¿Generación perdida? Desmontando ideas sobre los jóvenes

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Recuerdo con cariño los viajes de París a Extremadura en un Peugeot 504 recién salido de fábrica. Era un lujo que mi padre, operario, se había permitido: comprarse un coche nuevo. Era la segunda excentricidad que esta familia de emigrantes se había permitido, la primera fue la televisión en color. Corrían mediados de los años setenta. Los viajes al pueblo, en España, nos llevaban 24 horas o más. En el coche viajábamos mis padres, mis tres hermanos, la abuela, yo, el perro, el gato y la jaula de los canarios (afortunadamente las mascotas eran todas de pequeño tamaño). Aparte, las maletas.
No había cinturones en la parte trasera ni sillas para los menores: de hecho yo alternaba las rodillas de mi madre y las de mis hermanos. Tampoco habíamos oído hablar del aire acondicionado o de los airbags. No parábamos a comer en ningún restaurante, sino en áreas de descanso, cuando existían, con la tartera de la tortilla y la ensalada de mi madre. Y a pesar de que actualmente podrían verse como estrecheces, viajábamos felices. Muy felices.
Hoy no se me ocurre subir a mi hija a ningún vehículo sin su silla de seguridad. De hecho, las distintas sillas que los niños van necesitando a medida que crecen suponen un desembolso de dinero considerable para los padres. Si el recorrido nos lleva muchas horas, nos quejamos. Tenemos airbags, gps, aire acondicionado, lector de dvd para hacer el viaje más entretenido… Comodidades que a mi hija y a los niños de su generación les parecerán de lo más normales.
¿Qué quiero dar a entender con todo esto? Pues que los que hoy tienen entre 25 y 35 años llegaron al mundo con unos niveles de bienestar mayores que los de sus hermanos y, por supuesto, que los de sus progenitores. Los que son acusados de ser materialistas han crecido entre algodones, rodeados de todo tipo de comodidades que hacen la vida más fácil. En general, la sociedad occidental se ha vuelto más cómoda: no queremos pasar frío en invierno ni calor en verano; cada familia dispone de dos vehículos, cuando no son tres o cuatro; en cada casa hay un par de ordenadores y al menos, dos televisores, aparte del home cinema, la Wii y varios teléfonos móviles que se cambian cada año porque enseguida se quedan desfasados.
En efecto que los jóvenes son hoy más consumistas y pragmáticos que los de antaño. Para ellos la vida no es sacrificio como lo fue para mis padres, no es sólo trabajo: es ocio y trabajo. ¿Eso es malo? ¿Es cierto que son unos comodones que se apoltronan en el sofá de casa de sus padres sin más horizonte vital que el del fin de semana?
¿De verdad que no tienen más valores que los puramente materiales? ¿Son tan diferentes de otras generaciones o simplemente es la sociedad actual la que no tiene nada que ver con la de hace décadas?
El colectivo de los que tienen entre 25 y 35 años acumula tantos apelativos que uno no sabría con cuál quedarse: generación Y, generación Peter Pan, baby loosers, mileuristas, generación perdida, generación Net…. Definitivamente, no salen bien parados en los medios de comunicación: La generación ni-ni, más de 700.000 jóvenes españoles ni estudian ni trabajan; Los jóvenes varones españoles, adictos a la camisa planchada de casa de sus padres; Apalancados con papá y mamá; Solitarios 2.0; Ascensor social fuera de servicio; La crisis duplica el número de desempleados con carrera universitaria; Juventud, ¿divino tesoro?… Podríamos llenar páginas y páginas con titulares que presentan a los jóvenes como parados, vagos, faltos de esperanza, conformistas, egoístas y sin embargo, cuesta encontrar alguna noticia cuestionando la comodidad conseguida (y anhelada) por las generaciones que les precedieron.
Cuando la editorial me encargó este trabajo el primer título que barajé fue el de Generación Noquedada. La impresión inicial era que los jóvenes tenían, a pesar de su preparación, escasas posibilidades de ascenso social y que esta escasez venía provocada por su cuasi nula motivación más que por las condiciones del mercado. Parecía que se eternizaban en casa de sus padres, que no acababan de salir del nido para emprender sus vidas como adultos y que además, estaban a gusto así. Se diría que no tenían más valores que los materialistas: un coche, dinero para copas, el móvil…Habían sido noqueados en el primer asalto sin ni siquiera haber peleado.
Pero la investigación vino a demostrar que lo del fenómeno de apalancarse con los padres no era nuevo (en 1993, hace casi veinte años, El País publicó un artículo titulado Apalancados con papá y mamá). Es más, diversos estudios demuestran que las actuales generaciones de hijos en el hogar familiar están menos cómodas que las de antes y que el porcentaje de comodones podría ser de un 9% como máximo.
