8 de junio 2016    /   IDEAS
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Chupar una pila o fabricar una bomba con tu hijo para enseƱarle a estar seguro

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«Haré una pregunta provocadora: ¿a qué edad te parecería adecuado dejar que tu hijo juegue con un palo puntiagudo?» Gever Tulley sabe que lo primero que se le vendrÔ a la mente a un padre al que se le pregunto esto serÔ la posibilidad de que su vÔstago se salte un ojo.

El fundador de Tinkering School considera normal esta reacción porque Ā«nos programan para pensar cosas asĆ­ en cuanto decimos ā€œpalo puntiagudoā€Ā». EstĆ” convencido de que se trata de una cuestión cultural del mismo modo que algunos inuit dejan que los niƱos de 3 aƱos utilicen cuchillos.

Y no es que los inuit no quieran a sus hijos. «Lo que pasa es que gran parte de su dieta se basa en la grasa de foca y la grasa es bastante difícil de masticar. Así que los padres les dan a sus hijos cuchillos muy afilados y les enseñan a meterse la grasa en la boca, aguantarla entre los dientes, tirar de ella con una mano y cortarla con la otra».

Lo normal es que queramos proteger a nuestros hijos de los peligros, «es lo que les prometemos como sociedad, pero cuando esa protección se convierte en sobreprotección, fracasamos como sociedad, porque los niños no aprenden a valorar los riesgos por sí mismos». Es labor del adulto, continúa Tulley, la de ayudarles a comprender la diferencia entre los desconocido (o poco habitual) y lo que es peligroso de verdad.

Todas estas reflexiones las realiza en la introducción del libro 50 cosas peligrosas (Que deberías dejar hacer a tus hijos), recientemente publicado en España, que Tulley ha escrito junto a Julie Spiegler.

Cuenta Tulley en la versión americana del libro que su origen tuvo lugar durante una presentación de TEDx en 2007. Las Cinco cosas peligrosas que deberías dejar que hicieran tus hijos presentadas en aquella ocasión se convirtieron en 50 tras los mÔs de 2 millones de visualizaciones que obtuvo el vídeo y la multitud de personas que contactaron con él para pedirle el libro.

Aplastar monedas en la vía del tren, subir a un tejado, quemar cosas con una lupa, meter cosas raras en el microondas o sacar la mano por la ventanilla del coche son algunas de las cosas peligrosas que Tulley propone hacer con los niños. Tras su publicación en Estados Unidos, Lawrence Downes, de The New York Times, lo calificó como «una crítica al mundo de las tijeras de punta roma, a los parques insípidos con juguetes de plÔstico y a la ansiedad perpetua de los padres».

Ɖl mismo ha experimentado la mayorĆ­a de ellas con sus alumnos de Tinkering School. Ā«Es una escuela distinta. No hay clases; nos pasamos todo el dĆ­a haciendo lo mismo: construimos cosas. Los niƱos utilizan materiales y herramientas de verdad, pero tienen que demostrar que son lo bastante responsablesĀ».

Dice Tulley que en su colegio sólo hay una norma:

[pullquote]No te hagas daƱo a ti mismo ni se lo hagas a nadie mƔs[/pullquote]

La misma mÔxima que rige el libro. Por eso estÔ planteado para que lo lean adultos y niños y planifiquen juntos las actividades a acometer. En cada una de ellas se especifica el material necesario, los riesgos y peligros que se corren, los pasos a seguir para realizarla correctamente y la explicación de por qué ocurre lo que ocurre cuando jugamos con hielo seco o hervimos agua en un vaso de papel, por ejemplo.

«Lo he escrito porque creo que la mejor forma de no hacerse daño es aprender a juzgar cuÔndo hay peligro. Al llevar a cabo este tipo de actividades y proyectos, desarrollarÔs un buen olfato para ver la diferencia entre lo que es peligroso y lo que debe hacerse con cuidado».

Todas y cada una de las actividades también vienen acompañadas del al menos, una razón. «Algunos porqués son pragmÔticos (aprender a hacer fuego es una habilidad útil) y otros son mÔs estéticos (dormir bajo las estrellas es algo maravilloso)». Aunque Tulley es consciente de que cada quién tendrÔ sus propios motivos para llevarlo a cabo.

