De lo superficial a lo femenino: asà evoluciona el mensaje de los cuentos infantiles

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Las historias que contamos a los nuestros nos retratan como sociedad. Las pelÃculas españolas, por ejemplo, son muy distintas a las estadounidenses. Incluso las españolas de ahora no son las de hace seis décadas -mojigatas, recatadas y religiosas-, ni las de hace cuatro -machistas, sexuales y paletas-. Hay ciertos clichés que se perpetúan en el tiempo: nuestro imaginario cinematográfico tiene a la Guerra Civil y el americano tiene la guerra, asà en general.
Pero por debajo de esa capa comercial y muchas veces pretendidamente artificial que supone la cinematografÃa de un momento determinado, hay un sustrato cultural mucho menos perceptible pero tremendamente poderoso: la narrativa infantil. En general, y por aquello de las moralejas y el aprendizaje, crecemos escuchando cuentos crueles para crecer como niños sanos: el lobo y la madrastra escenifican aquello que debemos evitar, y el prÃncipe valiente y la amistad son los valores -el amor, la familia- que hay que preservar.
Si juntamos ambos mundos -el cinematográfico y los cuentos infantiles- se produce un retrato vivo de lo que, como sociedad, enseñamos a nuestros herederos con el añadido de que es un producto tan ligado a lo comercial que evoluciona mucho más rápido que las leyendas orales y textuales de las que viene. Las pelÃculas para niños son, por tanto, un testimonio de cómo es nuestro mundo y de lo rápido que cambia.
Las moralejas y dicotomÃas -el bien y el mal, los allegados, lo desconocido- se perpetúa. Lo que cambian, sin embargo, son los códigos externos: la forma en que se cuenta una misma historia desde hace siglos. Hay veces, sin embargo, que esos cambios en el código suponen, a la vez, cambios en el mensaje.
Los clásicos
Esto se aprecia, por ejemplo, en aquellas pelÃculas primigenias, luego readaptadas y mejoradas, donde se daba un mensaje buenista que venÃa de una historia inicial dramática. La forma en que se llegaba a un final feliz no era tan importante como el mensaje que trascendÃa en medio.
AsÃ, por ejemplo, la ‘Blancanieves’ de 1937 era una niña que huÃa de su hogar porque su madre iba a asesinarla por ser la más bella del reino. La belleza es el desencadenante de una tragedia, un valor absoluto e inevitable que marcaba educación, con los celos como trasfondo de todo. Unos años más tarde ‘La cenicienta’ de 1950 desarrollaba ese mismo argumento: los celos de una madrastra y sus hijas contra una legÃtima heredera humilde, trabajadora y finalmente triunfante.
En ambas cintas hay, sin embargo, un poso más demoledor que se repite en ‘La bella durmiente’ de 1959: la idea de la superficialidad. Una es amenazada por ser bella, la otra tiene que recurrir a la magia para aparentar un estatus que le permita conquistar a su pretendiente… y la otra -como las dos anteriores- se enamora del primero que pasa por delante, el prÃncipe inevitable y su enseñanza determinista: el amor está escrito que debe ser asÃ, con esa primera vez que sólo tiene un destinatario.
En esa misma época otras dos cintas introducÃan mensajes igualmente devastadores. El ‘Dumbo’ de 1941 habla del encierro, de la discriminación por motivos fÃsicos y, al final, de la superación de los problemas a través de la fe. Y, sobre todo, el ‘Peter Pan’ de 1953 colaba un terrible mensaje machista por debajo del idÃlico miedo a crecer y la fantasÃa infantil: Campanilla y las sirenas se vuelven contra Wendy para conseguir el favor del protagonista, a la vez que ésta toma la decisión de marcharse de su lado cuando una princesa india se acerca demasiado a su pretendido. Son los celos, de hecho, los que provocan el desenlace del combate final con Garfio, que los aprovecha en su favor.
Los años dorados
El desarrollo de la industria cinematográfica y de las técnicas de animación contribuyó a que entre los 70 y 80 se impulsara la animación. A finales de los 80, de hecho, empezaron a ver la luz algunas de las cintas infantiles más exitosas de la historia, pasando a sumarse a los grandes clásicos de décadas atrás, aunque con argumentos más elaborados, estéticas más actuales y tramas enriquecidas.
Los mensajes clásicos, sin embargo, permanecÃan, aunque con retoques. ‘La sirenita’ de 1989 surge de la desobediencia al padre, igual que ‘El rey león’ de 1994. En el primer caso hay un potente trasfondo sobre la apariencia fÃsica, no ya desde la belleza como antaño, sino desde la condición humana: la tónica del amor idÃlico a primera vista sigue vigente una vez más, incluso sacrificando el mayor don que se posee (en este caso, la voz) para intentar conseguirlo.
