De equipo local a marca global: asĂ ha perdido el fĂștbol su identidad
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Le tocaba tirar el dĂ©cimo penalti de la final. Era el Ășltimo de la lista de jugadores de campo porque, como buen defensa, apenas habĂa chutado a puerta en toda su carrera. Lo marcĂł. TambiĂ©n su rival. Tuvieron que ser los porteros quienes decidieran aquel tĂtulo, que pasĂł a la historia como el de la tanda mĂĄs larga de todas, y tambiĂ©n porque fue el primero para el Villarreal. El equipo de un pueblo de apenas 50.000 habitantes. Y Ă©l, Pau Torres, el Ășnico sobre el cĂ©sped que habĂa nacido allĂ.
Ăl, el xiquet del poble (niño del pueblo), parte de la gesta, internacional con la selecciĂłn e icono del club, se dispone a firmar con otro equipo un año despuĂ©s. Se irĂĄ, parece, al Aston Villa, un equipo de medio pelo de la premier. No ha sido desamor, todo lo contrario, sino una cifra escandalosa para una operaciĂłn imposible en lo sentimental pero rutinaria en lo comercial.
«Nos hemos entregado al capitalismo», sintetiza Bruno Alemany, periodista y director de Play FĂștbol en la Cadena SER, que ve esa tendencia a desarraigar el fĂștbol de su entorno como algo «inevitable e irreparable». En su opiniĂłn, «las ciudades estĂĄn cada vez mĂĄs globalizadas y no podemos pretender que lo que vemos en las calles no ocurra en los equipos de fĂștbol». Es el mercado.
En la misma lĂnea opina Ălvaro von Richetti, periodista deportivo de Vamos: «El fĂștbol, como casi cualquier ĂĄmbito de la vida, estĂĄ muy sujeto a la globalizaciĂłn, y al final es fĂĄcil que determinados profesionales acaben trabajando fuera de sus fronteras. El futbolista no deja de ser un profesional de un ĂĄmbito concreto que, por intereses econĂłmicos, acaba moviĂ©ndose y jugando donde le lleve su talento. Aunque sea un espectĂĄculo y sea una cosa muy emocional, para mucha gente el fĂștbol no es mĂĄs que su profesiĂłn», explica.
En realidad, lo del xiquet era excepcional: cada vez es mĂĄs difĂcil que un equipo de Ă©lite tenga como emblema a un jugador de la casa. El tiempo de los RaĂșl, Torres, Albelda o PiquĂ©, por citar cuatro ejemplos, llega a su fin.
NORMATIVA PERMISIVA, COMPETENCIA GLOBAL
«La Ley Bosman ha sido un factor capital a la hora de mover jugadores, de incrementar el negocio en los traspasos», explica Enrique Ballester, periodista de El dĂa despuĂ©s, en referencia a la normativa de 1995 que hizo posible que los jugadores con raĂces europeas dejaran de contar como extranjeros en las ligas continentales. En su opiniĂłn, aquello marcĂł un antes y un despuĂ©s, pero tambiĂ©n «porque coincide con la entrada de grandes capitales y de los derechos televisivos, y cambia las reglas del juego sin vuelta atrĂĄs», explica.
Ese cambio no solo se vio sobre el campo, tambiĂ©n en banquillos y despachos. Basta echar un vistazo a los datos. Si se toman los tres primeros clasificados de las cinco grandes europeas, mĂĄs de la mitad estĂĄn controlados por capital extranjero, y solo cuatro de ellos âtres españolesâ por empresarios arraigados en la regiĂłn que acoge al club.
Vicent Molins, en su libro Club a la fuga, analiza ese fenĂłmeno de deslocalizaciĂłn en clave econĂłmica y social: la principal fuente de ingresos de los equipos ya no es la venta de entradas, vinculada al terreno, sino de merchandising, que se vende en todo el mundo, al que se accede a travĂ©s de televisiones que pagan sumas enormes por derechos de emisiĂłn. Los clubs son una marca, no un sĂmbolo unido a un lugar. Y las marcas, para competir en un mercado global, deben atraer el talento venga de donde venga. Aunque eso suponga que ya no haya mĂĄs xiquets del poble.
