23 de mayo 2016    /   IDEAS
por
ilustracion  Juan DĆ­az-Faes

Un idioma tambiƩn es un paisaje

23 de mayo 2016    /   IDEAS     por        ilustracion  Juan DĆ­az-Faes
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[pullquote author=”Osip Mandelstam”]Ā”QuĆ© miedo vivir en un mundo hecho solo de exclamaciones y onomatopeyas![/pullquote]

 

Existe un ritmo inherente a los libros escritos por autores caribeƱos que, si se pudiese materializar, tendrƭa la forma sinuosa de las olas en una tarde apacible o de suaves dunas. Cuando hablan, ocurre igual. Puede que una persona procedente de un lugar cƔlido empiece a emitir palabras y nada sea tan fƔcil como hilarlas todas y visualizar una vocal eterna saliendo de su boca. Con los autores rusos ocurre lo contrario. Abrir un libro es como entrar en una fragua. No por ello deja de tener encanto ese castaƱeteo que parece anhelar el calor de una lumbre.

Gabriel GarcĆ­a MĆ”rquez aterrizó en Europa del Este en la Ć©poca mĆ”s clemente del aƱo y recorrió Alemania, Checoslovaquia, HungrĆ­a, Rusia… De los alemanes imaginó ā€˜blindadas’ incluso las palabras que circulaban por el pensamiento y que no llegaban a entrar en contacto con el aire. QuĆ© habrĆ­a dicho de las que pronunciaban probablemente con un castaƱeteo invernal. Ā 

‘Angstschweiss’ es la palabra alemana que mĆ”s consonantes contiene. Casualidad o no, parece la onomatopeya de un escalofrĆ­o o de unos dientes al rechinar. Lo cierto es que su sonido no evoca nada cĆ”lido ni apacible y, no en balde, significa ‘sudor frĆ­o’. Si hubiese que imaginar un paisaje pronunciando esta palabra, seguramente no acudirĆ­a una imagen bucólica de colinas sinuosas, un mar tranquilo y un cĆ”lido atardecer anaranjado al fondo.

Con las vocales ocurre justo al contrario. Los hawaianos, por ejemplo, solo tienen ocho consonantes entre las trece letras que componen su alfabeto. Es como si los lenguajes, moldeados por el clima y el paisaje, nos llevasen a abrir mƔs o menos la boca o a apretar los dientes.

Durante aquel viaje, García MÔrquez, ojo avizor y oídos muy abiertos, también encontró una peculiaridad similar entre los húngaros, que describió como «ese sostenido tableteo de ametralladora que es la conversación en lengua húngara».

idioma paisaje

Similar a esta impresión fue la de Mandelstam en Armenia, cuyo idioma comparó con las grapas al clavarse. A pesar de que era ruso, todavía le extrañó ese exceso de consonantes. Allí encontró el poeta «en cada armenio a un filólogo». El armenio que no dejaba de despertar la admiración de Mandelstam es alguien que «hace ruido con las llaves de la lengua incluso cuando no tiene que abrir ningún baúl lleno de tesoros». Claro que tienen vocales los armenios, pero las usan menos que las consonantes. Esas que tan a menudo se agolpan entorpeciendo el aprendizaje a aquellos extranjeros que no logran unir consonantes sin el eslabón de las vocales que parecen relajar la boca y la respiración.

Pero ¿qué hace que los hablantes de un idioma u otro abusen de las vocales o de las consonantes? No es algo consciente ni premeditado. Los idiomas, como los Ôrboles, crecen de una forma u otra en función de su entorno. Es difícil determinar cómo y cuÔndo nace, crece y muere un idioma. En el caso del armenio, el alfabeto tiene fecha exacta y creador: fue necesario crearlo, casi de la noche a la mañana, en pos de un signo identitario que garantizase la supervivencia de un pueblo constantemente invadido por sus vecinos.

Los lingüistas Ian Maddieson y Christophe Coupe, de la Universidad de Nuevo México y el Laboratoire Dynamique du Langage-CNRS respectivamente, han encontrado la respuesta: son los factores ambientales los que llevan a abrir mÔs o menos la boca, a hablar de una forma u otra y, concretamente, a usar mÔs consonantes o mÔs vocales.

Después de estudiar mÔs de seiscientos dialectos, basÔndose en variables medioambientales como el clima, llegaron a una conclusión que equipara las variaciones de las lenguas al canto de los pÔjaros o, lo que es lo mismo, dedujeron que el idioma se va moldeando en función del entorno en el que evoluciona. Hasta entonces, sólo los pÔjaros parecían adaptar su canto a las condiciones que les rodeaban, como propuso E. S. Morton en 1975 con su hipótesis de la adaptación acústica. Maddieson y Coupe han estudiado las lenguas que menos se han dispersado por el mundo. Con la finalidad de hacer esta hipótesis extensible a los humanos, han descartado idiomas como el inglés y el español.