El argumento de la belleza vuelve a escena en ‘La bella y la bestia’ de 1991, aunque de una forma distinta y dando la vuelta al argumento: no es tan importante el aspecto fÃsico, porque lo importante está en el interior… aunque al final de la pelÃcula la belleza emerge como fin indiscutible.
En el ‘AladdÃn’ de 1992 -que, por cierto, también nace con la desobediencia al padre- se introducen elementos clásicos reformados: la rebeldÃa ante el destino predeterminado por una parte y la importancia del interior por encima de la apariencia por otra, aunque en este caso no tanto como belleza sino como clase social. Sin embargo, como sucede con Bestia -el monstruo acaba siendo bello-, aquà el pobre acaba siendo sultán.
Quitando esos ya clásicos, quizá la pelÃcula más transgresora de esos ‘años dorados’ fue ‘Toy Story’ en 1995, y no sólo por tratarse de la primera pelÃcula de animación de estas caracterÃsticas, sino por cambiar el eje de la narrativa: ya no hay un debate sobre belleza y superación -aunque el personaje secundario del astronauta sàtiene su travesÃa en el desierto particular-, sino de exaltación de la amistad y la confianza en el grupo.
Aquà ya no hay un destino incuestionable, ni un enemigo que encarna la moraleja de turno, sino una mera prueba que sólo se supera confiando en la sociedad que rodea al protagonista.
El cambio de mensaje
‘Toy Story’ supuso un antes y un después en muchas cosas, especialmente en cuanto a técnica… pero también en lo que representa la narrativa. Hay casos que son reenfoques de lo que se hizo décadas atrás, como la superación de la discapacidad que propone ‘Buscando a Nemo’ en 2003 -por lo de nadar con una aleta mal formada y, de nuevo, la desobediencia al padre-, que es en cierto modo similar a aquel Dumbo de los clásicos.
La victoria final del débil se convierte entonces en argumento común: ya no hay prÃncipes ni grandes brujas, sino robots de limpieza que confÃan en su sociedad, como ‘Wall-E’ en 2008, o abuelos y niños que cuestionan y derriban a los héroes y mitos, como en ‘Up’ en 2009.
Ese mismo año dio comienzo el que posiblemente sea el giro narrativo más importante de la cinematografÃa infantil: el empoderamiento femenino. Empezó con Tiara, la primera princesa negra del mundo de Disney que, con un pie en los clásicos, es la heroÃna por mérito propio, y siguió en 2012 con ‘Brave’ y la imagen de la luchadora y guerrera.
Esa lógica ha trascendido el cine infantil para crecer hasta el adolescente: la saga de ‘Los juegos del hambre’ o la de ‘Trascendente’ son una buena muestra de ello -aunque la ciencia ficción ya hizo lo suyo al respecto, desde ‘Alien’ hasta ‘Resident evil’, pasando por ‘Underworld’-. El cine más adulto, incluso, se ha contagiado también de esa tendencia femenina, y el episodio VII de ‘La guerra de las galaxias’ es un buen ejemplo de ello.
Pero si ha habido una cinta capaz de matar al padre esa ha sido ‘Frozen’, de 2013. No es sólo que las protagonistas de la cinta sean dos chicas, ni que sean ellas las que noquean al villano de un puñetazo, sino porque a lo que vencen es a sà mismas y sus miedos. Todo ello con una crÃtica voraz al pasado y a la idea de casarse con el primero que pasa por delante.
En ‘Frozen’ vuelven las princesas, la belleza y el trauma inicial como catapulta de la historia. Pero al menos esta pelÃcula cuenta cosas de una sociedad muy diferente: las mujeres que enseñamos ya no viven en castillos esperando a ser rescatadas con la belleza como única arma. Ahora conducen el Halcón Milenario.
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Las historias que contamos a los nuestros nos retratan como sociedad. Las pelÃculas españolas, por ejemplo, son muy distintas a las estadounidenses. Incluso las españolas de ahora no son las de hace seis décadas -mojigatas, recatadas y religiosas-, ni las de hace cuatro -machistas, sexuales y paletas-. Hay ciertos clichés que se perpetúan en el tiempo: nuestro imaginario cinematográfico tiene a la Guerra Civil y el americano tiene la guerra, asà en general.
Pero por debajo de esa capa comercial y muchas veces pretendidamente artificial que supone la cinematografÃa de un momento determinado, hay un sustrato cultural mucho menos perceptible pero tremendamente poderoso: la narrativa infantil. En general, y por aquello de las moralejas y el aprendizaje, crecemos escuchando cuentos crueles para crecer como niños sanos: el lobo y la madrastra escenifican aquello que debemos evitar, y el prÃncipe valiente y la amistad son los valores -el amor, la familia- que hay que preservar.
