La de una pirata es la vida mejor: Historia del ‘hacking’ en EspaƱa
”Yorokobu gratis en formato digital!
MarĆa Rojo tenĆa ocho aƱos cuando recibió un regalo que estaba destinado a cambiarle la vida. Street Fighter era entonces un videojuego chusco. CabĆa en un par de disquetes y los muƱequitos no dejaban de ser un puƱado de pĆxeles amontonados. No era la mecĆ”nica de juego lo que interesaba a Rojo, sino sus tripas. Ā«Me entretenĆa buscando fallos en el juego, haciendo cosas extraƱas a ver si bloqueaba el ordenador, si me daba una vida extraĀ», recuerda. Ā«Me gustaba mucho mĆ”s que jugarĀ».
DespuĆ©s llegaron mĆ”s juegos. Y despuĆ©s, algunas revistas tĆ©cnicas. Rudimentarias pĆ”ginas webs. Rojo empezaba a interesarse por descifrar lo que habĆa al otro lado de la pantalla del ordenador, buscar errores en el código, gatos en Matrix. Ella no lo sabĆa entonces, no podĆa darle nombre, pero estaba dando sus primeros pasos en el mundo del hacking.
El concepto de hacker ha cambiado mucho en los Ćŗltimos aƱos, tambiĆ©n su función. Antes se tenĆa la imagen estereotipada de un aficionado a la informĆ”tica capaz de tumbar empresas desde el salón de su casa, un friki que buscaba en el mundo online el respeto que no tenĆa en el fĆsico.
Desde EEUU se asociaba a una cultura y una estĆ©tica concretas. Eran rebeldes, inconformistas, modernos. La pelĆcula Hackers, con una jovencĆsima Angelina Jolie, contribuyó a fijar esa imĆ”gen, mucho mĆ”s cool, en el imaginario colectivo.
En EspaƱa, el movimiento tardó mĆ”s en arrancar. No habĆa redes sociales, asĆ que los piratas informĆ”ticos se arremolinaban alrededor de pĆ”ginas web. Navegando por internet, muchos acababan en las costas de Isla Tortuga (pĆ”gina web que robó el nombre de la famosa nación pirata, reflejada en novelas y en pelĆculas como Piratas del Caribe).
Isla Tortuga nació en 1996 y durante dos aƱos fue el mayor refugio de los piratas de habla hispana. Llegó a alojar 68 colectivos de hackers. Pero el Gobierno decidió tomar medidas drĆ”sticas: hubo muchas redadas, mandaron a la gente a la cĆ”rcel. Ā«En lugar de preguntarse, “ĀæestĆ” gente quĆ© estĆ” haciendo?”, decidieron prohibir a los hackersĀ», recuerda Rojo con ironĆa.
Esa prohibición tenĆa el mismo sentido que poner puertas a internet, asĆ que sirvió de poco. Ā«Empezaron a salir grupos por toda EspaƱa. No es que fueran malos o buenos⦠Bueno, serĆan lo que hoy en dĆa son considerados hackers malos, pero es que entonces no habĆa otra forma de aprender. Eran investigadoresĀ».
HabĆa biblias de virus y fallas. Revistas online donde los aficionados iban mandando sus descubrimientos y recopilando conocimiento. En realidad, funcionaban de forma similar a como lo hacen las revistas cientĆficas, con una revisión inter pares: Ā«TĆŗ descubrĆas algo, lo escribĆas en un archivo TXT y lo mandabas. Y si ellos consideraban que tenĆas nivel, te lo publicabanĀ».
Rojo estaba ahà en esos primeros años del movimiento hacker español. Escondida bajo un pseudónimo de género neutro, el anonimato era (y es) apreciado, mÔs aún si eras una mujer en un mundo eminentemente masculino. Fue en aquella época cuando cayó en sus manos el Manifiesto cyberpunk y el DecÔlogo del hacker, escritos que sembraban las bases, teóricas y éticas, del mundillo.