Los datos son elocuentes: tomando los once jugadores que mĂĄs minutos han jugado durante la pasada temporada en los equipos citados, hay 12 (de 15) donde mĂĄs de la mitad eran extranjeros. Tres de ellos, el Manchester City, el PSG y el Real Madrid, tenĂan hasta 10 extranjeros en esa alineaciĂłn titular. Los equipos con mĂĄs jugadores locales, Inter y AtlĂ©tico de Madrid, solo tenĂan tres. Y no es poca cosa: hasta seis equipos no tenĂan a nadie de su regiĂłn en esa alineaciĂłn.
Por eso, aunque a muchos les extrañara ver a la Selección sin jugadores del Real Madrid, el club español por antonomasia, no era algo sorprendente: apenas tiene españoles, y de los pocos que tiene, apenas uno es titular.
«Los clubes deberĂan cuidar mĂĄs el tema identitario, porque el hecho de que las barreras se hayan abierto y los lĂmites geogrĂĄficos hayan dejado de existir, no significa que esto no sea una cosa puramente emocional», explica von Richetti.
En su opiniĂłn, el negocio, ese que cambia todo, se hace con la emociĂłn del aficionado. «Para que el aficionado sienta emociĂłn, sienta pertenencia al club al que va a apoyar, al que va a dedicar un dinero, es fundamental que exista ese sentimiento que se arraiga en jugadores de la casa. Si eso se pierde, el fĂștbol va a dejar de interesar a la larga a muchos que, mĂĄs allĂĄ de lo tĂĄctico o lo tĂ©cnico, lo que hace es ir a defender algo casi cultural».
«Soy bastante romĂĄntico a ese respecto», confiesa Ballester, «porque creo que, entre otras cosas, lo que ha convertido al fĂștbol en el deporte mĂĄs seguido del planeta es el punto de identificaciĂłn con un territorio y con una comunidad de aficionados que, de alguna manera, se ven representados por su equipo mĂĄs allĂĄ de lo deportivo». La cuestiĂłn es si ambas cosas pueden conjugarse.
ÂżES INCOMPATIBLE EL RENDIMIENTO CON LA IDENTIDAD?
Para Alemany, mantener esa identidad es importante, «pero, al mismo tiempo, hay una exigencia, especialmente en los clubes grandes», explica. «En el fĂștbol ya solo cuenta ganar, porque el no ganar te lleva a bajar categorĂas, y la viabilidad de un club reside en mantenerte en las grandes categorĂas».
«Sin duda el fĂștbol estĂĄ supeditado a cuestiones econĂłmicas», coincide von Richetti. «El ecosistema empresarial en el que se ha convertido hace que el balance sea tan importante como el resultado deportivo, y al final para que el balance sea bueno, el resultado tambiĂ©n tiene que serlo. El dinero se consigue ganando tĂtulos, acercĂĄndote a posiciones europeas, a competiciones que te dan derecho a recibir mayores ingresos, que te dan la oportunidad de atraer a mejores sponsorsâŠÂ».
Y ahĂ es donde radica el problema. «Todo el mundo quiere ganar, lĂłgicamente, pero a veces se plantea un falso dilema, cuando es algo que no es causa-efecto⊠o, por lo menos, no en categorĂas en las que se mueve mi equipo». Su equipo es el CastellĂłn, sobre el que escribiĂł uno de sus cuatro libros, y que ha estado a punto de subir a Segunda DivisiĂłn tras varias temporadas en la tercera categorĂa del fĂștbol español. No es una capital, no estĂĄ en la Ă©lite, y vive el fĂștbol de otra forma.
Porque el condicionante econĂłmico tiene otra consecuencia, en este caso geogrĂĄfica: igual que la actividad econĂłmica se concentra en ĂĄreas urbanas concretas dentro de un paĂs, tambiĂ©n los equipos de fĂștbol de Ă©lite tienden a hacerlo. Basta colocar en el mapa los 63 equipos que han pasado por Primera para ver cĂłmo las provincias alejadas de esos nodos econĂłmicos estĂĄn al margen. El efecto agujero negro de Madrid es especialmente elocuente.
