ĀæCómo demostrar en un instante lo mal que comen algunos niƱos?Ā Ā
Con una sola foto, Gregg Segal es capaz de mostrar lo mal que puede llegar a comer un niƱo a lo largo de una semana. Con las 60 imĆ”genes que conforman su proyecto 'Daily Bread', el fotógrafo californiano revela que lo de las dietas desequilibradas en la infancia no es algo puntual, sino un problema que aqueja a buena parte del planeta. Y alguna otra cosa mĆ”s, como por ejemplo, que, en ocasiones, el dinero es directamente proporcional a los malos hĆ”bitos alimenticios.Ā
Paulo reside en Sicilia. Isaiah, en Los Ćngeles, California. Viven a miles de kilómetros de distancia, en continentes diferentes, hablan distintos idiomas y cada uno tienen sus gustos y aficiones. Y, sin embargo, por lo que comen a lo largo de la semana, se podrĆa pensar que los padres de esos niƱos han ido a hacer la compra al mismo hipermercado. Lo malo no es la coincidencia nutricional en sĆ, es el contenido de esos menĆŗs: Ā«Alimentos envasados, āāultraprocesados, calorĆas vacĆas…Ā».
Paulo e Isaiah son dos de los 60 niƱos que Gregg Segal fotografió a lo largo de dos aƱos en nueve ciudades de todo el mundo: Los Ćngeles, Estados Unidos (2016); Bombay, India (2017); Kuala Lumpur, Malasia (2017); Hamburgo, Alemania (2017); Niza, Francia (2017); Catania, Italia (2017); Dakar, Senegal (2017); DubĆ”i, EAU (2018) y Brasilia, Brasil (2018).
La mayor parte de esos desperdicios lo constituĆan envases de comida. Ā«Viendo aquello resulta evidente lo dependientes que nos hemos vuelto de la industria alimenticiaĀ». AdemĆ”s de la medioambiental, la incidencia de este hecho en nuestra dieta es obvia: Ā«No pensamos lo suficiente en lo que comemos porque no somos nosotros los que lo preparamos. Hemos delegado a terceros el ingrediente mĆ”s vital, el tejido que conecta a las familias y la culturaĀ».
Para Daily Bread, SegalĀ centró su foco de atención en los niƱos porque Ā«si no aprendes unos hĆ”bitos alimenticios sanos cuando eres pequeƱo, serĆ” difĆcil que los tengas cuando seas mayorĀ». Tras fotografiar a su hijo y a los amigos de este en el patio de su casa en Altadena (California), el proyecto fue creciendo hasta convertirse en global.
Con el salto internacional llegaron las complicaciones. La del idioma era la mĆ”s evidente, pero no la Ćŗnica. En cada uno de los destinos elegidos, Gregg requerĆa de un equipo de personas que se encargase de encontrar a los niƱos, la ubicación idónea, asegurarse de que las familias guardaban los envases de las comidas⦠«La producción fue cara, exigente y complicada. NecesitĆ”bamos que la cĆ”mara estuviera a 12 pies (unos 3 metros) del suelo, por lo que los techos de las casas o locales tenĆan que ser altos, las cocinas debĆan de estar equipadas y ser grandes para preparar toda la comida de una semana (fotografiaba hasta 5 niƱos al dĆa, y los cocineros habĆa dĆas que preparaban hasta 100 comidasā¦)Ā».
Segal aprendió muchas cosas de aquellas sesiones, y no solo culinarias. De estas, la que mÔs le llamó la atención es la extraña relación entre nivel de renta y hÔbitos alimenticios: «A veces, es la gente con menos recursos la que lleva una dieta de mejor calidad. En los Estados Unidos, los pobres son los que consumen mÔs comida basura porque es barata. En cambio, en Bombay, una pizza mediana en una cadena de comida rÔpida puede costar 13 dólares».
