En Carrefour hay un espĂa. El otro dĂa mi mujer, lista de la compra en mano, fue abordada discretamente por un individuo, de paisano, que se identificĂł como miembro del equipo Carrefour. Mirando a un lado y a otro, le contĂł que, si no tenĂa inconveniente, la seguirĂa durante el proceso de compra y analizarĂa sus movimientos en detalle desde una distancia prudencial.
Mi mujer en aquel momento debiĂł sentirse como Jamie Lee Curtis en Mentiras Arriesgadas, la pelĂcula con Schwarzenegger. DebiĂł sentirse como una mujer normal y corriente que de pronto forma parte de un entramado de espionaje y contraespionaje de seguridad nacional.
Al principio, titubeante, mi mujer comenzó un incierto recorrido de pasillos, más pendiente de su discreto agente de inteligencia que de la lista de la compra. Y apenas recuerda lo ocurrido en esos primeros cinco minutos. Imagino, y la conozco bien, el tormento que aquella persona que la observaba por encima de su iPad a diez metros de distancia debió causar en ella.
Pero tras el desconcierto inicial tomĂł el control de la situaciĂłn. Se parĂł en seco, respirĂł profundamente y tras ese momento de reconstrucciĂłn emocional decidiĂł ser fuerte y actuar. «Tengo una misiĂłn que cumplir y una lista de la compra que completar asĂ que vamos allá», debiĂł de pensar. Tras lo cual volviĂł a dejar en su sitio el neumático 195/55/R17 y el cuchillo elĂ©ctrico que habĂa puesto en el carro y comenzĂł de cero.

A partir de ese momento comenzĂł una sobreactuaciĂłn memorable. Un paso firme y decidido a ningĂşn sitio. Con esa total falta de naturalidad con la que actuamos cuando pasamos por el control de policĂa del aeropuerto, queriendo ser la persona más inocente del mundo. Con la misma mirada forzada con la que miramos al policĂa del control de alcoholemia mostrando suficiencia y normalidad de esa forma tan patĂ©tica…
No estuve allĂ, pero la imagino gesticulando cada decisiĂłn. Mirando al techo y tocándose la barbilla pensando dĂłnde estaban las bolsas de basura. Perdonándose sus continuos cambios de direcciĂłn y de pasillo con ese gesto universal de “quĂ© cabeza tengo”.
Cada vez más cĂłmoda en el personaje, decidiĂł ir un paso más allá y comenzar a enviar mensajes en clave al espĂa. Al fin y al cabo tenĂa una misiĂłn y si aquello iba a ser analizado ella tenĂa que aportar mucha informaciĂłn relevante.
Lo primero que hizo mientras elegĂa las latas de atĂşn fue, con inusual agresividad y tras un forcejeo con los cachivaches del bolso, sacar las gafas de cerca y ponĂ©rselas acaloradamente. Para que se entendiera que todas aquellas etiquetas eran demasiado pequeñas. «¡Que lata!», llegó a decirse a sĂ misma, girando levemente la cabeza hacia su observador.
Instalada ya en su magistral y crĂtica interpretaciĂłn prosiguiĂł mostrándose sorprendida y enojada por los precios de algunos productos, con un gesto sobreactuado. Leyendo con el dedo las etiquetas del champĂş buscando el sello ecolĂłgico y reconfortándose al encontrarlo tocándose el pecho. Poniendo en el carro el combo de 12 tetrabriks de leche y masajeándose los lumbares tras el esfuerzo. Empujando el carro y secándose el sudor de la frente enviando un mensaje inequĂvoco de que deberĂa haber carros elĂ©ctricos…
LlegĂł incluso a enviar contramensajes, arrojando de pasada con suficiencia y mirando en otra direcciĂłn otros productos para restarles protagonismo y que el espĂa pudiera identificar los verdaderos mensajes…
En definitiva, un actuación antológica de gestos y mensajes cifrados que sin duda están siendo ahora analizados como una fuente de información valiosa y relevante.
La prueba de que aquel espĂa, lejos de estar obteniendo datos para el análisis de comportamiento de usuarios estaba siendo testigo de un batiburrillo teatral de emociones forzadas, es que aquel glorioso dĂa volviĂł a casa el Cola Cao original. Desde hace casi dos años sufrimos una severa restricciĂłn de Cola Cao original por el efecto psicolĂłgico de la crisis. Consumimos todo tipo de polvos marrones con combinaciones de la palabra ‘cao’, pero nunca el original. Y ese dĂa no solo llegĂł a casa el original, sino un saco de dos kilos que abracĂ©.
Desconozco la utilidad real de esos informes pero del análisis del big data obtendrán sin duda un nuevo perfil de cliente que compra neumáticos por unidades, que vacĂa el carro cada 10 minutos y vuelve a empezar, que echa en Ă©l botellas de whisky sin prestar atenciĂłn, mirando a otro lado y que gesticula más que Jim Carrey.
Me ha encantado:) Enrique, aunque seguramente ya lo sospechabas, este tipo de investigaciĂłn en el contexto no se hace asĂ, y el procedimiento que describes no sirve para nada, porque tiene un sesgo enorme. Supongo que esto es una iniciativa personal de algĂşn empleado o becario. TambiĂ©n puede ser que la empresa imponga determinados protocolos en el procedimiento por normas internas o por una interpretaciĂłn determinada de aspectos legales.
Ernesto, la verdad es que no conozco el uso de esa informaciĂłn. Pero efectivamente el sesgo fue importante, porque 2 kg de colacao no se han visto en mi casa NUNCA! Gracias por el comentario
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