AhĂ, en la Ă©lite, las cosas son distintas a las de las categorĂas inferiores, segĂșn las ve Alemany: «TĂș le preguntas a un aficionado “ÂżquĂ© prefieres, tener un equipo plagado de canteranos pero quedarte a media tabla, o subir el año que viene a Primera?”. Y te van a responder que subir a Primera sin ningĂșn canterano en el equipo», opina. «En la Ă©lite del fĂștbol ya es prĂĄcticamente imposible la ilusiĂłn esa de ver a un chico de la ciudad siendo el lĂder, el capitĂĄn del equipo». No hay sitio para los del pueblo.
En esa dicotomĂa entre competitividad e identidad se define la mayorĂa de veces la diferencia entre la Ă©lite y el resto. Y en ese resto, el fĂștbol aĂșn ligado a las esencias de antaño, las prioridades son distintas precisamente para poder sobrevivir. «Es importante cuidar ese sentimiento de pertenencia y esas raĂces o esos lazos con la comunidad en clubes cuya clientela no puedes conquistar desde esa perspectiva de Ă©xito, con ese a “voy a ser el mejor”», apunta Ballester.
Todos quieren ganar, pero algunos quieren reconocerse en su equipo. Si el Villarreal de Pau Torres es una excepciĂłn, lo del Athletic y su polĂtica de fichajes es ya una rareza. Solo jugadores vascos, o del entorno cultural del PaĂs Vasco, visten la zamarra. AhĂ caben vascos de nacimiento, pero tambiĂ©n navarros, riojanos o algĂșn galo puntual con raĂces del PaĂs Vasco francĂ©s. Y, a pesar de la limitaciĂłn que eso implica, el club jamĂĄs ha descendido a Segunda. No aspira a ganar ligas, pero sĂ a competir en la Copa del Rey o, cuando puede, en la Europa League. Un caso Ășnico en el mundo.
Ahora bien, igual que hay excepciones a la norma âaquel Barça de La MasĂa, el Villarreal de cantera o el Athleticâ, tambiĂ©n se dan los casos contrarios. Una inversiĂłn gigantesca no garantiza el Ă©xito, ni mucho menos. AhĂ estĂĄn aquel Racing de Piterman, reciĂ©n ascendido a Segunda; el MĂĄlaga de Al-Thani, que acariciĂł la primera lĂnea europea y ha bajado a la tercera categorĂa del fĂștbol español, o el Valencia de Peter Lim.
«El del Valencia es un caso muy emblemĂĄtico de lo que estĂĄ pasando en el fĂștbol y de lo que puede llegar a sufrir un aficionado si su club no estĂĄ gestionado con valores de sentimiento, de cultura y de hacer crecer algo propio, de la casa», considera von Richetti. El desarraigo con resultados puede valer a muchos, pero tambiĂ©n es una forma de hipotecar el futuro y destruir el pasado. De ahĂ que los que no pueden estar en esa Ă©lite, al menos, apuesten por lo cercano.
UN NEGOCIO DE ESCALA
Si a un sector lucrativo e influyente le das presencia global, se convierte en una inversiĂłn tentadora para muchos que quieran diversificar capital, y tambiĂ©n en una poderosa arma propagandĂstica. Mucho se ha escrito sobre la importancia geopolĂtica del fĂștbol, segĂșn la cual el estadio es el escenario de una guerra incruenta que libran soldados extranjeros con botas de tacos.
AsĂ, China se lanzĂł hace años a la caza de viejas glorias con sueldos irreales y ahora varios paĂses de Oriente PrĂłximo han recogido el guante. Durante años, el gas ruso tomĂł posiciones y ahora le suceden los fondos de inversiĂłn estadounidenses. Incluso si se da la vuelta al planteamiento, hay dinĂĄmicas propias del colonialismo de antaño: las grandes ligas europeas llevan dĂ©cadas esquilmando el talento de paĂses sudamericanos o africanos, y ahora los flujos empiezan a cambiar tĂmidamente de direcciĂłn hacia las metrĂłpolis del dinero.
