10 de mayo 2022    /   DIGITAL
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La de una pirata es la vida mejor: Historia del ‘hacking’ en EspaƱa

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María Rojo tenía ocho años cuando recibió un regalo que estaba destinado a cambiarle la vida. Street Fighter era entonces un videojuego chusco. Cabía en un par de disquetes y los muñequitos no dejaban de ser un puñado de píxeles amontonados. No era la mecÔnica de juego lo que interesaba a Rojo, sino sus tripas. «Me entretenía buscando fallos en el juego, haciendo cosas extrañas a ver si bloqueaba el ordenador, si me daba una vida extra», recuerda. «Me gustaba mucho mÔs que jugar».

Después llegaron mÔs juegos. Y después, algunas revistas técnicas. Rudimentarias pÔginas webs. Rojo empezaba a interesarse por descifrar lo que había al otro lado de la pantalla del ordenador, buscar errores en el código, gatos en Matrix. Ella no lo sabía entonces, no podía darle nombre, pero estaba dando sus primeros pasos en el mundo del hacking.

El concepto de hacker ha cambiado mucho en los últimos años, también su función. Antes se tenía la imagen estereotipada de un aficionado a la informÔtica capaz de tumbar empresas desde el salón de su casa, un friki que buscaba en el mundo online el respeto que no tenía en el físico.

Desde EEUU se asociaba a una cultura y una estética concretas. Eran rebeldes, inconformistas, modernos. La película Hackers, con una jovencísima Angelina Jolie, contribuyó a fijar esa imÔgen, mucho mÔs cool, en el imaginario colectivo.

En España, el movimiento tardó mÔs en arrancar. No había redes sociales, así que los piratas informÔticos se arremolinaban alrededor de pÔginas web. Navegando por internet, muchos acababan en las costas de Isla Tortuga (pÔgina web que robó el nombre de la famosa nación pirata, reflejada en novelas y en películas como Piratas del Caribe).

Isla Tortuga nació en 1996 y durante dos aƱos fue el mayor refugio de los piratas de habla hispana. Llegó a alojar 68 colectivos de hackers. Pero el Gobierno decidió tomar medidas drĆ”sticas: hubo muchas redadas, mandaron a la gente a la cĆ”rcel. Ā«En lugar de preguntarse, “ĀæestĆ” gente quĆ© estĆ” haciendo?”, decidieron prohibir a los hackersĀ», recuerda Rojo con ironĆ­a.

Esa prohibición tenĆ­a el mismo sentido que poner puertas a internet, asĆ­ que sirvió de poco. Ā«Empezaron a salir grupos por toda EspaƱa. No es que fueran malos o buenos… Bueno, serĆ­an lo que hoy en dĆ­a son considerados hackers malos, pero es que entonces no habĆ­a otra forma de aprender. Eran investigadoresĀ».

Había biblias de virus y fallas. Revistas online donde los aficionados iban mandando sus descubrimientos y recopilando conocimiento. En realidad, funcionaban de forma similar a como lo hacen las revistas científicas, con una revisión inter pares: «Tú descubrías algo, lo escribías en un archivo TXT y lo mandabas. Y si ellos consideraban que tenías nivel, te lo publicaban».

Rojo estaba ahí en esos primeros años del movimiento hacker español. Escondida bajo un pseudónimo de género neutro, el anonimato era (y es) apreciado, mÔs aún si eras una mujer en un mundo eminentemente masculino. Fue en aquella época cuando cayó en sus manos el Manifiesto cyberpunk y el DecÔlogo del hacker, escritos que sembraban las bases, teóricas y éticas, del mundillo.

Ā«DecĆ­an: “Esto no es para hacer el mal, es para que las empresas sean conscientes de la importancia de la seguridad”. Entonces, abrĆ­as una conexión TCP en tu Windows, metĆ­as una IP y te colabas dentro de una empresa. Era asĆ­ de fĆ”cilĀ», recuerda la experta.

Dos dƩcadas mƔs tarde podrƭa decirse que cumplieron su cometido. Las empresas son hoy conscientes de la importancia de la ciberseguridad. MƔs les vale; el 92% de las empresas espaƱolas sufrieron un ciberataque el aƱo pasado, como seƱala el Global Security Insights Report 2021. La pandemia y el teletrabajo no han hecho mƔs que acentuar la necesidad de aumentar la ciberseguridad.

Hoy en dƭa puedes matar a mƔs gente con un ordenador que con una bomba

Las cosas son muy diferentes a como eran en Isla Tortuga. Los hackers ya no son un puñado de jóvenes utópicos que viven en los mÔrgenes de internet. Se han profesionalizado. Rojo es un buen ejemplo: después de pasar por empresas como Indra, Banco Santander o Airbus, ha fundado su propia empresa de ciberseguridad, Enthec Solutions. La mayoría de piratas de aquella época han seguido un camino similar, siendo hoy reputados responsables de seguridad en grandes empresas y consultoras.

TambiƩn el otro lado, el lado oscuro, ha sofisticado sus servicios. Ahora sirven de ejƩrcito informƔtico para ciberguerras, como la que se da en Ucrania, o rompen barreras informƔticas para enfrentamientos mƔs soterrados entre las grandes naciones. A veces son contratados por empresas para realizar espionaje empresarial.

Los ordenadores de hoy son mucho mÔs poderosos de lo que eran en los años 90, y por tanto, también lo son los hackers. «Hoy en día puedes matar a mÔs gente con un ordenador que con una bomba», sentencia Rojo. Pero, por fortuna, hay mÔs hackers buenos que malos, dice. Los malos estÔn mÔs interesados en ganar dinero que en otra cosa. Y los buenos, como Rojo, han aumentado las defensas.