[pullquote]Los idiomas, como los Ôrboles, crecen de una forma u otra en función de su entorno[/pullquote]

«Con el tiempo, el vocabulario empezarÔ a moldearse para adaptarse al ambiente en el que esa lengua se habla», escribieron los lingüistas, que presentaron sus conclusiones en noviembre de 2015 en la Acoustic Society of America (ASA).

Según estos gramÔticos, los Ôrboles entorpecen la transmisión de sonidos y el calor y la humedad provocan ondas que los dividen. ¿SerÔ por eso que no todos los idiomas disponen de una palabra para nombrar «la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los Ôrboles» con la que sí cuentan los japoneses?

Allí donde las temperaturas y los Ôrboles son mÔs altos, el empleo de las consonantes decae, según Maddieson y Coupe.

AdemĆ”s de la vegetación, otros factores como el viento y la lluvia moldearĆ­an los lenguajes humanos, segĆŗn estos filólogos. Y aunque esto se escape de las conclusiones del estudio, quizĆ” encuentre su razón de ser en el hecho de que los gallegos tengan alrededor de setenta palabras para nombrar la lluvia (ĀæserĆ” casual que la mayorĆ­a empiece por ‘b’ y por ‘t’?) y que los finlandeses dispongan de cuarenta vocablos para nombrar la nieve. El finĆ©s, ademĆ”s, cuenta con varios sinónimos verbales de Ā«caminar sobre la nieveĀ», a pesar de que no existe el verbo Ā«nevarĀ», sino Ā«llover nieveĀ». Del mismo modo, breves sonidos y silbidos pueden convertirse en autĆ©nticos códigos entre pobladores de lugares montaƱosos.

Esto no es nuevo. Lo que no era tan evidente, hasta que Maddieson y Coupe se pusieron a investigar las lenguas menos extendidas por el mundo, era lo mucho que los idiomas se parecen al canto de los pƔjaros.

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[pullquote author=”Osip Mandelstam”]Ā”QuĆ© miedo vivir en un mundo hecho solo de exclamaciones y onomatopeyas![/pullquote]

 

Existe un ritmo inherente a los libros escritos por autores caribeƱos que, si se pudiese materializar, tendrƭa la forma sinuosa de las olas en una tarde apacible o de suaves dunas. Cuando hablan, ocurre igual. Puede que una persona procedente de un lugar cƔlido empiece a emitir palabras y nada sea tan fƔcil como hilarlas todas y visualizar una vocal eterna saliendo de su boca. Con los autores rusos ocurre lo contrario. Abrir un libro es como entrar en una fragua. No por ello deja de tener encanto ese castaƱeteo que parece anhelar el calor de una lumbre.

Gabriel GarcĆ­a MĆ”rquez aterrizó en Europa del Este en la Ć©poca mĆ”s clemente del aƱo y recorrió Alemania, Checoslovaquia, HungrĆ­a, Rusia… De los alemanes imaginó ā€˜blindadas’ incluso las palabras que circulaban por el pensamiento y que no llegaban a entrar en contacto con el aire. QuĆ© habrĆ­a dicho de las que pronunciaban probablemente con un castaƱeteo invernal. Ā 

‘Angstschweiss’ es la palabra alemana que mĆ”s consonantes contiene. Casualidad o no, parece la onomatopeya de un escalofrĆ­o o de unos dientes al rechinar. Lo cierto es que su sonido no evoca nada cĆ”lido ni apacible y, no en balde, significa ‘sudor frĆ­o’. Si hubiese que imaginar un paisaje pronunciando esta palabra, seguramente no acudirĆ­a una imagen bucólica de colinas sinuosas, un mar tranquilo y un cĆ”lido atardecer anaranjado al fondo.

Con las vocales ocurre justo al contrario. Los hawaianos, por ejemplo, solo tienen ocho consonantes entre las trece letras que componen su alfabeto. Es como si los lenguajes, moldeados por el clima y el paisaje, nos llevasen a abrir mƔs o menos la boca o a apretar los dientes.

Durante aquel viaje, García MÔrquez, ojo avizor y oídos muy abiertos, también encontró una peculiaridad similar entre los húngaros, que describió como «ese sostenido tableteo de ametralladora que es la conversación en lengua húngara».

idioma paisaje

Similar a esta impresión fue la de Mandelstam en Armenia, cuyo idioma comparó con las grapas al clavarse. A pesar de que era ruso, todavía le extrañó ese exceso de consonantes. Allí encontró el poeta «en cada armenio a un filólogo». El armenio que no dejaba de despertar la admiración de Mandelstam es alguien que «hace ruido con las llaves de la lengua incluso cuando no tiene que abrir ningún baúl lleno de tesoros». Claro que tienen vocales los armenios, pero las usan menos que las consonantes. Esas que tan a menudo se agolpan entorpeciendo el aprendizaje a aquellos extranjeros que no logran unir consonantes sin el eslabón de las vocales que parecen relajar la boca y la respiración.