Con todo, ÂżcuĂĄnto queda de los clubes si ya no pertenecen a sus lugares? ÂżCĂłmo puede un jugador sentir la camiseta si puede empezar en otro equipo a miles de kilĂłmetros de distancia si las cosas se ponen feas? Un trabajador puede cambiar de empresa, pero un hincha se vincula a un equipo, y sus emblemas, para siempre.
Ese, quizĂĄ, sea el Ășltimo bastiĂłn de la aficiĂłn: aunque el significado del equipo se diluya, al menos el simbolismo intenta conservarse. Que lo pregunten a los casi 69.000 aficionados del AtlĂ©tico de Madrid que acaban de votar volver a la versiĂłn clĂĄsica de su escudo, rediseñado hace apenas unos años.
«La gente es mĂĄs contestataria cuando les tocan los sĂmbolos, y me parece bien», explica Alemany, que lo ve como una reivindicaciĂłn: «Es un “nos habĂ©is tocado todo, al menos no nos toquĂ©is los colores, la camiseta, el escudo de toda la vida”. Pero claro, es que por tener un escudo u otro, una camiseta u otra, puedes ganar un poco mĂĄs de dinero, pero no vas a ganar mĂĄs partidos». De nuevo, la dicotomĂa.
A esa lĂłgica mercantil no escapan tampoco las selecciones nacionales: nunca ha sido raro que un seleccionador sea extranjero âesto, de momento, no pasa en Españaâ, y cada vez es mĂĄs normal que nacidos en otras latitudes se enfunden camisetas con otra bandera. Nuestra defensa ahora mismo, con Laporte o Le Normand, es francesa. Y antes que ellos llevaron la roja Pizzi, Donato o Mauro Silva. El mĂtico Di StĂ©fano, otro mĂĄs, pasĂł por hasta tres combinados nacionales, incluyendo el nuestro.
«El tema de las nacionalizaciones exprĂ©s, un tanto cogidas con pinzas, se ha dado desde hace prĂĄcticamente un siglo, incluso en el caso del fĂștbol de selecciones. La selecciĂłn italiana, que en los años 30 gana el primer Mundial, tiene casos de estos bastante llamativos», rememora Ballester.
Por traerlo a la actualidad, durante el Ășltimo Mundial solo en cuatro selecciones todos los jugadores eran oriundos âArgentina, Araba SaudĂ, Brasil y Corea del Surâ. Hasta 137 jugadores defendieron colores distintos a los de su nacimiento.
Alemany habla, incluso, de federaciones que ademĂĄs fomentan esas prĂĄcticas, ahondando en el caso italiano, aunque llevĂĄndolo a nuestros dĂas: «EstĂĄn buscando en las raĂces de los jugadores, yendo a por gente que pueda estar en la selecciĂłn, aunque en algĂșn caso no hayan pisado jamĂĄs Italia, y eso lo veo un poco exagerado», explica.
Hay, al menos en este caso, matices. Alemany advierte que no es lo mismo una nacionalizaciĂłn exprĂ©s o a la carta que un arraigo con sentido. «Una persona que ha vivido en un paĂs muchos años, que se arraiga allĂ y a la que le dan la oportunidad de jugar en esa selecciĂłn, ÂżcĂłmo le dices, si tiene el pasaporte del paĂs, que no puede jugar con Ă©l? No creo que eso implique perder el romanticismo del fĂștbol», considera.
«Es posible que nuestra generaciĂłn sea la Ășltima que tenga esta manera de ver el fĂștbol, que perciba ser de un equipo como otra forma de definir tu personalidad», reflexiona Ballester. «Probablemente, el aficionado joven ahora lo vea de otra manera, mĂĄs como una forma de ocio o entretenimiento. QuizĂĄ esta forma de ver el fĂștbol, casi como un aspecto tribal e identitario, se estĂ© perdiendo», razona. «Tampoco sĂ© decir si es mejor o peor. Simplemente, es algo diferente».
