Al dÃa siguiente, acompañado por las cámaras de televisión, llegarÃa al otro extremo del municipio, donde la ONU tenÃa sus instalaciones. Las calles estaban vacÃas, pero no esa zona, donde unas 25.000 personas se agolpaban asustadas.
«Quien quiera transporte lo tendrá, sea grande, pequeño, viejo o joven. No temáis. Permitid que vayan las mujeres y niños primero», aseguraba mientras la gente le daba las gracias. Aseguraba que treinta autobuses les llevarÃan hasta territorio aliado. «No temáis, nadie os hará daño», les repitió antes de girarse y marcharse mientras algunas voces le deseaban una vida larga y próspera.
Europa tiene en su haber muchos casos similares, en los que refugiados civiles acaban siendo aniquilados por el fanatismo nacionalista. El ejemplo más presente en la memoria colectiva son los campos de concentración y exterminio de los nazis, cuyos nombres sembraron el centro y este de Europa de muertes. Auschwitz, Buchenwald, Dachau o Treblinka son algunos de ellos, que juntos suman casi tres millones de cadáveres.
Cuatro años antes de que las órdenes de Mladic pusieron para siempre en el mapa la ciudad, hoy bajo soberanÃa bosnia, Macedonia se escindÃa de aquella gran Yugoslavia que se convertirÃa en un polvorÃn. Fue en septiembre de 1991, y fue la primera escisión pacÃfica en la zona. Hoy en sus fronteras duermen decenas de miles de refugiados, de nuevo atrapados entre Europa y TurquÃa.
Ellos no huyen de ninguna potencia europea que les persiga, sino de los paÃses en los que hemos permitido o auspiciado guerras. En esta ocasión no hay campos de exterminio, ni militares que prometen deportaciones y ordenan ejecuciones. Pero sà hay estampas que recuerdan a tantos pasajes del pasado: columnas humanas recorriendo a pie, muriendo a causa del frÃo, el hambre y las enfermedades. Han vuelto los campos de refugiados y, tras el acuerdo entre Europa y TurquÃa, las deportaciones.
Al dÃa siguiente, acompañado por las cámaras de televisión, llegarÃa al otro extremo del municipio, donde la ONU tenÃa sus instalaciones. Las calles estaban vacÃas, pero no esa zona, donde unas 25.000 personas se agolpaban asustadas.
«Quien quiera transporte lo tendrá, sea grande, pequeño, viejo o joven. No temáis. Permitid que vayan las mujeres y niños primero», aseguraba mientras la gente le daba las gracias. Aseguraba que treinta autobuses les llevarÃan hasta territorio aliado. «No temáis, nadie os hará daño», les repitió antes de girarse y marcharse mientras algunas voces le deseaban una vida larga y próspera.
Europa tiene en su haber muchos casos similares, en los que refugiados civiles acaban siendo aniquilados por el fanatismo nacionalista. El ejemplo más presente en la memoria colectiva son los campos de concentración y exterminio de los nazis, cuyos nombres sembraron el centro y este de Europa de muertes. Auschwitz, Buchenwald, Dachau o Treblinka son algunos de ellos, que juntos suman casi tres millones de cadáveres.
Cuatro años antes de que las órdenes de Mladic pusieron para siempre en el mapa la ciudad, hoy bajo soberanÃa bosnia, Macedonia se escindÃa de aquella gran Yugoslavia que se convertirÃa en un polvorÃn. Fue en septiembre de 1991, y fue la primera escisión pacÃfica en la zona. Hoy en sus fronteras duermen decenas de miles de refugiados, de nuevo atrapados entre Europa y TurquÃa.
Ellos no huyen de ninguna potencia europea que les persiga, sino de los paÃses en los que hemos permitido o auspiciado guerras. En esta ocasión no hay campos de exterminio, ni militares que prometen deportaciones y ordenan ejecuciones. Pero sà hay estampas que recuerdan a tantos pasajes del pasado: columnas humanas recorriendo a pie, muriendo a causa del frÃo, el hambre y las enfermedades. Han vuelto los campos de refugiados y, tras el acuerdo entre Europa y TurquÃa, las deportaciones.
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