Si juntamos ambos mundos -el cinematográfico y los cuentos infantiles- se produce un retrato vivo de lo que, como sociedad, enseñamos a nuestros herederos con el añadido de que es un producto tan ligado a lo comercial que evoluciona mucho más rápido que las leyendas orales y textuales de las que viene. Las pelÃculas para niños son, por tanto, un testimonio de cómo es nuestro mundo y de lo rápido que cambia.
Las moralejas y dicotomÃas -el bien y el mal, los allegados, lo desconocido- se perpetúa. Lo que cambian, sin embargo, son los códigos externos: la forma en que se cuenta una misma historia desde hace siglos. Hay veces, sin embargo, que esos cambios en el código suponen, a la vez, cambios en el mensaje.
Los clásicos
Esto se aprecia, por ejemplo, en aquellas pelÃculas primigenias, luego readaptadas y mejoradas, donde se daba un mensaje buenista que venÃa de una historia inicial dramática. La forma en que se llegaba a un final feliz no era tan importante como el mensaje que trascendÃa en medio.
AsÃ, por ejemplo, la ‘Blancanieves’ de 1937 era una niña que huÃa de su hogar porque su madre iba a asesinarla por ser la más bella del reino. La belleza es el desencadenante de una tragedia, un valor absoluto e inevitable que marcaba educación, con los celos como trasfondo de todo. Unos años más tarde ‘La cenicienta’ de 1950 desarrollaba ese mismo argumento: los celos de una madrastra y sus hijas contra una legÃtima heredera humilde, trabajadora y finalmente triunfante.
En ambas cintas hay, sin embargo, un poso más demoledor que se repite en ‘La bella durmiente’ de 1959: la idea de la superficialidad. Una es amenazada por ser bella, la otra tiene que recurrir a la magia para aparentar un estatus que le permita conquistar a su pretendiente… y la otra -como las dos anteriores- se enamora del primero que pasa por delante, el prÃncipe inevitable y su enseñanza determinista: el amor está escrito que debe ser asÃ, con esa primera vez que sólo tiene un destinatario.
En esa misma época otras dos cintas introducÃan mensajes igualmente devastadores. El ‘Dumbo’ de 1941 habla del encierro, de la discriminación por motivos fÃsicos y, al final, de la superación de los problemas a través de la fe. Y, sobre todo, el ‘Peter Pan’ de 1953 colaba un terrible mensaje machista por debajo del idÃlico miedo a crecer y la fantasÃa infantil: Campanilla y las sirenas se vuelven contra Wendy para conseguir el favor del protagonista, a la vez que ésta toma la decisión de marcharse de su lado cuando una princesa india se acerca demasiado a su pretendido. Son los celos, de hecho, los que provocan el desenlace del combate final con Garfio, que los aprovecha en su favor.
Los años dorados
El desarrollo de la industria cinematográfica y de las técnicas de animación contribuyó a que entre los 70 y 80 se impulsara la animación. A finales de los 80, de hecho, empezaron a ver la luz algunas de las cintas infantiles más exitosas de la historia, pasando a sumarse a los grandes clásicos de décadas atrás, aunque con argumentos más elaborados, estéticas más actuales y tramas enriquecidas.
Los mensajes clásicos, sin embargo, permanecÃan, aunque con retoques. ‘La sirenita’ de 1989 surge de la desobediencia al padre, igual que ‘El rey león’ de 1994. En el primer caso hay un potente trasfondo sobre la apariencia fÃsica, no ya desde la belleza como antaño, sino desde la condición humana: la tónica del amor idÃlico a primera vista sigue vigente una vez más, incluso sacrificando el mayor don que se posee (en este caso, la voz) para intentar conseguirlo.
El argumento de la belleza vuelve a escena en ‘La bella y la bestia’ de 1991, aunque de una forma distinta y dando la vuelta al argumento: no es tan importante el aspecto fÃsico, porque lo importante está en el interior… aunque al final de la pelÃcula la belleza emerge como fin indiscutible.
En el ‘AladdÃn’ de 1992 -que, por cierto, también nace con la desobediencia al padre- se introducen elementos clásicos reformados: la rebeldÃa ante el destino predeterminado por una parte y la importancia del interior por encima de la apariencia por otra, aunque en este caso no tanto como belleza sino como clase social. Sin embargo, como sucede con Bestia -el monstruo acaba siendo bello-, aquà el pobre acaba siendo sultán.
Quitando esos ya clásicos, quizá la pelÃcula más transgresora de esos ‘años dorados’ fue ‘Toy Story’ en 1995, y no sólo por tratarse de la primera pelÃcula de animación de estas caracterÃsticas, sino por cambiar el eje de la narrativa: ya no hay un debate sobre belleza y superación -aunque el personaje secundario del astronauta sàtiene su travesÃa en el desierto particular-, sino de exaltación de la amistad y la confianza en el grupo.