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Le tocaba tirar el dĂ©cimo penalti de la final. Era el Ășltimo de la lista de jugadores de campo porque, como buen defensa, apenas habĂa chutado a puerta en toda su carrera. Lo marcĂł. TambiĂ©n su rival. Tuvieron que ser los porteros quienes decidieran aquel tĂtulo, que pasĂł a la historia como el de la tanda mĂĄs larga de todas, y tambiĂ©n porque fue el primero para el Villarreal. El equipo de un pueblo de apenas 50.000 habitantes. Y Ă©l, Pau Torres, el Ășnico sobre el cĂ©sped que habĂa nacido allĂ.
Ăl, el xiquet del poble (niño del pueblo), parte de la gesta, internacional con la selecciĂłn e icono del club, se dispone a firmar con otro equipo un año despuĂ©s. Se irĂĄ, parece, al Aston Villa, un equipo de medio pelo de la premier. No ha sido desamor, todo lo contrario, sino una cifra escandalosa para una operaciĂłn imposible en lo sentimental pero rutinaria en lo comercial.
«Nos hemos entregado al capitalismo», sintetiza Bruno Alemany, periodista y director de Play FĂștbol en la Cadena SER, que ve esa tendencia a desarraigar el fĂștbol de su entorno como algo «inevitable e irreparable». En su opiniĂłn, «las ciudades estĂĄn cada vez mĂĄs globalizadas y no podemos pretender que lo que vemos en las calles no ocurra en los equipos de fĂștbol». Es el mercado.
En la misma lĂnea opina Ălvaro von Richetti, periodista deportivo de Vamos: «El fĂștbol, como casi cualquier ĂĄmbito de la vida, estĂĄ muy sujeto a la globalizaciĂłn, y al final es fĂĄcil que determinados profesionales acaben trabajando fuera de sus fronteras. El futbolista no deja de ser un profesional de un ĂĄmbito concreto que, por intereses econĂłmicos, acaba moviĂ©ndose y jugando donde le lleve su talento. Aunque sea un espectĂĄculo y sea una cosa muy emocional, para mucha gente el fĂștbol no es mĂĄs que su profesiĂłn», explica.
En realidad, lo del xiquet era excepcional: cada vez es mĂĄs difĂcil que un equipo de Ă©lite tenga como emblema a un jugador de la casa. El tiempo de los RaĂșl, Torres, Albelda o PiquĂ©, por citar cuatro ejemplos, llega a su fin.
NORMATIVA PERMISIVA, COMPETENCIA GLOBAL
«La Ley Bosman ha sido un factor capital a la hora de mover jugadores, de incrementar el negocio en los traspasos», explica Enrique Ballester, periodista de El dĂa despuĂ©s, en referencia a la normativa de 1995 que hizo posible que los jugadores con raĂces europeas dejaran de contar como extranjeros en las ligas continentales. En su opiniĂłn, aquello marcĂł un antes y un despuĂ©s, pero tambiĂ©n «porque coincide con la entrada de grandes capitales y de los derechos televisivos, y cambia las reglas del juego sin vuelta atrĂĄs», explica.
Ese cambio no solo se vio sobre el campo, tambiĂ©n en banquillos y despachos. Basta echar un vistazo a los datos. Si se toman los tres primeros clasificados de las cinco grandes europeas, mĂĄs de la mitad estĂĄn controlados por capital extranjero, y solo cuatro de ellos âtres españolesâ por empresarios arraigados en la regiĂłn que acoge al club.
Vicent Molins, en su libro Club a la fuga, analiza ese fenĂłmeno de deslocalizaciĂłn en clave econĂłmica y social: la principal fuente de ingresos de los equipos ya no es la venta de entradas, vinculada al terreno, sino de merchandising, que se vende en todo el mundo, al que se accede a travĂ©s de televisiones que pagan sumas enormes por derechos de emisiĂłn. Los clubs son una marca, no un sĂmbolo unido a un lugar. Y las marcas, para competir en un mercado global, deben atraer el talento venga de donde venga. Aunque eso suponga que ya no haya mĂĄs xiquets del poble.