También, los datos del mercado laboral ponen de manifiesto que los nacidos entre 1975 y 1985 han disfrutado de años de bonanza económica en los que se crearon muchos puestos de trabajo (en 2007 y 2008 se alcanzaron cifras anuales de 20,3 millones de ocupados) y de unas oportunidades mayores que los de la generación precedente. Daba que pensar además, que hubiera tantos titulados subocupados:
¿no habrá un desajuste entre oferta y demanda de trabajadores? ¿no estamos asistiendo quizás a un declive de la meritocracia como lo anunció Sennet? Antes el título era sinónimo de un buen puesto. En la actualidad no es garantía de nada.
¿Realmente noqueados? ¿De verdad es todo tan negativo? ¿Cuánto de estereotipo hay en los titulares de la prensa?
Con los datos en la mano se desmontan muchos argumentos. No creo que se les pueda denominar generación perdida. Cierto, existen claroscuros (la titulación universitaria se ha ido devaluando, la tasa de temporalidad de España es una de las más altas de Europa, los sueldos de los que cursaron estudios superiores nunca fueron tan bajos) pero no se les pueden achacar a ellos y, a lo mejor, la que anda perdida es la sociedad, no un grupo concreto…
Seguramente son más pragmáticos que lo fueron otros: pero, ¿no lo es la sociedad en general? ¿Acaso no somos todos víctimas de una vorágine que nos lleva a producir para consumir y viceversa? Muchos padres se quejan de que sus hijos no se marchan de casa, pero, ¿querrían que se fueran de cualquier manera?
¿Qué valores inculcamos cuando afirmamos que comprar una casa es mejor que alquilar, cuando les animamos a opositar en lugar de a emprender un negocio?
¿De verdad hay una generación perdida? Creo sinceramente que no. Vivimos en la era de la modernidad líquida, como afirma Zygmunt Bauman y, lo que ayer era válido hoy ya no lo es, de ahí la precariedad, el futuro incierto, la falta de luz al final del túnel.
Más que nunca es cierto el poema de Antonio Machado: caminante no hay camino, se hace camino al andar. Los caminos de nuestros padres y de nuestros hermanos ya no existen. Hay que buscarse vías alternativas.
—-
Este artículo es un extracto del nuevo libro de Lucía Martín ¿Generación perdida? desmontando ideas sobre los jóvenes, Editorial Áltera reproducido con el consentimiento de la autora.
Lucía Martín es Periodista freelance especializada en economía y viajes y autora del blog El Sexo de Lucía
Foto de portada: Miss A reproducida bajo lic CC
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Recuerdo con cariño los viajes de París a Extremadura en un Peugeot 504 recién salido de fábrica. Era un lujo que mi padre, operario, se había permitido: comprarse un coche nuevo. Era la segunda excentricidad que esta familia de emigrantes se había permitido, la primera fue la televisión en color. Corrían mediados de los años setenta. Los viajes al pueblo, en España, nos llevaban 24 horas o más. En el coche viajábamos mis padres, mis tres hermanos, la abuela, yo, el perro, el gato y la jaula de los canarios (afortunadamente las mascotas eran todas de pequeño tamaño). Aparte, las maletas.
No había cinturones en la parte trasera ni sillas para los menores: de hecho yo alternaba las rodillas de mi madre y las de mis hermanos. Tampoco habíamos oído hablar del aire acondicionado o de los airbags. No parábamos a comer en ningún restaurante, sino en áreas de descanso, cuando existían, con la tartera de la tortilla y la ensalada de mi madre. Y a pesar de que actualmente podrían verse como estrecheces, viajábamos felices. Muy felices.
Hoy no se me ocurre subir a mi hija a ningún vehículo sin su silla de seguridad. De hecho, las distintas sillas que los niños van necesitando a medida que crecen suponen un desembolso de dinero considerable para los padres. Si el recorrido nos lleva muchas horas, nos quejamos. Tenemos airbags, gps, aire acondicionado, lector de dvd para hacer el viaje más entretenido… Comodidades que a mi hija y a los niños de su generación les parecerán de lo más normales.
¿Qué quiero dar a entender con todo esto? Pues que los que hoy tienen entre 25 y 35 años llegaron al mundo con unos niveles de bienestar mayores que los de sus hermanos y, por supuesto, que los de sus progenitores. Los que son acusados de ser materialistas han crecido entre algodones, rodeados de todo tipo de comodidades que hacen la vida más fácil. En general, la sociedad occidental se ha vuelto más cómoda: no queremos pasar frío en invierno ni calor en verano; cada familia dispone de dos vehículos, cuando no son tres o cuatro; en cada casa hay un par de ordenadores y al menos, dos televisores, aparte del home cinema, la Wii y varios teléfonos móviles que se cambian cada año porque enseguida se quedan desfasados.