Ā«DecĆan: “Esto no es para hacer el mal, es para que las empresas sean conscientes de la importancia de la seguridad”. Entonces, abrĆas una conexión TCP en tu Windows, metĆas una IP y te colabas dentro de una empresa. Era asĆ de fĆ”cilĀ», recuerda la experta.
Dos dĆ©cadas mĆ”s tarde podrĆa decirse que cumplieron su cometido. Las empresas son hoy conscientes de la importancia de la ciberseguridad. MĆ”s les vale; el 92% de las empresas espaƱolas sufrieron un ciberataque el aƱo pasado, como seƱala el Global Security Insights Report 2021. La pandemia y el teletrabajo no han hecho mĆ”s que acentuar la necesidad de aumentar la ciberseguridad.
Hoy en dĆa puedes matar a mĆ”s gente con un ordenador que con una bomba
Las cosas son muy diferentes a como eran en Isla Tortuga. Los hackersĀ ya no son un puƱado de jóvenes utópicos que viven en los mĆ”rgenes de internet. Se han profesionalizado. Rojo es un buen ejemplo: despuĆ©s de pasar por empresas como Indra, Banco Santander o Airbus, ha fundado su propia empresa de ciberseguridad, Enthec Solutions. La mayorĆa de piratas de aquella Ć©poca han seguido un camino similar, siendo hoy reputados responsables de seguridad en grandes empresas y consultoras.
TambiƩn el otro lado, el lado oscuro, ha sofisticado sus servicios. Ahora sirven de ejƩrcito informƔtico para ciberguerras, como la que se da en Ucrania, o rompen barreras informƔticas para enfrentamientos mƔs soterrados entre las grandes naciones. A veces son contratados por empresas para realizar espionaje empresarial.
Los ordenadores de hoy son mucho mĆ”s poderosos de lo que eran en los aƱos 90, y por tanto, tambiĆ©n lo son los hackers. Ā«Hoy en dĆa puedes matar a mĆ”s gente con un ordenador que con una bombaĀ», sentencia Rojo. Pero, por fortuna, hay mĆ”s hackers buenos que malos, dice. Los malos estĆ”n mĆ”s interesados en ganar dinero que en otra cosa. Y los buenos, como Rojo, han aumentado las defensas.
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MarĆa Rojo tenĆa ocho aƱos cuando recibió un regalo que estaba destinado a cambiarle la vida. Street Fighter era entonces un videojuego chusco. CabĆa en un par de disquetes y los muƱequitos no dejaban de ser un puƱado de pĆxeles amontonados. No era la mecĆ”nica de juego lo que interesaba a Rojo, sino sus tripas. Ā«Me entretenĆa buscando fallos en el juego, haciendo cosas extraƱas a ver si bloqueaba el ordenador, si me daba una vida extraĀ», recuerda. Ā«Me gustaba mucho mĆ”s que jugarĀ».
DespuĆ©s llegaron mĆ”s juegos. Y despuĆ©s, algunas revistas tĆ©cnicas. Rudimentarias pĆ”ginas webs. Rojo empezaba a interesarse por descifrar lo que habĆa al otro lado de la pantalla del ordenador, buscar errores en el código, gatos en Matrix. Ella no lo sabĆa entonces, no podĆa darle nombre, pero estaba dando sus primeros pasos en el mundo del hacking.
El concepto de hacker ha cambiado mucho en los Ćŗltimos aƱos, tambiĆ©n su función. Antes se tenĆa la imagen estereotipada de un aficionado a la informĆ”tica capaz de tumbar empresas desde el salón de su casa, un friki que buscaba en el mundo online el respeto que no tenĆa en el fĆsico.
Desde EEUU se asociaba a una cultura y una estĆ©tica concretas. Eran rebeldes, inconformistas, modernos. La pelĆcula Hackers, con una jovencĆsima Angelina Jolie, contribuyó a fijar esa imĆ”gen, mucho mĆ”s cool, en el imaginario colectivo.
En EspaƱa, el movimiento tardó mĆ”s en arrancar. No habĆa redes sociales, asĆ que los piratas informĆ”ticos se arremolinaban alrededor de pĆ”ginas web. Navegando por internet, muchos acababan en las costas de Isla Tortuga (pĆ”gina web que robó el nombre de la famosa nación pirata, reflejada en novelas y en pelĆculas como Piratas del Caribe).
