta en términos como: me gusta, muy bonito, me encanta, muy real…
La curiosidad me hizo leer el texto, pero me abstuve de comentar. La deformación profesional me hubiera llevado a la crÃtica de la forma, tan solo somos conocidos, no me ha pagado por emitir un juicio y me temo que el joven autor no pretende realmente comentarios constructivos. No serÃa la primera vez que un simple comentario acabara en una casi interminable sucesión de correos electrónicos bajo los términos «yo tengo razón y tú no».  En estos correos, el autor trata de explicar lo que él supone que no he entendido… y cuenta cosas que no están en el trabajo. Haberlo puesto, digo.
Si el autor persiste en explicarme por qué debo emocionarme con su trabajo le digo que mis comentarios pueden ser acertados o no, que debe considerarme un lector más… Y si yo pienso lo que pienso, quizá otros lectores lo hagan. La discusión ya no es tanto sobre quién tiene razón o no. Se plantean dos cuestiones: si la historia ofrece lo que promete inicialmente y si soy el público que busca ese autor.
No doy explicaciones cuando soy yo el autor criticado por otros profesionales o por amigos y familiares que considero como público. Me pongo furioso conmigo mismo. Pienso que si la idea no se entiende, la culpa es mÃa.
Cuando escribo artÃculos para Yorokobu o cualquier otra publicación online distingo entre los comentarios contrarios hechos con educación, las crÃticas razonadas, el insulto y la pataleta. Ante las manifestaciones más virulentas recuerdo que el negocio de los contenidos tiene como objetivo primario robar el tiempo de las personas: de manera que el tiempo que ha llevado a un lector escribir un comentario de una o cincuenta lÃneas contra mi o contra el texto es tiempo que esa persona detraerá a otra publicación. (Por supuesto, que uno prefiere una o cincuenta lÃneas de alabanza, pero los comentarios positivos no requieren racionalización para aceptarlos).
Pero no todos los escritores en la nube consideran su blog como una fuente de ingresos ni como una plataforma de promoción. Para muchos es receptáculo de aplausos y abrazos. No pretenden otra cosa. Esto es asà porque el escritor es la criatura más frágil entre los artistas. No tiene trato directo con el público, no está curtido como un cantante, una bailarina o un actor de teatro; quienes se suben a un escenario asumen que durante la ejecución de su disciplina podrÃan recibir los desaires y los insultos del público. El cantante o el actor de teatro tiene que hacerse el fuerte ante las crÃticas si quiere actuar en la siguiente función. Sin embargo, el escritor de un blog o cualquier publicación online puede mostrarse irritable por las crÃticas recibidas de parte de personas a las que no ha visto la cara.
Incluso afamados blogueros impiden la publicación de comentarios. Alegan que protegen la marca personal o que los comentarios desvirtúan las intenciones por las que fueron creados el blog. Decisiones personales para blogs personales. Más chocante resulta que las columnas de opinión en medios online redactadas por escritores prestigiosos no tengan caja para comentarios. Sin embargo, en estas mismas publicaciones es posible comentar sobre la última fotografÃa casual de la reina Letizia o sobre la última ocurrencia de un alcalde de una pequeña localidad. ¿Miedo de estos escritores-columnistas a los lectores o decisiones editoriales? En cualquier caso, me opondrÃa a la posibilidad de no recibir crÃticas. Cuando los lectores comparten el contenido no se está seguro por qué o si en ello hay un efecto que seguro tendrá un nombre y que describo como lo-comparto-si-lo-comparte-Pepe.
De manera que uno espera seguir recibiendo crÃticas y alabanzas durante mucho tiempo. Precisamente, un buen ejercicio para soportarlas es volver a leer las crÃticas injustas recibidas un año atrás. Esto ayuda a comprender que aquello que escribió un desconocido y que tanto molestó ahora se ve con perspectiva: no afectó a los acontecimientos personales que sucedieron. En ningún momento peligró mi cabeza como la de Sherezade. Las palabras contra mi no eran hachas, sólo palabras pixeladas…
«Os invito a leer mi último relato titulado…». Asà comienza un joven autor un mensaje en Twitter. Y antes del enlace, una súplica: «Se ruegan comentarios constructivos».
La frase «se ruegan comentarios constructivos» es el nuevo «aplaudid si os ha gustado y si no es asà mantened un respetuoso silencio» de las compañÃas de teatro de otros siglos. No es la primera vez que lo leo. En este caso me saca una sonrisa: un alma vulnerable, pienso. Me gustarÃa entregar al autor un casco y un escudo y decirle que podrÃa parapetarse tras su mesa de escritorio, pero aún asÃ, el comentario crÃtico mejor intencionado y hecho con extremada dulzura le dolerÃa. Sus lectores han captado una idea que Somerset Maugham expone con acierto:
«La gente te pide crÃticas, pero en realidad sólo quiere halagos».
De ahà que los lectores que se han tomado la molestia en opinar, amigos cercanos y conocidos condescendientes, se expresen de manera sucinta en términos como: me gusta, muy bonito, me encanta, muy real…
La curiosidad me hizo leer el texto, pero me abstuve de comentar. La deformación profesional me hubiera llevado a la crÃtica de la forma, tan solo somos conocidos, no me ha pagado por emitir un juicio y me temo que el joven autor no pretende realmente comentarios constructivos. No serÃa la primera vez que un simple comentario acabara en una casi interminable sucesión de correos electrónicos bajo los términos «yo tengo razón y tú no».  En estos correos, el autor trata de explicar lo que él supone que no he entendido… y cuenta cosas que no están en el trabajo. Haberlo puesto, digo.
