¿Han sido los milenials el parapeto que ha liberado a la generación Z del rechazo y las burlas?

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Los milenials (nacidos entre 1980 y 2000, aproximadamente) son la generación mĆ”s analizada (y vilipendiada) de la historia. Han volado decenas de artĆculos y comentarios descuartizĆ”ndola, y surgió una reacción de defensa para desarticular los mitos vertidos y para negar la uniformidad que les atribuĆan. Sin embargo, parece que la nueva generación, la catalogada como Z (nacidos inmediatamente despuĆ©s), estĆ” recibiendo un bautismo mucho menos inquisitorial, o incluso favorable.
Ninguna generación ha sido homogĆ©nea a lo largo de la historia, todas han sido criticadas por sus mayores: el Ćŗnico mĆ©rito de sus argumentos era que sus mayores estuvieran muertos o ya desposeĆdos de voz pĆŗblica y que, por lo tanto, no pudieran echarle a la cara el pecado de vivir de forma diferente.
Hace unas semanas, The New York Times recordaba una aseveración del desarrollador millonario Tim Gurner. Según él, la razón por la que los milenials no pueden comprar casa es que gastan demasiado en pan tostado con aguacate.
Del caso de Gurner se desprende que los argumentos generacionales contienen ingredientes de argumentos de clase y se articulan de un modo semejante. Ambos tratan de afirmar su supuesta superioridad frente a un otro al que atribuyen la culpa de su inferioridad. Sobre ambos, tanto padres o abuelos como ricos, recae un buen porcentaje de la responsabilidad del destino de ese otro. Ridiculizar es su forma de borrar el vĆnculo, de lavarse las manos.
Pero, Āæpor quĆ©, pese a la inclinación histórica al menosprecio de los jóvenes, los Z no sufren el mismo azote? Ā«El runrĆŗn que hay detrĆ”s de los Z es que “ahora sĆ que sĆ”. Ahora sĆ hemos dado con la primera cohorte demogrĆ”fica que vive y se desarrolla en un entorno plenamente digitalizadoĀ», valora Antonio Fumero, profesor de la Universidad PolitĆ©cnica de Madrid y autor del artĆculoĀ JoveneZ.
Ā«Mi impresión -continĆŗa Fumero- es que los milenials fueron un primer intento, tĆmido, de caracterizar demogrĆ”ficamente a una verdadera sociedad de la información, con todas las dimensiones de la digitalización presentes en todos los Ć”mbitos de su vidaĀ».
Los milenials son la generación en la que se produce la disrupción. No nacieron con internet ni siquiera con ordenador (al menos los mĆ”s primerizos). En su personalidad colisionaron aspectos del mundo analógico con otros que iban incorporando mientras la digitalización se propagaba. Se fusionaron los dos universos con tal fuerza gravitatoria que se hacĆa indistinguible el lĆmite entre uno y otro: ambiciones, formas de deseo, imperativos morales, emociones, miedos…
Fue la generación de la disonancia, la que empezó a quebrar los moldes tradicionales, y esa quebrazón ofendĆa porque evidenciaba que habĆa otra forma de vivir, menos sujeta a restricciones. ParecĆa que aquellas ilusiones que los padres silenciaban cuando cruzaban la frontera de la vida adulta, esos sueƱos que se convertĆan en fantasmas… parecĆa que los milenials estaban dispuestos a cumplirlos. Eso debió doler.
TenĆan las armas, el acceso a la formación: los instrumentos. Sin embargo, un golpe que, visto con el tiempo, se parece a un ajusticiamiento generacional, los paró en seco. TenĆan las armas, pero les arrebataron el campo de batalla.
Descubrieron tarde que aquella libertad era solo un juego de espejos y no una posibilidad de vida plena. DebĆan conformarse con el sabor de los espejos, y no estaban preparados para ello: los Z sĆ.
Estos seĆsmos sociales fraguaron unas personalidades, a juicio de IƱaki Ortega, coautor del libro Generación Z, inconsistentes. Ā«Los milenials intentan ser irreverentes pero acaban siendo disciplinados. He llegado a decir que son un bluf porque aspiraban a cambiar el mundo y no lo han podido hacerĀ».
Ortega atribuye esta cojera espiritual a la dificultad de cambiar costumbres centenarias: Ā«No voy a tener trabajo, voy a ser un nómada, no tendrĆ© casa ni hijos, quiero ser un eterno joven… todo eso es muy difĆcil, y los milenials se han convertido en unos idealistas frustradosĀ», opina.
«Yo, yo, yo»
Cambiar, cuestionar convicciones establecidas como hicieron los milenials es algo osado, insoportable; nacer en un mundo mutado y crecer en su seno, como los Z, es diferente: cuesta mÔs dispensar culpas. Puede leerse de otra forma: la gente se acostumbró a lo digital y al tipo de personalidad asociada al nuevo paradigma: solo te subleva lo que te sorprende.
Y otra mĆ”s: las grandes corporaciones descubrieron (al tiempo que la propiciaban) que esa nueva forma de ser les permitirĆa hurtar derechos y desresponsabilizarse de la vida de los trabajadores como nunca antes. Los jóvenes digitales fueron una nota disonante que pronto empezó a sonar como una bicoca.
