7 de enero 2016    /   IDEAS
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El espĂ­a de Carrefour

7 de enero 2016    /   IDEAS     por          
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En Carrefour hay un espĂ­a. El otro dĂ­a mi mujer, lista de la compra en mano, fue abordada discretamente por un individuo, de paisano, que se identificĂł como miembro del equipo Carrefour. Mirando a un lado y a otro, le contĂł que, si no tenĂ­a inconveniente, la seguirĂ­a durante el proceso de compra y analizarĂ­a sus movimientos en detalle desde una distancia prudencial.

Mi mujer en aquel momento debiĂł sentirse como Jamie Lee Curtis en Mentiras Arriesgadas, la pelĂ­cula con Schwarzenegger. DebiĂł sentirse como una mujer normal y corriente que de pronto forma parte de un entramado de espionaje y contraespionaje de seguridad nacional.

Al principio, titubeante, mi mujer comenzó un incierto recorrido de pasillos, más pendiente de su discreto agente de inteligencia que de la lista de la compra. Y apenas recuerda lo ocurrido en esos primeros cinco minutos. Imagino, y la conozco bien, el tormento que aquella persona que la observaba por encima de su iPad a diez metros de distancia debió causar en ella.

Pero tras el desconcierto inicial tomó el control de la situación. Se paró en seco, respiró profundamente y tras ese momento de reconstrucción emocional decidió ser fuerte y actuar. «Tengo una misión que cumplir y una lista de la compra que completar así que vamos allá», debió de pensar.  Tras lo cual volvió a dejar en su sitio el neumático 195/55/R17 y el cuchillo eléctrico que había puesto en el carro y comenzó de cero.

shutterstock_258513713

A partir de ese momento comenzó una sobreactuación memorable. Un paso firme y decidido a ningún sitio. Con esa total falta de naturalidad con la que actuamos cuando pasamos por el control de policía del aeropuerto, queriendo ser la persona más inocente del mundo. Con la misma mirada forzada con la que miramos al policía del control de alcoholemia mostrando suficiencia y normalidad de esa forma tan patética…

No estuve allí, pero la imagino gesticulando cada decisión. Mirando al techo y tocándose la barbilla pensando dónde estaban las bolsas de basura. Perdonándose sus continuos cambios de dirección y de pasillo con ese gesto universal de “qué cabeza tengo”.

Cada vez más cómoda en el personaje, decidió ir un paso más allá y comenzar a enviar mensajes en clave al espía. Al fin y al cabo tenía una misión y si aquello iba a ser analizado ella tenía que aportar mucha información relevante.

Lo primero que hizo mientras elegía las latas de atún fue, con inusual agresividad y tras un forcejeo con los cachivaches del bolso, sacar las gafas de cerca y ponérselas acaloradamente. Para que se entendiera que todas aquellas etiquetas eran demasiado pequeñas. «¡Que lata!», llegó a decirse a sí misma, girando levemente la cabeza hacia su observador.

Instalada ya en su magistral y crítica interpretación prosiguió mostrándose sorprendida y enojada por los precios de algunos productos, con un gesto sobreactuado. Leyendo con el dedo las etiquetas del champú buscando el sello ecológico y reconfortándose al encontrarlo tocándose el pecho. Poniendo en el carro el combo de 12 tetrabriks de leche y masajeándose los lumbares tras el esfuerzo. Empujando el carro y secándose el sudor de la frente enviando un mensaje inequívoco de que debería haber carros eléctricos…

Llegó incluso a enviar contramensajes, arrojando de pasada con suficiencia y mirando en otra dirección otros productos para restarles protagonismo y que el espía pudiera identificar los verdaderos mensajes…

En definitiva, un actuación antológica de gestos y mensajes cifrados que sin duda están siendo ahora analizados como una fuente de información valiosa y relevante.

La prueba de que aquel espĂ­a, lejos de estar obteniendo datos para el análisis de comportamiento de usuarios estaba siendo testigo de un batiburrillo teatral de emociones forzadas, es que aquel glorioso dĂ­a volviĂł a casa el Cola Cao original. Desde hace casi dos años sufrimos una severa restricciĂłn de Cola Cao original por el efecto psicolĂłgico de la crisis. Consumimos todo tipo de polvos marrones con combinaciones de la palabra ‘cao’, pero nunca el original. Y ese dĂ­a no solo llegĂł a casa el original, sino un saco de dos kilos que abracĂ©.

Desconozco la utilidad real de esos informes pero del análisis del big data obtendrán sin duda un nuevo perfil de cliente que compra neumáticos por unidades, que vacía el carro cada 10 minutos y vuelve a empezar, que echa en él botellas de whisky sin prestar atención, mirando a otro lado y que gesticula más que Jim Carrey.

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En Carrefour hay un espĂ­a. El otro dĂ­a mi mujer, lista de la compra en mano, fue abordada discretamente por un individuo, de paisano, que se identificĂł como miembro del equipo Carrefour. Mirando a un lado y a otro, le contĂł que, si no tenĂ­a inconveniente, la seguirĂ­a durante el proceso de compra y analizarĂ­a sus movimientos en detalle desde una distancia prudencial.