Los datos son elocuentes: tomando los once jugadores que mĂĄs minutos han jugado durante la pasada temporada en los equipos citados, hay 12 (de 15) donde mĂĄs de la mitad eran extranjeros. Tres de ellos, el Manchester City, el PSG y el Real Madrid, tenĂan hasta 10 extranjeros en esa alineaciĂłn titular. Los equipos con mĂĄs jugadores locales, Inter y AtlĂ©tico de Madrid, solo tenĂan tres. Y no es poca cosa: hasta seis equipos no tenĂan a nadie de su regiĂłn en esa alineaciĂłn.
Por eso, aunque a muchos les extrañara ver a la Selección sin jugadores del Real Madrid, el club español por antonomasia, no era algo sorprendente: apenas tiene españoles, y de los pocos que tiene, apenas uno es titular.
«Los clubes deberĂan cuidar mĂĄs el tema identitario, porque el hecho de que las barreras se hayan abierto y los lĂmites geogrĂĄficos hayan dejado de existir, no significa que esto no sea una cosa puramente emocional», explica von Richetti.
En su opiniĂłn, el negocio, ese que cambia todo, se hace con la emociĂłn del aficionado. «Para que el aficionado sienta emociĂłn, sienta pertenencia al club al que va a apoyar, al que va a dedicar un dinero, es fundamental que exista ese sentimiento que se arraiga en jugadores de la casa. Si eso se pierde, el fĂștbol va a dejar de interesar a la larga a muchos que, mĂĄs allĂĄ de lo tĂĄctico o lo tĂ©cnico, lo que hace es ir a defender algo casi cultural».
«Soy bastante romĂĄntico a ese respecto», confiesa Ballester, «porque creo que, entre otras cosas, lo que ha convertido al fĂștbol en el deporte mĂĄs seguido del planeta es el punto de identificaciĂłn con un territorio y con una comunidad de aficionados que, de alguna manera, se ven representados por su equipo mĂĄs allĂĄ de lo deportivo». La cuestiĂłn es si ambas cosas pueden conjugarse.
ÂżES INCOMPATIBLE EL RENDIMIENTO CON LA IDENTIDAD?
Para Alemany, mantener esa identidad es importante, «pero, al mismo tiempo, hay una exigencia, especialmente en los clubes grandes», explica. «En el fĂștbol ya solo cuenta ganar, porque el no ganar te lleva a bajar categorĂas, y la viabilidad de un club reside en mantenerte en las grandes categorĂas».
«Sin duda el fĂștbol estĂĄ supeditado a cuestiones econĂłmicas», coincide von Richetti. «El ecosistema empresarial en el que se ha convertido hace que el balance sea tan importante como el resultado deportivo, y al final para que el balance sea bueno, el resultado tambiĂ©n tiene que serlo. El dinero se consigue ganando tĂtulos, acercĂĄndote a posiciones europeas, a competiciones que te dan derecho a recibir mayores ingresos, que te dan la oportunidad de atraer a mejores sponsorsâŠÂ».
Y ahĂ es donde radica el problema. «Todo el mundo quiere ganar, lĂłgicamente, pero a veces se plantea un falso dilema, cuando es algo que no es causa-efecto⊠o, por lo menos, no en categorĂas en las que se mueve mi equipo». Su equipo es el CastellĂłn, sobre el que escribiĂł uno de sus cuatro libros, y que ha estado a punto de subir a Segunda DivisiĂłn tras varias temporadas en la tercera categorĂa del fĂștbol español. No es una capital, no estĂĄ en la Ă©lite, y vive el fĂștbol de otra forma.
Porque el condicionante econĂłmico tiene otra consecuencia, en este caso geogrĂĄfica: igual que la actividad econĂłmica se concentra en ĂĄreas urbanas concretas dentro de un paĂs, tambiĂ©n los equipos de fĂștbol de Ă©lite tienden a hacerlo. Basta colocar en el mapa los 63 equipos que han pasado por Primera para ver cĂłmo las provincias alejadas de esos nodos econĂłmicos estĂĄn al margen. El efecto agujero negro de Madrid es especialmente elocuente.