Isla Tortuga nació en 1996 y durante dos aƱos fue el mayor refugio de los piratas de habla hispana. Llegó a alojar 68 colectivos de hackers. Pero el Gobierno decidió tomar medidas drĆ”sticas: hubo muchas redadas, mandaron a la gente a la cĆ”rcel. Ā«En lugar de preguntarse, “ĀæestĆ” gente quĆ© estĆ” haciendo?”, decidieron prohibir a los hackersĀ», recuerda Rojo con ironĆa.
Esa prohibición tenĆa el mismo sentido que poner puertas a internet, asĆ que sirvió de poco. Ā«Empezaron a salir grupos por toda EspaƱa. No es que fueran malos o buenos⦠Bueno, serĆan lo que hoy en dĆa son considerados hackers malos, pero es que entonces no habĆa otra forma de aprender. Eran investigadoresĀ».
HabĆa biblias de virus y fallas. Revistas online donde los aficionados iban mandando sus descubrimientos y recopilando conocimiento. En realidad, funcionaban de forma similar a como lo hacen las revistas cientĆficas, con una revisión inter pares: Ā«TĆŗ descubrĆas algo, lo escribĆas en un archivo TXT y lo mandabas. Y si ellos consideraban que tenĆas nivel, te lo publicabanĀ».
Rojo estaba ahà en esos primeros años del movimiento hacker español. Escondida bajo un pseudónimo de género neutro, el anonimato era (y es) apreciado, mÔs aún si eras una mujer en un mundo eminentemente masculino. Fue en aquella época cuando cayó en sus manos el Manifiesto cyberpunk y el DecÔlogo del hacker, escritos que sembraban las bases, teóricas y éticas, del mundillo.
Ā«DecĆan: “Esto no es para hacer el mal, es para que las empresas sean conscientes de la importancia de la seguridad”. Entonces, abrĆas una conexión TCP en tu Windows, metĆas una IP y te colabas dentro de una empresa. Era asĆ de fĆ”cilĀ», recuerda la experta.
Dos dĆ©cadas mĆ”s tarde podrĆa decirse que cumplieron su cometido. Las empresas son hoy conscientes de la importancia de la ciberseguridad. MĆ”s les vale; el 92% de las empresas espaƱolas sufrieron un ciberataque el aƱo pasado, como seƱala el Global Security Insights Report 2021. La pandemia y el teletrabajo no han hecho mĆ”s que acentuar la necesidad de aumentar la ciberseguridad.
Hoy en dĆa puedes matar a mĆ”s gente con un ordenador que con una bomba
Las cosas son muy diferentes a como eran en Isla Tortuga. Los hackersĀ ya no son un puƱado de jóvenes utópicos que viven en los mĆ”rgenes de internet. Se han profesionalizado. Rojo es un buen ejemplo: despuĆ©s de pasar por empresas como Indra, Banco Santander o Airbus, ha fundado su propia empresa de ciberseguridad, Enthec Solutions. La mayorĆa de piratas de aquella Ć©poca han seguido un camino similar, siendo hoy reputados responsables de seguridad en grandes empresas y consultoras.
TambiƩn el otro lado, el lado oscuro, ha sofisticado sus servicios. Ahora sirven de ejƩrcito informƔtico para ciberguerras, como la que se da en Ucrania, o rompen barreras informƔticas para enfrentamientos mƔs soterrados entre las grandes naciones. A veces son contratados por empresas para realizar espionaje empresarial.
Los ordenadores de hoy son mucho mĆ”s poderosos de lo que eran en los aƱos 90, y por tanto, tambiĆ©n lo son los hackers. Ā«Hoy en dĆa puedes matar a mĆ”s gente con un ordenador que con una bombaĀ», sentencia Rojo. Pero, por fortuna, hay mĆ”s hackers buenos que malos, dice. Los malos estĆ”n mĆ”s interesados en ganar dinero que en otra cosa. Y los buenos, como Rojo, han aumentado las defensas.