233 grados centĆgrados. O, lo que es lo mismo, 451 grados Fahrenheit. Es la temperatura necesaria para que arda el papel, sin importar su contenido o quiĆ©n estĆ© detrĆ”s del fuego. Aunque en plena era de lo digital nos pueda sorprender, las llamas han alcanzado esa temperatura en mĆŗltiples ocasiones para ponerle lĆmites al conocimiento. La acciónĀ de apilar libros para prenderles fuego es casi tan antiguo como los propios textos.
Las de la Inquisición, la Ā«hoguera de las vanidadesĀ» florentina o las que prendieron los nazis para acabar con los libros de autores judĆos son algunas de las mĆ”s cĆ©lebres hogueras con letras como combustible. Precisamente, poco despuĆ©s de la quema de libros llevada a cabo por los seguidores de Hitler, tuvo lugar en Estados Unidos otra menos conocida y que abrió un largo periodo de censura: la gran quema de cómics.
Mala influencia
La tragedia del mundo del tebeo tuvo lugar a finales de la dĆ©cada de los 40. Dos aƱos antes, en 1938, Superman habĆa logrado convertir este tipo de historietas en fenómeno de masas: un estudio de la Ć©poca estimaba que el 40% de la población estadounidense mayor de 8 aƱos leĆa habitualmente cómics.
Sin embargo, en aquellos aƱos, padres y educadores veĆan con malos ojos el contenido y los dibujos de algunos de estos tebeos. Violencia, chicas jóvenes ligeras de ropa y tipos hipermusculados que repartĆan mamporros a diestro y siniestro y que se mantenĆan en la ambigüedad entre el bien y el mal eran algunos de los ingredientes que mĆ”s preocupaban a la sociedad conservadora de la primera mitad del siglo XX. Ingredientes que, en la coctelera de un cómic, no hacĆan sino fomentar la delincuencia juvenil, segĆŗn los detractores de las primeras historietas.
Ā«La marihuana de la guarderĆa, la pesadilla de la cuna, el horror de la casa, la maldición de los niƱos y una amenaza para el futuroĀ».
Eso eran, en palabras del crĆtico literario John Mason Brown, los cómics a mediados del pasado siglo.
Para impedir que los mĆ”s que reprobables valores que transmitĆan los tebeosĀ continuaran poniendo en peligro la inocente infancia de sus jóvenes lectores, el fuego fue adoptado por padres y maestros como la solución perfecta.
Estados Unidos, Francia, Japón, CanadĆ”… La quema de cómics se convirtió en una tendencia global que repetĆa la misma escena en distintos rincones del mundo: pequeƱos arrojando sus tebeos- con mayor o menor convencimiento – a grandes hogueras. Solo una cosa puso fin a esta fiesta pirómana, aunque probablemente fue peor el remedio que la enfermedad.

Censura autoimpuesta
La situaciónĀ solo fue a peorĀ con el paso de los aƱos. Mientras la industria del tebeo veĆa cómo algunos de sus gĆ©neros eran ejecutados pĆŗblicamente entre las llamas, la publicación a comienzos de los cincuenta de La seducción de los inocentesĀ -un ensayo escrito por el psicoanalista Fredric Wertham en el que se defendĆa que el cómicĀ esĀ un gĆ©nero literario inferior que corrompeĀ a la infancia-Ā asestó el golpe definitivo al mundo del cómic norteamericano.
Era 1954 y la publicación del texto de Wertham coincidĆa con una investigación del SubcomitĆ© del Senado estadounidense para la Delincuencia Juvenil , que trataba de relacionar el incremento de la delincuencia con los tebeos.
Fue entonces cuando una mordaza trajo el final del fuego. Temiendo una regulación gubernamental, los editores de cómics decidieron crear un organismo que controlara las publicaciones. En otras palabras: aceptaron autocensurarse para evitar que lo hiciera el gobierno o que, directamente, los cómics fuesen prohibidos.
AsĆ fue como nació la Comics Code Authority, dependiente de la Asociación de Revistas de Cómics de los Estados Unidos y responsable del Comics Code, una larga lista de prohibiciones que los editores debĆan cumplir a rajatabla si querĆan ver en sus cómics el sello de aprobación que se puede ver junto a estas lĆneas.
Las normas impuestas en el Comics Code eran muy variadas: nada de villanos que inspirasen simpatĆa, las blasfemias quedaban totalmente prohibidas, asĆ como cualquier referencia al tabaco, el sexo o el alcohol. Se pedĆa que se fomentara el respeto a los padres y, muy importante, se prohibĆa tambiĆ©n anunciar fuegos artificiales.
Nacieron entonces los cómics underground y los atajos para, evitando infringir las normas establecidas, seguir publicando historias con zombies, entre otros muchos trucos llevados a cabo para contar con el sello de aprobación de la Comics Code Authority.
Lo que nació para poner punto y final a la persecución que sufrĆan los cómics, acabar con las hogueras alimentadas de historietas y evitar la censura gubernamental se alargó en el tiempo y tuvo 56 aƱos de vida. No fue hasta el aƱo 2011 cuando la Comics Code Authority desapareció, tras mĆ”s de una modificación en su código y habiendo censuradoĀ -de forma autoimpuesta- parte de la cultura popular estadounidense.
InteresantĆsimo. DesconocĆa la quema de los cómics en Los Estados Unidos. Me ha recordado la pelĆcula “Modelos y artistas” de 1955, en la que un tarado Jerry Lewis es un fanĆ”tico de los cómics con terrores nocturnos.
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