En efecto que los jóvenes son hoy más consumistas y pragmáticos que los de antaño. Para ellos la vida no es sacrificio como lo fue para mis padres, no es sólo trabajo: es ocio y trabajo. ¿Eso es malo? ¿Es cierto que son unos comodones que se apoltronan en el sofá de casa de sus padres sin más horizonte vital que el del fin de semana?
¿De verdad que no tienen más valores que los puramente materiales? ¿Son tan diferentes de otras generaciones o simplemente es la sociedad actual la que no tiene nada que ver con la de hace décadas?
El colectivo de los que tienen entre 25 y 35 años acumula tantos apelativos que uno no sabría con cuál quedarse: generación Y, generación Peter Pan, baby loosers, mileuristas, generación perdida, generación Net…. Definitivamente, no salen bien parados en los medios de comunicación: La generación ni-ni, más de 700.000 jóvenes españoles ni estudian ni trabajan; Los jóvenes varones españoles, adictos a la camisa planchada de casa de sus padres; Apalancados con papá y mamá; Solitarios 2.0; Ascensor social fuera de servicio; La crisis duplica el número de desempleados con carrera universitaria; Juventud, ¿divino tesoro?… Podríamos llenar páginas y páginas con titulares que presentan a los jóvenes como parados, vagos, faltos de esperanza, conformistas, egoístas y sin embargo, cuesta encontrar alguna noticia cuestionando la comodidad conseguida (y anhelada) por las generaciones que les precedieron.
Cuando la editorial me encargó este trabajo el primer título que barajé fue el de Generación Noquedada. La impresión inicial era que los jóvenes tenían, a pesar de su preparación, escasas posibilidades de ascenso social y que esta escasez venía provocada por su cuasi nula motivación más que por las condiciones del mercado. Parecía que se eternizaban en casa de sus padres, que no acababan de salir del nido para emprender sus vidas como adultos y que además, estaban a gusto así. Se diría que no tenían más valores que los materialistas: un coche, dinero para copas, el móvil…Habían sido noqueados en el primer asalto sin ni siquiera haber peleado.
Pero la investigación vino a demostrar que lo del fenómeno de apalancarse con los padres no era nuevo (en 1993, hace casi veinte años, El País publicó un artículo titulado Apalancados con papá y mamá). Es más, diversos estudios demuestran que las actuales generaciones de hijos en el hogar familiar están menos cómodas que las de antes y que el porcentaje de comodones podría ser de un 9% como máximo.
También, los datos del mercado laboral ponen de manifiesto que los nacidos entre 1975 y 1985 han disfrutado de años de bonanza económica en los que se crearon muchos puestos de trabajo (en 2007 y 2008 se alcanzaron cifras anuales de 20,3 millones de ocupados) y de unas oportunidades mayores que los de la generación precedente. Daba que pensar además, que hubiera tantos titulados subocupados:
¿no habrá un desajuste entre oferta y demanda de trabajadores? ¿no estamos asistiendo quizás a un declive de la meritocracia como lo anunció Sennet? Antes el título era sinónimo de un buen puesto. En la actualidad no es garantía de nada.
¿Realmente noqueados? ¿De verdad es todo tan negativo? ¿Cuánto de estereotipo hay en los titulares de la prensa?
Con los datos en la mano se desmontan muchos argumentos. No creo que se les pueda denominar generación perdida. Cierto, existen claroscuros (la titulación universitaria se ha ido devaluando, la tasa de temporalidad de España es una de las más altas de Europa, los sueldos de los que cursaron estudios superiores nunca fueron tan bajos) pero no se les pueden achacar a ellos y, a lo mejor, la que anda perdida es la sociedad, no un grupo concreto…
Seguramente son más pragmáticos que lo fueron otros: pero, ¿no lo es la sociedad en general? ¿Acaso no somos todos víctimas de una vorágine que nos lleva a producir para consumir y viceversa? Muchos padres se quejan de que sus hijos no se marchan de casa, pero, ¿querrían que se fueran de cualquier manera?
¿Qué valores inculcamos cuando afirmamos que comprar una casa es mejor que alquilar, cuando les animamos a opositar en lugar de a emprender un negocio?