Mi mujer en aquel momento debiĂł sentirse como Jamie Lee Curtis en Mentiras Arriesgadas, la pelĂ­cula con Schwarzenegger. DebiĂł sentirse como una mujer normal y corriente que de pronto forma parte de un entramado de espionaje y contraespionaje de seguridad nacional.

Al principio, titubeante, mi mujer comenzó un incierto recorrido de pasillos, más pendiente de su discreto agente de inteligencia que de la lista de la compra. Y apenas recuerda lo ocurrido en esos primeros cinco minutos. Imagino, y la conozco bien, el tormento que aquella persona que la observaba por encima de su iPad a diez metros de distancia debió causar en ella.

Pero tras el desconcierto inicial tomó el control de la situación. Se paró en seco, respiró profundamente y tras ese momento de reconstrucción emocional decidió ser fuerte y actuar. «Tengo una misión que cumplir y una lista de la compra que completar así que vamos allá», debió de pensar.  Tras lo cual volvió a dejar en su sitio el neumático 195/55/R17 y el cuchillo eléctrico que había puesto en el carro y comenzó de cero.

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A partir de ese momento comenzó una sobreactuación memorable. Un paso firme y decidido a ningún sitio. Con esa total falta de naturalidad con la que actuamos cuando pasamos por el control de policía del aeropuerto, queriendo ser la persona más inocente del mundo. Con la misma mirada forzada con la que miramos al policía del control de alcoholemia mostrando suficiencia y normalidad de esa forma tan patética…

No estuve allí, pero la imagino gesticulando cada decisión. Mirando al techo y tocándose la barbilla pensando dónde estaban las bolsas de basura. Perdonándose sus continuos cambios de dirección y de pasillo con ese gesto universal de “qué cabeza tengo”.

Cada vez más cómoda en el personaje, decidió ir un paso más allá y comenzar a enviar mensajes en clave al espía. Al fin y al cabo tenía una misión y si aquello iba a ser analizado ella tenía que aportar mucha información relevante.

Lo primero que hizo mientras elegía las latas de atún fue, con inusual agresividad y tras un forcejeo con los cachivaches del bolso, sacar las gafas de cerca y ponérselas acaloradamente. Para que se entendiera que todas aquellas etiquetas eran demasiado pequeñas. «¡Que lata!», llegó a decirse a sí misma, girando levemente la cabeza hacia su observador.

Instalada ya en su magistral y crítica interpretación prosiguió mostrándose sorprendida y enojada por los precios de algunos productos, con un gesto sobreactuado. Leyendo con el dedo las etiquetas del champú buscando el sello ecológico y reconfortándose al encontrarlo tocándose el pecho. Poniendo en el carro el combo de 12 tetrabriks de leche y masajeándose los lumbares tras el esfuerzo. Empujando el carro y secándose el sudor de la frente enviando un mensaje inequívoco de que debería haber carros eléctricos…

Llegó incluso a enviar contramensajes, arrojando de pasada con suficiencia y mirando en otra dirección otros productos para restarles protagonismo y que el espía pudiera identificar los verdaderos mensajes…

En definitiva, un actuación antológica de gestos y mensajes cifrados que sin duda están siendo ahora analizados como una fuente de información valiosa y relevante.

La prueba de que aquel espĂ­a, lejos de estar obteniendo datos para el análisis de comportamiento de usuarios estaba siendo testigo de un batiburrillo teatral de emociones forzadas, es que aquel glorioso dĂ­a volviĂł a casa el Cola Cao original. Desde hace casi dos años sufrimos una severa restricciĂłn de Cola Cao original por el efecto psicolĂłgico de la crisis. Consumimos todo tipo de polvos marrones con combinaciones de la palabra ‘cao’, pero nunca el original. Y ese dĂ­a no solo llegĂł a casa el original, sino un saco de dos kilos que abracĂ©.

Desconozco la utilidad real de esos informes pero del análisis del big data obtendrán sin duda un nuevo perfil de cliente que compra neumáticos por unidades, que vacía el carro cada 10 minutos y vuelve a empezar, que echa en él botellas de whisky sin prestar atención, mirando a otro lado y que gesticula más que Jim Carrey.

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Opiniones 2
  • Me ha encantado:) Enrique, aunque seguramente ya lo sospechabas, este tipo de investigaciĂłn en el contexto no se hace asĂ­, y el procedimiento que describes no sirve para nada, porque tiene un sesgo enorme. Supongo que esto es una iniciativa personal de algĂşn empleado o becario. TambiĂ©n puede ser que la empresa imponga determinados protocolos en el procedimiento por normas internas o por una interpretaciĂłn determinada de aspectos legales.

    • Ernesto, la verdad es que no conozco el uso de esa informaciĂłn. Pero efectivamente el sesgo fue importante, porque 2 kg de colacao no se han visto en mi casa NUNCA! Gracias por el comentario

  • Comentarios cerrados.