Uno de los hitos de la descalificación de los milenials, como recuerda Ortega, fue la portada de la revista Time que rezaba Ā«La generación del yo, yo, yoĀ». La cabecera abrió la veda a un desprecio que se veĆa justificado por los sistemas de valores vigentes en las generaciones anteriores.
¿Por qué los milenials son la generación mÔs criticada/analizada de la historia? Antonio Fumero opina que la eclosión informativa alrededor de esta hornada humana tiene que ver menos (aunque también) con su peculiaridad que con el interés mediÔtico.
Por un lado, gracias a la red y los dispositivos móviles, los milenials generaban contenidos sobre sĆ mismos a un ritmo vertiginoso; pero, a la vez, el volumen de la crĆtica que se vertió sobre ellos solo fue posible gracias a que los autores de las crĆticas y de las reflexiones estaban, tambiĆ©n, volcados en la red. La posibilidad de generar mirĆadas de información convirtió a los milenials en la primera generación expulgada globalmente.
Si eran una generación narcisista y ensimismada, el hecho de que el resto del mundo la observara obsesivamente, confirmaba (o tal vez alentaba) esa razón de ser.
Ā«A partir de la portada de Time, se generó un movimiento de defensa de los milenials. A veces la defensa es pura, otras es interesada y lo que dice es: “Ojo, ojo, que nos metemos con nuestros clientes, y aunque no tienen capacidad de consumo sĆ reflejan cómo se consumirĆ” en el futuro”. Entonces cambió el marketing y lo milenial se convierte en un concepto feliz, en sinónimo de joven digitalĀ», razona el coautor de Generación Z.
Cuando aterrizan los Z, el terreno estĆ” convenientemente despejado (los milenials se han quemado despejĆ”ndolo). Ellos sĆ son nativos digitales. Ortega expresa que esta circunstancia cambia radicalmente su personalidad. Los Z sĆ lograrĆ”n el Ć©xito, y no porque se restaurarĆ”n las seguridades económicas periclitadas, sino porque la idea Ćntima de Ć©xito de esta generación ha mutado.
Ā«El Ć©xito ya no es comprarte un coche, un traje, una casa, tener hijos y estar en un gran despacho; es otras cosas: libertad, ser consecuente con unos mismo, autorrealizarse, y esto es mĆ”s consecuente con la personalidad de los Z: la irreverencia, la inmediatez, la innovación…Ā», seƱala.
Este carĆ”cter no entorpece el desarrollo de una sociedad en la que las empresas no necesitan mĆ”s que picotear la fuerza de trabajo y no comprometerse con ella. En otra Ć©poca parecerĆa una locura, pero deja de serlo si cambias el significado de las palabras.
Se han desprestigiado las actitudes que buscan la estabilidad, las vocaciones de factura funcionarial… Al anteponer el fantasma de los sueƱos a la satisfacción material, los jóvenes han acabado asociando todo eso a una intolerable y poco glamurosa pĆ©rdida de libertad. El tiempo dirĆ” si eso los hace mĆ”s felices o provoca que sean vĆctimas de una infelicidad ilocalizable y crónica.
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Ninguna generación ha sido homogĆ©nea a lo largo de la historia, todas han sido criticadas por sus mayores: el Ćŗnico mĆ©rito de sus argumentos era que sus mayores estuvieran muertos o ya desposeĆdos de voz pĆŗblica y que, por lo tanto, no pudieran echarle a la cara el pecado de vivir de forma diferente.
Hace unas semanas, The New York Times recordaba una aseveración del desarrollador millonario Tim Gurner. Según él, la razón por la que los milenials no pueden comprar casa es que gastan demasiado en pan tostado con aguacate.
Del caso de Gurner se desprende que los argumentos generacionales contienen ingredientes de argumentos de clase y se articulan de un modo semejante. Ambos tratan de afirmar su supuesta superioridad frente a un otro al que atribuyen la culpa de su inferioridad. Sobre ambos, tanto padres o abuelos como ricos, recae un buen porcentaje de la responsabilidad del destino de ese otro. Ridiculizar es su forma de borrar el vĆnculo, de lavarse las manos.
Pero, Āæpor quĆ©, pese a la inclinación histórica al menosprecio de los jóvenes, los Z no sufren el mismo azote? Ā«El runrĆŗn que hay detrĆ”s de los Z es que “ahora sĆ que sĆ”. Ahora sĆ hemos dado con la primera cohorte demogrĆ”fica que vive y se desarrolla en un entorno plenamente digitalizadoĀ», valora Antonio Fumero, profesor de la Universidad PolitĆ©cnica de Madrid y autor del artĆculoĀ JoveneZ.
Ā«Mi impresión -continĆŗa Fumero- es que los milenials fueron un primer intento, tĆmido, de caracterizar demogrĆ”ficamente a una verdadera sociedad de la información, con todas las dimensiones de la digitalización presentes en todos los Ć”mbitos de su vidaĀ».