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«Haré una pregunta provocadora: ¿a qué edad te parecería adecuado dejar que tu hijo juegue con un palo puntiagudo?» Gever Tulley sabe que lo primero que se le vendrÔ a la mente a un padre al que se le pregunto esto serÔ la posibilidad de que su vÔstago se salte un ojo.

El fundador de Tinkering School considera normal esta reacción porque Ā«nos programan para pensar cosas asĆ­ en cuanto decimos ā€œpalo puntiagudoā€Ā». EstĆ” convencido de que se trata de una cuestión cultural del mismo modo que algunos inuit dejan que los niƱos de 3 aƱos utilicen cuchillos.

Y no es que los inuit no quieran a sus hijos. «Lo que pasa es que gran parte de su dieta se basa en la grasa de foca y la grasa es bastante difícil de masticar. Así que los padres les dan a sus hijos cuchillos muy afilados y les enseñan a meterse la grasa en la boca, aguantarla entre los dientes, tirar de ella con una mano y cortarla con la otra».

Lo normal es que queramos proteger a nuestros hijos de los peligros, «es lo que les prometemos como sociedad, pero cuando esa protección se convierte en sobreprotección, fracasamos como sociedad, porque los niños no aprenden a valorar los riesgos por sí mismos». Es labor del adulto, continúa Tulley, la de ayudarles a comprender la diferencia entre los desconocido (o poco habitual) y lo que es peligroso de verdad.

Todas estas reflexiones las realiza en la introducción del libro 50 cosas peligrosas (Que deberías dejar hacer a tus hijos), recientemente publicado en España, que Tulley ha escrito junto a Julie Spiegler.

Cuenta Tulley en la versión americana del libro que su origen tuvo lugar durante una presentación de TEDx en 2007. Las Cinco cosas peligrosas que deberías dejar que hicieran tus hijos presentadas en aquella ocasión se convirtieron en 50 tras los mÔs de 2 millones de visualizaciones que obtuvo el vídeo y la multitud de personas que contactaron con él para pedirle el libro.

Aplastar monedas en la vía del tren, subir a un tejado, quemar cosas con una lupa, meter cosas raras en el microondas o sacar la mano por la ventanilla del coche son algunas de las cosas peligrosas que Tulley propone hacer con los niños. Tras su publicación en Estados Unidos, Lawrence Downes, de The New York Times, lo calificó como «una crítica al mundo de las tijeras de punta roma, a los parques insípidos con juguetes de plÔstico y a la ansiedad perpetua de los padres».

Ɖl mismo ha experimentado la mayorĆ­a de ellas con sus alumnos de Tinkering School. Ā«Es una escuela distinta. No hay clases; nos pasamos todo el dĆ­a haciendo lo mismo: construimos cosas. Los niƱos utilizan materiales y herramientas de verdad, pero tienen que demostrar que son lo bastante responsablesĀ».

Dice Tulley que en su colegio sólo hay una norma:

[pullquote]No te hagas daƱo a ti mismo ni se lo hagas a nadie mƔs[/pullquote]

La misma mÔxima que rige el libro. Por eso estÔ planteado para que lo lean adultos y niños y planifiquen juntos las actividades a acometer. En cada una de ellas se especifica el material necesario, los riesgos y peligros que se corren, los pasos a seguir para realizarla correctamente y la explicación de por qué ocurre lo que ocurre cuando jugamos con hielo seco o hervimos agua en un vaso de papel, por ejemplo.

«Lo he escrito porque creo que la mejor forma de no hacerse daño es aprender a juzgar cuÔndo hay peligro. Al llevar a cabo este tipo de actividades y proyectos, desarrollarÔs un buen olfato para ver la diferencia entre lo que es peligroso y lo que debe hacerse con cuidado».

Todas y cada una de las actividades también vienen acompañadas del al menos, una razón. «Algunos porqués son pragmÔticos (aprender a hacer fuego es una habilidad útil) y otros son mÔs estéticos (dormir bajo las estrellas es algo maravilloso)». Aunque Tulley es consciente de que cada quién tendrÔ sus propios motivos para llevarlo a cabo.

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