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María Rojo tenía ocho años cuando recibió un regalo que estaba destinado a cambiarle la vida. Street Fighter era entonces un videojuego chusco. Cabía en un par de disquetes y los muñequitos no dejaban de ser un puñado de píxeles amontonados. No era la mecÔnica de juego lo que interesaba a Rojo, sino sus tripas. «Me entretenía buscando fallos en el juego, haciendo cosas extrañas a ver si bloqueaba el ordenador, si me daba una vida extra», recuerda. «Me gustaba mucho mÔs que jugar».

Después llegaron mÔs juegos. Y después, algunas revistas técnicas. Rudimentarias pÔginas webs. Rojo empezaba a interesarse por descifrar lo que había al otro lado de la pantalla del ordenador, buscar errores en el código, gatos en Matrix. Ella no lo sabía entonces, no podía darle nombre, pero estaba dando sus primeros pasos en el mundo del hacking.

El concepto de hacker ha cambiado mucho en los últimos años, también su función. Antes se tenía la imagen estereotipada de un aficionado a la informÔtica capaz de tumbar empresas desde el salón de su casa, un friki que buscaba en el mundo online el respeto que no tenía en el físico.

Desde EEUU se asociaba a una cultura y una estética concretas. Eran rebeldes, inconformistas, modernos. La película Hackers, con una jovencísima Angelina Jolie, contribuyó a fijar esa imÔgen, mucho mÔs cool, en el imaginario colectivo.

En España, el movimiento tardó mÔs en arrancar. No había redes sociales, así que los piratas informÔticos se arremolinaban alrededor de pÔginas web. Navegando por internet, muchos acababan en las costas de Isla Tortuga (pÔgina web que robó el nombre de la famosa nación pirata, reflejada en novelas y en películas como Piratas del Caribe).

Isla Tortuga nació en 1996 y durante dos aƱos fue el mayor refugio de los piratas de habla hispana. Llegó a alojar 68 colectivos de hackers. Pero el Gobierno decidió tomar medidas drĆ”sticas: hubo muchas redadas, mandaron a la gente a la cĆ”rcel. Ā«En lugar de preguntarse, “ĀæestĆ” gente quĆ© estĆ” haciendo?”, decidieron prohibir a los hackersĀ», recuerda Rojo con ironĆ­a.

Esa prohibición tenĆ­a el mismo sentido que poner puertas a internet, asĆ­ que sirvió de poco. Ā«Empezaron a salir grupos por toda EspaƱa. No es que fueran malos o buenos… Bueno, serĆ­an lo que hoy en dĆ­a son considerados hackers malos, pero es que entonces no habĆ­a otra forma de aprender. Eran investigadoresĀ».

Había biblias de virus y fallas. Revistas online donde los aficionados iban mandando sus descubrimientos y recopilando conocimiento. En realidad, funcionaban de forma similar a como lo hacen las revistas científicas, con una revisión inter pares: «Tú descubrías algo, lo escribías en un archivo TXT y lo mandabas. Y si ellos consideraban que tenías nivel, te lo publicaban».

Rojo estaba ahí en esos primeros años del movimiento hacker español. Escondida bajo un pseudónimo de género neutro, el anonimato era (y es) apreciado, mÔs aún si eras una mujer en un mundo eminentemente masculino. Fue en aquella época cuando cayó en sus manos el Manifiesto cyberpunk y el DecÔlogo del hacker, escritos que sembraban las bases, teóricas y éticas, del mundillo.

Ā«DecĆ­an: “Esto no es para hacer el mal, es para que las empresas sean conscientes de la importancia de la seguridad”. Entonces, abrĆ­as una conexión TCP en tu Windows, metĆ­as una IP y te colabas dentro de una empresa. Era asĆ­ de fĆ”cilĀ», recuerda la experta.

Dos dƩcadas mƔs tarde podrƭa decirse que cumplieron su cometido. Las empresas son hoy conscientes de la importancia de la ciberseguridad. MƔs les vale; el 92% de las empresas espaƱolas sufrieron un ciberataque el aƱo pasado, como seƱala el Global Security Insights Report 2021. La pandemia y el teletrabajo no han hecho mƔs que acentuar la necesidad de aumentar la ciberseguridad.

Hoy en dƭa puedes matar a mƔs gente con un ordenador que con una bomba

Las cosas son muy diferentes a como eran en Isla Tortuga. Los hackers ya no son un puñado de jóvenes utópicos que viven en los mÔrgenes de internet. Se han profesionalizado. Rojo es un buen ejemplo: después de pasar por empresas como Indra, Banco Santander o Airbus, ha fundado su propia empresa de ciberseguridad, Enthec Solutions. La mayoría de piratas de aquella época han seguido un camino similar, siendo hoy reputados responsables de seguridad en grandes empresas y consultoras.

TambiƩn el otro lado, el lado oscuro, ha sofisticado sus servicios. Ahora sirven de ejƩrcito informƔtico para ciberguerras, como la que se da en Ucrania, o rompen barreras informƔticas para enfrentamientos mƔs soterrados entre las grandes naciones. A veces son contratados por empresas para realizar espionaje empresarial.

Los ordenadores de hoy son mucho mÔs poderosos de lo que eran en los años 90, y por tanto, también lo son los hackers. «Hoy en día puedes matar a mÔs gente con un ordenador que con una bomba», sentencia Rojo. Pero, por fortuna, hay mÔs hackers buenos que malos, dice. Los malos estÔn mÔs interesados en ganar dinero que en otra cosa. Y los buenos, como Rojo, han aumentado las defensas.

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