¿De verdad hay una generación perdida? Creo sinceramente que no. Vivimos en la era de la modernidad líquida, como afirma Zygmunt Bauman y, lo que ayer era válido hoy ya no lo es, de ahí la precariedad, el futuro incierto, la falta de luz al final del túnel.
Más que nunca es cierto el poema de Antonio Machado: caminante no hay camino, se hace camino al andar. Los caminos de nuestros padres y de nuestros hermanos ya no existen. Hay que buscarse vías alternativas.
—-
Este artículo es un extracto del nuevo libro de Lucía Martín ¿Generación perdida? desmontando ideas sobre los jóvenes, Editorial Áltera reproducido con el consentimiento de la autora.
Lucía Martín es Periodista freelance especializada en economía y viajes y autora del blog El Sexo de Lucía
Foto de portada: Miss A reproducida bajo lic CC
Creo que te equivocas en algo, en tomar como parámetros el rango de edades desde los 25 a os 35. Por algo simple, el crecimiento tecnológico y la rapidez con la que se ven los cambios a nivel sociales, económicos y este vértigo a lo que estamos acostumbrandonos, ya no se puede hacer este tipo de rangos, porque puedo asegurarte que una persona de 25 no tiene nada que ver con una de 35. Es como los bloques de personas representativas cada vez se acortan más.
Si reconozco que el acceso a mucha información, tecnología y beneficios hacen a una sociedad cómoda, es como el efecto en medicina de la higiene y prevención, mientras mas tecnología y criterios sanitarios se toman más débiles nos volvemos, por lo que tenemos que buscarnos nuevas alternativas a la misma enfermedad, una evolución hasta casi forzada.
Creo que todo se junta, ni antes consumíamos de la forma que consumimos, ni ahora se fabrican las cosas como antes, podemos verlo con la cantidad de informes de lo que se llana la Obsolescencia Programada.
Si estamos ante una generación perdida?…no lo se, como dices, creo que nos vamos adaptando a lo que tenemos, lo que si tengo claro en este panorama que las diferenciaciones sociales cada vez se van a ir marcando mas. Como dijo Gandhi “El mundo es lo suficientemente grande para albergar las necesidades de todos, pero no para unos pocos avariciosos”
Hola,
Creo que me ha gustado el artículo pero lo digo con la boca pequeña. Nací en el 85 y en el 2008 (ese año de tantísimo empleo) estaba de prácticas y ¿qué paso? Que cuando acabaron, a pesar de estar contentos conmigo, me dieron la patada y pusieron a otro becario y después de ese a otro y así sucesivamente. A esta generación (que es una generalización horrible, porque nada tiene que ver gente como yo con los famosos “ni-ni”) no le faltan valores, es que a la anterior se le han olvidado y en la mayoría de casos son ellos los que (no)contratan. ¿Un poco más de huevos? Puede que falten, sí, pero a falta de trabajo allí, aquí estoy yo en Australia aprendiendo más todavía. Estoy más que harta de que se nos eche la culpa de algo que nos han echado encima y con lo que cada uno lidia como buenamente puede.
El libro, no me lo voy a comprar.
Pero Yorokobu me encanta. 「喜ぶ」が大好き!
Hola,
Creo, Lucía que te equivocas completamente. Estoy completamente de acuerdo con ElenaG. Trabajo y estudio desde los 16, cuando llegué a la época de prácticas tuve que dejar los curretes y me dieron la patada porque estaban externalizando los servicios. Y pusieron un becario, y otro, y otro. Ahora, no solo ponen becarios, sino que los contratan a jornada completa por lo que cuando yo estaba en quinto de carrera, hacía cinco horas. Es más, ahora las consultoras de recursos humanos seleccionan becarios con cv…
Es la generación de los que hemos trabajado muchísimo, para nada. Es la generación que desea con todas sus fuerzas un trabajo e irse de casa (tengo 26 años creo que ya me toca) Pero me contratan de becaria, y llevo trabajando 4 años. O cuando se me termina un contrato la propia empresa te ofrece un master que te pagas tú para que sigas de becaria. Es más, he sido responsable de un departamento entero durante las vacaciones pero de becaria. Porque si habláramos, de las empresas que las conocemos todos, esas que sólo viven de tener becarios, estaríamos en la puñetera calle para siempre, pero su reputación no volvería a levantarla nadie. No consiento que nadie me llame “Generación NI-NI” Porque ya no estudio más, a mis 26 estoy sobrepre-paradísima. Y de acomodada nada. Intentamos trabajar, pero de lo nuestro no nos contratan, de lo que no es de lo nuestro, no nos quieren ni en el burguer, porque tienen miedo de que sepamos demasiado, y nos lo dicen claramente.
