En ocasiones, algunos tienen que morir para que otros sobrevivan o, en casos menos dramáticos, para que muchos disfruten de derechos adquiridos tras el sacrificio. Probablemente nadie tenga el valor necesario para enfrentarse a quien debe dejarse ir y decÃrselo a la cara: «Eres el precio que hay que pagar para que los demás nos beneficiemos. Gracias. Hasta siempre». Sin embargo, en un universo de ese capitalismo existencial, el precio lo determina el mercado y hay que pagarlo sin remedio.
El precio que se tuvo que pagar para que la humanidad disfrutase de textos como El cuervo, El viejo y el mar, La campana de cristal, Mujeres o Suave es la noche fue alto, tanto como valiesen las vidas de sus autores; tanto como el hecho de que sus vidas quedaran condicionadas por estar regadas en alcohol. En cualquier caso, si alguien se pusiera a analizar la relación entre precio y beneficio, poca gente renunciarÃa a esos libros.
Edgar Allan Poe
Es duro que parezca que la vida de alguien no importa si se compara con su producción creativa, pero nadie dijo que tomar decisiones fuera sencillo. Por suerte, los designios del destino no se pudieron escoger y las obras de algunas de las mejores plumas de la historia se vieron condicionadas por la dipsomanÃa sin posibilidad de alternativa.
El relato, presentado de forma novelada, traslada automáticamente a un viaje por cinco personalidades dadas a la autodestrucción: Charles Bukowski, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Sylvia Plath y Edgar Allan Poe.
En el caso de Charles Bukowski, el alcohol era el pasaporte a su mundo más particular, uno que se fabricó desde muy joven para huir del sobrio e irrespirable ambiente familiar. Empezaba por la cerveza barata y terminaba viajando al Burbank a beber aún más, a sudar como un cerdo, a mirar a las bailarinas, a comer sobras y, en definitiva, a destripar los bajos fondos y graduarse en underground. «El alcohol era el motor de su vida y de su temática», afirma Mayoral.
Todo el mundo aprecia el alcohol como algo pernicioso y, aun asÃ, se mira con recelo a los abstemios como a los que huyen de masturbarse. Por algo será. Por eso no debe asustar un intento como este, el de Carlos Mayoral, de situar a la sustancia en el lugar del universo creativo que le corresponde. Aunque el hÃgado se queje.
Scott FitzgeraldPortada de EtÃlico, de Carlos Mayoral.
En ocasiones, algunos tienen que morir para que otros sobrevivan o, en casos menos dramáticos, para que muchos disfruten de derechos adquiridos tras el sacrificio. Probablemente nadie tenga el valor necesario para enfrentarse a quien debe dejarse ir y decÃrselo a la cara: «Eres el precio que hay que pagar para que los demás nos beneficiemos. Gracias. Hasta siempre». Sin embargo, en un universo de ese capitalismo existencial, el precio lo determina el mercado y hay que pagarlo sin remedio.
El precio que se tuvo que pagar para que la humanidad disfrutase de textos como El cuervo, El viejo y el mar, La campana de cristal, Mujeres o Suave es la noche fue alto, tanto como valiesen las vidas de sus autores; tanto como el hecho de que sus vidas quedaran condicionadas por estar regadas en alcohol. En cualquier caso, si alguien se pusiera a analizar la relación entre precio y beneficio, poca gente renunciarÃa a esos libros.
Edgar Allan Poe
Es duro que parezca que la vida de alguien no importa si se compara con su producción creativa, pero nadie dijo que tomar decisiones fuera sencillo. Por suerte, los designios del destino no se pudieron escoger y las obras de algunas de las mejores plumas de la historia se vieron condicionadas por la dipsomanÃa sin posibilidad de alternativa.
El relato, presentado de forma novelada, traslada automáticamente a un viaje por cinco personalidades dadas a la autodestrucción: Charles Bukowski, Scott Fitzgerald, Ernest Hemingway, Sylvia Plath y Edgar Allan Poe.
En el caso de Charles Bukowski, el alcohol era el pasaporte a su mundo más particular, uno que se fabricó desde muy joven para huir del sobrio e irrespirable ambiente familiar. Empezaba por la cerveza barata y terminaba viajando al Burbank a beber aún más, a sudar como un cerdo, a mirar a las bailarinas, a comer sobras y, en definitiva, a destripar los bajos fondos y graduarse en underground. «El alcohol era el motor de su vida y de su temática», afirma Mayoral.
Todo el mundo aprecia el alcohol como algo pernicioso y, aun asÃ, se mira con recelo a los abstemios como a los que huyen de masturbarse. Por algo será. Por eso no debe asustar un intento como este, el de Carlos Mayoral, de situar a la sustancia en el lugar del universo creativo que le corresponde. Aunque el hÃgado se queje.
Scott FitzgeraldPortada de EtÃlico, de Carlos Mayoral.
Muy buena reseña, ya lo tengo en el ebook
¿De quienes son las ilustraciones?
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