Los milenials son la generación en la que se produce la disrupción. No nacieron con internet ni siquiera con ordenador (al menos los mĆ”s primerizos). En su personalidad colisionaron aspectos del mundo analógico con otros que iban incorporando mientras la digitalización se propagaba. Se fusionaron los dos universos con tal fuerza gravitatoria que se hacĆa indistinguible el lĆmite entre uno y otro: ambiciones, formas de deseo, imperativos morales, emociones, miedos…
Fue la generación de la disonancia, la que empezó a quebrar los moldes tradicionales, y esa quebrazón ofendĆa porque evidenciaba que habĆa otra forma de vivir, menos sujeta a restricciones. ParecĆa que aquellas ilusiones que los padres silenciaban cuando cruzaban la frontera de la vida adulta, esos sueƱos que se convertĆan en fantasmas… parecĆa que los milenials estaban dispuestos a cumplirlos. Eso debió doler.
TenĆan las armas, el acceso a la formación: los instrumentos. Sin embargo, un golpe que, visto con el tiempo, se parece a un ajusticiamiento generacional, los paró en seco. TenĆan las armas, pero les arrebataron el campo de batalla.
Descubrieron tarde que aquella libertad era solo un juego de espejos y no una posibilidad de vida plena. DebĆan conformarse con el sabor de los espejos, y no estaban preparados para ello: los Z sĆ.
Estos seĆsmos sociales fraguaron unas personalidades, a juicio de IƱaki Ortega, coautor del libro Generación Z, inconsistentes. Ā«Los milenials intentan ser irreverentes pero acaban siendo disciplinados. He llegado a decir que son un bluf porque aspiraban a cambiar el mundo y no lo han podido hacerĀ».
Ortega atribuye esta cojera espiritual a la dificultad de cambiar costumbres centenarias: Ā«No voy a tener trabajo, voy a ser un nómada, no tendrĆ© casa ni hijos, quiero ser un eterno joven… todo eso es muy difĆcil, y los milenials se han convertido en unos idealistas frustradosĀ», opina.
«Yo, yo, yo»
Cambiar, cuestionar convicciones establecidas como hicieron los milenials es algo osado, insoportable; nacer en un mundo mutado y crecer en su seno, como los Z, es diferente: cuesta mÔs dispensar culpas. Puede leerse de otra forma: la gente se acostumbró a lo digital y al tipo de personalidad asociada al nuevo paradigma: solo te subleva lo que te sorprende.
Y otra mĆ”s: las grandes corporaciones descubrieron (al tiempo que la propiciaban) que esa nueva forma de ser les permitirĆa hurtar derechos y desresponsabilizarse de la vida de los trabajadores como nunca antes. Los jóvenes digitales fueron una nota disonante que pronto empezó a sonar como una bicoca.
Uno de los hitos de la descalificación de los milenials, como recuerda Ortega, fue la portada de la revista Time que rezaba Ā«La generación del yo, yo, yoĀ». La cabecera abrió la veda a un desprecio que se veĆa justificado por los sistemas de valores vigentes en las generaciones anteriores.
¿Por qué los milenials son la generación mÔs criticada/analizada de la historia? Antonio Fumero opina que la eclosión informativa alrededor de esta hornada humana tiene que ver menos (aunque también) con su peculiaridad que con el interés mediÔtico.
Por un lado, gracias a la red y los dispositivos móviles, los milenials generaban contenidos sobre sĆ mismos a un ritmo vertiginoso; pero, a la vez, el volumen de la crĆtica que se vertió sobre ellos solo fue posible gracias a que los autores de las crĆticas y de las reflexiones estaban, tambiĆ©n, volcados en la red. La posibilidad de generar mirĆadas de información convirtió a los milenials en la primera generación expulgada globalmente.
Si eran una generación narcisista y ensimismada, el hecho de que el resto del mundo la observara obsesivamente, confirmaba (o tal vez alentaba) esa razón de ser.
Ā«A partir de la portada de Time, se generó un movimiento de defensa de los milenials. A veces la defensa es pura, otras es interesada y lo que dice es: “Ojo, ojo, que nos metemos con nuestros clientes, y aunque no tienen capacidad de consumo sĆ reflejan cómo se consumirĆ” en el futuro”. Entonces cambió el marketing y lo milenial se convierte en un concepto feliz, en sinónimo de joven digitalĀ», razona el coautor de Generación Z.
Cuando aterrizan los Z, el terreno estĆ” convenientemente despejado (los milenials se han quemado despejĆ”ndolo). Ellos sĆ son nativos digitales. Ortega expresa que esta circunstancia cambia radicalmente su personalidad. Los Z sĆ lograrĆ”n el Ć©xito, y no porque se restaurarĆ”n las seguridades económicas periclitadas, sino porque la idea Ćntima de Ć©xito de esta generación ha mutado.
Ā«El Ć©xito ya no es comprarte un coche, un traje, una casa, tener hijos y estar en un gran despacho; es otras cosas: libertad, ser consecuente con unos mismo, autorrealizarse, y esto es mĆ”s consecuente con la personalidad de los Z: la irreverencia, la inmediatez, la innovación…Ā», seƱala.
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