Ā«En 2015, la Universidad de Cambridge realizó un estudio exhaustivo que analizaba las dietas de diversos lugares del mundo, y las clasificaba de mayor a menor valor nutricional. Nueve de las diez mĆ”s saludables se daban en ĆfricaĀ», explica Segal. Lo que podrĆa resultar sorprendente en realidad no lo es tanto: Ā«Tiene sentido cuando examinas lo que comen en estos paĆses, en principio, mĆ”s pobres: verduras frescas, frutas, nueces, semillas, granos, pescado, legumbres y carne poco procesadaā¦Ā». Menos dinero a cambio de una cultura alimenticia mucho mĆ”s rica.
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Altaf Rabbal DLove Bin Roni,
6 aƱos
Gombak, Malasia
Altaf vive con su familia en Kampung Kerdas, un pequeƱo pueblo de unas 30 familias a las afueras de Kuala Lumpur. Su comida favorita es el pollo satay que cocina su padre. Lo sazona con jengibre y hierbas, lo asa al fuego de carbón y se sirve con rodajas de pepino frĆo. Altaf nunca se niega a comer ninguna comida Ā«sabrosaĀ». Adora las verduras crudas y de hoja verde y lo Ćŗnico que a veces rechaza son los encurtidos y algĆŗn otro alimento demasiado agrio.
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Ā Anchal Sahani, Chembur
10 aƱos
Bombay, India
Vive en una pequeƱa choza de lata en un suburbio de Bombay con sus padres y dos hermanos. Su padre gana menos de 5 dólares al dĆa. Su madre es la que cocina. Entre los platos que no suelen faltar en casa de Anchal estĆ” el curry de okra y coliflor, lentejas y roti.Ā Ā
La de Kawakanih, cuyo apellido proviene de su tribu, la Yawalapiti, fue una de las sesiones que mÔs impactó a Segal. Para llegar al estudio donde se realizó la sesión de fotos en Brasilia, Kawakanih y su madre viajaron 31 horas desde su aldea en barca, autobús y automóvil.
La dieta de Kawakanih es muy simple y consiste principalmente en pescado, mandioca, gachas, frutas y nueces. Ā«Se tarda cinco minutos en atrapar la cenaĀ», dice Kawakanih. Ā«Cuando tienes hambre, simplemente vas al rĆo con tu redĀ».
Paulo reside en Sicilia. Isaiah, en Los Ćngeles, California. Viven a miles de kilómetros de distancia, en continentes diferentes, hablan distintos idiomas y cada uno tienen sus gustos y aficiones. Y, sin embargo, por lo que comen a lo largo de la semana, se podrĆa pensar que los padres de esos niƱos han ido a hacer la compra al mismo hipermercado. Lo malo no es la coincidencia nutricional en sĆ, es el contenido de esos menĆŗs: Ā«Alimentos envasados, āāultraprocesados, calorĆas vacĆas…Ā».
Paulo e Isaiah son dos de los 60 niƱos que Gregg Segal fotografió a lo largo de dos aƱos en nueve ciudades de todo el mundo: Los Ćngeles, Estados Unidos (2016); Bombay, India (2017); Kuala Lumpur, Malasia (2017); Hamburgo, Alemania (2017); Niza, Francia (2017); Catania, Italia (2017); Dakar, Senegal (2017); DubĆ”i, EAU (2018) y Brasilia, Brasil (2018).
La mayor parte de esos desperdicios lo constituĆan envases de comida. Ā«Viendo aquello resulta evidente lo dependientes que nos hemos vuelto de la industria alimenticiaĀ». AdemĆ”s de la medioambiental, la incidencia de este hecho en nuestra dieta es obvia: Ā«No pensamos lo suficiente en lo que comemos porque no somos nosotros los que lo preparamos. Hemos delegado a terceros el ingrediente mĆ”s vital, el tejido que conecta a las familias y la culturaĀ».