Pero ¿qué hace que los hablantes de un idioma u otro abusen de las vocales o de las consonantes? No es algo consciente ni premeditado. Los idiomas, como los Ôrboles, crecen de una forma u otra en función de su entorno. Es difícil determinar cómo y cuÔndo nace, crece y muere un idioma. En el caso del armenio, el alfabeto tiene fecha exacta y creador: fue necesario crearlo, casi de la noche a la mañana, en pos de un signo identitario que garantizase la supervivencia de un pueblo constantemente invadido por sus vecinos.

Los lingüistas Ian Maddieson y Christophe Coupe, de la Universidad de Nuevo México y el Laboratoire Dynamique du Langage-CNRS respectivamente, han encontrado la respuesta: son los factores ambientales los que llevan a abrir mÔs o menos la boca, a hablar de una forma u otra y, concretamente, a usar mÔs consonantes o mÔs vocales.

Después de estudiar mÔs de seiscientos dialectos, basÔndose en variables medioambientales como el clima, llegaron a una conclusión que equipara las variaciones de las lenguas al canto de los pÔjaros o, lo que es lo mismo, dedujeron que el idioma se va moldeando en función del entorno en el que evoluciona. Hasta entonces, sólo los pÔjaros parecían adaptar su canto a las condiciones que les rodeaban, como propuso E. S. Morton en 1975 con su hipótesis de la adaptación acústica. Maddieson y Coupe han estudiado las lenguas que menos se han dispersado por el mundo. Con la finalidad de hacer esta hipótesis extensible a los humanos, han descartado idiomas como el inglés y el español.

[pullquote]Los idiomas, como los Ôrboles, crecen de una forma u otra en función de su entorno[/pullquote]

«Con el tiempo, el vocabulario empezarÔ a moldearse para adaptarse al ambiente en el que esa lengua se habla», escribieron los lingüistas, que presentaron sus conclusiones en noviembre de 2015 en la Acoustic Society of America (ASA).

Según estos gramÔticos, los Ôrboles entorpecen la transmisión de sonidos y el calor y la humedad provocan ondas que los dividen. ¿SerÔ por eso que no todos los idiomas disponen de una palabra para nombrar «la luz del sol que se filtra a través de las hojas de los Ôrboles» con la que sí cuentan los japoneses?

Allí donde las temperaturas y los Ôrboles son mÔs altos, el empleo de las consonantes decae, según Maddieson y Coupe.

AdemĆ”s de la vegetación, otros factores como el viento y la lluvia moldearĆ­an los lenguajes humanos, segĆŗn estos filólogos. Y aunque esto se escape de las conclusiones del estudio, quizĆ” encuentre su razón de ser en el hecho de que los gallegos tengan alrededor de setenta palabras para nombrar la lluvia (ĀæserĆ” casual que la mayorĆ­a empiece por ‘b’ y por ‘t’?) y que los finlandeses dispongan de cuarenta vocablos para nombrar la nieve. El finĆ©s, ademĆ”s, cuenta con varios sinónimos verbales de Ā«caminar sobre la nieveĀ», a pesar de que no existe el verbo Ā«nevarĀ», sino Ā«llover nieveĀ». Del mismo modo, breves sonidos y silbidos pueden convertirse en autĆ©nticos códigos entre pobladores de lugares montaƱosos.

Esto no es nuevo. Lo que no era tan evidente, hasta que Maddieson y Coupe se pusieron a investigar las lenguas menos extendidas por el mundo, era lo mucho que los idiomas se parecen al canto de los pƔjaros.

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Opiniones 8
  • Hace tiempo que oĆ­ que los idiomas de zonas montaƱosas tienen mĆ”s consonantes que los de zonas llanas, para que sea mĆ”s fĆ”cil entender mensajes gritados a distancia entre valles y creo que es bastante plausible

  • Muy interesante el artĆ­culo. Si un idioma es un paisaje la fonĆ©tica es su geologĆ­a. En el CĆ”ucaso hay muestras de lenguas muy localizadas en un ambiente geogrĆ”fico compartido con otras fonĆ©ticamente muy dispares. En las islas del pacĆ­fico la formación de lenguas sincrĆ©ticas ha dado origen a sistemas fonĆ©ticos alejados por igual de sus elementos formadores. Con todo hay evidencias como se seƱala aquĆ­ de relaciones inesperadas entre factores que aparentemente no guardan relación entre sĆ­.
    En el caso de la lengua armenia sorprende su antigüedad y las influencias de todo tipo que a lo largo de su historia ha recibido. El mundo griego, persa, asirio, etíope, semítico, egipcio, eslavo y altaico han tenido eco en esta lengua que mantiene viva una cultura europea (en su mejor sentido) en Asia.
    Con tus artículos y libros recobro el gusto que tenía hace años leyendo los libros y documentales en TV de Luis Pancorbo. Un viaje a la esencia de lo que somos por la observación inteligente de lo que nos enseña la existencia y experiencia de otros pueblos.
    Muchas gracias.

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