AhĂ, en la Ă©lite, las cosas son distintas a las de las categorĂas inferiores, segĂșn las ve Alemany: «TĂș le preguntas a un aficionado “ÂżquĂ© prefieres, tener un equipo plagado de canteranos pero quedarte a media tabla, o subir el año que viene a Primera?”. Y te van a responder que subir a Primera sin ningĂșn canterano en el equipo», opina. «En la Ă©lite del fĂștbol ya es prĂĄcticamente imposible la ilusiĂłn esa de ver a un chico de la ciudad siendo el lĂder, el capitĂĄn del equipo». No hay sitio para los del pueblo.
En esa dicotomĂa entre competitividad e identidad se define la mayorĂa de veces la diferencia entre la Ă©lite y el resto. Y en ese resto, el fĂștbol aĂșn ligado a las esencias de antaño, las prioridades son distintas precisamente para poder sobrevivir. «Es importante cuidar ese sentimiento de pertenencia y esas raĂces o esos lazos con la comunidad en clubes cuya clientela no puedes conquistar desde esa perspectiva de Ă©xito, con ese a “voy a ser el mejor”», apunta Ballester.
Todos quieren ganar, pero algunos quieren reconocerse en su equipo. Si el Villarreal de Pau Torres es una excepciĂłn, lo del Athletic y su polĂtica de fichajes es ya una rareza. Solo jugadores vascos, o del entorno cultural del PaĂs Vasco, visten la zamarra. AhĂ caben vascos de nacimiento, pero tambiĂ©n navarros, riojanos o algĂșn galo puntual con raĂces del PaĂs Vasco francĂ©s. Y, a pesar de la limitaciĂłn que eso implica, el club jamĂĄs ha descendido a Segunda. No aspira a ganar ligas, pero sĂ a competir en la Copa del Rey o, cuando puede, en la Europa League. Un caso Ășnico en el mundo.
Ahora bien, igual que hay excepciones a la norma âaquel Barça de La MasĂa, el Villarreal de cantera o el Athleticâ, tambiĂ©n se dan los casos contrarios. Una inversiĂłn gigantesca no garantiza el Ă©xito, ni mucho menos. AhĂ estĂĄn aquel Racing de Piterman, reciĂ©n ascendido a Segunda; el MĂĄlaga de Al-Thani, que acariciĂł la primera lĂnea europea y ha bajado a la tercera categorĂa del fĂștbol español, o el Valencia de Peter Lim.
«El del Valencia es un caso muy emblemĂĄtico de lo que estĂĄ pasando en el fĂștbol y de lo que puede llegar a sufrir un aficionado si su club no estĂĄ gestionado con valores de sentimiento, de cultura y de hacer crecer algo propio, de la casa», considera von Richetti. El desarraigo con resultados puede valer a muchos, pero tambiĂ©n es una forma de hipotecar el futuro y destruir el pasado. De ahĂ que los que no pueden estar en esa Ă©lite, al menos, apuesten por lo cercano.
UN NEGOCIO DE ESCALA
Si a un sector lucrativo e influyente le das presencia global, se convierte en una inversiĂłn tentadora para muchos que quieran diversificar capital, y tambiĂ©n en una poderosa arma propagandĂstica. Mucho se ha escrito sobre la importancia geopolĂtica del fĂștbol, segĂșn la cual el estadio es el escenario de una guerra incruenta que libran soldados extranjeros con botas de tacos.
AsĂ, China se lanzĂł hace años a la caza de viejas glorias con sueldos irreales y ahora varios paĂses de Oriente PrĂłximo han recogido el guante. Durante años, el gas ruso tomĂł posiciones y ahora le suceden los fondos de inversiĂłn estadounidenses. Incluso si se da la vuelta al planteamiento, hay dinĂĄmicas propias del colonialismo de antaño: las grandes ligas europeas llevan dĂ©cadas esquilmando el talento de paĂses sudamericanos o africanos, y ahora los flujos empiezan a cambiar tĂmidamente de direcciĂłn hacia las metrĂłpolis del dinero.