Para Daily Bread, SegalĀ centró su foco de atención en los niƱos porque Ā«si no aprendes unos hĆ”bitos alimenticios sanos cuando eres pequeƱo, serĆ” difĆcil que los tengas cuando seas mayorĀ». Tras fotografiar a su hijo y a los amigos de este en el patio de su casa en Altadena (California), el proyecto fue creciendo hasta convertirse en global.
Con el salto internacional llegaron las complicaciones. La del idioma era la mĆ”s evidente, pero no la Ćŗnica. En cada uno de los destinos elegidos, Gregg requerĆa de un equipo de personas que se encargase de encontrar a los niƱos, la ubicación idónea, asegurarse de que las familias guardaban los envases de las comidas⦠«La producción fue cara, exigente y complicada. NecesitĆ”bamos que la cĆ”mara estuviera a 12 pies (unos 3 metros) del suelo, por lo que los techos de las casas o locales tenĆan que ser altos, las cocinas debĆan de estar equipadas y ser grandes para preparar toda la comida de una semana (fotografiaba hasta 5 niƱos al dĆa, y los cocineros habĆa dĆas que preparaban hasta 100 comidasā¦)Ā».
Segal aprendió muchas cosas de aquellas sesiones, y no solo culinarias. De estas, la que mÔs le llamó la atención es la extraña relación entre nivel de renta y hÔbitos alimenticios: «A veces, es la gente con menos recursos la que lleva una dieta de mejor calidad. En los Estados Unidos, los pobres son los que consumen mÔs comida basura porque es barata. En cambio, en Bombay, una pizza mediana en una cadena de comida rÔpida puede costar 13 dólares».
Ā«En 2015, la Universidad de Cambridge realizó un estudio exhaustivo que analizaba las dietas de diversos lugares del mundo, y las clasificaba de mayor a menor valor nutricional. Nueve de las diez mĆ”s saludables se daban en ĆfricaĀ», explica Segal. Lo que podrĆa resultar sorprendente en realidad no lo es tanto: Ā«Tiene sentido cuando examinas lo que comen en estos paĆses, en principio, mĆ”s pobres: verduras frescas, frutas, nueces, semillas, granos, pescado, legumbres y carne poco procesadaā¦Ā». Menos dinero a cambio de una cultura alimenticia mucho mĆ”s rica.
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Altaf Rabbal DLove Bin Roni,
6 aƱos
Gombak, Malasia
Altaf vive con su familia en Kampung Kerdas, un pequeƱo pueblo de unas 30 familias a las afueras de Kuala Lumpur. Su comida favorita es el pollo satay que cocina su padre. Lo sazona con jengibre y hierbas, lo asa al fuego de carbón y se sirve con rodajas de pepino frĆo. Altaf nunca se niega a comer ninguna comida Ā«sabrosaĀ». Adora las verduras crudas y de hoja verde y lo Ćŗnico que a veces rechaza son los encurtidos y algĆŗn otro alimento demasiado agrio.
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Ā Anchal Sahani, Chembur
10 aƱos
Bombay, India
Vive en una pequeƱa choza de lata en un suburbio de Bombay con sus padres y dos hermanos. Su padre gana menos de 5 dólares al dĆa. Su madre es la que cocina. Entre los platos que no suelen faltar en casa de Anchal estĆ” el curry de okra y coliflor, lentejas y roti.Ā Ā
La de Kawakanih, cuyo apellido proviene de su tribu, la Yawalapiti, fue una de las sesiones que mÔs impactó a Segal. Para llegar al estudio donde se realizó la sesión de fotos en Brasilia, Kawakanih y su madre viajaron 31 horas desde su aldea en barca, autobús y automóvil.
La dieta de Kawakanih es muy simple y consiste principalmente en pescado, mandioca, gachas, frutas y nueces. Ā«Se tarda cinco minutos en atrapar la cenaĀ», dice Kawakanih. Ā«Cuando tienes hambre, simplemente vas al rĆo con tu redĀ».