¿Te has preguntado cuántas historias caben en los destellos de un puñado de lentejuelas? Muchas. Y además, extraordinarias y sorprendentes.
Las lentejuelas son una decoración cÃclica. Están ahÃ: esos pequeños discos brillantes que se van, pero siempre acaban volviendo —como en el último desfile de Gucci—, y nos recuerdan al glam rock y a la música disco. Sin embargo, su origen es mucho más antiguo.
A su enorme difusión puede que contribuyeran el descubrimiento de la tumba de Tutankamón —imagina cómo se quedaron en 1922 los arqueólogos cuando en la tumba encontraron, entre distintos objetos, ropa decorada con brillantes discos de metal. ¡El joven faraón vestÃa como Michael Jackson!— asà como las ganas de olvidar la Gran Depresión y volver a disfrutar de los placeres de la vida.
A partir de los años sesenta el uso de las lentejuelas se volvió más común y ligero. Se buscaba una feminidad más esbelta y dinámica, la ropa se volvió más viva y colorida. ¿El objetivo? Sacar a la diva que cada mujer llevaba dentro. Pero las lentejuelas tienen alma inquieta, y no se quedaron tranquilas sobre las siluetas femeninas, porque llegaron los setenta y esos luminosos discos aterrizaron sobre el cuerpo masculino y todo lo que relucÃa se convirtió en sÃmbolo de la rebelión contra el sistema, serio y aburrido. Se acercaba el glam rock.
Pero el declive del glam rock estaba cerca, y en los años ochenta los hombres abandonaron las lentejuelas. Aunque por poco tiempo. Llegó Michael Jackson, y las prendas faraónicas volvieron a ver la luz. Sus actuaciones, enfundado en trajes cubiertos de lentejuelas y pedrerÃa, volvieron a poner de nuevo todo en tela de juicio.
Lo cierto es que las lentejuelas siempre vuelven. Será porque nos recuerdan brillantes monedas, o porque nos hacen pensar en las noches locas de los años veinte o del mÃtico Studio 54. Son un accesorio que despierta la imaginación, un vector luminoso que parece indicarnos el camino para salir de realidades difÃciles, una vÃa de escape, un medio rápido para iluminar la vida cotidiana. Y ahora, más que nunca, tenemos ganas de escaparnos a mundos de ensueño.
¿Te has preguntado cuántas historias caben en los destellos de un puñado de lentejuelas? Muchas. Y además, extraordinarias y sorprendentes.
Las lentejuelas son una decoración cÃclica. Están ahÃ: esos pequeños discos brillantes que se van, pero siempre acaban volviendo —como en el último desfile de Gucci—, y nos recuerdan al glam rock y a la música disco. Sin embargo, su origen es mucho más antiguo.
A su enorme difusión puede que contribuyeran el descubrimiento de la tumba de Tutankamón —imagina cómo se quedaron en 1922 los arqueólogos cuando en la tumba encontraron, entre distintos objetos, ropa decorada con brillantes discos de metal. ¡El joven faraón vestÃa como Michael Jackson!— asà como las ganas de olvidar la Gran Depresión y volver a disfrutar de los placeres de la vida.
A partir de los años sesenta el uso de las lentejuelas se volvió más común y ligero. Se buscaba una feminidad más esbelta y dinámica, la ropa se volvió más viva y colorida. ¿El objetivo? Sacar a la diva que cada mujer llevaba dentro. Pero las lentejuelas tienen alma inquieta, y no se quedaron tranquilas sobre las siluetas femeninas, porque llegaron los setenta y esos luminosos discos aterrizaron sobre el cuerpo masculino y todo lo que relucÃa se convirtió en sÃmbolo de la rebelión contra el sistema, serio y aburrido. Se acercaba el glam rock.
Pero el declive del glam rock estaba cerca, y en los años ochenta los hombres abandonaron las lentejuelas. Aunque por poco tiempo. Llegó Michael Jackson, y las prendas faraónicas volvieron a ver la luz. Sus actuaciones, enfundado en trajes cubiertos de lentejuelas y pedrerÃa, volvieron a poner de nuevo todo en tela de juicio.
Lo cierto es que las lentejuelas siempre vuelven. Será porque nos recuerdan brillantes monedas, o porque nos hacen pensar en las noches locas de los años veinte o del mÃtico Studio 54. Son un accesorio que despierta la imaginación, un vector luminoso que parece indicarnos el camino para salir de realidades difÃciles, una vÃa de escape, un medio rápido para iluminar la vida cotidiana. Y ahora, más que nunca, tenemos ganas de escaparnos a mundos de ensueño.