Hola Ana, lo primero agradecerte tu comentario y los de los demás, pero dime, ¿en qué me equivoco? ¿en afirmar que el colectivo de 25 a 35 años ha sido uno de los que mejor lo ha tenido en inserción laboral? (nadie niega que haya paro y que los contratos sean precarios, de hecho, es una de las cosas que más repito en mi libro). Los datos ahí están para avalarlo, basta echar un ojo a los datos de la Epa o del Ine y compararlos con los de la inserción laboral de mi generación (de 35 a 45). Nadie niega que las empresas enlacen contratos temporales y sueldos bajos, pero, ¿por qué crees que defiendo que estáis acomodados cuando precisamente digo todo lo contrario? (de ahí los interrogantes en el título). Gracias
Me gustó el enfoque, voy a comprarme el libro. Un saludo
Csp
Qué alegría Carlos, futuro lector! me quito el sombrero, mil gracias y espero sus comentarios
Mola!! Se sigue siendo joven con 35 palos!
Y becario también, si de verdad quieres ilusionarte ;-P
En primer lugar, creo que el enfoque es bueno y muy interesante, creo que Ana y Elena no habéis entendido bien que este artículo defiende a la gente que ha vivido en vuestra situación.
En cualquier caso mi opinión es que somos la generación de la nevera llena, que no hacemos nada por supervivencia, todo son aspiraciones y ambición. Preferimos vivir en casa y buscar un trabajo sin sueldo en una empresa stupenda, que un contrato normal en cualquier trabajo que nos sirva pa salir palante y quitarle la carga a nuestros padres, como se hacía antes por que no había para vivir de la sopa boba.
La necesidad y la precariedad fomentan la creatividad, la adaptabilidad y la humildad, mientras que la comodidad fomenta todo lo contrario.
Eso si, no me pregunteis de quien es la culpa…
Yo, como joven , me siento representado.
Me ha gustado el artículo así como los comenrtarios. Tengo 33 años,tengo un empleo fijo cualificado ademas de ser empresario. Creo que nuestra generación es una de las más duras, por que es dificil ver el camino que seguir, estamos carentes de referentes. Nuestros padres que heredaron la democracia, han coseguido destruir el afán de lucha. Ahora el inconfirmismo se entiende como sublevación, por primera vez nuestra generación es la más preparada, la primera que salió a europa y al mundo. La primera que entiende la solidaridad como forma de ser, la primera que lucha con preparación contra antiguedad en las empresa. No nos equivoquemos el poder lo tienen la generación anterior (45 a 55 años) y ellos nunca dejarán que nosotros nos apoderemos del mercado como somos una amenaza. Pero independimente de esto lo estamos tomando a la fuerza. Cuantas empresas internacionales han sido fundadas por gente de nustra generación? y marcan tendencias internacionales. El mercado es nuestro, solo tenemos que ser consciente de ellos y coger lo que nos pertenece.
Somos acomodados en la medida que nuestros progenitores nos lo permiten, y cada clase sociedad tiene una historia diferente.
En 1983, un “Viernes Negro” (como luego lo llamaron) perdí en Venezuela lo que en España recién perdieron en el 2008.
Con solo 6 años no tenía edad para saber que los buenos tiempos se me habían acabado, porque ni siquiera tuve conciencia de haberlos disfrutado alguna vez.
Allá fue la devaluación de mi moneda, aquí, la aceptación rotunda de la existencia de una crisis sin pies ni cabeza (o más bien causada por demasiados pies y cabezas), pero igual siempre pagará el desastre la “Little People”.
Los que somos concientes de todo esto no somos una generación perdida, más bien somos un inmenso colectivo que ya no encuentra:
No encuentra un curro honrado y estable,
No encuentra un sueldo decente,
No encuentra un alquiler justo,
No encuentra una mano amiga.
No encuentra una salida.
Y de eso, ninguno de nosotros tiene la culpa.
Creo que si ,,hay mucha comodidad los chavales como yo la mayoria se pasa en la calle sentado en algun rincon con los amiguos o sentado en casa fumando y chateando ,,,estando con los padres hasta el que quiera ser responsable de si mismo(esto no va por los parados que estan con sus padres o suegras por falta de empleo).yo tengo 20 años estudio hosteleria(vagueo mas k estudiar) y no he trabajado por nacer en el 91 por los politicos y empresarios que quieren a los de afuera me han rechazado muchas veces pero que le vamos hacer….muchos chavales y Ñiños prefieren jugar 1000 veces al Call of Duty que leerse un libro 1 vez…y termino ya por que me no me justa quejarme tanto…
muchas gracias, me ha servido para mi trabajo de fin de grado
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