Con todo, ÂżcuĂĄnto queda de los clubes si ya no pertenecen a sus lugares? ÂżCĂłmo puede un jugador sentir la camiseta si puede empezar en otro equipo a miles de kilĂłmetros de distancia si las cosas se ponen feas? Un trabajador puede cambiar de empresa, pero un hincha se vincula a un equipo, y sus emblemas, para siempre.
Ese, quizĂĄ, sea el Ășltimo bastiĂłn de la aficiĂłn: aunque el significado del equipo se diluya, al menos el simbolismo intenta conservarse. Que lo pregunten a los casi 69.000 aficionados del AtlĂ©tico de Madrid que acaban de votar volver a la versiĂłn clĂĄsica de su escudo, rediseñado hace apenas unos años.
«La gente es mĂĄs contestataria cuando les tocan los sĂmbolos, y me parece bien», explica Alemany, que lo ve como una reivindicaciĂłn: «Es un “nos habĂ©is tocado todo, al menos no nos toquĂ©is los colores, la camiseta, el escudo de toda la vida”. Pero claro, es que por tener un escudo u otro, una camiseta u otra, puedes ganar un poco mĂĄs de dinero, pero no vas a ganar mĂĄs partidos». De nuevo, la dicotomĂa.
A esa lĂłgica mercantil no escapan tampoco las selecciones nacionales: nunca ha sido raro que un seleccionador sea extranjero âesto, de momento, no pasa en Españaâ, y cada vez es mĂĄs normal que nacidos en otras latitudes se enfunden camisetas con otra bandera. Nuestra defensa ahora mismo, con Laporte o Le Normand, es francesa. Y antes que ellos llevaron la roja Pizzi, Donato o Mauro Silva. El mĂtico Di StĂ©fano, otro mĂĄs, pasĂł por hasta tres combinados nacionales, incluyendo el nuestro.
«El tema de las nacionalizaciones exprĂ©s, un tanto cogidas con pinzas, se ha dado desde hace prĂĄcticamente un siglo, incluso en el caso del fĂștbol de selecciones. La selecciĂłn italiana, que en los años 30 gana el primer Mundial, tiene casos de estos bastante llamativos», rememora Ballester.
Por traerlo a la actualidad, durante el Ășltimo Mundial solo en cuatro selecciones todos los jugadores eran oriundos âArgentina, Araba SaudĂ, Brasil y Corea del Surâ. Hasta 137 jugadores defendieron colores distintos a los de su nacimiento.
Alemany habla, incluso, de federaciones que ademĂĄs fomentan esas prĂĄcticas, ahondando en el caso italiano, aunque llevĂĄndolo a nuestros dĂas: «EstĂĄn buscando en las raĂces de los jugadores, yendo a por gente que pueda estar en la selecciĂłn, aunque en algĂșn caso no hayan pisado jamĂĄs Italia, y eso lo veo un poco exagerado», explica.
Hay, al menos en este caso, matices. Alemany advierte que no es lo mismo una nacionalizaciĂłn exprĂ©s o a la carta que un arraigo con sentido. «Una persona que ha vivido en un paĂs muchos años, que se arraiga allĂ y a la que le dan la oportunidad de jugar en esa selecciĂłn, ÂżcĂłmo le dices, si tiene el pasaporte del paĂs, que no puede jugar con Ă©l? No creo que eso implique perder el romanticismo del fĂștbol», considera.
«Es posible que nuestra generaciĂłn sea la Ășltima que tenga esta manera de ver el fĂștbol, que perciba ser de un equipo como otra forma de definir tu personalidad», reflexiona Ballester. «Probablemente, el aficionado joven ahora lo vea de otra manera, mĂĄs como una forma de ocio o entretenimiento. QuizĂĄ esta forma de ver el fĂștbol, casi como un aspecto tribal e identitario, se estĂ© perdiendo», razona. «Tampoco sĂ© decir si es mejor o peor. Simplemente, es algo diferente».