Aquà ya no hay un destino incuestionable, ni un enemigo que encarna la moraleja de turno, sino una mera prueba que sólo se supera confiando en la sociedad que rodea al protagonista.
El cambio de mensaje
‘Toy Story’ supuso un antes y un después en muchas cosas, especialmente en cuanto a técnica… pero también en lo que representa la narrativa. Hay casos que son reenfoques de lo que se hizo décadas atrás, como la superación de la discapacidad que propone ‘Buscando a Nemo’ en 2003 -por lo de nadar con una aleta mal formada y, de nuevo, la desobediencia al padre-, que es en cierto modo similar a aquel Dumbo de los clásicos.
La victoria final del débil se convierte entonces en argumento común: ya no hay prÃncipes ni grandes brujas, sino robots de limpieza que confÃan en su sociedad, como ‘Wall-E’ en 2008, o abuelos y niños que cuestionan y derriban a los héroes y mitos, como en ‘Up’ en 2009.
Ese mismo año dio comienzo el que posiblemente sea el giro narrativo más importante de la cinematografÃa infantil: el empoderamiento femenino. Empezó con Tiara, la primera princesa negra del mundo de Disney que, con un pie en los clásicos, es la heroÃna por mérito propio, y siguió en 2012 con ‘Brave’ y la imagen de la luchadora y guerrera.
Esa lógica ha trascendido el cine infantil para crecer hasta el adolescente: la saga de ‘Los juegos del hambre’ o la de ‘Trascendente’ son una buena muestra de ello -aunque la ciencia ficción ya hizo lo suyo al respecto, desde ‘Alien’ hasta ‘Resident evil’, pasando por ‘Underworld’-. El cine más adulto, incluso, se ha contagiado también de esa tendencia femenina, y el episodio VII de ‘La guerra de las galaxias’ es un buen ejemplo de ello.
Pero si ha habido una cinta capaz de matar al padre esa ha sido ‘Frozen’, de 2013. No es sólo que las protagonistas de la cinta sean dos chicas, ni que sean ellas las que noquean al villano de un puñetazo, sino porque a lo que vencen es a sà mismas y sus miedos. Todo ello con una crÃtica voraz al pasado y a la idea de casarse con el primero que pasa por delante.
En ‘Frozen’ vuelven las princesas, la belleza y el trauma inicial como catapulta de la historia. Pero al menos esta pelÃcula cuenta cosas de una sociedad muy diferente: las mujeres que enseñamos ya no viven en castillos esperando a ser rescatadas con la belleza como única arma. Ahora conducen el Halcón Milenario.
Yo dirÃa que aunque van haciendo grandes esfuerzos aún falta muchÃsimo.
Brave, esa pequeña luchadora, acaba salvando a su madre tejiendo el tapiz que ha roto. No se me ocurre ninguna historia con un protagonista masculino donde para enmendar lo hecho el protagonista tenga que coser la verdad.
Y en frozen se dan pinceladas de renovarse, pero al final perpetúa la idea de que perteneciendo al género femenino una de las cosas más importantes es buscar pretendiente, quizás con más calma y no tan alocadamente. Pero que el amor hacia otra persona sea lo más importante.
Creo que, aunque vayamos por buen camino, aún falta mucho por recorrer.
Estoy de acuerdo en que el mensaje debe de cambiar, pero tampoco nos perdamos en los extremos.
Por ejemplo, si estoy de acuerdo que no debe de enseñarse a nadie (sea hombre, mujer, perro o gato) que la felicidad ha de basarse en encontrar pareja. Pero no veo porque vamos a tener que eliminar el romance de las historias por completo. Lo importante es que se vea que las relaciones romanticas son entre dos personas independientes, que deciden mutuamente juntarse y punto.
En Frozen no veo que se resalte la importancia de encontrar pareja . . . el mensaje se centra mucho mas en la relacion de las dos hermanas.
La pobre Ana lo que necesitaba era contacto social, que llevaba tropemil años encerrada y venga como si a los 16 años no hubiesemos caido todas en la misma trampa, no porque la sociedad nos haya dicho que necesitamos una pareja pero por lo que todos conocemos como hormonas y falta de madurez emocional.
Las peliculas son para disfrutarlas y pasarlo bien, si de verdad nos preocupa tanto la educacion de las futuras generaciones que nos ofendemos tanto por las pelis Disney, os voy a recordar que la educacion empieza en casa, no con el entretenimiento. Y lo teneis muy facil, dejad de verlas. Pero algo tendrán que no hay una que no llene salas.
Ala a ser felices!
Qué hay de Zootrópolis o Rompe Ralph. Quizás de las primeras pelÃculas Disney donde los protagonistas son chica y chico, se convierten en uña y carne pero en ningún momento tienen por qué enamorarse siquiera. Espero que Disney siga por este camino.
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