Si el autor persiste en explicarme por qué debo emocionarme con su trabajo le digo que mis comentarios pueden ser acertados o no, que debe considerarme un lector más… Y si yo pienso lo que pienso, quizá otros lectores lo hagan. La discusión ya no es tanto sobre quién tiene razón o no. Se plantean dos cuestiones: si la historia ofrece lo que promete inicialmente y si soy el público que busca ese autor.
No doy explicaciones cuando soy yo el autor criticado por otros profesionales o por amigos y familiares que considero como público. Me pongo furioso conmigo mismo. Pienso que si la idea no se entiende, la culpa es mÃa.
Cuando escribo artÃculos para Yorokobu o cualquier otra publicación online distingo entre los comentarios contrarios hechos con educación, las crÃticas razonadas, el insulto y la pataleta. Ante las manifestaciones más virulentas recuerdo que el negocio de los contenidos tiene como objetivo primario robar el tiempo de las personas: de manera que el tiempo que ha llevado a un lector escribir un comentario de una o cincuenta lÃneas contra mi o contra el texto es tiempo que esa persona detraerá a otra publicación. (Por supuesto, que uno prefiere una o cincuenta lÃneas de alabanza, pero los comentarios positivos no requieren racionalización para aceptarlos).
Pero no todos los escritores en la nube consideran su blog como una fuente de ingresos ni como una plataforma de promoción. Para muchos es receptáculo de aplausos y abrazos. No pretenden otra cosa. Esto es asà porque el escritor es la criatura más frágil entre los artistas. No tiene trato directo con el público, no está curtido como un cantante, una bailarina o un actor de teatro; quienes se suben a un escenario asumen que durante la ejecución de su disciplina podrÃan recibir los desaires y los insultos del público. El cantante o el actor de teatro tiene que hacerse el fuerte ante las crÃticas si quiere actuar en la siguiente función. Sin embargo, el escritor de un blog o cualquier publicación online puede mostrarse irritable por las crÃticas recibidas de parte de personas a las que no ha visto la cara.
Incluso afamados blogueros impiden la publicación de comentarios. Alegan que protegen la marca personal o que los comentarios desvirtúan las intenciones por las que fueron creados el blog. Decisiones personales para blogs personales. Más chocante resulta que las columnas de opinión en medios online redactadas por escritores prestigiosos no tengan caja para comentarios. Sin embargo, en estas mismas publicaciones es posible comentar sobre la última fotografÃa casual de la reina Letizia o sobre la última ocurrencia de un alcalde de una pequeña localidad. ¿Miedo de estos escritores-columnistas a los lectores o decisiones editoriales? En cualquier caso, me opondrÃa a la posibilidad de no recibir crÃticas. Cuando los lectores comparten el contenido no se está seguro por qué o si en ello hay un efecto que seguro tendrá un nombre y que describo como lo-comparto-si-lo-comparte-Pepe.
De manera que uno espera seguir recibiendo crÃticas y alabanzas durante mucho tiempo. Precisamente, un buen ejercicio para soportarlas es volver a leer las crÃticas injustas recibidas un año atrás. Esto ayuda a comprender que aquello que escribió un desconocido y que tanto molestó ahora se ve con perspectiva: no afectó a los acontecimientos personales que sucedieron. En ningún momento peligró mi cabeza como la de Sherezade. Las palabras contra mi no eran hachas, sólo palabras pixeladas…
A ver, primero de todo ¿Qué habéis hecho con el formato? Siempre leo en el feedly y no me habÃa dado cuenta. ¿Por qué esa columnita ridÃcula? ¿Por qué esa cantidad de espacio vacÃo a la izquierda? Seguro que hay una razón de peso de algún gurú del diseño web pero no me gusta. Y por supuesto esto no es constructivo ni pretende serlo…pero me mola la tipografÃa.
Sobre escribir online. Hay gente con muy mala leche por la red que disfruta dejando comentarios hirientes, supongo que son los mismos que jugaban a cortar lagartijas y a insultar al tÃo de su clase que llevaba gafas y tirar del sujetador a su compañera de 11 años diciendo “tiene tetas”….pero cuando tienes un blog tienes que pasar de ellos olÃmpicamente.
Coincido contigo en que cuando la gente pide comentarios constructivos lo que quieren es que les pases la manita por el lomo asi que yo me abstengo de hacerlos a no ser que tenga mucha confianza o crea que mi opinión va a ser tenida en cuenta. Y lo que no hago nunca es dejar comentarios interminables cuando algo no me gusta…directamente paso, hay mil cosas en la red interesantes en las que perder el tiempo…paso de perderlo dejando pintadas del tipo “estuve aqui y no me gustó”.
Ah y no estoy de acuerdo con que cuando una idea no se entiende es culpa del autor, falta mucha comprensión lectora en general.
Me agrada volver a leerte. FirmarÃa por tenerte siempre como crÃtica de lo que escribo, porque eres una mujer cabal.
Pues sÃ, tienes razón en que hay lectores con mala uva, que incluso el texto más impecable lo pone a caldo por una coma.
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